Índice
Prólogo
Introducción
i. El desafío del relativismo ético y el origen de la filosofía moral
ii. El conocimiento en la ética
iii. ¿Existe un fin del hombre?
iv. La cuestión de las virtudes morales
v. ¿Es posible hablar todavía de vicios?
vi. Las virtudes y la racionalidad humana
vii. Las virtudes y la corporeidad humana
viii. El problema de las normas morales
ix. Las normas jurídico-positivas
x. Conciencia y moralidad
xi. Los criterios de la moralidad
xii. Ética y naturaleza
xiii. Dios en la ética
xiv. La herencia ética de la Tradición Central: un resumen
Guía bibliográfica
Índice analítico
Prólogo
Hoy se escribe más que nunca sobre ética, y buena parte de la discusión pública se refiere a temas morales. Así, por ejemplo, la cuestión del aborto no ha perdido vigencia en la discusión pública norteamericana, y asuntos como la corrupción, tanto en el campo de la política como de la actividad empresarial, están a la orden del día en la atención de los medios de comunicación y las conversaciones de los ciudadanos.
El interés por la ética es en sí mismo positivo, por más que las razones que hayan llevado al público a adquirirlo no sean precisamente alentadoras. Con todo, gran parte de los debates parecen no tener solución, ya que los interlocutores no hacen explícitas las bases filosóficas desde las cuales debaten. Este libro pretende proporcionar al lector no iniciado en la materia algunos elementos que lo lleven a entender un poco mejor las categorías relacionadas con estas discusiones. Para hacerlo, se pretende mostrar el núcleo de las convicciones morales fundamentales de nuestra cultura, lo que se ha llamado la “Tradición Central” de la ética de Occidente. Hoy no todos comparten esas convicciones, pero sin conocerlas, sea para negarlas o para desarrollarlas y aplicarlas a las nuevas y complejas situaciones que nos preocupan, el diálogo se hace muy difícil. Esta obra pretende situarse en un nivel intermedio entre la complejidad de los tratados de ética y lo que enseñan las obras de divulgación, muy necesarias pero insuficientes para el lector que se pregunta por los fundamentos de la praxis. Su destinatario natural es un público de nivel universitario, aunque no esté versado en materias filosóficas.
En los capítulos II (“El conocimiento en la ética”) y XII (“Ética y naturaleza”) hay algunos pasajes cuya dificultad es mayor que en el resto del libro, aunque en esta edición se ha intentado explicitar más algunas de sus ideas y se han incluidos más ejemplos, de modo que su lectura resulte menos difícil. En todo caso, el lector que lo desee puede omitir la lectura de esas escasas páginas.
De esta obra se han publicado ediciones en Chile (Fundación de Ciencias Humanas, 2005; editorial Andrés Bello, 2006 y 2007, y Res Publica, 2014 y 2016), Perú (Palestra, 2009) y España (Rialp, 2013), además de una edición en formato electrónico (Democracia y Mercado, 2011). La versión actual corrige ampliamente la última edición chilena (2016), que a su vez había incluido importantes modificaciones respecto de las anteriores. En la bibliografía no hubo modificaciones importantes, salvo incluir algunos textos imprescindibles. La obra está dividida en parágrafos, lo que facilita su cita, en relación con la multiplicación de ediciones. Conviene tener en cuenta este hecho cuando se consulta el índice analítico.
Diversas personas leyeron los primeros manuscritos de este trabajo, hicieron valiosas correcciones o proporcionaron buenas ideas para el mismo. A todas ellas mi gratitud, lo mismo que a mis alumnos de la Universidad de los Andes (Santiago, Chile), que me han hecho muchas preguntas difíciles que aquí procuro responder.
Como siempre, quiero señalar mi deuda intelectual con Alejandro Vigo: es probable, mejor dicho, seguro, que muchas ideas aquí incluidas hayan sido producto de largas conversaciones con él, si bien su modo de tratar estos temas es muy diferente. En todo caso, no pierdo las esperanzas de que alguna vez se anime a escribir su propio libro de ética. También estoy en deuda con el Grupo de Investigación en Filosofía Práctica de la Universidad de los Andes y con Alejandro San Francisco, Julio Isamit, Camilo Pino, Nicolás de Prado, Carlos I. Massini, Alejandro Miranda, Sebastián Contreras, Jorge Martínez Barrera, Modesto Santos, José Antonio Poblete, Hugo Herrera, Andrea Davanzo, Catalina Parada y Fernando Inciarte. Ya no podré reprocharle a este último que no lea los manuscritos que se le envían. Desde el 9 de junio de 2000 ya no necesita leer nada.
Por último, agradezco a la Fundación Gabriel y Mary Mustakis su apoyo bibliográfico, a la Fundación Alexander von Humboldt el haber gozado del tiempo y la tranquilidad que me permitieron concebir y escribir una parte de este libro durante una estancia en Münster, y a Fondecyt, cuya ayuda permitió llevarlo a cabo, dentro de un proyecto más amplio.1 Sin la iniciativa de Alberto Ross y el trabajo de la editorial Notas Universitarias no se habría podido publicar esta edición mexicana, que resulta particularmente significativa para mí, pues el primero de mis antepasados que llegó a América lo hizo precisamente por México, aunque hoy no es muy querido en ese país. Llegó con un grupo de sus hombres en 1519. Su nombre era Hernán. A diferencia de él y sus acompañantes, este libro llega a tierras mexicanas en son de paz.
Santiago, Chile, 2 de octubre de 2018
1Las versiones preliminares de algunos capítulos de este libro han sido publicadas previamente: Cap. I “El desafío del relativismo ético”, en La mujer ante la sociedad y el derecho. Conferencias Santo Tomás de Aquino (Santiago, Universidad Santo Tomás, 2002, pp. 23-36); Cap. XI “Las normas morales que no admiten excepciones”, en Revista de Derecho (Coquimbo) 12, 2 (2005), pp. 131-139, y Cap. XIII “Dios en la ética”, en J. Borobia et al. (eds.), ¿Ética sin religión? (Pamplona, eunsa, 2007, pp. 125-134). Además, en ocasiones aisladas se ha empleado material incluido en otros trabajos del autor.
Introducción
En La República de Platón se cuenta la historia de Giges, un pastor que servía al rey de Lidia.
Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto, descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de un hombre, según parecía, y que no tenía nada excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el anillo y salió del abismo.1
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