Jorge Molist - El Anillo

Здесь есть возможность читать онлайн «Jorge Molist - El Anillo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Anillo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Anillo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En su veintisiete aniversario, Cristina, una prometedora abogada neoyorquina, algo engreída y snob, recibe dos anillos. El primero, con un gran brillante de compromiso, es de un rico agente de bolsa, mientras que el otro, un misterioso anillo antiguo, proviene de un remitente anónimo. Ella acepta ambos sin saber que son incompatibles y que el anillo de rojo rubí ha de arrastrarla a una aventura que le enseñará sobre la vida, el amor y la muerte, dándole una lección inolvidable que hará cambiar su destino y su visión del mundo para siempre. Empezando en Barcelona, Cristina recorrerá la costa mediterránea, retornando a su pasado y a otro mucho más lejano: el trágico destino del último de los templarios. Una atípica novela histórica sobre la importancia de nuestra relación con el pasado.

El Anillo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Anillo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Doña Alicia Núñez ha llamado -me dijo la telefonista-. Le ruega que contacte con ella en cuanto pueda.

Vaya, pensé, ahí está la mujer temida por mi madre y que también asusta, aunque trate de disimularlo, a mi querido gordito. ¡Lo conozco bien!

Me picaba la curiosidad. Evoqué el aspecto de la madre de Oriol… madre e hijo tenían los mismos ojos azul profundo, algo rasgados. Esos ojos que tanto amaba cuando era niña…

Alicia no frecuentaba nuestro grupo de veraneo. En realidad Oriol pasaba el estío en la casa de los abuelos Bonaplata, con la madre de Luis, su tía. Enric venía algún fin de semana y se quedaba unos quince días de la temporada, pero Alicia y él casi nunca coincidían. Ella, cuando no estaba de viaje fuera de España u ocupada con tareas, en aquellos tiempos, impropias de su sexo, visitaba a Oriol en días laborables y nunca hacía noche en el pueblo. Muy de pequeña yo ya intuía que Alicia no era una «mamá» como las demás.

Pero no había vuelto a pensar más en ello hasta que Luis me dio la clave, en la comida, del comportamiento atípico de la madre de Oriol.

Alicia me atraía precisamente porque lo prohibido atrae, por el temor de mi madre, por las advertencias de Luis. ¿Qué querría de mí?

Me dije que no había prisa por responder a su llamada. Al menos de momento.

En la comisaría me presenté contando la verdad; que venía de visita después de catorce años y que quería saber lo ocurrido a mi padrino.

Nadie de los de allí se acordaba del incidente de un suicida en el paseo de Gracia. Quizá fuera mi sonrisa, quizá la historia de emigrante en busca de sus raíces. O sería mi ombligo de hurí. El caso es que los agentes de guardia estuvieron de lo más amables. Uno dijo que López debía de acordarse, él era de aquel tiempo. Estaba de patrulla, así que lo llamaron por radio.

– Sí que me acuerdo de un caso como ése -subieron el volumen del receptor para que yo pudiera oír-. Pero quien trabajó en ello fue Castillo. El tío ese llamó y fue mientras le hablaba por teléfono cuando se voló la cabeza de un tiro.

– Castillo ya no trabaja aquí -me comentó el agente-. Ascendió a comisario y lo destinaron a otra comisaría. Vaya a verlo allí.

Cuando me presenté en el nuevo destino del comisario me dijeron que no estaría hasta el día siguiente por la mañana. Me repuse pronto del inconveniente y me dije que al menos disfrutaría del paseo, y agarrando bien el bolso, tal como Luis me había prevenido, regresé a las Ramblas y me sumergí en el río de gente que fluía por el centro del paseo.

Una rambla es el cauce de un río, y eso son las Ramblas en Barcelona. Antes llevaban agua, ahora gente. Sólo que la gente, en las Ramblas, aun reduciendo su caudal a altas horas de la madrugada, al contrario que el líquido del primitivo arroyo paralelo a las antiguas murallas medievales, jamás se agota. ¿Cómo puede ese paseo mantener su encanto, su espíritu con una fauna humana siempre cambiante? ¿Cómo puede un mosaico ser uno si las losetas son distintas? Será que no miramos a cada elemento, sino al conjunto, al espíritu. Algunos lugares tienen alma y a veces la tienen tan grande, que absorbe nuestra pequeña energía, convirtiéndola en parte del gran todo. Así son las Ramblas en Barcelona.

Tienen lo que los paseos de pequeñas poblaciones; la gente va a ver y a ser vista, todos son actores y mirones, sólo que en grande, en cosmopolita.

Allí va la dama con su vestido largo de fiesta y su galán de esmoquin dirigiéndose a la ópera del Gran Teatro del Liceo, más allá el travestido pintarrajeado, compitiendo con las prostitutas en vender placer, acá marinos de cualquier nacionalidad y color, con sus uniformes militares, el turista rubio, el emigrante moreno, el chulo, el policía, las mujeres hermosas, los viejos vagabundos, los curiosos que todo lo miran, los atareados que no ven nada…

Así recordaba yo las Ramblas, más por lo oído que por lo visto de pequeña, y así las encontré aquella mañana radiante de primavera. Vagando entre los puestos de flores parecía que a través de mi piel, del aire respirado, iba absorbiendo la explosión de color, de belleza, de fragancia.

Me detenía en los grupitos que contemplaban a los artistas callejeros, músicos, malabaristas, estatuas vivientes empolvadas en blanco o purpurina; princesas, guerreros de gesto rígido que con un movimiento gracioso o súbito agradecían las monedas de los mirones.

Vi al muchacho, a la espera, apoyado en el tronco grueso y lleno de protuberancias del plátano centenario. Y a la chica, de ancha sonrisa traviesa, que se le acercaba sigilosa por la espalda para ofrecerle, rompiendo moldes, a él una rosa. Vi la sorpresa, la felicidad, el beso y el abrazo entre el cortejado y su galana. Todo encajaba, la brillante mañana de primavera, el bullicio vital de las gentes y ellos, cual artistas rambleros representando su amor, pero no por monedas sino por puro amor. Sentí añoranza, envidia.

Busqué consuelo mirando el diamante, constancia de mi propio querer, brillando en mi mano. Pero a su lado, intruso, con un fulgor interior rojo, destellaba irónico, como burlándose, el rubí del misterio. Sería mi imaginación, pero ese extraño anillo parecía tener vida propia, y en aquel momento sentí que me quería decir algo. Sacudí la cabeza desechando semejante bobada y contemplé a los jóvenes amantes cogidos de la mano perdiéndose entre la multitud. Y entonces me pareció verlo. Era el tipo ese del aeropuerto, el viejo de pelo blanco e indumento oscuro. Estaba de pie en uno de los kioscos que extienden su mercancía de papel en ancho frontal. Hacía como si hojeara una revista, pero me miraba a mí. Cuando nuestros ojos se encontraron volvió su vista a la publicación y dejándola en la pila se alejó. Me sobresalté y seguí mi paseo preguntándome si sería la misma persona.

DOCE

– Claro que recuerdo a ese hombre! -Alberto Castillo tendría unos treinta y cinco años y una sonrisa agradable-. ¡Vaya impresión! ¡Nunca me olvidaré!

– ¿Qué pasó?

– Llamó para decir que se iba a suicidar -el comisario se puso serio-. Yo era novato y nunca me había visto en una de ésas. Intenté convencerle, que se tranquilizara. Pero él parecía estar más tranquilo que yo. No recuerdo qué le pude decir, pero no sirvió de nada; me dio un poco de conversación y luego se puso una pistola en el paladar y se voló la sesera. Sonó ¡pumba! Y yo pegué un salto en mi asiento al oír el disparo. Sólo entonces me convencí de que ese hombre hablaba en serio.

»Cuando lo pudimos localizar, estaba sentado en un sofá, los pies encima de una mesita, y con el balcón abierto sobre el paseo de Gracia. Se había estado tomando tranquilamente un coñac francés de esos carísimos y fumando un puro de marca. Vestía un traje impecable y corbata. La bala le salió por la coronilla. Era una casa antigua a todo lujo, de techos altos, y allí arriba, al lado de unas preciosas cenefas de flores y hojas, vi pegada sangre y parte de su mollera. Tenía un tocadiscos de los antiguos, de discos de vinilo y en el plato encontré una grabación de Jacques Brel; me di cuenta de que era la música que yo oía mientras hablábamos por teléfono. Antes había escuchado Viatge a Itaca de Lluís Llach.

Cerré los ojos. Quería no imaginar la escena. ¡Qué horrible!

Y recordé a Enric, los lunes de Pascua, presentándose en casa, con Oriol y una enorme mona , el pastel típico que los padrinos regalan a sus ahijados ese día en Cataluña, con una escultura de chocolate duro, negro, en el centro. Una vez trajo una que era un castillo de princesa con figuritas de azúcar de colores. Era enorme y yo no permití que nadie tocara el chocolate. Quería guardar el castillo como si fuera una casa de muñecas. Él disfrutaba tanto como lo hacíamos nosotros, los pequeños. Aún puedo ver su sonrisa ilusionada. Yo quería a Enric casi tanto como a mi padre.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Anillo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Anillo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Carlos Castaneda - El Segundo Anillo De Poder
Carlos Castaneda
libcat.ru: книга без обложки
Rafael Marín
Larry Niven - Mundo anillo
Larry Niven
Jorge Molist - La Reina Oculta
Jorge Molist
Jorge Molist - Los muros de Jericó
Jorge Molist
Alfredo Gaete Briseño - El secreto del anillo mágico
Alfredo Gaete Briseño
Jorge Carrión - Lo que el 20 se llevó
Jorge Carrión
Jorge Melgarejo - Afganistán
Jorge Melgarejo
Joaquín Luis García-Huidobro Correa - El anillo de Giges
Joaquín Luis García-Huidobro Correa
Отзывы о книге «El Anillo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Anillo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x