Jorge Molist - Los muros de Jericó

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El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estratégico mayor que el de ejércitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compañera de trabajo que le introduce en un movimiento filosófico-religioso continuador de los cátaros medievales. A partir de entonces, se verá arrastrado a una aventura en la que poder, seducción, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin último.

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Arrancó el coche dominando la tentación de echar otro vistazo a su fascinante descubrimiento.

Karen correspondió al saludo entusiasta del guarda.

– Hasta luego, Was.

El hombre, aún sonriente, mostraba su revólver.

Jaime no entendía aquello.

– Karen -preguntó finalmente-, ¿qué le dijiste al guarda por teléfono cuando llegué?

– Le dije que no se llega tarde a la primera cita -respondió ella con tranquilidad-, y que te pegara un tiro en la cabeza si te entretenías un segundo más.

– Pues el sujeto tenía aspecto de no importarle el hacerlo. -Jaime encajó la broma-. Pero hubiera sido un castigo excesivo.

– Naturalmente que lo habría hecho y, además, encantado de la vida. -Luego el tono de Karen se hizo severo-. ¿Así tratáis los latinos a las señoritas en vuestra primera cita?

– No siempre. Sólo cuando son exitosas ejecutivas -respondió él con sorna.

– ¡Ah, no! -protestó ella con un divertido acaloramiento-. Los fines de semana no trabajo y exijo mis derechos femeninos; ni se te ocurra discriminarme, sería anticonstitucional.

– Vaya, ya sale la abogado.

La miró a los ojos. Ambos sonreían. No pudo evitar, visitar con su mirada aquellas piernas; le atraían como un imán. Sabía que ella lo había notado y se maldijo por su incontinencia.

Pero luego pensó que Karen le había pedido que no discriminara.

¡Habría que cumplir la Constitución del país!

The Red Gull era un romántico restaurante de estilo marinero con música suave, poca luz ambiente y velas rojas en la mesa.

La conversación progresó rápidamente de la intrascendencia de los hobbies a áreas más profundas. Ambos exploraban con avidez las zonas desconocidas del otro, descubriendo las propias.

– Mi abuelo paterno murió en una vieja guerra, en Europa, luchando por la libertad -contaba Jaime-. Y mi padre abandonó su primera patria, emigró a Cuba, donde después apoyó a los castristas para luego tener que huir de la isla y venir aquí, también en busca de la libertad.

– Pues ya la ha encontrado -concluyó Karen-. Será un hombre feliz.

– No creo que él esté muy seguro de haberla encontrado.

– ¿Por qué?

– Porque libertad es un concepto cambiante, una utopía que evoluciona. ¿Es la idea de libertad que tú y yo tenemos la que buscaban los padres de la Constitución de Estados Unidos? ¿O es la de la Revolución Francesa?

– Bueno, no llevar cadenas, poder ir a donde te plazca y votar a tus gobernantes ayuda a ser libre, ¿no crees? -argumentó Karen-. Pero a veces todos tenemos que hacer cosas que no deseamos. Para poseer una libertad total deberías tener el poder total.

– Demasiada filosofía. Temo que voy a aburrirte y no aceptarás otra cita.

– Te equivocas. -Sus ojos brillaban a la luz de las velas-. El tema me interesa. Me hablaste en la hamburguesería sobre el vacío de ideologías de nuestro tiempo, ¿verdad?

– Sí. Creo que los idealismos han muerto. La búsqueda de la libertad ha terminado.

– Ésa es la razón por la que no acepté salir contigo el sábado.

– Que ése es el motivo por el que te dije que no podía salir contigo mañana sábado. La libertad.

– ¿Y qué tiene que ver con que tú y yo salgamos? -Jaime estaba sorprendido-. ¿En qué limita tu libertad salir conmigo el sábado? ¿Tengo aspecto de esclavista?

Karen rió alegremente, disfrutando de la confusión de Jaime.

– No podía salir mañana contigo porque quedé con unos amigos para ir a una conferencia en la UCLA sobre la libertad y el poder en nuestro tiempo. Como ves, la libertad es la razón final de mi negativa.

– Muy lista.

– Cierto, pero ahora soy yo la que te invita a salir mañana. Siempre que vengas a la conferencia, claro. -Y luego añadió divertida-: Creo que puedes alcanzar el nivel intelectual requerido.

– Gracias por el aprobado, doctora, pero te recuerdo que fuiste tú quien me propuso salir hoy.

– Lo niego categóricamente -exclamó ella ampliando su sonrisa-. Jamás he pedido a un hombre que salga conmigo. Son ellos los que me lo piden a mí.

La mano de Karen estaba sobre la mesa, y Jaime sólo tenía que tender la suya para tocarla. Lo deseaba intensamente, pero pensó que quizá fuera prematuro y que podría estropear la velada. No quería cometer errores.

– Eres una simpática desvergonzada.

– Quizá -respondió ella con una picara mirada.

Jaime se preguntaba si lo estaría provocando premeditadamente.

SÁBADO

16

Llegaron tarde a la conferencia, esta vez Karen le hizo esperar casi una hora. Jaime estuvo a punto de quejarse pero finalmente decidió no hacerlo.

Unas trescientas personas, en su mayoría de aspecto universitario, escuchaban con atención. Vestían de forma informal y algunas estaban sentadas en el suelo cerca del orador. Ellos se acomodaron en unos asientos vacíos al fondo de la sala.

– El gran logro moderno es que la inmensa mayoría de los dominados y expoliados no se dan cuenta de ello. Y se creen libres. -El hombre que hablaba habría superado ya los treinta y cinco, lucía perilla y usaba sus manos para dar mayor énfasis a las palabras-. ¿Estamos caminando hacia ese famoso mundo feliz?

»En la evolución humana existen momentos en que se forma una masa social crítica. Definimos «masa social crítica» como el número suficiente de individuos que, pensando y actuando en una misma dirección, hacen cambiar las cosas. Antes los cambios sociales sucedían mediante revoluciones o conquistas, ahora ocurren gracias a los votos de los ciudadanos.

»¿Y cómo se crea esa masa crítica? -El conferenciante hablaba sin elevar la voz, con cierta lentitud, pero ponía fuerza en sus Palabras-. La religión, la cultura definida como sentimiento de lo justo e injusto y la práctica económica son los ingredientes para la formación del pensamiento del individuo y de las masas.

»Mezclas de estos tres elementos producen el concepto de lo que es lo correcto y justo y definen la posición política de los ciudadanos.

Los ojos oscuros del orador buscaban los de la gente que le escuchaba y se detenían clavando la mirada en alguno. Parecía leer en ellos, tomar energía, y así aumentaba la fuerza de su mensaje, que poco a poco iba creciendo en tono y volumen.

– Así pues, en una sociedad como la nuestra, en la que cada ciudadano tiene un voto, la persuasión y la convicción son las armas fundamentales para obtener el poder, ya sea político, económico o incluso religioso.

»Pero para que se produzca la masa social crítica es necesario que el concepto de "lo que es correcto y justo" sea transmitido. Que llegue convincentemente a un gran número de ciudadanos.

»En la antigüedad, eran los predicadores desde la religión y, desde el entretenimiento, los trovadores y los comediantes los encargados de transmitir y convencer a los ciudadanos de lo que era correcto y justo. En nuestros días, son los medios de comunicación, los que se han apropiado de ese gran poder y lanzan continuos mensajes, ya sea en películas, programas de televisión o artículos de prensa.

»Hemos dado a la radio, a la televisión y a los periódicos la llave de nuestra casa y el acceso a nuestro voto. Y en democracia, al votar, cedemos nuestra pequeña gota de poder político a alguien que finalmente lo usará según su propio criterio y conveniencia.

Jaime pensó que la forma en que el hombre se expresaba le recordaba más a la de un predicador televisivo que a la de un profesor universitario. Definitivamente parecía un misionero, y eso le hizo sentir recelo hacia aquel personaje.

– Las películas de cine y los programas de televisión son la segunda exportación, en valor monetario, de Estados Unidos. Pero su importancia supera la económica; es un arma muy efectiva. La venta del estilo de vida americano en los cinco continentes ha propiciado la caída del telón de acero y el derrumbe y transformación de los sistemas comunistas.

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