Jorge Molist - Los muros de Jericó

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El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estratégico mayor que el de ejércitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compañera de trabajo que le introduce en un movimiento filosófico-religioso continuador de los cátaros medievales. A partir de entonces, se verá arrastrado a una aventura en la que poder, seducción, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin último.

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– ¿Quién podía imaginar que la atractiva rubia que se ha sentado a mi mesa es la presidenta de la sociedad protectora de minorías ejecutivas? -Jaime sonreía cínico.

Ella le devolvió una sonrisa forzada.

– Gracias por el título y el cumplido, pero estás evitando la cuestión -continuó, inclinándose en la mesa hacia él. La sonrisa había desaparecido-. Dime, Jaime, ¿te es indiferente el asunto? ¿Te parece bien que los jóvenes pertenecientes a minorías no tengan hoy la oportunidad que tú tuviste de probar tu valía?

Jaime estaba incómodo y su alarma interna le avisaba de nuevo. Instintivamente se apoyó contra el respaldo de su silla, y le pareció irónico retroceder ante una mujer tan atractiva. Justo lo contrario de lo que su instinto debería indicarle. ¿O sería que su instinto de supervivencia le ganaba la partida al instinto sexual? Sin duda, Karen podía ser peligrosa.

– Quizá tengas algo de razón -contestó con seriedad-, pero creo que estás siendo emocional.

– ¡Qué diablos, Jim! -repuso ella elevando la voz-. No estoy trabajando, éste es mi tiempo libre, y por lo tanto puedo darme el lujo de ser emocional. -Sus ojos brillaban tanto que Jaime temió que lo deslumbrara-. Dime, ¿el asunto te es indiferente?

– No, Karen -contestó con recelo-, aunque últimamente he perdido sensibilidad en temas reivindicativos.

Volvía a sentirse incómodo. No le gustaba el rumbo que tomaba la conversación y sentía su intimidad violada al tener que descubrir sus más ocultos pensamientos a alguien que jamás había tratado socialmente.

– ¿O sea, que te preocupa? -preguntó ahora Karen con voz dulce; Jaime sintió alivio-. Cuéntame. -Ella adoptó la actitud de quien va a escuchar una revelación de suma importancia.

– Lo que tú describes es sólo el síntoma, el reflejo del hundimiento de las grandes ideologías. -Jaime decidió abrirse-. A mí me preocupa lo que hay detrás. Creo que hoy la gente actúa como si alguien hubiera gritado «sálvese quien pueda» y todo el mundo corriera a los botes pisando a los que encuentran en su camino.

– Así es la filosofía yuppie, y que me perdonen los filósofos.

– Yo lo llamaría simplemente estética yuppie. Pero lo cierto es que encuentro a faltar la poesía, el esp íritu de aventura, la búsqueda de libertad, el tener unos ideales, el creer en algo con pasión; aunque luego resulte equivocado. -Estaba hablando más de lo que quería-. Bueno, creo que te aburro. Estoy en los treinta y muchos y debo de empezar a sufrir la famosa crisis.

– No; no me aburres, todo lo contrario. Yo estoy en los treinta y muy pocos y pienso como tú.

Él la miró sorprendido.

– ¿Estos temas le preocupan a nuestra más agresiva abogado? ¿Bromeas?

– ¿La poesía y la aventura le preocupan a nuestro aburrido auditor? ¿Bromeas? -Luego ella continuó con su voz felina-. Te dije que éramos iguales, ¿cierto?

– La noche oscura me reservaba una bonita sorpresa. He encontrado a mi gemela. -Él sonrió irónico.

– Quizá sí. -Ella lo miraba con seriedad.

– ¿Tú crees?

– Quizá -repuso pensativa-. Bien, la hamburguesa estaba tan buena como la recordaba. Ahora tengo que irme, el camino a casa es largo. -Se levantó.

– Ha sido realmente un placer, Karen -dijo él levantándose también.

Ella calzaba botas, y su altura continuaba siendo la misma que la que tenía en la oficina con tacones. Él le tendió la mano para estrechársela, pero ella le dio un beso en la mejilla.

– Yo también lo he pasado bien. La hamburguesa es realmente como las de mi pueblo -y añadió sonriendo-: Si me entero de que vuelves por aquí y no me invitas, sabrás realmente lo que es una abogado agresiva. No me gusta comer hamburguesas sola. Adiós, Jim.

– Adiós, Kay.

La vio salir hacia su descapotable con el bolso colgado al hombro y un balanceo de caderas que jamás hubiera imaginado en ella. Mientras la veía alejarse, Jaime se sintió bien consigo mismo. Tan bien como hacía mucho, mucho tiempo no se sentía.

MIÉRCOLES

13

– Voy a ver a Douglas. -Jaime se sentía inquieto y necesitaba salir del despacho.

– De acuerdo -contestó Laura sonriendo con malicia-. Espero que regreses de buen humor.

Jaime no apreciaba a Daniel Douglas, su colega en la vicepresidencia de Auditoría, pero al estar en la misma posición jerárquica podían abordar temas y sentimientos que raramente tratarían con el jefe, y menos con subordinados.

Afortunadamente sus áreas de responsabilidad estaban completamente separadas. Jaime revisaba las actividades de distribución tales como cine, vídeo, televisión, periódicos, música y libros. El área de Douglas se centraba en los estudios Eagle y, por lo tanto, en la producción de películas y telefilmes. Discrepaban con frecuencia sobre cómo clasificar algunas cuentas o qué debiera provisionarse y de qué forma; incluso sobre los propios procedimientos de auditoría.

Esas diferencias y sus temperamentos les llevaban a discutir mas y a mayor volumen de voz de lo correcto, requiriendo en ocasiones la intervención de Charles White, su jefe, para resolver algún punto irreconciliable.

Pero ahora no importaba la falta de sintonía, Jaime deseaba hablar y compartir sus inquietudes sobre el asesinato de Kurth.

– Buenos días, Jaime. -La secretaria de Douglas le recibió con una sonrisa demasiado risueña.

– Buenos días, Sharon. -Le devolvió la sonrisa.

– ¿Quieres ver a Daniel?

– Sí.

– Me temo que no podrá ser ahora. Está en una reunión y no se le puede interrumpir. -A través de la puerta se oían los murmullos de una conversación en tono excesivamente alto-. ¿Le digo que le quieres ver?

– Sí, por favor, si eres tan amable. -Y giró para salir.

Justo en aquel momento se abría la puerta, apareciendo una hermosa mujer con las cejas fruncidas y los labios apretados. Era Linda Americo, jefe de equipo de auditoría del grupo de Douglas. Cerró la puerta con furia.

– Buenos días, Jaime -saludó forzando una tensa sonrisa al verlo y, sin esperar respuesta, enfiló el corredor con paso rápido.

– Creo que ya está libre. -Sharon continuaba con su sonrisa divertida-. ¿Aún le quieres ver?

– Precisamente estaba pensando en ti. -Douglas le recibió con un tono animado, que sonaba falso.

– ¿Y eso?

– Sí, con referencia al programa de rotación de posiciones claves. ¿Lo recuerdas?

– Sí, lo recuerdo, pero ¿qué tiene que ver conmigo? ¿Quieres cambiarme el puesto?

– No, hombre. Resulta que tengo al candidato ideal para tu área. Pero debe ser ascendido a supervisor principal, claro. Tú tienes la posición por cubrir.

– ¿Ah, sí? -Jaime estaba intrigado-. ¿Quién es?

– Posee formación contable de primera y ha trabajado como auditor y supervisor. Tiene entusiasmo, buen criterio, responsabilidad y trabaja duro. -Douglas ponía fuerza en sus palabras-. Nuestro jefe está impresionado por su buen trabajo y seguro que aprobará su ascenso.

– Seguro que sí. Pero dime quién es.

– Hace tres años y medio que trabaja para la Corporación y obtuvo su graduación en la UCLA con notas excelentes -continuó sin contestar-. Lleva dos años como supervisor y ha demostrado que sabe liderar equipos.

– ¿Quién es? -Aunque sabía ya la respuesta, Jaime insistió fingiendo cansancio.

– Es Linda Americo, una gran profesional.

– ¿No era la chica que salía de tu despacho?

– Sí.

– Parecía acalorada, como si hubierais tenido una discusión. ¿No intentarás pasarme un problema?

– En absoluto -respondió contundente-. Linda es una excelente subordinada. Pero te contaré.

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