En Checoslovaquia, durante la ocupación alemana, los grupos de resistencia clandestina que habían operado más o menos independientemente, terminaron por unirse para desarrollar una acción conjunta. Su objetivo común era evitar la destrucción de los bienes del país por parte de los alemanes, y asegurar un Gobierno democrático en la posguerra.
A diferencia de otras ciudades del centro y el este de Europa, Praga apenas había resultado dañada por la contienda. Su pintoresco castillo, sus puentes y sus templos, que parecían salidos de un cuento de hadas, se hallaban intactos. En la tarde del día 4 de mayo, los impacientes ciudadanos pusieron en peligro la rebelión proyectada, al destruir los carteles escritos en alemán, o pintar sobre ellos frases patrióticas.
Radio Praga amenazó con severas penas a los que realizasen tales actos de «vandalismo», pero las amenazas no surtieron efecto alguno. Al día siguiente, por la mañana, los vendedores callejeros comenzaron a ofrecer a los peatones, sin el menor reparo, esquelas mortuorias en que se notificaba la defunción del Tercer Reich, «maldición de la Humanidad». En la parte inferior de la tarjeta podía leerse un antiguo proverbio checo: «Cuando se infla demasiado un globo, éste termina por estallar.» Una noticia falsa hizo creer a los habitantes de Praga que Patton se hallaba a treinta kilómetros de la ciudad, lo cual dio lugar a numerosas manifestaciones públicas. Atravesando la plaza Wenceslaus, pudo verse un tranvía adornado con banderas de los países aliados. El vehículo iba a toda velocidad, haciendo sonar estrepitosamente la campana, mientras desde la plataforma posterior el cobrador lanzaba consignas de rebelión.
Al mediodía aparecieron banderas checas en muchas ventanas, y las tiendas colocaron en sus escaparates retratos de Benes, Masaryl y Stalin. Karl Hermann Frank, el ministro de Estado nazi para Bohemia y Moravia, ordenó que se despejasen las calles, pero sólo unas pocas tropas de las SS abrieron fuego contra los manifestantes.
El Consejo Revolucionario Nacional Checo se reunió apresuradamente en el local de una empresa de seguros, y votó unánimemente por dirigir la incipiente revolución. El plan que el Consejo había elaborado dependía sobre todo del suministro de armas por aire, desde aviones británicos, pero los ingleses fueron postergando siempre la operación. La primera tarea del Consejo consistió en hallar un hombre que atrajese las simpatías populares. Se eligió al doctor Albert Prazak, un catedrático de la Universidad de Charles, que tenía sesenta y cuatro años. Era anticomunista, pero no poseía gran energía, y los comunistas del Consejo tuvieron la seguridad de que llegarían a influir en él debido a que su hija era miembro del Partido.
A las tres, el Consejo difundió por radio una consigna exhortando a los ciudadanos de Praga a construir barricadas en las calles. Bajo la helada lluvia, la gente comenzó a levantar obstáculos en todas las esquinas de las arterias importantes. Los hombres quitaban los adoquines de las calles, mientras las mujeres los apilaban formando montones. También los tranvías sirvieron como trincheras, y muchos fueron descarrilados y volcados con tal objeto.
De pronto, apareció en la plaza Wenceslaus un jeep rebosante de norteamericanos. Era un grupo de la Oficina de Servicios Estratégicos, que dirigía el teniente Eugene Fodor, de ascendencia húngara. Los checos abrazaron llenos de entusiasmo a los norteamericanos, pues creían que éstos constituían la vanguardia del ejército de Patton. Les llevaron al puesto de mando del alzamiento, donde se les dijo que las fuerzas norteamericanas podían entrar fácilmente en la ciudad. Entonces, el comandante Nechansky, del comando militar, propuso regresar con Fodor para entrevistarse con el general Patton. Quería transmitirle una petición formal en nombre del general Kuttelwasen, jefe militar del alzamiento, para que acudiese en ayuda de Praga.
Uno de los comunistas del Consejo se opuso con vehemencia. Sin duda quería que el Ejército Rojo llegase primero, pero al fin se tuvo que inclinar ante la mayoría.
Fodor llevó a Nechansky al cuartel general norteamericano en Pilsen, unos ochenta kilómetros al Oeste, y encontró a Patton en compañía del general Huebner. Patton se interesó profundamente por la desesperada situación en que se hallaba la ciudad, según el relato de Fodor, y pidió a Bradley que le permitiese llevar a cabo la liberación de Praga. Bradley dijo que no podía tomar aquella decisión, que correspondía a Eisenhower. Llamó entonces Bradley por teléfono a Eisenhower, el cual dijo que la línea de detención de Pilsen era inamovible, y que bajo ninguna circunstancia debía Patton marchar sobre Praga. [71]
En la ciudad, entretanto, cundió la noticia de que dos divisiones alemanas se acercaban rápidamente. Las armas prometidas no habían sido aún enviadas, y en su desesperación, un grupo de oficiales checos se dirigió a los rusos, vestidos con uniformes alemanes y sin informar al Consejo. Esta era una división del llamado Ejército Vlasov, que en las tres últimas semanas había errado desafiante desde su situación de batalla junto al Oder, hasta llegar a sólo cincuenta kilómetros de Praga.
Casi tres años antes, el teniente general Andrei Andreevich Vlasov -antiguo consejero militar de Chiang-Kai-Chek y uno de los héroes de la defensa de Moscú- había sido capturado por los alemanes en las cercanías de Leningrado. Se mostró Vlasov tan desilusionado con la situación reinante en la Unión Soviética, que escribió una carta abierta a los demás prisioneros rusos, acusando a Stalin y exhortándoles a derribar el comunismo. Los propagandistas nazis comprendieron que aquel hombre les resultaría de gran utilidad, y le enviaron en gira por los campamentos de prisioneros para que reclutase a otros rusos en la cruzada de Hitler contra el bolchevismo.
Para disgusto de sus captores, sin embargo, Vlasov también comenzó a criticar a los nazis por tratar de esclavizar a Rusia y aterrorizar a sus habitantes. «Hoy puede aún ganarse al pueblo ruso para la gran batalla -escribió-. Mañana será demasiado tarde.» Cierto número de altos oficiales de la Wehrmacht apoyaron la forma de pensar de Vlasov, y el alto y enjuto general soviético de gafas de gruesa armazón fue adquiriendo cada vez más importancia, hasta convertirse en el jefe de más de un millón de prisioneros rusos de guerra que deseaban expulsar el bolchevismo de su país. Hitler, sin embargo, seguía sintiendo recelos de Vlasov y los suyos.
– Nunca lograremos disponer de un ejército ruso -aseguraba el Führer-. Eso no es más que una vana ilusión. En lugar de hacerles luchar contra Rusia, será un ejército que se volverá sobre Alemania, cuando se presente la ocasión. Cada nación piensa en sí misma, y nada más. Por encima de todo, no debemos entregar esas unidades a un hombre que las tenga exclusivamente bajo su poder y que diga: «Hoy lucháis para ellos y mañana no lo haréis.»
Pero Himmler consideraba que tales tropas podían ser utilizadas como un factor político de gran importancia, y cuando la falta de hombres empezó a resultar desesperante, mandó buscar a Vlasov y le dio permiso para que organizase una fuerza inicial de cincuenta mil hombres. En un solo día, el 20 de noviembre de 1944, trataron de alistarse sesenta mil, pero bien a causa de la desconfianza de Hitler, como de la falta de armamento y equipo, sólo dos unidades entraron en actividad: las Divisiones Primera y Segunda R.O.A. ( Russkaia Osvobitelnaia Armiia : Ejército de Liberación Ruso).
La profecía de Hitler comenzó a materializarse cuando la Primera División R.O.A. llevaba sólo unas pocas horas luchando contra el Ejército Rojo en el frente de Busse. Después de un día de ataques inútiles contra fuerzas soviéticas muy superiores, el general Sergei K. Bunyachenko, comandante de dicha división, ordenó la retirada del frente sin haber recibido órdenes para ello. 'El general soviético razonó diciendo que la guerra casi había terminado, y que una división más o menos en nada cambiaría las cosas. Su principal preocupación consistía en salvar vidas. Decidido a reunirse con la otra división R.O.A. y con el propio Vlasov, Bunyachenko ordenó a sus hombres que se dirigieran hacia Checoslovaquia. Los rusos se arrancaron las svásticas de los uniformes y se hicieron treinta mil octavillas en multicopista acusando a Hitler. La R.O.A. se había ya sublevado, como pronosticara el Führer.
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