Juan Galán - En busca del unicornio
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El autor ha logrado un estilo que es un maravilloso equilibrio entre la soltura y agilidad narrativa y el sabor arcaico que requería el tema. En suma, una deliciosa novela de aventuras en donde coexisten lo fantástico, lo humorístico y lo dramático. La obra ha sido galardonada con el Premio Planeta 1987.
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Y esto dispuesto, pasamos adelante y los otros negros quedaron atrás mirándonos muy espantados. Y ya iba advertida la niña Adina de que a ella no le haría mal el unicornio, mas con todo ello iba temerosa y se agarraba muy fuertemente a mi mano y temblaba presa de gran pavor. Y yo luego la consolaba diciéndole al oído muy quedas palabras que si no entendía, por el tono la podrían sosegar. Y así pasamos adelante, por entre las hierbas más altas, hasta un árbol grande que en medio estaba y por allí se dispersaron los ballesteros como yo tenía dicho. Y la niña y yo pasamos solos adelante. Y ya en esta distancia se podía distinguir bien el único cuerno del unicornio que no era como yo me lo había esperado ni como fray Jordi, que atrás quedaba, me lo había descrito, esto es, muy largo y blanco y retorcido y afilado, sino más bien corto y recio, de la forma del miembro del hombre, un poco curvo hacia arriba. Y no lo llevaba el unicornio en la frente sino en medio del hocico, como dijeran los tongaya.
Y en sintiéndonos llegar, quizá porque nos oliera en el aire, el unicornio más grande, que más cerca de nosotros estaba, dejó de pacer la hierba y levantó un poco la enorme cabeza y movió las orejas, que las tenía cortas como de caballo, para donde nosotros veníamos y no se movió más. Y nosotros pasamos adelante y la niña sudaba y temblaba de mis manos fuertemente cogida y yo la llevaba delante de mí para que el unicornio la ventease primero y se amansara a su olor. Y mientras fui admirando el gran cuerpo que la bestia tenía, que era como de buey muy grande, y las patas cortas y muy recias y la cabeza enorme y pesada como de jabalí y por la parte del hocico tan grande como por la parte de los ojos. Y sobre el hocico aquel cuerno poderoso y otro cuernecillo más chico por encima de él.
Y con esto nos llegamos a menos de un tiro de ballesta del unicornio y la niña no quería seguir y se agarraba a mis piernas estorbándome el andar y se volvía por no ver al unicornio y me abrazaba llorando con muy tiernas razones que yo no entendía. Y yo, con la boca seca, intentaba decirle en su lengua que el monstruo no le haría daño porque era doncella. Y en esto estaba cuando oí tronar en el aire y tembló la tierra. Y alcé los ojos y vi que el unicornio venía a nosotros trotando como caballo, mas muy pesadamente. Y la cabeza traía por bajo, como los puercos del monte cuando quieren clavar sus cuchillas por se defender. Mas yo me estuve a pie firme y no me quise mover sabedor de que, en llegando a nosotros, el unicornio no podría ofendernos porque a la vista de la doncella luego se amansaría y detendría sin daño. Mas no fue así, que el animal nos embistió con su cuerno y su hocico espantables y nos tiró por el aire muy maltrechos y siguió adelante queriendo tomar carrera otra vez, como los toros hacen. Y yo caí a tierra privado de mi seso y esto fue cuanto supe, que después me dormí como si muriera y, antes de no saber quién era y de que las tinieblas me ganaran, confusamente percibí toques de trompeta y la grita de "¡Enrique, Enrique, por Castilla!" que daban los ballesteros viniendo.
Cuando desperté estaba tendido sobre la yerba y me dolía mucho un brazo y me sentía molido de todo el cuerpo. Y abriendo los ojos vi a fray Jordi que solícito se asomaba a mirarme y las caras de Andrés de Premió y de los otros hombres y la del Negro Manuel que compungidamente lloraba. Y luego me dijeron cómo la niña Adina era muerta, que el unicornio nunca miró a su virginidad y franqueza, a lo que fray Jordi dijo que siempre había tenido la sospecha de que la doncella había de ser blanca de carnes y rubia de cabello, como la madre de Cristo, y de otro modo no había virtud, mas luego que se viera que doña Josefina no era virgen se había conformado a pensar que cualquier doncella valdría, pues el maestro Plinio nada escribía del asunto en su tratado del unicornio y que con suerte en el país de los negros encontraríamos la que nos conviniera, lo que no había podido ocurrir por nuestra desgracia y castigo y punición de nuestros pecados. Mas, con todo, el unicornio quedaba muerto y cazado que, en pasando de nosotros y derribándonos, luego los ballesteros lo habían llenado de virotes como puerco espín y en unos pasos murió. Y era maravilla ver cómo los pasadores del lomo, donde más recio tenía el cuero, apenas le habían entrado medio palmo, como si hubiesen dado contra madera dura de olivo. Mas otros pasadores le entraron por abajo que le hallaron el corazón y la vida.
Y luego vinieron a mostrarme el cuerno de la fiera y era más gordo que el de un toro y más corto y de menos punta y todo él macizo por de dentro como si fuera diente. Y estaba hecho de un hueso como el marfil sino que más nervudo y basto. Y así como me lo presentaban yo quise llegarme a tomarlo según estaba caído en el suelo y vi que solamente una mano subía y que la siniestra se me quedaba pegada al cuerpo como antes la tuviera. A lo que fray Jordi me dijo que el unicornio me hiriera malamente aquel brazo y lo tenía partido en el hueso y me lo había atado en una madera por sanarlo.
Y después desto me entraron mareos y desfallecí nuevamente y durante muchos días fray Jordi me mantuvo con gachuelas de harina y sangre y me dio mucha nuez de coca que me hacía soñar muy extraños sueños, por aliviarme de los dolores, y otros cocimientos y yerbas que me bajaran las calenturas.
Y todos pensaron que me iba a morir mas no moría y el brazo tampoco sanaba sino que iba tornándose negro y la carne hedía de muerta y se iba pudriendo. Y esto visto fray Jordi pensó que era mejor cortarlo y para esto me dieron más nuez de coca que otras veces y me dejaron dormido sin seso y luego me cortaron el brazo por donde estaba roto y quemaron la herida con un cuchillo calentado en el fuego.
Mas de todo esto no sé sino lo que me contaron, pues en perdiendo el brazo me subieron recias calenturas y fiebres y por muchos días no volví en mi seso y ya empezaban a aparejar lo que harían yo muerto. Mas, en pasando adelante, quiso Dios Nuestro Señor que fuera recordando y se me fuera cerrando la herida y me fueran bajando las calenturas y la vida volviera a mí y aunque quedé manco y sin carne y sin fuerzas no morí y seguí viviendo para poder contarlo y no sé si hubiera sido más dichoso muriendo luego.
Dieciséis
En Esto Pasaron Quince Días y venida la fiesta de San Andrés ya estaba yo repuesto de mis flaquezas y los hombres impacientes murmuradores y de mal talante porque no había qué comer y la carne que se ballesteaba era poca, que en aquel yerbazal sólo se veían unicornios y elefantes y algunos leones y no eran estas fieras buenas para ir en pos de ellas queriendo flecharlas. Y ciervos y cabras había pocos y muy recelosos que, en venteando hombre, luego huían más que del león. Y cuando yo pude tener seso y volví a mi juicio, hicimos junta y consejo y determinamos que, cobrado ya el unicornio, el servicio del Rey nuestro señor requería que prontamente tornásemos a Castilla. Mas dábamos por seguro que desandar aquel camino traído, que tanto nos había costado andar, no era cosa ligeramente hacedera y que si más de la mitad de los hombres habían perecido en sus muchos desastres y desventuras, era de creer que la otra mitad, más quebrantada y menos abastada, pereciera luego en el retorno, con lo que el señor Rey quedaría deservido y nada se habría logrado. Por el contrario, si la Tierra era redonda como fray Jordi y otros sabíamos, siguiendo adelante hacia el Mediodía no podía quedar mucho camino, tanto dejábamos detrás ya, sin que saliéramos a reinos cristianos, quizá el reino del Preste Juan, que dicen que es de negros o mulatos, los cuales están en la Fe de Cristo, y de allí muy bien nos podrían socorrer los reyes y duques y, en entendiéndonos más fácilmente con gentes de nuestra religión, nos pondrían luego en el camino de Castilla con guías ciertos y hasta podríamos ir posando en los conventos y monasterios y gozando de estrenas y mercedes y limosnas de las buenas gentes que supieran los fechos que atrás dejábamos cumplidos. Y este acuerdo nos pareció bueno, con lo que se lo participamos a la ballestería y a unos les pareció bien y a otros no, mas con todo pasamos adelante. Y al principio algunos hombres venían muy reciamente murmurando que no entendían aquello de que la Tierra fuese redonda y que el camino de Castilla había de ser más corto desandado lo andado, pero luego, entendiendo que eran gente ignorante y teniendo muy probado que fray Jordi era muy perito en las cosas de la tierra así en yerbas como en lapidarios y astros y alquimia y encantos, luego se fueron convenciendo y venían más conformes. Y así pasamos adelante y vadeamos dos ríos chicos que se nos atravesaron y la llanura no se acababa pero, a los siete días de camino, empezó a mejorar la caza y vimos delante algunas montañas altas como sierra que nos alegraron. Y es que, cuando se camina por aquellos yerbazales llanos, cada día se ve lo mismo desde que se muestra el alba hasta que viene la oscuridad de la noche y el ánimo decae mucho porque parece que no se avanza y que uno se cansa sin moverse del sitio. Mas cuando hay montaña a la vista, cada día se ven crecer y algo va cambiando el campo y con esto se esfuerzan los hombres en seguir adelante sin mirar las fatigas del camino. Y antes de llegar a las montañas, que parecían altas a maravilla, encontramos otros negros que en un pueblo chico muy miserablemente vivían, sin cerca ni guardas, de todo asalto descuidados. Y era ese pueblo de no más de treinta casas que eran chozas y tenían las paredes de palos finos y el techo de cañas, como colmenas. Y en llegando nosotros corrieron a esconderse con gran miedo pero luego mandé yo dos negros de los nuestros delante ofreciendo la paz con las manos abiertas y llevando un obsequio de carne asada para regalo y los negros se estuvieron hablando con la gente del pueblo y luego tornaron con un plato de madera con harina de mijo que les habían dado. Y sentada la paz de este modo ya nos adelantamos más francamente, con las guardas puestas y las ballestas armadas, por prevenir celadas, y el mandamás del pueblo salió a recibirnos y venía liándose en un paño muy colorido. Y los otros que con él estaban venían casi en cueros. Y el paño me asombró mucho, que era del tejido que gastan los moros y no de cuero ni trenzados bastos como son los que comúnmente los negros llevan y, en acercándose más, vimos que era tejido moro, con unos pájaros como águilas bordados en toda la orla adelante y muchos otros colores de los que se hacen con alheña y azafrán y tinturas.
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