Javier Sierra - Las Puertas Templarias

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Al hacer un barrido fotográfico sobre Francia, un satélite geoestacionario descubre algo inesperado: ciertas áreas de la región de la Champaña emiten una extraña señal. El responsable del proyecto inicia una investigación que le llevará a la búsqueda de un enigma que tiene nueve siglos de antigüedad. Su investigaicón se mezcla con la llegada de nueve caballeros cristianos al antiguo solar del Templo de Salomón, bajo cuyos escombros desenterraron en 1125 una codiciada reliquia que no sólo les hizo ricos, fuertes e influyentes, sino que les valió la fundación de una docena de catedrales misteriosamente alineadas con la constelación de Virgo.

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– Le escucho.

– Verá, si sobrepone estas imágenes a un plano de la misma escala de las ciudades con que se corresponden, estoy seguro de que podremos comprobar que las áreas afectadas se ajustan como un guante al lugar donde se levantan sus catedrales.

Monnerie arqueó las cejas, incrédulo, mientras su ingeniero se esforzaba por mostrarse lo más convincente posible.

– ¿Lo ve? -insistió Témoin mapa en mano-. En Chartres es la place de la Cathédrale el centro del borrón; en París, la Île-de-France , en Amiens…

– ¿Catedrales? -le interrumpió.

– No hay duda, señor. Compruebe los planos.

– ¿Y cómo cree usted que debo entender su afirmación, Témoin?

– Lo ignoro. Le dije que el problema era fácil de plantear, no de resolver.

– Pero tendrá alguna idea al respecto, ¿no es cierto?

Monnerie observó cómo Témoin tomaba por fin asiento frente a su mesa, enjugándose el sudor con un pañuelo color crema y acariciándose su pulcro bigote. No sabía por dónde empezar.

– Le he dado muchas vueltas a esto desde que vimos los resultados de ayer, y sólo he encontrado una excepción a mi teoría, que me deja un tanto desconcertado -el ingeniero hizo una pausa imperceptible para dar más profundidad a sus palabras, y remató-: Dijon. Ahí la anomalía, que se sitúa bastante más al noroeste de la ciudad, se corresponde, curiosamente, con otro enclave religioso llamado Vézelay.

– Vaya… ¿Y eso le dice algo?

– No. ¿Y a usted?

– Lo siento… -titubeó Monnerie-. Ya sólo faltaba que los campanarios afectasen ahora a nuestros satélites.

– No, no, claro. Pero ante esta información creo que la hipótesis de una contraemisión de microondas debe ser descartada. La razón es otra, quizá de índole arquitectónica; algún extraño efecto de absorción de microondas de las piedras, una mala reflexión de las ondas, ¡qué sé yo!

– Entonces, ¿no tiene nada… digamos… sólido?

– Si me permite otra sugerencia, señor, tal vez podría hablar con el cliente que ha encargado al Centro este trabajo y tantearle sobre si esperaba encontrar algo «especial» en las imágenes que nos pidieron.

– ¿Y qué le hace pensar que esa gestión pueda aportarnos alguna pista?

– Piénselo. De momento, es lo único que podemos hacer. Sabemos que ningún campo magnético natural es capaz de provocar un efecto como ese, y que lo que aparece en las fotos del satélite lo hemos descubierto porque un cliente nos ha pedido datos específicos de esas ciudades.

Monnerie se mordisqueó el labio inferior, como si algo importante acabara de venírsele a la mente pero supiera que revelarlo podría complicar las cosas. Dejó que todo el peso de su cuerpo se volcara sobre su sillón giratorio, y tras balancearse suavemente, clavó sus ojos en el ingeniero.

– Una cosa más, Témoin, ¿conoce usted una fundación internacional llamada Les charpentiers ?

– No. ¿Debería?

– Su Consejero Delegado fue quien nos encargó este trabajo hace una semana. El propósito de su fundación es estrictamente histórico: velan por que se conserve el patrimonio artístico de Francia, en especial de la ruta a Compostela, y tienen un especial interés en preservar sus edificios de estilo gótico. Recaudan fondos de mecenas de toda Europa que después invierten en proyectos que creen pueden arrojar más luz sobre los temas históricos que les interesan.

– Vaya… Un esfuerzo notable.

– Lo es. Si le cuento esto es porque al decir usted lo de las catedrales, me ha venido a la mente el nombre de la fundación.

– Claro -sonrió Temoin-. Los carpinteros fueron un gremio particularmente importante en la construcción de los templos góticos. Ellos eran los encargados de hacer los andamios sobre los que se construían los arcos ojivales, y después de retirarlos.

Monnerie asintió.

– Se lo digo precisamente por eso. No creo que sea más que una bonita coincidencia, pero ya que usted tiene esas ideas tan particulares, tal vez esto le diga algo.

– ¿Coincidencia? ¿Es usted de los que creen que Dios juega a los dados, profesor?

Sus mandíbulas se tensaron antes de proseguir.

– Mire, monsieur Monnerie, no pensaba decirle esto, pero acaba de darme una buena razón para hacerlo. Anoche, al regresar a casa y tratar de encontrar algún sentido a las anomalías fotografiadas por el «ojo», reuní toda la documentación que tenía a mano sobre catedrales. Me dormí después de las dos. No fue mucho lo que encontré, es cierto, pero había varias ediciones baratas de libros que me llamaron la atención. Sobre todo uno.

– ¿Y bien?

– Se titulaba Les mystères de la Cathedrale de Chartres y había sido escrito, agárrese, por un tal Louis Charpentier -Temoin tomó aire-. Lo entiende, ¿verdad? «Luis el Carpintero», sin duda un seudónimo propio de un maestro constructor medieval.

– Otra coincidencia, naturalmente.

– O quizá no. Verá, en ese libro se explica que si se traza, en un determinado orden, una línea que una todas las poblaciones con catedrales que precisamente hemos estado fotografiando hoy, obtendríamos algo parecido a si dibujáramos el plano de la constelación de Virgo sobre el mapa de Francia. ¿No le parece extraño?

Monnerie se reclinó sobre su butaca arrugando el entrecejo. Observó sin decir una palabra cómo el ingeniero tomó un pedazo de papel y dibujó sobre él una especie de rombo, en cuyos vértices situó la numeración de algunas estrellas de Virgo.

– Imagínese que esto es Virgo…

– Bien.

– Ahora, si une Reims con Amiens al norte, y con Chartres al sur; y ésta con Évreux y Bayeaux, y Bayeaux con Amiens, ¿ve cómo lo que se obtiene es la misma figura geométrica?

Jacques Monnerie levantó la vista de los dibujos y clavó sus ojos en el ingeniero.

– Usted es un científico, mi querido amigo. Dígame: ¿adonde cree que le va a llevar una afirmación de esa naturaleza?

– De momento, a ninguna parte -reconoció-. Pero ¿sabe lo mejor?, en ese libro, el tal Charpentier explica que todas las ubicaciones religiosas que han aparecido distorsionadas en nuestras fotos están consagradas a Nuestra Señora y fueron construidas alrededor de las mismas fechas del siglo doce.

– No entiendo qué importancia puede tener…

– Muy fácil: si todas se levantaron en años consecutivos, era porque debían obedecer a un gigantesco proyecto elaborado por maestros de obras que parecen salidos de ninguna parte, y que dispusieron de fondos sorprendentemente abundantes en una época de fuerte recesión económica. -Y añadió guiñando un ojo-: Creo, señor, que aquí se esconde un enigma de primera magnitud. Ayer sólo era una sospecha, pero hoy estoy plenamente convencido de ello. Es más, si estoy en lo cierto, debería usted concertar una cita con ese Consejero y pedirle algunas explicaciones.

Fue suficiente para Monnerie. Por su mentalidad estricta y formación religiosa severa, las repentinas divagaciones de su ingeniero amenazaban con sacarle de sus casillas. ¿Edificios del siglo XII que emiten algo parecido a microondas que distorsionan las lecturas de un satélite? ¿Un tal Charpentier que habla de un plano de Virgo trazado sobre media Francia y unos charpentiers que subvencionan a una agencia espacial para que tome imágenes de los lugares que configuran ese diseño? El profesor, bien empotrado en su butaca, cruzó los dedos con fuerza. Los apretó tanto, que todas sus puntas palidecieron debido a la falta de riego sanguíneo. Después, tratando de contenerse, zanjó aquella charla.

– Eso es una locura, Témoin. Es evidente que tenemos un problema con el ERS, pero se trata de algo estrictamente técnico que no es de la incumbencia de nuestro cliente. El resto de factores que usted apunta no obedecen más que a un curioso cúmulo de coincidencias, condicionadas por lecturas que, créame, no debería hacer alguien de su talla.

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