Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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A cierta altura de la cogitación escrita, ya no sé dónde tengo el centro de la atención -si en las sensaciones dispersas que procuro describir, como tapicerías desconocidas, si en las palabras con que, queriendo describir la propia descripción, me embreño, me descamino y veo otras cosas. Se forman en mí asociaciones de ideas, de imágenes, de palabras -todo lúcido y difuso-, y tanto estoy diciendo lo que siento como lo que supongo que siento; ni distingo lo que el alma sugiere de lo que las imágenes, que el alma ha dejado caer, me enfloran en el suelo, ni, incluso, si un sonido de palabra bárbara, o un ritmo de frase interpuesta, no me sacan del asunto ya confuso, de la sensación ya en vivero, y me absuelven de pensar y de decir, como grandes viajes para distraer. Y todo esto, que, si lo repito, debería producirme una sensación de futilidad, de fracaso, de sufrimiento, no consigue sino darme alas de oro. Una vez que hablo de imágenes, tal vez porque fuese a condenar el abuso de ellas, me nacen imágenes; una vez que me hiergo de mí para repudiar lo que no siento, lo estoy sintiendo ya y el propio repudio es una sensación con bordados; una vez que, perdida en fin la fe en el esfuerzo, me quiero abandonar al extravío, un término clásico, un adjetivo espacial y sobrio, me hacen de repente, como una luz solar, ver clara delante de mí la página escrita durmientemente, y las letras de mi tinta de la pluma son un mapa absurdo de signos mágicos. Y me dejo como a la pluma, y tercio la capa de reclinarme sin nexo, lejano, lejano, intermedio y súcubo, final como un náufrago ahogándose etc.

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Volver puramente literaria la receptividad de los sentidos, y las emociones, cuando acaso se rebajan a aparecer; convertirlas en materia aparecida para con ella esculpir estatuas de palabras fluidas y […]

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…la acuidad dolorosa de mis sensaciones, incluso de las que sean de alegría; la alegría de la acuidad de mis sensaciones, aunque sean de tristeza.

272

Súbdito incoherente de todas las sensaciones que hieren más allá de la razón de ser de la herida, celoso de todos los derechos de lo absurdo y de lo (…)

273

educación sentimental (¿)

Para quien hace del sueño la vida, y del cultivo en estufa de sus sensaciones una religión y una política, para ése, el primer paso, lo que acusa en el alma que ha dado el primer paso, es el sentir las cosas mínimas extraordinaria y desmedidamente. Éste es el primer paso,' y el paso simplemente primero no es más que esto. Saber poner en el saboreo de una taza de té la voluptuosidad extremada que el hombre normal sólo puede encontrar en las grandes alegrías que proceden de la ambición súbitamente satisfecha por completo o de las añoranzas de repente desaparecidas, o bien en los actos carnales y finales del amor; poder encontrar en la visión de un ocaso o en la contemplación de un detalle decorativo esa exasperación de sentirlos que generalmente sólo puede producir, no lo que se ve o se oye, sino lo que se huele y se saborea -esa proximidad del objeto de la sensación que sólo las sensaciones carnales (el tacto, el gusto, el olfato) esculpen al llegar a la conciencia; poder convertir la visión interior, el oído del sueño- todos los sentidos supuestos y de lo supuesto -en recibidores y tangibles como sentidos vueltos hacia lo exterior: escojo éstas, y supónganse las análogas, de entre las sensaciones que el cultivador de sentirse logra, educado ya, espasmar para que den una noción concreta y próxima de lo que trato de decir.

El llegar, sin embargo, a este grado de sensación acarrea al amante de sensaciones el correspondiente peso o gravamen físico de que correspondientemente siente, con idéntica exasperación consciente, lo que de doloroso endosa de lo exterior, y a veces también de lo interior, sobre su momento de atención. Es cuando así constata que sentir excesivamente, si a veces es gozar en exceso, otras es sufrir con prolijidad, y porque lo constata, es por lo que el soñador es llevado a dar el segundo paso en su ascensión hacia sí mismo. Dejo aparte el paso que podrá o no dar, y que, según pueda o no darlo, determinará tal o tal otra actitud, manera de marchar, en los pasos que va dando, según pueda o no aislarse por completo de la vida real (si es rico o no -redunda en eso). Porque supongo comprendido en las entrelineas de lo que narro que, según sea o no posible al soñador aislarse y darse a sí, o no sea, con menor o mayor, intensidad debe concentrarse sobre su obra de despertar morbosamente el funcionamiento de sus sensaciones de las cosas y de los sueños. Quien tiene que vivir entre los hombres, activamente y encontrándolos -y es realmente posible reducir al mínimo la intimidad que se ha de tener con ellos (la intimidad, y no el mero contacto, con gente, es lo que es perjudicial)-, tendrá que hacer helarse a su superficie de convivencia para que todo gesto fraternal y social a él dirigido resbale y no entre o no se imprima. Parece mucho esto, pero es poco. Los hombres son fáciles de alejar: basta con no aproximarnos. En fin, paso sobre este punto y vuelvo a lo que estaba explicando.

El crear una agudeza y una complejidad inmediata a las sensaciones más simples y fatales conduce, decía, si a aumentar inmoderadamente el placer que produce sentir, también a elevar con despropósito el sufrimiento que procede de sentir. Por eso el segundo paso del soñador deberá ser el evitar el sufrimiento. No deberá evitarlo como un estoico o un epicúreo de la primera manera: desedificándose [277], porque así se endurecerá para el placer, lo mismo que para el dolor. Deberá, por el contrario, ir a buscar al dolor el placer, y pasar en seguida a educarse para sentir el dolor falsamente, es decir, a tener, al sentir el dolor, un placer cualquiera. Hay varios caminos hacia esa actitud. Uno es aplicarse exageradamente a analizar el dolor, habiendo preliminarmente dispuesto al espíritu, y ante el placer no analizar sino sólo sentir; es una actitud más fácil, para los superiores, claro, de lo que parece al decirla. Analizar el dolor y acostumbrarse a entregar al dolor siempre que aparece, y hasta que esto ocurra instintivamente, al análisis añade a todo dolor el placer de analizar. Una vez exagerado el poder y el instinto de analizar, su ejercicio lo absorbe pronto todo y del dolor sólo queda una materia indefinida para el análisis.

Otro método, más sutil éste y más difícil, es acostumbrarse a encarnar al dolor en una determinada figura ideal. Crear otro Yo que sea el encargado de sufrir en nosotros, de sufrir lo que sufrimos. Crear después un sadismo interior, todo masoquista, que disfrute su sufrimiento como si fuese el de otro. Este método -cuyo aspecto primero, leído, es de imposible- no es fácil, pero está lejos de presentar dificultades para los entrenados en la mentira interior. Pero es eminentemente realizable. Y entonces, una vez conseguido esto, qué sabor a sangre y a enfermedad, qué extraño amargor de gozo lejano y decadente, visten el dolor y el sufrimiento: doler se emparenta con el inquieto y enojoso auge de los espasmos. Sufrir, el sufrir largo y lento, tiene el amarillo íntimo de la vaga felicidad de las convalecencias profundamente sentidas. Y un refinamiento consumido con desasosiego y enfermedad aproxima esa sensación compleja a la inquietud que causan los placeres con la idea de que huirán, y a la dolencia que los placeres sacan del antecansancio que nace de pensar en el cansancio que provocarán.

Hay un tercer método para sutilizar en placeres los dolores y hacer de las dudas y de las inquietudes un blando lecho. Es el dar a las angustias y a los sufrimientos, mediante una aplicación irritada de la atención, una intensidad tan grande que, por su propio exceso, traigan el placer del exceso, así como mediante la violencia sugieran, a quien por hábito y educación del alma al placer se consagra y dedica, el placer que duele porque es mucho placer, el gozo que sabe a sangre porque ha herido. Y cuando, como en mí -refinador que soy de refinamientos falsos, arquitecto que me construyo con sensaciones sutilizadas a través de la inteligencia, de la abdicación de la vida, del análisis y del propio dolor-, los tres métodos son empleados juntamente, cuando un dolor, sentido inmediatamente, y sin demoras para la estrategia íntima, es analizado hasta la impasibilidad, situado en un Yo exterior hasta la tiranía, y enterrado en mí hasta el auge de ser dolor, entonces me siento yo verdaderamente el triunfador y el héroe. Entonces me para la vida, y el arte se arroja a mis pies.

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