La distancia desde Oslo hasta los Pirineos es de 2.150 kilómetros, y el avión sólo tenía un radio de acción de 2.100 kilómetros, pero podía ahorrarse gasolina volando a gran altura. A las ocho de aquella noche, un piloto que lucía una condecoración alemana recogió a Degrelle, que aún vestía el uniforme de las SS. Ambos atravesaron en automóvil las atestadas calles de Oslo, en las que la gente exteriorizaba su alegría, y no se detuvieron hasta el aeropuerto.
Pocos minutos después de la medianoche el avión despegó. Volaron sin complicaciones sobre los territorios ocupados de Holanda, Bélgica y Francia, hasta llegar sin gasolina a San Sebastián, en una de cuyas playas el avión se estrelló. Degrelle sufrió la fractura de cinco huesos, pero logró de este modo alcanzar España.
Pese a la preocupación que sentía Churchill por los problemas del armisticio, no era capaz de olvidarse del pueblo de Praga, y decidió enviar una exhortación final a Eisenhower:
«Espero que sus planes no le impidan avanzar hacia Praga, si posee las tropas necesarias y no se encuentra antes con los rusos. No se moleste en contestarme con un telegrama. Ya me informará cuando sostengamos la próxima conversación.»
Pero Eisenhower no tenía intenciones de avanzar un solo kilómetro al este de Pilsen. En cuanto a Praga, consideraba que el asunto no le concernía, sino que era una cuestión de los jefes militares conjuntos y del presidente de Estados Unidos.
Sólo Vlasov había acudido en ayuda de la capital checa, y uno de los regimientos del R.O.A. estaba empeñado en furiosa lucha con las tropas alemanas, en las calles de la ciudad. En la noche del 7 de mayo, el general Bunyachenko se enteró de que una división de las SS se acercaba a Praga desde el sur. Ordenó entonces a un regimiento de reserva que se atrincherase en una colina a trece kilómetros de la ciudad y que detuviese al enemigo a toda costa.
Mediada la mañana del día siguiente, los alemanes parecían estar detenidos por el regimiento de reserva. Pocas horas más tarde, las victoriosas tropas del R.O.A. comenzaron a salir de Praga. Bunyachenko explicó al comandante de un regimiento que los checos les habían pedido que se marcharan, pues su ayuda ya no era necesaria en la ciudad, donde los tanques de Konev estaban a punto de hacer su entrada. [74]
Los vlasovitas temían sin duda que sus compatriotas no tuvieran piedad con ellos, y abandonaron la ciudad que habían conquistado a los alemanes. Tristes y preocupados, se dirigieron hacia el sudoeste. Esta vez su marcha no era un desfile triunfal; nadie arrojaba flores a su paso, ni les regalaban comida, ni les vitoreaban. [75]
Poco antes del mediodía, el general Rudolf Toussaint, comandante militar alemán de Praga, fue llevado con los ojos vendados hasta el puesto de mando del Consejo Nacional Revolucionario Checo, donde su hijo se hallaba prisionero. El general Toussaint era un hombre alto y apuesto, de cincuenta años de edad, que vestía impecablemente. Una vez dentro del edificio, un partisano le arrancó de un tirón la venda que le cubría los ojos.
Aunque el general representaba a un ejército derrotado, discutió durante más de cuatro horas, hasta que al fin los checos permitieron que sus hombres avanzasen hacia el oeste, para entregarse a los americanos. Aún así, Toussaint se mostró desalentado, y declaró:
– Ahora no soy más que un general sin tropas.
Unos minutos más tarde hicieron entrar en la habitación a su hijo, con la cabeza vendada, y el general se sintió un poco más reconfortado.
En Praga aquél era el día de la venganza. Por todas partes los checos perseguían a los soldados y civiles alemanes con una furia que engendraron varios años de opresión. No tardó Praga en quedar totalmente libre y con las calles tranquilas, una vez más. Pero esto no impidió que los rusos comenzasen a atribuirse la liberación de la ciudad, lo cual constituyó una fuerte arma en la lucha que se inició más tarde para hacerse con el poder del país.
El 8 de mayo, por la mañana, la única lucha violenta que aún persistía en el Frente Oriental, se llevaba a cabo en Yugoslavia, donde los partisanos de Tito habían rodeado casi por completo a los doscientos mil soldados que quedaban del Grupo de Ejército F, mandado por el generaloberst Alexander Loehr. En los pasados dos meses, casi cien mil soldados de este grupo habían muerto en la lucha.
A la derecha de Loehr, el Grupo de Ejército Sur, bajo el mando del historiador austríaco Rendulic, presentaba una línea ininterrumpida desde el sur de Austria hasta la frontera con Checoslovaquia. Los cuatro ejércitos de Rendulic habían combatido muy poco desde la caída de Viena. Confiando en que los americanos y los británicos se le unirían en la lucha contra los bolcheviques, Rendulic envió un emisario al general de división Walton H. Walker, del XX Cuerpo de Estados Unidos, pidiéndole permiso para trasladar las tropas alemanas de reserva a través de las líneas americanas, hasta el Frente Oriental. Walker se negó secamente, y Rendulic, decepcionado e ignorando todo lo concerniente a las negociaciones de Reims, ordenó por su cuenta que cesaran las hostilidades en el Oeste a las nueve de esa misma mañana. Los cuatro ejércitos que se enfrentaban a los soviéticos recibieron la orden de deponer las armas y de retirarse hacia el Oeste.
El feldmarschall Schoerner, que ya había ordenado a sus soldados que huyesen a las líneas americanas, recibió un telegrama de Doenitz informándole que al llegar la medianoche entraría en vigor la rendición incondicional de las tropas. Desde ese momento Schoerner daría la orden de alto el fuego y permanecería con sus soldados en el lugar donde se encontraba. Algunos de sus oficiales consideraron que habían sido traicionados, pero Schoerner aceptó la situación resignadamente. Ordenó, sin embargo, a sus tropas que se dividiesen en grupos pequeños y que escapasen hacia el Oeste lo antes posible, llevando con ellos a cuantos civiles pudiesen.
A las diez de la mañana, el coronel Wilhelm Meyer-Detring llegó al cuartel general de Schoerner, situado a unos noventa y cinco kilómetros al norte de Praga, en compañía de cuatro americanos. Meyer dijo a Schoerner que quedaría relevado del mando en cuanto la capitulación entrase en vigor, a medianoche.
Schoerner envió sus últimos mensajes y luego decidió marchar al Tirol en avión para hacerse cargo del mando de Alpenfestung , según órdenes anteriores de Hitler. [76]
Hans-Ulrich Rudel, el aviador preferido de Hitler, se enteró de que la guerra había terminado cuando regresaba de una misión, hasta su base aérea del norte de Praga, en las últimas horas de la mañana. Reunió entonces a sus hombres, les agradeció su valentía y lealtad, y les estrechó la mano a todos.
Con otros seis pilotos, Rudel voló hacia las líneas americanas, donde esperaba recibir atención médica para su pierna amputada. Ya sobre el aeropuerto bávaro de Kitzingen, Rudel observó a los soldados americanos desfilando. Guió entonces su pequeña escuadrilla de tres «Junker 87» y cuatro «Focke-Wulf 190» en una pasada rasante hacia la pista de aterrizaje. Cuando las ruedas de su aparato tocaron tierra, Rudel frenó violentamente mientras agitaba la barra de mando, lo que provocó la rotura del tren de aterrizaje. Cuando abrió la cabina, un soldado americano le apuntó con un revolver y trató de sacarle a la fuerza. Rudel le dio un empujón, y cerró la cabina del avión. Poco después un grupo de oficiales americanos le sacaban del aparato y le llevaban hasta una sala de primeros auxilios, para que le vendasen el ensagrentado muñón de la pierna. A continuación le condujeron a una sala de oficiales donde se hallaban sus pilotos. Estos se pusieron de pie e hicieron el saludo nazi. Un intérprete dijo a Rudel que el comandante americano no permitía aquel saludo. También le preguntó si hablaba inglés.
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