Jorge Molist - El Anillo

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En su veintisiete aniversario, Cristina, una prometedora abogada neoyorquina, algo engreída y snob, recibe dos anillos. El primero, con un gran brillante de compromiso, es de un rico agente de bolsa, mientras que el otro, un misterioso anillo antiguo, proviene de un remitente anónimo. Ella acepta ambos sin saber que son incompatibles y que el anillo de rojo rubí ha de arrastrarla a una aventura que le enseñará sobre la vida, el amor y la muerte, dándole una lección inolvidable que hará cambiar su destino y su visión del mundo para siempre. Empezando en Barcelona, Cristina recorrerá la costa mediterránea, retornando a su pasado y a otro mucho más lejano: el trágico destino del último de los templarios. Una atípica novela histórica sobre la importancia de nuestra relación con el pasado.

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Esta existencia suya, como la anterior setecientos años antes, no había sido ni dulce, ni bella, ni siquiera edificante, en mi opinión. Fueron vidas duras, marcadas por la violencia y la desdicha. Pero sus últimos momentos habían sido hermosos para un templario. Murió matando por su fe, en lucha contra los infieles, salvando la vida de sus compañeros de armas y en defensa de las reliquias de los mártires. ¿Qué más podía pedir un Pobre Caballero de Cristo?

Alicia organizó un funeral digno de un héroe. La capilla ardiente se montó en la sala capitular y el cadáver en el féretro estuvo custodiado en todo momento por cuatro caballeros con sus capas blancas con la cruz roja patriarcal sobre el hombro derecho. La misma que él besó en su muerte. A título póstumo, Arnau fue nombrado caballero y Alicia le dio el espaldarazo al cuerpo yacente. También yo fui nombrada dama del Temple; el anillo me daba derecho, aunque yo ya me consideraba parte de la orden desde el momento en que lanzándome al mar juré no abandonar a Oriol. Pero lo cierto es que todas aquellas ceremonias, que los asistentes se tomaban tan en serio, no dejaban de parecerme fantochadas. Lo único auténtico allí era el cadáver, el propio Arnau, él fue el último de los verdaderos templarios. Y era irónico que él, que dedicó su existencia a esa utopía, sólo hubiera podido vestir en vida la capa oscura reservada a los sargentos, mientras que los de procedencia noble o rica, sin más mérito que su nacimiento, lucían la blanca de caballero. Una payasada.

Aun así asistí emocionada a la ceremonia del funeral, al lado de Oriol, y fue allí donde me vino ese pensamiento. Era entonces, en aquel momento, cuando nuestra nave llegaba, al fin, a Ítaca. La aventura había concluido.

CINCUENTA Y SEIS

Voy a contar rápido esa parte porque es triste. Tan triste como la distancia que separa la realidad de los sueños.

Atrás quedaban los días de esta nuestra segunda infancia, los días de aventura, regalo póstumo de Enric. Muchas veces los amigos, los compañeros, los amantes irrepetibles en circunstancias excepcionales dejan de ser los adecuados al plantearnos el resto de nuestra vida. Yo aún le amo y él a mí. Hicimos un esfuerzo, pero el amor no debía de ser tanto como para tender un puente lo suficientemente largo sobre el abismo de nuestras diferencias.

Pienso que nuestra aventura nos había aproximado; yo ya no era la pija incapaz de andar descalza, si era preciso, en la vida. Aceptaba que las «Susis», que los apestados, tenían también derecho a vivir y a amar, aceptaba que había quien era capaz de darlo todo por amor, aunque ésa no fuera yo.

Él también cambió, ya no era el tipo radical, anarquista y contradictorio. Había encontrado el tesoro de su padre y con ello canceló una vieja deuda pendiente. Aún no sé cuál de los dos, padre o hijo, era acreedor y quién deudor. Pero estoy segura de que al cerrar ese capítulo, Oriol firmó una paz, que tampoco sé si fue con los demás, consigo mismo o con un recuerdo.

Desgraciadamente esos cambios no fueron suficientes, aún estábamos, él y yo, muy lejos. La vida nos había hecho andar caminos divergentes y nunca, por mucho que se intente, se vuelve atrás; el tiempo sólo se mueve en una dirección. La Costa Brava, la tormenta y el beso quedaban enterrados en las arenas del pasado.

Qué pena.

Y os preguntareis qué pasó con el tesoro. Pues aún no conozco su destino final y ciertamente me interesa poco, al menos en lo personal. No quiero ninguna de esas piezas para nada. Por muy artísticas, históricas o valiosas que puedan ser las arquetas. Y mucho menos su contenido. La idea de tener una de ellas decorando mi apartamento en Nueva York me da escalofríos. Suficiente he tenido con ese otro anillo, tan macabro como bello, con sus restos humanos engarzados en él.

Tampoco parece que Oriol, a pesar de su pasión por el medioevo, ambicione poseer ninguna de esas joyas históricas. Sólo quiere poder estudiarlas.

Él está convencido de que el tesoro fue la aventura vivida; ésa, y sólo ésa, era la herencia de Enric. Nada ni nadie en el mundo nos la podrá arrebatar. Y yo opino como él.

Como dice Kavafis:

Ítaca te ha dado el bello viaje,
no tiene ya nada más que darte.
Y si la encuentras pobre,
sabio como ahora eres gracias a tantas experiencias,
sabrás entender lo que significan las Ítacas.

Pero no todos piensan igual.

La intervención de la policía hizo público el descubrimiento y eso abrió la caja de los truenos. La diócesis de Barcelona considera que tal hallazgo, hecho en el interior de una iglesia, le pertenece. Pero en su momento el templo era parte del monasterio de Santa Anna, del Santo Sepulcro, cuya orden tiene aún allí su sede en Catalunya, y sus derechos… Pero las reliquias y las arquetas que las contienen pertenecían a los templarios disueltos por el papa, que acordó, con el rey de Aragón, ceder las posesiones de éstos, las pocas que quedaban luego del expolio real, a la orden de San Juan del Hospital, que continúa activa en nuestros días bajo el nombre de orden de Malta, heredera legal de éstos.

Pero se trata de un tesoro artístico e histórico y el Estado español tiene potestad, aunque como pertenece al patrimonio cultural catalán, y ésa ha sido una de las transferencias del Estado central, la Generalitat tiene mucho que decir…

Y no hablemos de los sucesores auténticos y genuinos de los Pobres Caballeros de Cristo… Existen cientos de grupos que se autoproclaman ser los verdaderos herederos del Temple. Incluido el de Alicia.

Claro que el tesoro corresponde sólo a una de las provincias templarias; la que agrupaba los reinos de Aragón, Mallorca y Valencia. Y eso limita los posibles herederos templarios. En Valencia la orden sucesora del Temple, por capricho de Jaime II, fue la de Montesa, que él hizo fundar. Pero el reino de Mallorca era en aquel entonces independiente de los otros dos reinos, y se extendía también por territorios catalanes y provenzales, hoy dentro del Estado francés. Luego grupos neotemplarios franceses podrían considerarse también beneficiarios…

Alicia es muy lista y no se ha querido meter en reclamaciones por herencias morales templarias… menudo avispero. Ha puesto su demanda en nombre de los descubridores del tesoro: Oriol y yo misma. Esa mujer tiene, en mi opinión, un inquietante interés por las reliquias, mayor incluso que por sus bellos contenedores materiales. No quiero, no me interesa averiguar por qué…

Como abogada, tengo gran curiosidad por saber cómo terminará todo este embrollo. Aunque si de algo estoy convencida es de que Alicia obtendrá una buena parte de lo que desea. Como siempre ha hecho.

Y aquí estoy, mirando como una tonta mi mano desnuda de anillos mientras el avión me devuelve a Nueva York. Sola. ¿Quién dijo que la vida era fácil?

Mi anillo de compromiso, con su impresionante solitario, se lo envié a Mike cuando lo mío con Oriol se puso al rojo. El otro, el hermoso anillo del rubí, el macho, el de la violencia marciana, el que brilla en su interior en estrella de seis puntas, el de la cruz templaria, el del hueso humano, el del resplandor sangriento, el que contiene ánimas en pena, ése, se lo di a Alicia.

Enric dijo en su carta que el anillo era para quien yo creyera que más lo merecía. Y eso me incluía a mí misma. «Debe de ser alguien muy fuerte de espíritu», decía su nota, «porque ese aro tiene vida y voluntad propias». En aquel momento no di importancia a esa advertencia, pero poco a poco he ido conociendo todo lo que el anillo conlleva. Me da miedo. Y quien lo merece es Alicia. Más que cualquier persona que yo conozca. Ella merece ser el gran maestre de los Nuevos Templarios. Ya lo era sin anillo y ahora lo es con el símbolo histórico de su posición. Además, ella sabe, mejor que nadie, a lo que se enfrenta y estoy segura de que si alguien es capaz de ser su propietario, ese alguien es Alicia.

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