Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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241
«Te quiero sólo para un sueño», dicen a la mujer amada, en versos que no envían, los que no se atreven a decirle nada. Este «te quiero sólo para un sueño» es un verso de un viejo poema mío. Registro el recuerdo con una sonrisa, y ni la sonrisa comento.
242
En mí, todos los afectos se pasan a la superficie, pero sinceramente. He sido actor siempre, y en serio. Siempre que amé, fingí que amé, y para mí mismo lo finjo.
243 Carta Para No Enviar
La eximo de comparecer en mi idea de sí.
Su vida (…)
Esto no es mi amor; es sólo su vida.
La amo como al poniente o al claro de luna, con el deseo de que el momento permanezca, pero sin que sea mía en él más que la sensación de tenerlo.
244
¡Si nuestra vida fuese un eterno estar a la ventana, si así nos quedásemos, como humo parado, siempre, teniendo siempre al mismo instante de crepúsculo doloriendo [249]la curva de los montes! ¡Si nos quedásemos, así, más allá de siempre! ¡Si por lo menos, de este lado de la imposibilidad, pudiésemos así quedarnos, sin que cometiésemos una acción, sin que nuestros labios pálidos [250]pecasen más palabras!
¡Mira cómo va oscureciendo!… El sosiego /evidente/ de todo me llena de rabia, de algo que es el amargor en el sabor de la aspiración. Me duele el alma… Una mancha lenta de humo se eleva y se dispersa allá lejos… Un tedio inquieto me hace no pensar ya en ti…
¡Tan supérfluo todo, nosotros y el mundo y el misterio de ambos!
245 Anteros 222 bis El Amante Visual
Tengo del amor profundo y de su uso provechoso un concepto superficial y decorativo. Estoy sujeto a pasiones visuales. Guardo intacto el corazón entregado a más irreales destinos.
No me acuerdo de haber amado sino el «cuadro» de alguien, lo puro exterior -en que el alma no entra más que para hacer ese exterior animado y vivo- y, así, diferente de los cuadros que hacen los pintores.
Amo así: fijo, por bella, atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de mujer o de hombre -donde no hay deseo no hay preferencia de sexo- y esa figura me obceca, me cautiva, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que verla, ni […] nada más […] que la facultad de llegar a conocer y a hablar a la persona real que esa figura aparentemente manifiesta.
Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera […] No me interesa saber qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que lo vea, su aspecto exterior.
La inmensa serie de personas y de cosas que forma el mundo es para mí una galería interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me interesa porque el alma es monótona y siempre la misma en todo el mundo; diferentes apenas sus manifestaciones personales, y lo mejor de ella es lo que transborda hacia el sueño, hacia las maneras, hacia los gestos, y así entra en el cuadro que me cautiva […]
Así vivo, en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres, indiferente, como un dios de otro mundo, al contenido: espíritu de ellos. Profundizo el ser propio en su extensión, y cuando anhelo la profundidad, es en mí y en mi concepto de las cosas donde la busco.
¿Qué puede darme el conocimiento personal de la criatura que así amo en décor [251]No una desilusión, porque, como en el sólo amo el aspecto, y nada de ella fantaseo, su estupidez o mediocridad nada quita, porque yo no esperaba nada sino el aspecto que no tenía que esperar, y el aspecto persiste. Pero el conocimiento personal es nocivo porque es inútil, y lo inútil material es nocivo siempre. Saber el nombre de la criatura, ¿para qué? Y es la primera cosa de la que me entero cuando soy presentado a ella.
El conocimiento personal necesita ser, también, de libertad de contemplación, y que mi género de amar desea. No podemos mirar, contemplar en libertad a quien conocemos personalmente.
Lo que es supérfluo es menos para el artista, porque, perturbándolo, disminuye el efecto.
Mi destino natural de contemplador indefinido y enamorado de las apariencias y de la manifestación de las cosas -objetivista de los sueños, amante visual de las formas y de los aspectos de la naturaleza- no es un caso de lo que los psiquiatras llaman onanismo psíquico, ni siquiera de lo que llaman erotomanía. No fantaseo, como en el onanismo psíquico; no me figuro en sueños amante carnal, ni siquiera amigo de trato, de la criatura a la que miro o recuerdo: nada fantaseo de ella. Ni, como el erotómano, la idealizo y la transporto fuera de la esfera de la estética concreta: no quiero de ella, o pienso de ella, más que lo que me da a los ojos y a la memoria directa y pura de lo que los ojos han visto.
246 Una carta
Hace un vago número de muchos meses que me ve mirarla, mirarla constantemente, siempre con la misma mirada insegura y solícita. Yo sé que se ha dado cuenta de ello. Y como se ha dado cuenta, debe haberle parecido extraño que esa mirada, no siendo propiamente tímida, nunca esbozase un significado. Siempre atenta, vaga y la misma, como si estuviese contenta de ser sólo la tristeza de eso… Nada más… Y dentro de su pensar en ello -sea cual sea el sentimiento con que ha pensado en mí-, debe haber escrutado mis posibles intenciones. Debe haberse explicado a sí misma, sin satisfacerse, que yo soy un tímido especial y original, o una especie cualquiera de algo emparentado con estar loco.
Yo no soy, Señora mía, en el hecho de mirarla, ni estrictamente un tímido, ni decididamente un loco. Soy otra cosa primera y diferente, como, sin esperanza de que me crea, le voy a exponer. Cuántas veces murmuraba a su ser soñado: Haz tu [252]deber de ánfora inútil, cumple tu menester de mera copa.
¡Con qué añoranza de la idea que he querido formarme de usted me he dado cuenta de que estaba casada! El día en que me di cuenta de esto fue trágico en mi vida. No tuve celos de su marido. Nunca he pensado si acaso [253]lo tendría. Tuve sencillamente añoranza de mi idea de usted. Si un día supiese este absurdo: que una mujer de un cuadro -sí, ésa- estaba casada, el mismo sería mi dolor.
¿Poseerla? Yo no sé cómo se hace eso. Y aunque tuviese sobre mí la mancha humana de saberlo, ¡qué infame no sería para mí mismo, qué insultador agente de mi propia grandeza, al pensar siquiera en igualarme a su marido!
¿Poseerla? Un día que acaso fuese sola por una calle oscura, un asaltante podría subyugarla y poseerla, podría incluso fecundarla y dejar detrás de sí ese rastro uterino. Si poseerla es poseer su cuerpo, ¿qué valor hay en ello?
¿Que no posee su alma?… ¿cómo se posee un alma? /Y puede haber uno, hábil y amoroso que posea esa «alma»./ (…) Que sea su marido ese… ¿Querría que yo descendiese a su nivel?
¡Cuántas horas he pasado en convivencia secreta con la idea de usted! ¡Nos hemos amado tanto dentro de mis sueños! Pero incluso ahí, yo se lo juro, nunca me he soñado poseyéndola. Soy un delicado y un casto incluso en mis sueños. Respeto hasta la idea de una mujer bella.
247 Carta
Yo no sabría nunca cómo adecuar a mi alma para que lleve a mi cuerpo a poseer el suyo. Dentro de mí, incluso al pensar en esto, tropiezo con obstáculos que no veo, me enredo en telarañas que no sé lo que son. ¿Cuánto más no me sucedería si quisiese poseerla realmente?
Que yo -lo repito- sería incapaz de intentar hacerlo. Ni siquiera me adapto a soñarme haciéndolo.
Son éstas, Señora mía, las palabras que tengo que escribir al margen del significado de su mirada involuntariamente interrogadora. Es en este libro donde, primero, leerá esta carta para usted. Si no supiera que es para usted, me resignaré a que así sea. Escribo más para entretenerme que para decirle nada… Sólo las cartas comerciales van dirigidas. Todas las demás deben, por lo menos para el hombre superior, ser sólo de él para sí mismo.
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