– Aun cuando hablase inglés, estamos en Alemania, y aquí yo hablo alemán -contestó Rudel-. Por lo que se refiere al saludo, se nos ha ordenado saludar de esa forma, y como soldados que somos cumplimos las órdenes que nos dan. Por otra parte, poco importa que nos permitan o no saludar como lo hacemos.
Rudel miró con gesto de desafío a unos cuantos oficiales que había sentados ante una mesa próxima y añadió:
– El soldado alemán no ha sido derrotado por incapacidad, sino por la abrumadora superioridad de material. Aterrizamos aquí porque no deseábamos permanecer en la zona soviética. Preferimos también no discutir más este asunto, y que nos den algo de comer y nos permitan bañarnos.
Los americanos dejaron que sus prisioneros tomasen una ducha, y mientras estaban comiendo un intérprete dijo a Rudel que el comandante de la base deseaba sostener con él y sus oficiales una charla amistosa, si no tenía inconveniente.
A semejanza de Rudel, varios millones de alemanes del Frente Oriental estaban tratando de llegar a las líneas americanas. Muchos se encaminaban hacia Enn, en Austria, con la intención de atravesar el río frente a la 65.» División de Estados Unidos.
Al anochecer, varios grupos de alemanes de la 12.ª División Panzer SS avanzaron medio extenuados hacia el puente, cuya barricada de grandes troncos había sido retirada en parte, para dejar pasar sólo un camión a la vez. Alguien gritó en esos momentos « Russky! », y se produjo una frenética carrera hacia el puente. Los camiones que lo estaban atravesando arremetieron contra los fugitivos, quince de los cuales resultaron muertos, y muchos otros recibieron heridas. El acceso al puente estaba totalmente obstruido, y los aterrados alemanes corrían por las cercanías, gritando:
– Russky! Russky!
Un tanque mediano soviético avanzó hacia el puente. En la torrecilla podía verse a un teniente que reía sin cesar, ante el espectáculo de seis mil hombres que corrían desesperadamente para huir de su cañón.
En horas tempranas del 8 de mayo, Truman escribió a su madre y hermana la siguiente carta:
«Queridas mamá y Mary:
»Esta mañana cumplo sesenta y un años. Anoche dormí en la habitación presidencial de la Casa Blanca. Han terminado de pintarla y algunos de los muebles se encuentran ya en su sitio. Espero que esté dispuesta para vosotras el próximo viernes. (Mi costosa pluma de oro no escribe como debiera.)
»Este será un día histórico. A las nueve de esta mañana deberé dirigirme por radio al país, anunciando la capitulación de Alemania. Los documentos se firmaron ayer por la mañana y las hostilidades cesarán en todos los frentes esta noche, a las doce. ¿No es ése un buen regalo de cumpleaños?
»He sostenido una conversación con el primer ministro de Gran Bretaña. Este, junto con Stalin y el presidente de Estados Unidos, han acordado dar la noticia simultáneamente en las tres capitales. Convinimos una hora que fuese adecuada para todos. Se hará a las nueve de la mañana, hora de Washington, cuando en Londres sean las tres de la tarde, y en Moscú las cuatro. [77]
»Mister Churchill me llamó al amanecer para preguntarme si podíamos dar la noticia inmediatamente, sin tener en cuenta a los rusos. Yo me negué, y él trató de convencerme para que hablase con Stalin. Por fin accedió ajustarse al plan previsto, pero estaba tan irritado como una gallina mojada.
»Los acontecimientos se han precipitado arrolladoramente desde el 12 de abril. No ha transcurrido un día sin que haya dejado de tomar una decisión trascendental. Hasta el momento, la suerte me ha acompañado, y espero que siga haciéndolo. De todos modos, la fortuna no puede seguir ayudándome constantemente, y espero que cuando corneta un error, éste no sea demasiado grande, y pueda hallársele remedio.
»Estamos esperando hacer una gira con vosotras. Tal vez no pueda ir a buscaros, como yo creía, pero os enviaré el avión más seguro, con toda clase de facilidades, de modo que os ruego que no me decepcionéis.
»Con todo cariño,
»Harry.»
A las 8'35 de la mañana, los periodistas se agruparon en silencio en uno de los balcones de la Casa Blanca, donde Truman ya les estaba esperando en compañía de su esposa, su hija y un grupo de jefes políticos y militares.
– Bien, quiero empezar leyéndoles una breve declaración -dijo el presidente-. Deseo que comprendan, desde el principio, que esta conferencia de Prensa se realiza teniendo en cuenta que ninguna información que aquí reciban será difundida antes de las nueve de la mañana.
Truman dijo que iba a leer una proclama y que hacerlo no le llevaría más que siete minutos, por lo que les quedaba tiempo de sobra. Los periodistas se echaron a reír.
– «Esta es una hora solemne y gloriosa. El general Eisenhower me informa de que las fuerzas de Alemania se han rendido a las naciones aliadas. Las banderas de la libertad ondean sobre toda Europa.»
El presidente interrumpió la lectura y añadió:
– También es para celebrar mi cumpleaños en este día.
– ¡Feliz cumpleaños, señor presidente! -gritaron varias voces, y se produjo otra explosión de carcajadas.
Truman concluyó su proclama, que terminaba exhortándoles a «trabajar, trabajar y trabajar» para concluir con la guerra, ya que la victoria se había conseguido sólo a medias. Leyó entonces otra nota pidiendo que se luchase implacablemente contra el Japón, hasta que éste se rindiese incondicionalmente, y enumeró lo que suponía para los japoneses la rendición incondicional:
– «Supone -leyó Truman- el fin de la guerra.
»Supone la terminación de la influencia de los jefes militares que llevaron al Japón al desastre actual.
»Supone cuidar del regreso de los soldados y marinos al seno de sus familias, a sus granjas, a sus tareas habituales.
»Y supone no prolongar los sufrimientos actuales de los japoneses con una vana esperanza de victoria.
»La rendición incondicional no significa el exterminio ni la esclavitud para el pueblo japonés.»
Sin duda, una declaración similar hecha a los alemanes en 1944, hubiese tenido como consecuencia un fin más rápido del conflicto.
Hablado directamente con los periodistas, Truman manifestó:
– Como recordarán ustedes, se ha repetido aquí siempre que deseamos paz, justicia y legalidad. Eso es lo que trataremos de conseguir en San Francisco, y lo conseguiremos; un marco para la paz, dentro de la Justicia y la Ley. El problema con que nos enfrentamos es abrumador.
Añadió luego Truman que el domingo 13 de mayo sería declarado Día de Acción de Gracias, e hizo notar que resultaba muy sugestiva la circunstancia de que coincidiese también la fecha con el Día de la Madre.
A las nueve de la mañana, el presidente se encontraba en la sala de radio de la Casa Blanca, para leer la alocución a su pueblo.
– «Este es el momento solemne y glorioso -comenzó diciendo, y añadió espontáneamente una frase que no estaba en el escrito-, y mi mayor deseo habría sido que Franklin D. Roosevelt hubiese sido testigo de este día…»
Exactamente en el mismo momento Churchill se dirigía al pueblo inglés desde el número 10 de Downing Street. Pasó revista a los últimos cinco años, y dijo sombríamente que desearía poder decir que todos los afanes y problemas habían quedado atrás, pero que no obstante aún quedaba mucho por hacer.
– En el continente europeo aún tenemos que asegurarnos de que los sencillos y honorables propósitos por los que entramos en guerra no son desechados ni quedan a un lado en los meses que sigan a nuestro éxito, y que las palabras «libertad», «democracia» y «libertad» no sufren una deformación en su verdadero sentido. De poco serviría castigar a los partidarios de Hitler por sus delitos, si la Ley y la Justicia no imperan, y si en lugar de los Gobiernos de los alemanes invasores, se implantan otros Gobiernos totalitarios o policíacos. No buscamos nada para nosotros mismos, pero debemos asegurarnos de que la causa por la que hemos luchado halla reconocimiento en la mesa de la paz, tanto en los hechos como en las palabras. Y por encima de todo debemos trabajar para tener la certeza de que la organización mundial que las Naciones Unidas están creando en San Francisco, no se convierta en un nombre ocioso, en un escudo para los fuertes y una burla para los débiles. Son los vencedores los que deben demostrar su magnanimidad en estas horas de gloria, haciéndose dignos, con la nobleza de sus actos, de las inmensas fuerzas que Gobiernan… [78]
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