Ramón del Valle-Inclán
Tirano Banderas: Novela de tierra caliente
© 1926
Prólogo de Darío Villanueva
Han pasado ya más de setenta años desde la publicación de esta novela de Valle-Inclán, acaso la más innovadora de cuantas se hayan escrito en nuestra lengua a lo largo del primer tercio del siglo XX y la que sin duda ha ejercido mayor influencia en la narrativa hispanoamericana posterior, como modelo patrón de lo que se daría en llamar «novela de dictador», que tuvo, por caso, dignísimas herederas de Tirano Banderas en El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos, o en El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez.
En Valle-Inclán, que ya había viajado en 1892 al México descolonizado, influyó mucho menos el llamado «desastre del 98», cuyo centenario acabamos de conmemorar, que otros dos grandes momentos históricos de los que el escritor fue testigo de excepción: la primera guerra mundial, que vivió directamente en el frente de Verdún, comisionado por la agencia Prensa Latina y el periódico El Imparcial , y la consolidación institucional de la Revolución mexicana que tanto le impresionó en 1921 cuando su segundo viaje a aquella República como huésped de honor del general Obregón. Pocos intelectuales europeos, además, siguieron con mayor interés la trayectoria de la Revolución soviética. Todo ello influyó en el nuevo rumbo que su trayectoria literaria adquiere entre 1917, fecha de publicación de La media noche. Visión estelar de un momento de guerra , y 1924, año de la versión definitiva de su esperpento Luces de bohemia . Basta para justificar este quiebro la comparación entre la República imaginaria de Santa Trinidad de Tierra Firme en Tirano Banderas , novela de 1926 que don Ramón escribe bajo la égida del dictador Primo de Rivera y en la que los gachupines son cómplices abyectos de la tiranía, y el México de la Sonata de estío , publicada en 1903, adonde el marqués de Bradomín llega imbuido de sueños imperiales, recordando a Hernán Cortés, el «aventurero extremeño», y fingiendo desdén ante la belleza de la Niña Chole como su antepasado Gonzalo de Sandoval, fundador del reino de Nueva Galicia, lo había fingido ante sus prisioneras las princesas aztecas. Acaso por este desacompasado ciclo ideológico en relación con los demás escritores de su grupo generacional, Pedro Salinas pudo calificar a Valle-Inclán como «hijo pródigo del 98».
En una conversación con Gregorio Martínez Sierra publicada a finales de 1928, Valle explica uno de los elementos fundamentales para la concepción no sólo de Tirano Banderas sino también de El Ruedo Ibérico : «Creo que la novela camina paralelamente con la historia y los movimientos políticos. En esta hora de socialismo y comunismo, no me parece que pueda ser el individuo humano héroe principal de la sociedad, sino los grupos sociales. La historia y la novela se inclinan con la misma curiosidad sobre el fenómeno de las multitudes».
Tirano Banderas , la novela que Valle-Inclán prefería entre las suyas, es un modelo de construcción narrativa, fundamentada en una poética profundamente innovadora que se basa en la reducción temporal -«la angostura del tiempo», como la denominaba su autor-, el fragmentarismo de la acción, articulada a modo de secuencias o «estampas», e, incluso, la «visión estelar» que le permitía a Valle narrar acontecimientos simultáneos y por lo tanto de alcance supraindividual.
En cuanto a su protagonista, el título pudiera llevarnos a engaño, pues no se trata tanto de pintar a un tirano individual como denunciar la degradación de la persona por la tiranía. Ese afán de totalidad que singulariza a Valle le lleva a concebir una República imaginaria, la de Santa Trinidad de Tierra Firme, que quintaesenciase la América hispana mediante la concurrencia significativa de tres castas, cada una representada por tres individuos. Los insurgentes son criollos: Filomeno Cuevas, el doctor Sánchez Ocaña y Roque Cepeda, en quien Valle expresa su admiración por el personaje histórico de Francisco Madero. Frente a ellos, los despreciables gachupines: el embajador de España, el ricacho don Celes y el usurero Peredita. Y son indios, el revolucionario Zacarías el Cruzado, «el paria que sufre el duro castigo del chicote», en palabras del mismo Valle a Martínez Sierra, y Santos Banderas, el Tirano con rasgos no sólo de un autócrata, sino, como el novelista reveló en una carta a Alfonso Reyes, «del doctor Francia, de Rosas, de Melgarejo, de López y de don Porfirio», Porfirio Díaz contra el que luchó Madero.
Ese completo diseño social e histórico que deja al margen cualquier posible interpretación épica o individualista de la novela, alcanza también a la lengua, que es -cito de una carta valleinclaniana a Alfonso Reyes fichada en 1923- «una suma de todos los países de lengua española, desde el modo lépero al modo gaucho». En cierto modo se puede afirmar, por lo tanto, que Valle no escribe su Tirano Banderas en castellano ni en español, sino en una koiné hispánica de inabarcables fronteras, que van desde California a la Patagonia, a lo que hay que añadir, en esta como en otras obras de su autor; numerosos galleguismos léxicos y sintácticos, voces arcaicas y hablas jergales. Una lengua de todos que proclama el ideal de una comunicación democrática y universal, acorde con los estímulos ideológicos que la fascinante historia del primer tercio del siglo XX propiciaba. Una lengua que, a la vez y en asombroso sincretismo, aporta toda una interpretación estética y filosófica de la realidad.
Se ha advertido en la articulación secuencial de sus «estampas» ciertas influencias cinematográficas en Tirano Banderas , novela que sería finalmente llevada al cine por José Luis García Sánchez en 1993. Efectivamente, Valle-Inclán creía ya en las posibilidades estéticas y expresivas del llamado séptimo arte. Al mismo tiempo que denunciaba la profunda crisis en que el teatro estaba sumido y afirmaba que «si Lope de Vega viviese hoy, lo más probable es que no fuese autor dramático, sino novelista», definía el cine con estas encendidas palabras en una entrevista con el periodista «El Caballero Audaz» fechada en 1928: «Ése es el teatro nuevo, moderno. La visualidad. Más de los sentidos corporales; pero es arte. Un nuevo arte. El nuevo arte plástico. Belleza viva». El ejemplo de Valle-Inclán es sumamente representativo en cuanto a un proyecto experimental de aprovechamiento y fusión de teatro, narración novelesca y cine, y en ese sincretismo puede residir, en gran medida, el aura de modernidad que su obra literaria en general, y Tirano Banderas en particular, conserva hasta hoy.
A lo largo de las páginas de Tirano Banderas el tiempo se va plasmando en múltiples enclaves especiales de Santa Fe de Tierra Firme: el cuartel del Presidente y su cárcel de Santa Mónica; el Casino Español y la redacción del periódico que define los intereses de sus socios gachupines; el Circo Harris y el burdel de la Cucarachita; la legación española y la embajada inglesa… Así podemos percibir en profundidad, y con un marcado propósito de contrastación dialéctica entre las distintas clases sociales y posturas individuales, cómo se va preparando la rebelión del pueblo contra la tiranía, cuáles son los agravios que aquél padece y las añagazas que ésta y sus aliados oponen al triunfo de la causa justa. Valle-Inclán está inventando la técnica más idónea a tal propósito. Siete años después, por ejemplo, André Malraux hará uso de ella en La Condition Humaine para narrar el ímpetu colectivo, unánime y simultáneo de los revolucionarios en China.
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