John Toland - Los Últimos Cien Días

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Los últimos cien días de la Segunda Guerra Mundial en el escenario europeo son la culminación del drama que se ha desarrollado a lo largo de toda la contienda. En esos tres meses los Aliados darán el golpe de gracia al Tercer Reich pero, antes de que éste se hunda definitivamente, Alemania tendrá que soportar una tragedia con escasos precedentes en la historia de la humanidad. Víctima de intensos bombardeos, del frío y la falta de alimento, de los excesos cometidos por las tropas rusas y del terror impuesto por los últimos guardianes del nazismo, la población germana acabará recibiendo la noticia de la derrota con indisimulado alivio.
En estas páginas, el historiador John Toland ofrece una extensa, documentada y apasionante reconstrucción de esos últimos y dramáticos días. Su lenguaje ameno y directo, más cercano al periodismo que al propio de los libros de historia, transporta al lector a los diferentes escenarios en los que se libra esa partida final, en un fascinante relato de interés creciente que logra captar toda su atención desde el primer momento.
Los últimos cien días, un clásico imprescindible del que se han vendido millones de ejemplares desde su aparición en 1965, está considerado hoy día como la obra más completa sobre el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

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Herr reichminister…

Himmler no pudo terminar la frase, porque Krosigk dio media vuelta y se marchó.

Por la noche, Himmler confesó misteriosamente a sus allegados que aún quedaba por llevar a cabo una importante misión.

– Durante varios años he cargado con un gran peso. Esta nueva e importante tarea deberé realizarla solo. Tal vez uno o dos de ustedes podrán acompañarme.

A continuación Himmler se afeitó el bigote, se puso un parche sobre un ojo, cambió su nombre por el de Heinrich Hitzinger, y con media docena de seguidores, entre los que se contaban el doctor Gebhardt, partió en busca de un escondite. Dos semanas más tarde fue capturado por los ingleses. Un médico que procedía a hacerle un examen reglamentario notó algo en la boca de Himmler, pero antes de que pudiera extraer el objeto, Himmler lo mordió y murió casi instantáneamente. Era la cápsula de cianuro que había enseñado a Degrelle.

2

En París, el Cuartel General Supremo de las fuerzas aliadas había elegido a diecisiete corresponsales para que relatasen el acto de la rendición. En la tarde del 6 de mayo el avión que los conducía salió hacia Reims. Ya en camino, el general de brigada Frank A. Allen manifestó que el descubrir prematuramente las negociaciones podría tener resultados desastrosos, y pidió a todos que firmasen un compromiso para «no comunicar el resultado de esta conferencia, o su sola celebración, hasta que lo autorice el Cuartel General Supremo».

Llegados a Reims, los periodistas fueron llevados al puesto de mando de Eisenhower, situado en una escuela técnica profesional de la ciudad. Allen les condujo hasta una aula del piso bajo y les pidió que esperasen allí.

Entretanto, otro grupo de corresponsales, entre los que se incluía Raymond Daniell, del New York Times , y Helen Kirkpatrick, del Tribune , de Chicago, llegaba desde París en un jeep . Irritados ante la arbitraria selección de los que tendrían acceso exclusivo a la conferencia, trataron de entrar en la escuela, pero se lo impidieron por la fuerza. El grupo permaneció en la acera, abordando a todos los que entraban y salían del edificio. El teniente general Frederick Morgan simpatizó con estos periodistas, y dijo a Allen que había que hacer algo por ellos. Pero Allen se mostró inflexible y ordenó a los policías militares que los echasen del lugar.

Hacia las cinco y media, Jodl y su ayudante militar, en compañía de dos generales británicos, entraron en la escuela y fueron conducidos hasta una estancia donde se hallaba Friedenburg. Al entrar, Jodl saludó a su compatriota y cerró la puerta tras él. Poco después salió Friedeburg y pidió unas tazas de café y un mapa de Europa.

Los alemanes salieron unos minutos más tarde, y el general de división Kenneth Strong, jefe del Servicio de Inteligencia de Eisenhower, que hablaba correctamente el alemán, les acompañó hasta el despacho de Bedell Smith. Una vez allí, Jodl expuso de nuevo las condiciones alemanas: accedían a rendirse a los aliados occidentales, pero no a Rusia. A las siete y media Strong y Smith dejaron a los alemanes para ir a informar a Eisenhower en su despacho acerca de la marcha de las negociaciones. Después regresaron.

Unos momentos más tarde el capitán Butcher entró en la oficina de Eisenhower y le recordó las dos estilográficas que un viejo amigo de Eisenhower, Kenneth Parker, le había enviado para aquella ocasión. Eisenhower dijo a su ayudante naval que se hiciese cargo de las plumas, una de las cuales pensaba enviar a Parker, y la otra a Truman, tras la firma del armisticio.

– ¿Y para Churchill?-inquirió Butcher.

– ¡Cielos, me había olvidado de él! -exclamó Eisenhower.

Por fin, Jodl accedió a rendirse también a los rusos, pero solicitó una demora de cuarenta y ocho horas.

– No tardarán ustedes en estar luchando contra los rusos. Salven a todos los hombres que buenamente puedan de ellos -añadió Jodl.

Jodl mostró tal insistencia a este respecto, que Strong fue de nuevo a ver a Eisenhower y le dijo que los alemanes se mostraban irreductibles.

– Es mejor que se lo conceda -aconsejó Strong.

Eisenhower no quería demorar la firma y dijo:

– Infórmeles que cuarenta y ocho horas después de esta medianoche ordenaré cerrar las líneas del frente occidental, para que no puedan pasar más alemanes. Tanto si se firma como si no se firma el pacto.

Las palabras eran amenazadoras, pero concedían a Jodl lo que éste deseaba, dos días de plazo. De todos modos, envió un telegrama a Doenitz y Von Keitel, en el que dejaba trasuntar la decepción que sentía:

«El general Eisenhower insiste en firmar hoy. De lo contrario las líneas aliadas quedarán cerradas aun a los que deseen rendirse individualmente, y las negociaciones cesarán. No veo más alternativa que el caos, o firmar. Pido confirmación inmediata por radio sobre si se autoriza la firma de la capitulación. En tal caso, las hostilidades cesarían a la una del 9 de mayo, hora alemana.»

Era casi medianoche cuando Doenitz recibió el mensaje. Para ese entonces Jodl ya había enviado otro: « Conteste al radiograma con la mayor urgencia

Doenitz consideró que los términos del convenio eran una «manifiesta extorsión», pero no tenía otra alterativa. Las cuarenta y ocho horas que Jodl había conseguido permitían salvar a millares de alemanes de la esclavitud y la muerte. En consecuencia, Doenitz autorizó a Von Keitel para que enviase su conformidad, y poco después de la medianoche éste mandó a Jodl el siguiente mensaje por radio:

«El gran almirante Doenitz le concede plenos poderes para firmar según las condiciones estipuladas.»

A la una y media de la mañana, el comandante Ruth Briggs, secretario de Smith, llamó por teléfono a Butcher y le dijo:

– La fiesta va a empezar.

Luego le pidió que no dejase de llevar las dos plumas, si no, «¿cómo podía terminarse una guerra sin plumas?»

El salón donde se celebraría la ceremonia fue en un tiempo un recinto de esparcimiento donde los estudiantes jugaban al ajedrez y al tenis de mesa. Las paredes aparecían cubiertas de mapas, y en un extremo de la estancia había una mesa de gran tamaño que se empleaba en las ceremonias escolares.

Cuando Butcher llegó al salón, éste se hallaba ya atestado de gente, entre los que se contaban los diecisiete periodistas seleccionados; el general de división Iván Suspolarov y otros dos oficiales soviéticos; el general de división François Sevez, representante francés; tres oficiales británicos, el general Morgan, el almirante Harold Burrough y el mariscal del Aire sir James Robb; y por último el general Carl Spaatz, comandante de las Fuerzas Aéreas Estratégicas de Estados Unidos en Europa.

Bedell Smith entró en la estancia, parpadeando repetidas veces, a causa del resplandor de los focos instalados por los operadores de cine. Comprobó la distribución de los asientos y dio algunas instrucciones acerca de la forma en que debía actuarse. Poco después Jodl y Friedenburg hicieron su aparición, se detuvieron desconcertados unos instantes, cuando recibieron la luz en los ojos.

Los actores principales de la ceremonia tomaron asiento alrededor de la gran mesa, y Butcher colocó una de las estilográficas ante Smith y otra ante Jodl, que se sentaba frente al general americano. Smith manifestó a los alemanes que los documentos estaban preparados, y preguntó si se hallaban dispuestos para firmar.

Jodl asintió levemente y firmó los primeros documentos que estipulaban un alto el fuego total al día siguiente, a las 23'01, hora de Europa Central. El rostro de Jodl aparecía impasible, pero Strong notó que tenía los ojos húmedos. Butcher entregó entonces a Jodl su propia estilográfica, para que firmase el segundo documento, pensando en que sería un recuerdo interesante. Por fin, colocaron su firma Smith, Susloparov y Sevez. Eran exactamente las 2,41 del 7 de mayo de 1945.

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