Henri Troyat - Las Zarinas

Здесь есть возможность читать онлайн «Henri Troyat - Las Zarinas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las Zarinas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Zarinas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tras la muerte de Pedro el Grande, en 1725, ¿quién sucederá a ese reformador déspota y visionario? Rusia está inquieta, nobles y vasallos trazan sus estrategias y desarrollan hipótesis acerca de quién ocupará el trono. Serán tres emperatrices y una regente quienes detentarán el poder durante treinta y siete años: Catalina I, Ana Ivánovna, Ana Leopóldovna, Isabel I. Mujeres todas ellas caprichosas, violentas, disolutas, libertinas, sensuales y crueles, que impondrán su extravagante carácter al pueblo y harán vacilar a la Santa Rusia.
Henri Troyat narra el destino de esas zarinas poco conocidas, eclipsadas por la personalidad de Pedro el Grande y por la de Catalina, que subirá al trono en 1761.

Las Zarinas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Zarinas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La Chétardie se guarda mucho de divulgar estas palabras subversivas, pero en el entorno de la regente se extiende el rumor de que se prepara una conjura. Inmediatamente, un celo vengativo inflama el ánimo de los partidarios de Ana Leopóldovna. Antonio Ulrico, en calidad de marido, y el conde de Lynar, en calidad de favorito, la previenen, cada uno por su lado, del peligro que corre. Insisten en que refuerce la vigilancia en las puertas de la morada imperial y ordene detener en el acto al embajador de Francia. Ella, impávida, califica esos rumores de pamplinas y se niega a adoptar una medida desproporcionada para acallarlos. En tanto que Ana desconfía de los partes de sus informadores, su gran rival, Isabel, advertida de las sospechas que despierta su empresa, se asusta y suplica a La Chétardie que aumente las precauciones. Mientras él quema legajos de documentos comprometedores, ella, por prudencia, se marcha de la capital y se reúne con algunos de los conspiradores en villas de amigos cercanas a Peterhof. El 13 de agosto de 1741, Rusia ha entrado en guerra con Suecia. Si bien los diplomáticos conocen las oscuras razones de este conflicto, el pueblo las ignora. Lo único que se sabe en los medios rurales es que, por motivos muy confusos de prestigio nacional, de fronteras y de sucesión, miles de hombres van a caer lejos de su casa bajo los disparos del enemigo. Sin embargo, por el momento no se ha hecho participar a la Guardia imperial en el asunto. Eso es lo esencial.

A fines del mes de noviembre de 1741, Isabel se da cuenta, con pesar, de que una conspiración tan arriesgada como la suya no puede salir adelante sin un sólido apoyo financiero y pide ayuda a La Chétardie. Éste se rasca los bolsillos y luego solicita a la corte de Francia un adelanto suplementario de quince mil ducados. En vista de que el gobierno francés persiste en hacer oídos sordos, Lestocq apremia a La Chétardie para que actúe cueste lo que cueste, sin esperar a que París o Versalles le den permiso. Exhortado, espoleado, enardecido por Lestocq, el embajador se presenta ante la zarevna y, pintándole deliberadamente el panorama más negro de lo que está en realidad, le dice que, según sus últimas informaciones, la regente se dispone a encerrarla en un convento. Lestocq, que lo acompaña, confirma sin pestañear que la orden puede ser dada de la noche a la mañana. Precisamente esta posibilidad es la pesadilla constante de Isabel. Para convencerla del todo, Lestocq, que tiene buena mano con la pluma, coge una hoja de papel y traza dos dibujos: uno representa a una soberana subiendo al trono entre las aclamaciones del pueblo, y el otro a la misma mujer tomando los hábitos y dirigiéndose, con la cabeza gacha, a un convento. Colocando los bocetos ante los ojos de Isabel Petrovna, ordena en un tono a la vez perentorio y burlón:

– ¡Escoged, señora!

– Muy bien -contesta la zarevna-, sed vos juez de la situación. [42]

Lo que no dice, pero se trasluce en su mirada, es que el terror la domina. Sin preocuparse de su palidez y su nerviosismo, Lestocq y La Chétardie hacen una lista detallada de los adversarios que hay que arrestar y proscribir inmediatamente después de la victoria. La lista negra la encabeza, evidentemente, Ósterman; pero también figuran Ernst Münnich, hijo del mariscal de campo, el barón Mengden, padre de la Julieta tan querida por la regente, el conde Golovkin, Loewenwolde y algunos comparsas. Sin embargo, todavía no se determina la suerte reservada a la regente, su marido, su amante y su hijo. ¡Cada cosa a su tiempo! Para azuzar a la zarevna, demasiado tímida para su gusto, Lestocq le asegura que los soldados de la Guardia están dispuestos a defender, a través de ella, «la sangre de Pedro el Grande». Al oír estas palabras pronunciadas por el médico conspirador, Isabel recupera súbitamente todo su aplomo y, galvanizada, arrebatada, declara: «¡No traicionaré esa sangre!»

Este conciliábulo determinante tiene lugar, en el mayor secreto, el 22 de noviembre de 1741. Al día siguiente, martes 23 de noviembre, hay recepción en palacio. Disimulando su ansiedad, Isabel se presenta en la corte con un vestido de ceremonia idóneo para hacer rabiar a todas sus rivales y con una sonrisa capaz de desarmar a las mentes más malévolas. Mientras saluda a la regente, teme oír algún agravio o alguna alusión a su amistad con gentileshombres de opiniones poco recomendables, pero Ana Leopóldovna se muestra más afable aún que de costumbre. Seguramente su amor por el conde de Lynar, actualmente de viaje, la ternura que siente por Julia Mengden, cuyo ajuar está preparando, y la salud de su hijo, al que, según dicen, cuida «como una buena madre alemana», la tienen demasiado ocupada para dejarse impresionar por los rumores que circulan sobre un presunto complot. No obstante, al ver a su tía la zarevna, tan bella y serena, recuerda que, en su última carta, Lynar la ponía en guardia contra el doble juego de La Chétardie y Lestocq, quienes, empujados por Francia y tal vez incluso por Suecia, al parecer planean derrocarla para poner en su lugar a Isabel Petrovna. Repentinamente desanimada, Ana Leopóldovna decide agarrar el toro por los cuernos. Tras haber observado a su tía, que está jugando a las cartas con unos cortesanos, se acerca a ella e, interrumpiendo la partida, le pide que la acompañe a una estancia contigua. Una vez a solas con ella, le repite fielmente la denuncia que acaba de escuchar. Isabel, como si la hubiera alcanzado un rayo, se queda pálida, se azara, proclama su inocencia, jura que ha sido mal aconsejada, odiosamente engañada, y se arroja llorando a los pies de su sobrina. Ésta se siente conmovida por la aparente sinceridad de este arrepentimiento y se deshace a su vez en llanto. En lugar de enfrentarse, las dos mujeres se abrazan entre suspiros y promesas de afecto. Al final de la velada, se despiden como dos hermanas a las que un mismo peligro ha unido.

Sin embargo, nada más llegar a oídos de sus respectivos partidarios, el incidente toma el significado de un llamamiento a la acción inmediata. Unas horas más tarde, mientras cena en un famoso restaurante donde tanto se pueden degustar ostras de Holanda como comprar pelucas de París, y donde además se dan cita los mejores informadores de la capital, Lestocq se entera, a través de unos soplones bien relacionados, de que Ósterman ha ordenado alejar de San Petersburgo al regimiento Preobrazhenski, totalmente adepto a la zarevna. El pretexto aducido para llevar a cabo este repentino movimiento de tropas es el desarrollo inesperado de la guerra entre Suecia y Rusia. En realidad, se trata de una manera como cualquier otra de privar a Isabel Petrovna de sus aliados más seguros en caso de que se dé un golpe de Estado.

En esta ocasión, ya no hay marcha atrás. Es preciso adelantarse al adversario. Infringiendo el protocolo, los prosélitos de Isabel improvisan una reunión clandestina en el propio palacio, en los aposentos de la zarevna. A ella asisten los principales conjurados, que rodean a una Isabel más muerta que viva. A su lado está Alexéi Razumovski, que por primera vez da su opinión sobre el asunto. Resumiendo el parecer general, declara con su hermosa voz de corista de iglesia: «Si se alarga la situación, estamos abocados a una desgracia. En caso de que así sea, mi intuición percibe grandes disturbios, destrucciones, tal vez incluso la ruina de la patria.» La Chétardie y Lestocq aprueban vehementemente sus palabras. Ya no es posible dar marcha atrás. Isabel Petrovna, entre la espada y la pared, dice a regañadientes: «Está bien, puesto que me veo obligada…» Y, sin acabar la frase, esboza el gesto de quien se abandona a la fatalidad. Acto seguido, Lestocq y La Chétardie reparten los papeles; Su Alteza en persona debe presentarse ante los gvardeitsi para animarlos a seguirla. Precisamente una representación de granaderos de la Guardia, dirigida por el sargento Grunstein, acaba de llegar al palacio de Verano y pide una audiencia con la zarevna; esos hombres confirman que ellos también han recibido la orden de partir para la frontera finlandesa. Llegados a este extremo, los insurrectos no pueden permitirse fallar, y cada minuto perdido reduce sus posibilidades. Isabel Petrovna, que se halla ante la decisión más grave de su vida, se retira a su habitación.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las Zarinas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Zarinas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las Zarinas»

Обсуждение, отзывы о книге «Las Zarinas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x