Amin Maalouf - Samarcanda

Здесь есть возможность читать онлайн «Amin Maalouf - Samarcanda» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Samarcanda: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Samarcanda»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Samarcanda — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Samarcanda», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El Titanic servía admirablemente a mis propósitos. Parecía concebido por unos hombres deseosos de encontrar en ese palacio flotante las más suntuosas diversiones de la tierra firme y ciertos placeres de Oriente: un baño turco indolente como los de Constantinopla o de El Cairo; galerías decoradas con palmeras; y en el gimnasio, entre la barra fija y el potro, un camello eléctrico, destinado a procurar al jinete, por la simple presión de un botón milagroso, las saltarinas sensaciones de un viaje por el desierto.

Pero al explorar el Titanic no sólo buscábamos descubrir el exotismo. También nos entregábamos a placeres muy europeos, como saborear unas ostras seguidas de un salteado de pollo a la manera de Lyon, especialidad del cocinero Prontor, regado con un Cos-d'Estournel 1887, escuchando la orquesta que, de esmoquin azul oscuro, interpretaba los Cuentos de Hoffmann , La Geisha o El Gran Mogol de Luder.

Momentos tanto más hermosos para Xirín y para mí cuanto que en el transcurso de nuestra larga relación en Persia habíamos tenido que ocultarnos. Por muy amplios y prometedores que fueran los aposentos de mi princesa en Tabriz, Zarganda o Teherán, yo sufría constantemente al sentir nuestro amor confinado entre sus paredes, y como únicos testigos los espejos cincelados y los sirvientes de miradas huidizas. Gozábamos ya del trivial placer de ser vistos juntos, del brazo, de estar rodeados por las mismas desconocidas miradas, y hasta muy avanzada la noche no volvíamos a nuestra cabina, a pesar de que, yo la había escogido entre las más espaciosas del buque.

Nuestro último placer era el paseo de la noche. En cuanto terminábamos de cenar, íbamos a buscar a un oficial, siempre el mismo, que nos conducía a una caja fuerte de donde sacábamos el Manuscrito , que transportábamos con reverencia a través de cubiertas y pasillos. Sentados en los sillones de mimbre del Café Parisiense, leíamos al azar algunas cuartetas y luego, en ascensor, subíamos a cubierta, donde sin preocupamos demasiado de que nos espiaran intercambiábamos un ardiente beso al aire libre. Avanzada ya la noche, llevábamos el Manuscrito a nuestra habitación donde pernoctaba, antes de devolverlo por la mañana a la misma caja fuerte por intermedio del mismo oficial. Un ritual que encantaba a Xirín. Tanto que me esforzaba en recordar cada detalle para repetirlo al día siguiente sin la menor diferencia.

Fue así como la cuarta noche abrí el Manuscrito por la página en que Jayyám, en su época, había escrito:

Te preguntas de dónde viene nuestro soplo de vida.
Si hubiera que resumir una historia demasiado larga,
Yo diría que surge del fondo del océano
y luego, súbitamente, el océano lo devora de nuevo.

La referencia al océano me divertía: quise releerlo más despacio pero Xirín me interrumpió:

– ¡Por favor!

Parecía ahogarse; yo la miré preocupado.

– Sabía de memoria esa cuarteta -dijo con voz apagada-, y de pronto he tenido la sensación de que la oía por primera vez. Es como si…

Pero renunció a explicarlo y recobró el aliento antes de decir algo más serena:

– Quisiera haber llegado ya.

Me encogí de hombros.

– Si existe un navío en el mundo en el que se pueda viajar sin temor, es éste. Como dijo el capitán Smith ¡ni Dios podría hundir este buque!

Si había pensado en tranquilizarla con esas palabras y con mi tono alegre, conseguí el efecto contrario. Se agarró a mí brazo murmurando:

– ¡No vuelvas a decir eso jamás! ¡Nunca jamás!

– Pero ¿Por qué te pones así? ¡Sabes que sólo era una broma!

– Entre nosotros, ni siquiera un ateo se atrevería a proferir semejante frase.

Estaba temblando. Yo no comprendía la violencia de su reacción. Le propuse volver a nuestro camarote y tuve que sostenerla para que no se cayera por el camino.

Al día siguiente parecía restablecida. Para tratar de distraerla, la llevé a descubrir las maravillas del buque e incluso me monté en el temblequeante camello eléctrico, arriesgándome a tener que aguantar las risas de Henri Sleeper Harper, editor del semanario del mismo nombre, que permaneció un rato en nuestra compañía, nos invitó a té y nos contó sus viajes por Oriente, antes de presentarnos muy ceremoniosamente a su perro pequinés, al que había juzgado oportuno llamar Sun-Yat-Sen en ambiguo homenaje al libertador de China. Pero nada conseguía alegrar a Xirín.

Por la noche, durante la cena, permaneció silenciosa; parecía extenuada. Por lo tanto, juzgué prudente renunciar a nuestro paseo ritual, dejé el Manuscrito en la caja fuerte y nos fuimos a acostar. Inmediatamente cayó en un agitado sueño. Por mi parte, preocupado por ella y poco acostumbrado a dormirme tan temprano, pasé una buena parte de la noche observándola.

¿Por qué mentir? Cuando el buque chocó contra el, iceberg, yo no me di cuenta. Después, cuando me precisaron en qué momento se había producido la colisión, creí recordar haber oído un poco antes de medianoche como el ruido de una sábana que se desgarraba en una cabina cercana. Nada más. No recuerdo haber notado ningún choque. Tanto es así que terminé por adormilarme, para despertarme sobresaltado cuando alguien tamborileó en la puerta, gritando una frase que, no pude entender. Miré mi reloj, era la una menos diez. Me puse la bata y abrí la puerta. El pasillo estaba, desierto, pero oí a lo lejos conversaciones en alta voz, poco habituales a esas horas de la noche. Sin estar realmente preocupado, decidí ir a ver lo que pasaba, evitando, por supuesto, despertar a Xirín.

En la escalera me crucé con un camarero que habló con un tono totalmente desprovisto de gravedad, de «algunos pequeños problemas» sobrevenidos incidentalmente. El capitán, dijo, quería que todos los pasajeros de primera clase se reunieran en la cubierta del Sol, en lo más alto del buque.

– ¿Tengo que despertar a mi mujer? Ayer no se sentía muy bien.

– El capitán me ha dicho que todo el mundo -contestó el camarero con una mueca escéptica.

Volví al camarote, desperté a Xirín con toda la dulzura de rigor, acariciándole la frente, luego las cejas, pronunciando su nombre con los labios pegados a su oído. En cuanto profirió un ronroneo, le susurré:

– Tienes que levantarte, debemos subir a cubierta.

– Esta noche no, tengo mucho frío.

– No se trata de paseos, son órdenes del capitán.

Esta última palabra tuvo un efecto mágico; saltó de la cama gritando:

– Jodayá! ¡Dios mío!

Se vistió deprisa y desordenadamente. Tuve que tranquilizarla, decirle que fuera más despacio, que no había tanta prisa. Sin embargo, cuando llegamos a cubierta había un verdadero revuelo y estaban encaminando a los pasajeros hacia los botes salvavidas.

El camarero que me había encontrado anteriormente estaba allí y me dirigí hacia él; no había perdido su jovialidad.

– Las mujeres y los niños primero -dijo burlándose de la fórmula.

Cogí a Xirín de la mano queriendo llevármela hacia la embarcación pero se negó a moverse.

– ¡El Manuscrito ! -suplicó. -¡Nos arriesgamos a perderlo en este barullo! ¡Está más protegido en la caja fuerte!

– ¡No me iré sin él!

– No se van a marchar -intervino el camarero-, estamos alejando a los pasajeros durante una hora o dos. Si quieren mi opinión, no es ni siquiera necesario. Pero el capitán es el que manda a bordo…

No diría que se dejó convencer. No, simplemente se dejó llevar de la mano sin resistirse, hasta la cubierta de proa, donde un oficial me gritó:

– ¡Señor, por aquí, le necesitamos!

Me acerqué.

– Falta un hombre en uno de los botes. ¿Sabe usted remar?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Samarcanda»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Samarcanda» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Aminatta Forna - Ancestor Stones
Aminatta Forna
Amin Maalouf - Samarkand
Amin Maalouf
Amin Maalouf - Leo Africanus
Amin Maalouf
Amin Maalouf - Disordered World
Amin Maalouf
Jonathan Stroud - The Amulet of Samarkand
Jonathan Stroud
Amin Maalouf - Los Jardines De Luz
Amin Maalouf
Carla Amina Baghajati - Muslimin sein
Carla Amina Baghajati
StaVl Zosimov Premudroslovsky - AMIN’NY ANDRO. Ny mahamenatra
StaVl Zosimov Premudroslovsky
Amin Rismankarzadeh - Darkness Monster
Amin Rismankarzadeh
Отзывы о книге «Samarcanda»

Обсуждение, отзывы о книге «Samarcanda» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x