Antonio Álvarez Gil - Perdido en Buenos Aires

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Perdido en Buenos Aires: краткое содержание, описание и аннотация

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En septiembre y noviembre de 1927 se celebró en Buenos Aires uno de los encuentros más apasionantes en la historia del ajedrez mundial. El cubano José Raúl Capablanca perdió el título de campeón mundial ante el jugador ruso-francés Alexander Alekhine. Esta novela recrea aquellos hechos. Por las páginas de Perdido en Buenos Aires desfilan Carlos Gardel y otras figuras del escenario y la farándula de la ciudad.

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Su voz sonaba desgarrada, llena de sentimiento, Pero, quienquiera que la cantara, esa canción le sonaría a él siempre entrañable y cercana. Entonces se plegó en la silla y continuó escuchando:

Tu amor se secó de golpe,

nunca dijiste por qué.

Yo me consuelo pensando

que fue traición de mujer.

Cuando Nina Mederos calló, el cuarteto siguió tocando, y Capablanca advirtió algo en lo que no había reparado nunca antes: Milonga Sentimental le recordaba a alguna canción cubana que por el momento no podía precisar.

Varón, pa’ quererte mucho,

varón, pa’ desearte el bien,

varón, pa’ olvidar agravios

porque ya te perdoné.

Tal vez no lo sepas nunca,

tal vez no lo puedas creer,

¡tal vez te provoque risa

verme tirao a tus pies!

La cantante volvió a detenerse, y desde el estrado llegó la percusión del tamboril. Y él sintió de nuevo, esta vez más intensamente, la relación de aquélla pieza con la música de su patria. Allí estaban las sonoridades del candombe, pero también las de un ritmo que había llegado a La Habana desde la provincia de Oriente y estaba por entonces muy en boga: el son cubano. Pero aquí, en el Café de los Angelitos de Buenos Aires, aquella mujer le ponía pasión, mucha pasión, sobre todo cuando decía:

Es fácil pegar un tajo

pa’ cobrar una traición,

o jugar en una daga

la suerte de una pasión.

Pero no es fácil cortarse

los tientos de un metejón,

cuando están bien amarrados

al palo del corazón.

Y después de una breve pausa, volvía a repetir:

Varón, pa’ quererte mucho,

varón, pa’ desearte el bien,

varón, pa’ olvidar agravios

porque ya te perdoné.

Tal vez no lo sepas nunca,

tal vez no lo puedas creer,

¡tal vez te provoque risa

verme tirao a tus pies!

Y seguía, cada vez con más emoción:

Milonga que hizo tu ausencia.

Milonga de evocación.

Milonga para que nunca

la canten en tu balcón.

Pa’ que vuelvas con la noche

y te vayas con el sol.

Pa’ decirte que sí a veces

o pa’ gritarte que no.

Finalmente, cuando ya Capablanca tenía los ojos húmedos por la emoción, llegó Marina de vuelta y se sentó a su lado. Para entonces, Nina Mederos repetía el cuplé, ya por última vez:

Varón, pa’ quererte mucho,

varón, pa’ desearte el bien,

varón, pa’ olvidar agravios

porque ya te perdoné.

Tal vez no lo sepas nunca,

tal vez no lo puedas creer,

¡tal vez te provoque risa

verme tirao a tus pies!

Tras lo cual, el cuarteto ejecutó el cierre y terminó su versión, que fue despedida con un tupido aplauso del público asistente. Marina lo observaba desde su asiento. Entonces, acercando todo lo que podía su rostro, dijo con voz ligeramente temerosa:

– ¿Qué te pasa que tenés los ojos húmedos? No me digas que esa mujer te ha emocionado tanto.

– No es la mujer – replicó él, saliendo ya del trance – , es la canción; pero no sé si podrías entenderme si te explico.

– Quizás. Probá a ver.

– Es que el arreglo que hizo ese cuarteto me ha recordado mucho algunos ritmos de mi tierra.

– Comprendo, claro que te comprendo – y cambiando radicalmente el tono, agregó – : Misión cumplida. He hablado con Gardel. Y, por supuesto, él quiere conocerte.

Capablanca sonrió, agradecido y feliz a la vez.

– Muchas gracias, Marina. Eres un encanto.

– Gardel también me agradeció por acordarme de él, en este caso.

– Bueno – dijo entonces Capablanca – , ¿cómo haremos? ¿Vamos para allá o qué?

– Él estaba cenando en compañía de algunos de sus músicos. Me dijo que me daría una señal.

Capablanca volvió a expresar su agradecimiento a la muchacha y desvió la vista hacia el estrado. Entonces reparó en que el cuarteto había dejado de tocar. Supuso que los músicos habían cogido un tiempo de pausa. Sin embargo, aún no había tenido tiempo de retomar el diálogo con Marina, cuando vio que tres hombres ascendían los peldaños del estrado y se acercaban al micrófono. Uno de ellos era Carlos Gardel; los otros, evidentemente, eran los guitarristas que lo acompañaban por entonces, un mulato alto y delgado y un individuo de apariencia rubicunda. Cada uno de ellos llevaba una guitarra en las manos. Cuando quería preguntarle a su compañera de qué iba la cosa ahora, Gardel se acercó al micrófono y dijo:

– Queridos amigos, respetable público. Esta noche se encuentra entre nosotros una persona a quien quiero dedicar esta canción que vamos a interpretar ahora. Este hombre es un cubano y, por naturaleza, un hermano de sangre y de cultura – aquí todos los presentes volvieron la cabeza, tratando de encontrar a alguien que pareciera cubano. Pronto dieron con él, quizás por el rubor que debía de estar enrojeciendo su rostro. Mientras, Gardel seguía hablando – . Pero este hombre no es cualquier cubano. Él es también una gloria de nuestros pueblos hispanoamericanos, un orgullo para todos nosotros. Se encuentra ahora en nuestra patria porque aquí en Buenos Aires se está celebrando – como quizás muchos de ustedes sepan – el campeonato mundial de ajedrez. Ese hombre es, señoras y señores, el gran José Raúl Capablanca, el campeón mundial del juego ciencia. Y para él quiero cantar esta canción. Espero que le guste.

Capablanca sentía que la piel del rostro le ardía, que no podía contener la emoción. Tenía los ojos húmedos, aunque por suerte estaba todavía lejos de dejar escapar la menor lágrima. Mientras buscaba protección en el rostro de Marina, que lo miraba llena de orgullo y regocijo, Capablanca vio, o más bien escuchó, cómo los tres hombres comenzaban a rasgar las cuerdas de sus guitarras. La melodía que salía de ellas era nada menos que la del tango que tanto lo había emocionado en la cena con Rolando Illa, es decir la de La Cumparsita . Sólo que aquí, en esta versión, tocada con guitarras, la canción se le aparecía en su forma original, tal como él imaginaba que la había compuesto el autor uruguayo. Parecía una canción campera. En cualquier caso, los tres hombres descendieron del estrado y, sin dejar de tocar, echaron a andar hacia él, hacia la mesa que ocupaba con Marina. Cuando llegaron junto a ellos, la vibrante voz de Carlos Gardel se elevó sobre la concurrencia, que parecía haber entrado en trance y guardaba un silencio absoluto. Y cantó:

Si supieras,
que aún dentro de mi alma,
conservo aquel cariño
que tuve para ti…
Quién sabe si supieras
que nunca te he olvidado,
volviendo a tu pasado
te acordarás de mí…

Y ahora sí, los ojos de Capablanca se llenaron de lágrimas, al punto que debió sacar el pañuelo y secárselos. Marina lo miraba también llena de emoción. Mientras tanto, Gardel seguía entonando los versos de aquel hermoso tango. Pero ya él apenas era capaz de distinguir una palabra de otra. Pese a ser una persona acostumbrada a los homenajes y las grandes puestas en escena, el detalle de aquellos argentinos – amigos, conocidos, de todos, en fin – había llegado a emocionarlo tanto que sintió que el pecho se le apretaba y que, aunque hubiera querido, no habría podido siquiera articular una palabra. Durante un tiempo imposible de determinar, Carlos Gardel y sus acompañantes estuvieron tocando la guitarra, cantando allí para él, que recibía además la caricia de los ojos de Marina. Y aquello era mucho más de lo que él había esperado del pueblo de Buenos Aires, de la Argentina toda. Qué importancia tenía el ajedrez, el campeonato del mundo, la partida perdida, comparados con aquella muestra de cariño y simpatía hacia su persona.

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