Ramón Valle-Inclán - Tirano Banderas - Novela de tierra caliente

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Tirano Banderas: Novela de tierra caliente: краткое содержание, описание и аннотация

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Novela excepcional y única en el paisaje literario de su tiempo, es considerada con frecuencia como la obra maestra de Valle-Inclán. Sobre el trasfondo de las dictaduras presidencialistas hispanoamericanas y las grandes revoluciones del siglo XIX, teje don Ramón una narración en la que el auténtico protagonista es el pueblo, y el tema central la degradación del hombre por el hombre. Un imaginario país, Santa Fe de Tierra Firme, vive sometido a la dictadura del general Santos Banderas, hombre "cruel y vesánico" al que se enfrenta una oposición empujada por alucinados románticos visionarios con aires de redentores místicos. A través del proceso esperpentizador, pone Valle el dedo acusador allí donde duele, denunciando y fustigando cualquier sistema político que rebaje la condición humana a las fronteras de la animalidad. Pero el auténtico prodigio de Tirano Banderas está en la lengua utilizada: fascinadora y desazonante. Valle-Inclán ofrece aquí un documento excepcional en el que quedan unidas para siempre las dos orillas de nuestra lengua, su infinita variedad concreta.

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– ¡Tres días con sus noches en ayuno y en vela!

– ¡Arrea!

Era el que tan castizo apostillaba un vinatero montañés, chaparro y negrote, con el pelo en erizo, y el cuello de toro desbordante sobre la tirilla de celuloide: La voz fachendosa tenía la brutalidad intempestiva de una claque de teatro. Tirano Banderas sacó la petaca y ofreció a todos su picadura de Virginia:

– Pues, como les platicaba, el corazón se destroza, y las responsabilidades de la gobernación llegan a constituir una carga demasiado pesada. Busquen al hombre que sostenga las finanzas, al hombre que encauce las fuerzas vitales del país. La República, sin duda, tiene personalidades que podrán regirla con más acierto que este viejo valetudinario. Pónganse de acuerdo todos los elementos representativos, así nacionales como extranjeros…

Hablaba meciendo la cabeza de pergamino: La mirada, un misterio tras las verdosas antiparras. Y la ringla de gachupines balanceaba un murmullo, señalando su aduladora disidencia. Cacareó Don Celestino:

– ¡Los hombres providenciales no pueden ser reemplazados sino por hombres providenciales!

La fila aplaudió, removiéndose en las losetas, como ganado inquieto por la mosca. Tirano Banderas, con un gesto cuáquero, estrechó la mano del pomposo gachupín:

– Quédese, Don Celes, y echaremos un partido de ranita.

– ¡Muy complacido!

Tirano Banderas, trasmudándose sobre su última palabra, hacía a los otros gachupines un saludo frío y parco:

– A ustedes, amigos, no quiero distraerles de sus ocupaciones. Me dejan mandado.

VI

Una mulata entrecana, descalza, temblona de pechos, aportó con el refresco de limonada y chocolate, dilecto de frailes y corregidores, cuando el virreinato. Con tintín de plata y cristales en las manos prietas, miró la mucama al patroncito, dudosa, interrogante. Niño Santos, con una mueca de la calavera, le indicó la mesilla de campamento que, en el vano de un arco, abría sus compases de araña. La mulata obedeció haldeando. Sumisa, húmeda, lúbrica, se encogía y deslizaba. Mojó los labios en la limonada Niño Santos:

– Consecutivamente, desde hace cincuenta años, tomo este refresco, y me prueba muy medicinal… Se lo recomiendo, Don Celes.

Don Celes infló la botarga:

– ¡Cabal, es mi propio refresco! Tenemos los gustos parejos, y me siento orgulloso. ¡Cómo no!

Tirano Banderas, con gesto huraño, esquivó el humo de la adulación, las volutas enfáticas. Manchados de verde los cantos de la boca, se encogía en su gesto soturno:

– Amigo Don Celes, las revoluciones, para acabarlas de raíz, precisan balas de plata.

Reforzó campanudo el gachupín:

– ¡Balas que no llevan pólvora ni hacen estruendo!

– La momia acogió con una mueca enigmática:

– Ésas, amigo, que van calladas, son las mejores. En toda revolución hay siempre dos momentos críticos: El de las ejecuciones fulminantes, y el segundo momento, cuando convienen las balas de plata. Amigo Don Celes, recién esas balas, nos ganarían las mejores batallas. Ahora la política es atraerse a los revolucionarios. Yo hago honor a mis enemigos, y no se me oculta que cuentan con muchos elementos simpatizantes en las vecinas Repúblicas. Entre los revolucionarios, hay científicos que pueden con sus luces laborar en provecho de la Patria. La inteligencia merece respeto. ¿No le parece, Don Celes?

Don Celes asentía con el grasiento arrebol de una sonrisa:

– Es un todo de acuerdo. ¡Cómo no!

– Pues para esos científicos quiero yo las balas de plata: Hay entre ellos muy buenas cabezas que lucirían en cotejo con las eminencias del Extranjero. En Europa, esos hombres pueden hacer estudios que aquí nos orienten. Su puesto está en la Diplomacia… En los Congresos Científicos… En las Comisiones que se crean para el Extranjero.

Ponderó el ricacho:

– ¡Eso es hacer política sabia!

Y susurró confidencial Generalito Banderas:

– Don Celes, para esa política preciso un gordo amunicionamiento de plata. ¿Qué dice el amigo? Séame leal, y que no salga de los dos ninguna cosa de lo hablado. Le tomo por consejero, reconociendo lo mucho que vale.

Don Celes soplábase los bigotes escarchados de brillantina y aspiraba, deleite de sibarita, las auras barberiles que derramaba en su ámbito. Resplandecía, como búdico vientre, el cebollón de su calva, y esfumaba su pensamiento un sueño de orientales mirajes: La contrata de vituallas para el Ejército Libertador. Cortó el encanto Tirano Banderas:

– Mucho lo medita, y hace bien, que el asunto tiene coda la importancia.

Declamó el gachupín, con la mano sobre la botarga:

– Mi fortuna, muy escasa siempre, y estos tiempos harto quebrantada, en su corta medida está al servicio del Gobierno. Pobre es mi ayuda, pero ella representa el fruto del trabajo honrado en esta tierra generosa, a la cual amo como a una patria de elección.

Generalito Banderas interrumpió con el ademán impaciente de apartarse un tábano:

– ¿La Colonia Española no cubriría un empréstito?

– La Colonia ha sufrido mucho estos tiempos. Sin embargo, teniendo en cuenta sus vinculaciones con la República…

El Generalito plegó la boca, reconcentrado en un pensamiento:

– ¿La Colonia Española comprende hasta dónde peligran sus intereses con el ideario de la Revolución? Si lo comprende, trabájela usted en el sentido indicado. El Gobierno sólo cuenta con ella para el triunfo del orden: El país está anarquizado por las malas propagandas.

Inflóse Don Celes:

– El indio dueño de la tierra es una utopía de universitarios.

– Conformes. Por eso le decía que a los científicos hay que darles puestos fuera del país, adonde su talento no sea perjudicial para la República. Don Celestino, es indispensable un amunicionamiento de plata, y usted queda comisionado para todo lo referente. Véase con el Secretario de Finanzas. No lo dilate. El Licenciadito tiene estudiado el asunto y le pondrá al corriente: Discutan las garantías y resuelvan violento, pues es de la mayor urgencia balear con plata a los revolucionarios. ¡El extranjero acoge las calumnias que propalan las Agencias! Hemos protestado por la vía diplomática para que sea coaccionada la campaña de difamación, pero no basta. Amigo Don Celes, a su bien tajada péñola le corresponde redactar un documento que, con las firmas de los españoles preeminentes, sirva para ilustrar al Gobierno de la Madre Patria. La Colonia debe señalar una orientación, hacerles saber a los estadistas distraídos que el ideario revolucionario es el peligro amarillo en América. La Revolución representa la ruina de los estancieros españoles. Que lo sepan allá, que se capaciten. ¡Es muy grave el momento, Don Celestino! Por rumores que me llegaron, tengo noticia de cierta actuación que proyecta el Cuerpo Diplomático. Los rumores son de una protesta por las ejecuciones de Zamalpoa. ¿Sabe usted si esa protesta piensa suscribirla el Ministro de España?

Al rico gachupín se le enrojeció la calva:

– ¡Sería una bofetada a la Colonia!

– ¿Y el Ministro de España, considera usted que sea sujeto para esas bofetadas?

– Es hombre apático… Hace lo que le cuesta menos trabajo. Hombre poco claro.

– ¿No hace negocios?

– Hace deudas, que no paga. ¿Quiere usted mayor negocio? Mira como un destierro su radicación en la República.

– Qué se teme usted ¿una pendejada?

– Me la temo.

– Pues hay que evitarla.

El gachupín simuló una inspiración repentina, con palmada en la frente panzona:

– La Colonia puede actuar sobre el Ministro.

Dos Santos rasgó con una sonrisa su verde máscara indiana:

– Eso se llama meter el tejo por la boca de la ranita. Conviene actuar violento. Los españoles aquí radicados tienen intereses contrarios a las utopías de la Diplomacia. Todas esas lucubraciones del protocolo suponen un desconocimiento de las realidades americanas. La Humanidad, para la política de estos países, es una entelequia con tres cabezas: El criollo, el indio y el negro. Tres Humanidades. Otra política para estos climas es pura macana.

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