– El análisis de los motivos puede dar algunas pistas -replicó Ramsey-, pero también los medios con que se valieron los asesinos. El señor Kurth era judío, como usted, ¿no es cierto?
– Sí, es cierto. ¿Y qué importa eso en la investigación?
– No lo sé aún. Puede importar tanto para la investigación como el hecho de que yo sea negro -repuso Ramsey con tranquilidad- o, al contrario, puede tener una importancia fundamental. ¿No es cierto que el señor Kurth no escondía su postura en el conflicto judío-palestino? ¿Y que era favorable a encontrar la paz a cambio de ceder territorios a los palestinos? ¿Y que usted también lo es? ¿Y que eso contraría a grupos muy poderosos que influyen directamente en el gobierno del estado de Israel? ¿No es cierto que han recibido cartas y llamadas amenazantes a causa de reportajes televisivos que proponían abiertamente la paz a cambio de concesiones? ¿Y que dichos grupos les consideran a ustedes traidores? ¿Y que algún rabino extremista les lanzó su maldición y condena? Ustedes tienen un gran poder para influir en el ciudadano americano y convencerle de quiénes son los buenos o los malos en el conflicto, y la opinión del ciudadano de la calle influye mucho más en la política del gobierno que la presión de los grupos financieros. Y la política del gobierno de Estados Unidos es fundamental para Israel. Luego eliminarles a ustedes puede tener un alto interés político.
– Creo que es usted el que tiene prejuicios racistas -le reprochó Davis-, y me temo que ve demasiadas películas de espías.
– Señor Davis, ha costado bastante poder identificar el explosivo usado pero, con la ayuda de algún amigo que trabaja en laboratorios especializados del FBI, lo logré. Es un explosivo raro. ¿Adivina cuál?
– Naturalmente que no. ¿Cómo diablos voy a saberlo?
– Se llama RDX. Un solo gramo es tan potente como un kilogramo de dinamita; pudo entrar en cualquier cosa sin ser detectado. El mecanismo detonador debía de ser también muy pequeño y, por lo tanto, de alta tecnología. ¿Sabe usted quién usa ese explosivo?
– ¡Maldita sea, Ramsey! ¡Déjese ya de adivinanzas!
– El RDX es el explosivo favorito de los servicios secretos de algunos países -dijo Ramsey con una sonrisa-, en especial del servicio secreto israelí. Con ese explosivo y con un teléfono celular lograron matar al jefe de la milicia de choque de los integristas islámicos de Hezbolá, Isadín Ayash.
– ¿Insinúa que están implicados?
– Podría ser -contestó Ramsey estudiando con detalle la expresión de la cara de Davis.
– Tendrás que ganarte tu invitación a la excursión de mañana. Yo no voy al bosque con cualquiera -le dijo Karen al despedirse después de la conferencia.
Ahora se encontraban cenando en un excesivo restaurante francés donde ella trabajaba con elegancia unos escargots y él tomaba un foie fresco. Traje y corbata eran obligados, y Karen vestía un elegante conjunto de noche oscuro con falda ceñida y escote generoso; el contraste con su cabello rubio y su piel muy blanca era espléndido. Estaba bellísima.
Karen decidió que parte del precio que él debía pagar para ser invitado a la excursión era una magnífica cena. Y que era ella la que escogía el restaurante.
Jaime, como comenzaba a ser costumbre en él, tuvo que cambiar los planes para la noche y el día siguiente. No se perdería por nada del mundo una oportunidad para estar con ella.
Era obvio que el restaurante era caro hasta la indecencia y que Karen no se ofrecería a pagar la mitad de la cuenta.
Aun así, él pensaba que era una buena inversión y que disfrutaría hasta el último de la larga hilera de dólares que costaría la cena.
– Háblame de la excursión de mañana. ¿Tengo que sacar el polvo a mi uniforme de scout?
– Iremos hasta la zona sur del Parque Nacional de los Secuoyas en coche y luego habrá que andar algunos kilómetros por el bosque. Almorzaremos con un grupo de amigos.
– ¿Y qué vais a hacer allí? ¿Os dedicáis a invocar a los dioses del bosque? ¿Alguna ceremonia mística? ¿Brujería?
– En realidad ofrecemos sacrificios humanos, y tú eres el elegido -puntualizó Karen con amplia sonrisa.
La abogado sabía cómo mantener un buen combate dialéctico, disfrutaba con ello, y le encantaba devolver golpe por golpe. Maldita Karen, pensó. ¿Cómo logra controlar siempre la situación? Eso le retaba. ¡La veía tan hermosa! Se imaginó besándola en el bosque y fundiéndose con ella en un abrazo sobre un suelo cubierto de helechos.
– No pongas esa cara, hombre -azuzó ella ante su falta de respuesta-. Se trata de un gran honor.
– Bien, será un gran honor, pero te advierto que si la fiesta de mañana corre a mi cargo, entonces no pienso pagar también la cena de hoy.
Ella soltó una pequeña carcajada mientras atacaba al siguiente caracol. Parecía pasarlo muy bien, y eso llenó a Jaime de placer. Se animó a lanzar otra estocada.
– Al menos espero que, como es costumbre con los condenados, me concedas mi último deseo.
Karen detuvo su escargot a medio camino de la boca, mirándole con el cejo ligeramente fruncido y con un inicio de sonrisa en los labios. Había electricidad en sus ojos, y él sintió un estremecimiento en su interior. Al cabo de unos largos segundos Karen introdujo con lentitud el escargot en su boca sacando ligeramente la lengua y moviéndola levemente entre sus húmedos labios rojos. Luego apartó su mirada de la de Jaime para concentrarla en el plato mientras empezaba a manipular el siguiente animalito. No contestó nada, pero sus labios contenían aún aquella sonrisa. Él no recordaba haber visto nada tan sensual en toda su vida.
– Y aparte de las brujerías y de los sacrificios, ¿que más hacéis? -inquirió para romper el silencio en el que Karen se había encerrado para no responder.
– Pues vivir y disfrutar de la naturaleza, estar con los amigos y charlar. También ampliamos nuestro grupo. Somos gentes que compartimos ideas semejantes sobre la vida e invitamos a otros amigos para que conozcan nuestro pensamiento.
– ¿Y qué relación tiene eso con la memoria genética que mencionó esta mañana Dubois?
– A veces mucho y a veces nada. -Había misterio en la ambigüedad-. Todo depende de hacia dónde vaya la conversación.
– ¿Vendrá Kevin Kepler?
– Es posible; viene con frecuencia. -La sonrisa de Karen había desaparecido y se mostraba evasiva.
– ¿Desde cuándo conoces a ese grupo?
– Ya hace algunos años -dijo luego de tomarse algún tiempo antes de responder-. Conocí a algunos cuando iba a la universidad. Después el círculo se amplió. Es gente que me gusta. Hablando de gustos, ¿qué tal tu foie ?
– Excelente. ¿Y tus caracoles?
– Saben mejor si les llamas escargots. Me encantan, pero prefiero no pensar que son esas cosas que se arrastran por el jardín. -Era evidente que Karen quería desviar la conversación. Jaime pensó que era mejor no presionarla; ya iría conociendo las cosas a su tiempo.
– Hablando de gustos, estás muy hermosa.
– ¡Hablábamos de comida!
– Cuando los cubanos estamos frente a una mujer tan hermosa como tú, decimos que está para comerla. Y tú estás para comerte.
– ¿Ves cómo estamos hechos el uno para el otro? -le recordó mirándole con sus brillantes ojos azules y manteniendo una sonrisa irónica-. Yo sacrifico a las personas y tú te las comes.
– Pero mi forma de comer no duele, sino que gusta, y luego continuas más viva y feliz.
– ¿Es una amenaza o una invitación?
– Una invitación.
– Muchas gracias, sabía que invitabas tú a la cena. -Cambió a una expresión severa frunciendo ligeramente las cejas-. ¿Sabes que con ese tipo de expresiones cubanas puedes tener problemas en este país?
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