Ramón Valle-Inclán - Tirano Banderas - Novela de tierra caliente

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Tirano Banderas: Novela de tierra caliente: краткое содержание, описание и аннотация

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Novela excepcional y única en el paisaje literario de su tiempo, es considerada con frecuencia como la obra maestra de Valle-Inclán. Sobre el trasfondo de las dictaduras presidencialistas hispanoamericanas y las grandes revoluciones del siglo XIX, teje don Ramón una narración en la que el auténtico protagonista es el pueblo, y el tema central la degradación del hombre por el hombre. Un imaginario país, Santa Fe de Tierra Firme, vive sometido a la dictadura del general Santos Banderas, hombre "cruel y vesánico" al que se enfrenta una oposición empujada por alucinados románticos visionarios con aires de redentores místicos. A través del proceso esperpentizador, pone Valle el dedo acusador allí donde duele, denunciando y fustigando cualquier sistema político que rebaje la condición humana a las fronteras de la animalidad. Pero el auténtico prodigio de Tirano Banderas está en la lengua utilizada: fascinadora y desazonante. Valle-Inclán ofrece aquí un documento excepcional en el que quedan unidas para siempre las dos orillas de nuestra lengua, su infinita variedad concreta.

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– ¡Mueraaa!…

– ¡Mueran los gachupines!

– ¡Mueran!…

III

El Casino Español -floripondios, doradas lámparas, rimbombantes moldurones- estallaba rubicundo y bronco, resonante de bravatas. La Junta Directiva clausuraba una breve sesión, sin acta, con acuerdos verbales y secretos. Por los salones, al sesgo de la farra valentona, comenzaban solapados murmullos. Pronto corrió, sin recato, el complot para salir en falange y deshacer el mitin a estacazos. La charanga gachupina resoplaba un bramido patriota: Los calvos tresillistas dejaban en el platillo las puestas: Los cerriles del dominó golpeaban con las fichas y los boliches de gaseosas: Los del billar salían a los balcones blandiendo los tacos. Algunas voces tartufas de empeñistas y abarroteros, reclamaban prudencia y una escolta de gendarmes para garantía del orden. Luces y voces ponían una palpitación chula y politiquera en aquellos salones decorados con la emulación ramplona de los despachos ministeriales en la Madre Patria: De pronto la falange gachupina acudió en tumulto a los balcones. Gritos y aplausos:

– ¡Viva España!

– ¡Viva el General Banderas!

– ¡Viva la raza latina!

– ¡Viva el General Presidente!

– ¡Viva Don Pelayo!

– ¡Viva el Pilar de Zaragoza!

– ¡Viva Don Isaac Peral!

– ¡Viva el comercio honrado!

– ¡Viva el Héroe de Zamalpoa!

En la calle, una tropa de caballos acuchillaba a la plebe ensabanada y negruzca, que huía sin sacar el facón del pecho.

IV

Bajo la protección de los gendarmes, la gachupia balandrona se repartió por las mesas de la terraza. Desafíos, jactancias, palmas. Don Celes tascaba un largo veguero entre dos personajes de su prosapia: Míster Contum, aventurero yanqui con negocios de minería, y un estanciero español, señalado por su mucha riqueza, hombre de cortas luces, alavés duro y fanático, con una supersticiosa devoción por el principio de autoridad que aterroriza y sobresalta. Don Teodosio del Araco, ibérico granítico, perpetuaba la tradición colonial del encomendero. Don Celes peroraba con vacua egolatría de ricacho, puesto el hito de su elocuencia en deslumbrar al mucamo que le servía el café. La calle se abullangaba. La pelazón de indios hacía rueda en torno de las farolas y retretas que anunciaban el mitin. Don Teodosio, con vinagre de inquisidor, sentenció lacónico:

– ¡Vean no más, qué mojiganga!

Se arreboló de suficiencia Don Celes:

– El Gobierno del General Banderas, con la autorización de esta propaganda, atestigua su respeto por todas las opiniones políticas. ¡Es un acto que acrecienta su prestigio! El General Banderas no teme la discusión, autoriza el debate. Sus palabras, al conceder el permiso para el mitin de esta noche, merecen recordarse: «En la ley encontrarán los ciudadanos el camino seguro para ejercitar pacíficamente sus derechos.» ¡Convengamos que así sólo habla un gran gobernante! Yo creo que se harán históricas las palabras del Presidente.

Apostilló lacónico Don Teodosio del Araco:

– ¡Lo merecen!

Míster Contum consultó su reloj:

– Estar mucho interesante oír los discursos. Así mañana estar bien enterado mí. Nadie lo contar mí. Oírlo de las orejas.

Don Celes arqueaba la figura con vacua suficiencia.

– ¡No vale la pena de soportar el sofoco de esa atmósfera viciada!

– Mí interesarse por oír a Don Roque Cepeda.

Y Don Teodosio acentuaba su rictus bilioso:

– ¡Un loco! ¡Un insensato! Parece mentira que hombre de su situación financiera se junte con los rotos de la revolución, gente sin garantías.

Don Celes insinuaba con irónica lástima:

– Roque Cepeda es un idealista.

– Pues que lo encierren.

– Al contrario: Dejarle libre la propaganda. ¡Ya fracasará!

Don Teodosio movía la cabeza, recomido de suspicacias:

– Ustedes no controlan la inquietud que han llevado al indio del campo las predicaciones de esos perturbados. El indio es naturalmente ruin, jamás agradece los beneficios del patrón, aparenta humildad y está afilando el cuchillo: Sólo anda derecho con el rebenque: Es más flojo, trabaja menos y se emborracha más que el negro antillano. Yo he tenido negros, y les garanto la superioridad del moreno sobre el indio de estas Repúblicas del Mar Pacífico.

Dictaminó Míster Contum, con humorismo fúnebre:

– Si el indio no ser tan flojo, no vivir mucho demasiado seguros los cueros blancos en este Paraíso de Punta de Serpientes. Abanicándose con el jipi, asentía Don Celes:

¡Indudable! Pero en ese postulado se contiene que el indio no es apto para las funciones políticas.

Don Teodosio se apasionaba:

– Flojo y alcoholizado, necesita el fustazo del blanco que le haga trabajar y servir a los fines de la sociedad.

Tornó el yanqui de los negocios mineros:

– Míster Araco, si puede estar una preocupación el peligro amarillo, ser en estas Repúblicas.

Don Celes infló la botarga patriótica, haciendo sonar todos los dijes de la gran cadena que, tendida de bolsillo a bolsillo, le ceñía la panza:

– Estas Repúblicas, para no desviarse de la ruta civilizadora, volverán los ojos a la Madre Patria. ¡Allí refulgen los históricos destinos de veinte naciones!

Mister Contum alargó, con un gesto desdeñoso, su magro perfil de loro rubio:

– Si el criollaje perdura como dirigente, lo deberá a los barcos y a los cañones de Norteamérica.

El yanqui entornaba un ojo, mirándose la curva de la nariz. Y la pelazón de indios seguía gritando en torno de las farolas que anunciaban el mitin:

– ¡Muera el Tío Sam!

– ¡Mueran los gachupines!

– ¡Muera el gringo chingado!

V

El Director de El Criterio Español, es un velador inmediato, sorbía el refresco de piña, soda y kirsch que hizo famoso al cantinero del Metropol Room. Don Celes, redondo y pedante, abanicándose con el jipi, salió a los medios de la acera:

– ¡Mi felicitación por el editorial! En todo conforme con su tesis.

El Director-Propietario de El Criterio Español tenía una pluma hiperbólica, patriotera y ramplona, con fervientes devotos en la gachupina de empeñistas y abarroteros. Don Nicolás Díaz del Rivero, personaje cauteloso y bronco, disfrazaba su falsía con el rudo acento del Ebro: En España hablase titulado carlista, hasta que estafó la caja del 7.° de Navarra: En Ultramar exaltaba la causa de la Monarquía Restaurada: Tenía dos grandes cruces, un título flamante de conde, un Banco sobre prendas y ninguna de hombre honesto. Don Celes se acercó confidencial, el jipi sobre la botarga, apartándose el veguero de la boca y tendiendo el brazo con ademán aparatoso:

– ¿Y qué me dice de la representación de esta noche? ¿Leeremos la reseña mañana?

– Lo que permita el lápiz rojo. Pero, siéntese usted, Don Celes. Tengo destacados mis sabuesos, y no dejará de llegar alguno con noticias. ¡Ojalá no tengamos que lamentar esta noche alguna grave alteración del orden! En estas propagandas revolucionarias las pasiones se desbordan…

Don Celes arrastró una mecedora, y se apoltronó, siempre abanicándose con el panameño:

– Si ocurriese algún desbordamiento de la plebe, yo haría responsable a Don Roque Cepeda. ¿Ha visto usted ese loco lindo? No le vendría mal una temporada en Santa Mónica.

El Director de El Criterio Español se inclinó, confidencial, apagando la procelosa voz, cubriéndola con un gran gesto arcano:

– Pudiera ser que ya le tuviesen armada la ratonera. ¿Qué impresiones ha sacado usted de su visita al General?

– Al General le inquieta la actitud del Cuerpo Diplomático. Tiene la preocupación de no salirse de la legalidad, y eso a mi ver justifica la autorización para el mitin. O quizás lo que usted indicaba recién. ¡Una ratonera!…

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