Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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El cansancio sabe bien, y lo bien que sabe duele un poco. Nos sentimos un poco aparte de la vida, aunque en ella, como en el balcón de la casa de vivir. Somos contemplativos sin pensar, sentimos sin una emoción definible. La voluntad se tranquiliza, pues no hay necesidad de ella.
Es entonces cuando ciertos recuerdos, ciertas esperanzas, ciertos vagos deseos suben lentamente la rampa de la conciencia, como caminantes vagos vistos desde lo alto del monte. Recuerdos de cosas fútiles, esperanzas de cosas que no dolió que no fuesen, deseos que no tuvieron violencia de naturaleza o de emisión, que nunca pudieron querer ser.
Cuando el día se ajusta a estas sensaciones, como hoy, que, aunque estío, está medio nublado con azules, y un vago viento por no ser caliente es casi frío, entonces se acentúa ese estado de alma en que pensamos, sentimos, vivimos estas impresiones. No es que sean más claros los recuerdos, las esperanzas, los deseos que teníamos. Pero se siente más, y la suma incierta pesa un poco, absurdamente, en el corazón.
Hay algo de lejano en mí en este momento. Estoy de verdad en el balcón de la vida, pero no exactamente de esta vida. Estoy por cima de ella, y viéndola desde donde la veo. Yace delante de mí, bajando en escalones y resbaladeros, como un paisaje diferente, hasta los humos que hay sobre las casas blancas de las aldeas del valle. Si cierro los ojos, continúo viendo, puesto que no veo. Si los abro, nada más veo, puesto que no veía. Soy todo yo una vaga añoranza del presente, anónima, prolija e incomprendida.
16-7-1932.
282
En mí, ha sido siempre menor la intensidad de las sensaciones que la intensidad de la conciencia de ellas. He sufrido siempre más con la conciencia de estar sufriendo que con el sufrimiento de que tenía conciencia.
La vida de mis emociones se mudó, desde su origen, a las salas del pensamiento, y allí he vivido siempre más ampliamente el conocimiento emotivo de la vida.
Y como el pensamiento, cuando alberga a la emoción, se vuelve más exigente con ella, el régimen de conciencia en que ha pasado a vivir lo que sentía me ha convertido en más cotidiana, más epidémica, más titilante, la manera como sentía.
283
Soy una de esas almas que las mujeres dicen que aman, y nunca reconocen cuando las encuentran; de ésas que, si ellas las reconocen, incluso así no las reconocerían. Sufro la delicadeza de mis sentimientos con una atención desdeñosa. Poseo todas las cualidades por las que son admirados los poetas románticos, incluso esa falta de esas cualidades mediante la cual se es /realmente/ poeta romántico. Me encuentro descrito (en parte) en varias novelas, como protagonista de varios enredos; pero lo esencial de mi vida, lo mismo que de mi alma, es no ser nunca protagonista.
No tengo una idea de mí mismo; ni la que consiste en una falta de idea de mí mismo. Soy un nómada de la conciencia de mí mismo. /Se descarriaron durante la 1a guardia los rebaños de mi riqueza íntima./
La única tragedia es no poder concebirnos trágicos. He visto siempre claramente mi coexistencia con el mundo. Nunca he sentido con claridad mi falta de coexistir con él; por eso nunca he sido normal.
Hacer es descansar.
Todos los problemas son insolubles. La esencia de que haya un problema es que no hay una solución. Buscar un dato significa no haber un dato. Pensar es no saber existir.
284 Milímetros (sensaciones de cosas mínimas)
Como el presente es antiquísimo, porque todo cuanto ha existido ha sido presente, tengo para todas las cosas, porque pertenecen al presente, cariños de anticuario, y furias de coleccionista precedido contra quien me saca de mis errores sobre las cosas con plausibles, y hasta verdaderas, explicaciones científicas y fundamentadas.
Las varias posiciones que una mariposa que vuela ocupa sucesivamente en el espacio son para mis ojos maravillados varias cosas que permanecen en el espacio visiblemente. Mis reminiscencias son tan vividas que (…)
Pero sólo las sensaciones mínimas, y de cosas pequeñísimas, son las que vivo intensamente. Será por mi amor a lo fútil por lo que esto me sucede. Puede que sea por mi escrúpulo en el detalle. Pero más bien creo -no lo sé, estas cosas nunca las analizo- que es porque lo mínimo, por no tener en absoluto importancia ninguna social o práctica, tiene, debido a la mera ausencia de esto, una independencia absoluta de asociaciones sucias con la realidad. Lo mínimo me sabe a irreal. Lo inútil es bello porque es menos real que lo útil, que se continúa y prolonga, al paso que lo maravilloso fútil, lo glorioso infinitesimal, se queda donde está, no pasa de ser lo que es, vive libre e independiente. Lo inútil y lo fútil abren en nuestra vida real intervalos de estática humilde. ¡Cuánto de sueño y amorosas delicias no me provoca en el alma la mera existencia insignificante de un alfiler clavado en una cinta! ¡Triste de quien no sabe la importancia que esto tiene!
Después, entre las sensaciones que más penetrantemente duelen hasta ser agradables, el desasosiego del misterio es una de las más complejas y extensas. Y el misterio nunca se transparenta tanto como en la contemplación de las pequeñitas cosas, que, como no se mueven, son perfectamente translúcidas a él, pues se detienen para dejarlo pasar. Es más difícil poseer el sentimiento del misterio contemplando una batalla, y eso que pensar en lo absurdo que es que haya gente, y sociedades y combates entre ellas, es una de las cosas que más pueden desplegar dentro de nuestro pensamiento la bandera de conquista del misterio -que ante la contemplación de una piedrecita quieta en un camino, que, porque no provoca ninguna idea además de la de que existe, otra idea no puede provocar, si continuamos pensando, que, inmediatamente, la de su misterio de existir.
¡Benditos sean los instantes, y los milímetros, y las sombras de las cosas pequeñas, todavía más humildes que ellas! Los instantes, (…) Los milímetros -qué impresión de asombro y de osadía me causa su existencia, uno al lado del otro y muy cercana, en una cinta métrica. A veces sufro y gozo con estas cosas. Tengo un /orgullo tosco/ en esto.
Soy una placa fotográfica prolijamente impresionable. Todos los detalles se me graban desproporcionadamente y forman parte [281]de un todo. Sólo me ocupo de mí. El mundo exterior me resulta siempre evidentemente una sensación. Nunca olvido que siento.
¿1914?
285
Saber que será mala la obra que no se hará nunca. Peor, sin embargo, será la que nunca se haga. La que se hace queda, por lo menos, hecha. Será pobre pero existe, como la planta mezquina en la maceta única de mi vecina tullida. Esta planta es su alegría, y a veces también la mía. Lo que escribo, y reconozco que es malo, puede también proporcionar unos momentos de distracción de algo peor a un u otro espíritu afligido o triste. Eso me basta, o no me basta, pero sirve de alguna manera, y así es toda la vida.
Un tedio que incluye sólo la anticipación de más tedio; la pena, ya, de tener mañana pena de haber tenido pena hoy -grandes enmarañamientos sin utilidad ni verdad, grandes enmarañamientos…
…donde, encogido en un banco de espera de la estación apeadero, mi desprecio duerme entre el gabán de mi desaliento…
…el mundo de imágenes soñadas de que se compone, por igual, mi conocimiento y mi vida…
Para nada me pesa o dura en mí el escrúpulo de la hora presente. Tengo hambre de la extensión del tiempo, y quiero ser yo sin condiciones.
286
Releo, lúcido, detenidamente, trecho a trecho, todo cuanto he escrito. Y encuentro que todo es vano y más valiera que no lo hubiese hecho. Las cosas conseguidas, sean imperios o frases, tienen, porque se han conseguido, esa peor parte de las cosas reales que es el saber que son perecederas. No es esto, sin embargo, lo que siento y me duele en lo que hice, en estos lentos momentos en que lo releo. Lo que me duele es que no ha valido la pena hacerlo, y que el tiempo que he perdido en lo que hice no lo he ganado sino con la ilusión, ahora destruida, de haber valido la pena hacerlo.
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