Antonio Álvarez Gil - Perdido en Buenos Aires

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Perdido en Buenos Aires: краткое содержание, описание и аннотация

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En septiembre y noviembre de 1927 se celebró en Buenos Aires uno de los encuentros más apasionantes en la historia del ajedrez mundial. El cubano José Raúl Capablanca perdió el título de campeón mundial ante el jugador ruso-francés Alexander Alekhine. Esta novela recrea aquellos hechos. Por las páginas de Perdido en Buenos Aires desfilan Carlos Gardel y otras figuras del escenario y la farándula de la ciudad.

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Digerida la disertación de Fresnedo, Capablanca volvió a traer a colación el tema de la música local. Se reconoció amante del tango, y reveló sentirse muy feliz de que su viaje a Buenos Aires coincidiera con un período en el que el tango estaba presente por doquier. En el centro de la ciudad no había cuadra donde no existiera confitería, cine, salón o café que no difundiera el tango o la milonga. Y en todos ellos actuaban músicos y cantantes de valor.

– A mí antes me gustaba la música típica de este país – dijo aún el cubano, sinceramente conmovido – ; ahora la amo. Yo tengo algunos discos en mi casa; pero cuando parta de regreso, pienso llevarme una maleta llena.

Al oírlo hablar de esa manera, todos los reunidos alrededor de la mesa lo miraron sin esconder su agrado. Gardel levantó la mano con el índice apuntando hacia arriba.

– Cuente con los míos. Le regalaré la colección completa.

– Y con algunos míos – dijo Fresnedo desde el otro lado de la mesa.

– Y con los míos también. Es decir, si los quisiera.

La última en hablar había sido Nina Mederos, que apenas lo había hecho antes. Entonces Capablanca se fijó en ella y le sonrió.

– No faltaba más. Por cierto, me ha gustado mucho su estilo de cantar.

– Gracias – dijo halagada la cantante, sonriendo con la mirada a Capablanca y, de paso, examinando brevemente a Marina Lemm. Ésta, por su parte, también sonrió, en consonancia con el ambiente de alegría general que reinaba en la mesa.

En este punto apareció un individuo con cara de dueño del café y se acercó a Gardel. Después de saludar calurosamente al cantor, se volvió hacia Capablanca y le tendió la mano. Luego saludó a Nina Mederos y a los demás. Finalmente, fue a sentarse entre los músicos del cuarteto e intercambió algunas palabras con Osvaldo Fresnedo. Bien pronto, éste y sus hombres se pusieron de pie y se dirigieron al estrado para continuar con su actuación.

– Bueno, señor Capablanca – comenzó a decir Marina, en un tono mucho más comedido y respetuoso de lo que él hubiera esperado – , ¿por qué no nos cuenta algo de su experiencia profesional? Dicen que su récord de victorias es impresionante. Es casi imbatible.

– ¡Qué va, amiga! En este mundo nadie es imbatible – se defendió él – . Esos son cuentos de camino y la mejor prueba fue la partida del debut. El nivel de los maestros internacionales es bastante parejo. Tienes un mal día y caes ante cualquier rival.

Gardel movió la cabeza, como si espantara una idea desagradable.

– Ya lo ha dicho usted: «un mal día». Pero aquí todos conocemos algún que otro detalle de su historia profesional y sabemos que casi nunca pierde. Y le aseguro que Buenos Aires pasará a la historia como el lugar en que el gran José Raúl Capablanca defendió y mantuvo el título de campeón mundial de ajedrez. ¿No piensan ustedes lo mismo? – terminó diciendo, dirigiéndose al resto de la concurrencia.

Los aludidos estuvieron ruidosamente de acuerdo. Y entonces Razzano propuso un brindis por la victoria del campeón. Así lo hicieron, y luego casi todos los presentes dijeron alguna palabra de apoyo a Capablanca. Algunos de ellos se deshicieron incluso en halagos hacia el cubano. De repente todos sabían algo de ajedrez, todos estaban al día del campeonato y hasta conocían detalles de su partida contra Alekhine. Y todos estuvieron convencidos de que Capablanca retendría el título de campeón por muchos años. Por su parte, Guillermo Barbieri afirmó que sabía jugar bastante bien, y que asistía con frecuencia a un club para aficionados que había cerca de su casa. Le gustaría, si en algún momento el señor Capablanca disponía de tiempo, probar suerte con él. Éste le respondió que lo tendría en cuenta, sobre todo si se lo encontraba en alguna de las simultáneas que pensaba dar en Buenos Aires. De todos modos, dijo con una alegre sonrisa, le recomendaba que no dejara la carrera de músico, pues, además de hacerlo muy bien, con ella sí tenía el sustento asegurado, lo cual no podría decirse seguramente de la práctica del ajedrez.

– No crea, amigo – respondió Barbieri – la vida del músico es bastante dura.

Y miró al dueño del café, que para entonces se había cambiado a una silla más próxima y sonreía todo el tiempo, satisfecho de contar esa noche con invitados de tanto nivel. Capablanca, por su parte, dudaba para sus adentros. Le parecía poco probable que alguno de los allí presentes supiera en realidad en qué consistían sus méritos como jugador de ajedrez. Pero igualmente se sentía feliz de percibir tanto cariño y calor humano por parte de personas a quienes veía por primera vez. Si exceptuaba a Gardel, a quien tampoco conocía personalmente, no había visto nunca aquellas caras que ahora lo miraban con una sincera admiración. Entonces el cantor, que oficiaba de patriarca de aquella cofradía, puso la mano sobre el brazo de Capablanca y le dijo sonriente:

– No se preocupe por Guillermo, que lo suyo es tocar la guitarra. Eso sí, muy bien. Pero no creo que se atreva con las piezas del ajedrez. Y usted, ¿por qué mejor no nos dice cómo se siente en Buenos Aires? Ya se habrá dado cuenta de que los argentinos son gente muy cariñosa, ¿no?

Entonces reparó en que Nina Mederos lo estaba observando de un modo raro, quizás incluso provocador. Y se detuvo un breve instante en ella. No era una mujer hermosa, pero tenía ojos profundos y labios gruesos y sensuales. En aquel momento, precisamente, los distendía en una sonrisa que él no lograba descifrar. Cuando iba a responderle a Gardel, José Ricardo tomó la palabra y dijo divertido:

– Che Carlitos, no digás pavadas, que podés ponerlo al señor Capablanca en un aprieto.

– ¿Por qué? – dijo Nina Mederos, replicando a Ricardo, pero mirando de reojo a Marina Lemm – . ¿Acaso no es verdad que somos gente cariñosa?

– No, José – dijo Capablanca, dirigiéndose al guitarrista – no se preocupe. No son pavadas , como usted dice. Es cierto que siento mucho cariño aquí en la Argentina – y volviéndose hacia la Mederos – : Pero ustedes no son los únicos. Los cubanos también son muy cariñosos.

– Sí – respondió la aludida – , eso ya lo sabía yo. Todo el mundo lo dice – y, haciendo una pausa se levantó – . Y ahora les pido disculpas; tengo que irme a cantar.

Capablanca consideró que había llegado el momento de darle un vuelco a la conversación y dijo, para todos los que seguían allí:

– ¿Ninguno de ustedes ha estado en Cuba?

Gardel elevó la voz para decir:

– Todavía no; pero iré sin falta. Quizás incluso pronto. La verdad es que me gustaría mucho conocer a esa gente de su isla.

– Se la recomiendo. Le va gustar. Además, allí se le conoce y se le quiere mucho. Verá qué bien lo tratan.

– Sí – dijo Gardel. Su voz sonaba ufana – . Seguro que iré; pero será más adelante. Por ahora hay que seguir luchando por conquistar Europa. ¿Verdad, José?

Razzano levantó la copa y brindó por Cuba. Los demás lo imitaron. Luego Capablanca preguntó, de nuevo a Gardel:

– ¿Ha estado en España?

– Varias veces, en Madrid y en Barcelona; aunque también actuamos en Vitoria.

– Madrid es fabuloso – dijo Barbieri, que no había hablado mucho hasta ese instante, sobre todo La Gran Vía. ¡Qué de minas en la Gran Vía!

José Ricardo lo interrumpió burlón.

– ¿Querés que haga el cuento de la percanta que te encontraste en la Gran Vía?

Gardel fingió que les peleaba.

– Dejen eso para otro día. ¿No ven que hay una dama presente? Discúlpelos, señora. – Aquí hubo unos instantes de silencio y confusión, y Gardel volvió a dirigirse a Capablanca – . La última vez fue el año pasado. Grabamos en Barcelona y luego pasamos a Madrid y actuamos en el teatro Romea. Y el mes que viene, es decir, dentro de unos días, partiremos de nuevo.

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