Mika Waltari - Sinuhé, El Egipcio

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Sinuhé, El Egipcio: краткое содержание, описание и аннотация

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En el ocaso de su vida, el protagonista de este relato confiesa: `porque yo, Sinuhé, soy un hombre y, como tal, he vivido en todos los que han existido antes que yo y viviré en todos los que existan después de mí. Viviré en las risas y en las lágrimas de los hombres, en sus pesares y temores, en su bondad y en su maldad, en su debilidad y en su fuerza`.
Sinuhé el egipcio nos introduce en el fascinante y lejano mundo del Egipto de los faraones, los reinos sirios, la Babilonia decadente, la Creta anterior a la Hélade…, es decir, en todo el mundo conocido catorce siglos antes de Jesucristo. Sobre este mapa, Sinuhé dibuja la línea errante de sus viajes, y aunque la vida no sea generosa con él, en su corazón vive inextinguible la confianza en la bondad de los hombres.
Esta novela es una de las más célebres de nuestro siglo y, en su momento, constituyó un notable éxito cinematográfico.

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– Tu mensaje es bueno, Sinuhé, y te doy las gracias por él, porque he sido consagrada sacerdotisa de Sekhmet y mi traje dorado está preparado ya para la fiesta de la Victoria. Pero comienzo a conocer muy bien esta enfermedad intestinal, Sinuhé, y me acuerdo de la muerte de mi hermano, el faraón Akhenaton. Por esto te digo que maldito seas, Sinuhé, y maldito seas para toda la eternidad, que tu tumba sea maldita y tu nombre olvidado para siempre jamás, porque has hecho del trono de los faraones un juguete de bandoleros y has profanado para siempre más la sangre sagrada de los faraones.

Yo bajé la cabeza y puse mis manos a la altura de las rodillas y dije:

– Que tus palabras sean cumplidas.

Y salí, y ella hizo barrer el suelo detrás de mí hasta el umbral de la mansión dorada.

4

Entretanto, el cuerpo del faraón Tutankhamon había sido preparado para la eternidad y Ai encargó a los sacerdotes que lo transportasen rápidamente a su tumba del Valle de los Muertos. Se llevaron ricos regalos, pero eran pocos, porque Ai había robado mucho. En cuanto se hubieron puesto los sellos a la tumba de este faraón insignificante, Ai dio por terminado el luto y Horemheb hizo ocupar por sus soldados todas las plazas de Tebas. Pero nadie se opuso a la coronación de Al, porque el pueblo estaba agotado de cansancio como un animal arrojado a lanzadas por una ruta sin fin, y nadie preguntó qué derechos tenía a la corona.

Ai fue consagrado faraón por los sacerdotes, a quienes había dado inmensos regalos y el pueblo lo aclamó delante del gran templo de Amón, porque había distribuido pan y cerveza, lo cual era un regalo principesco, tan empobrecido estaba Egipto. Pero eran muchos los que sabían que el poder real pertenecía a Horemheb y se preguntaban por qué no habría ceñido la doble corona.

Pero Horemheb sabía lo que hacía, porque la copa de los sufrimientos no estaba vacía aún. En efecto, noticias alarmantes llegaban del país de Kush, donde habría que guerrear con los negros, y después habría todavía que volver a pelear con los hititas a causa de Siria. Por esto Horemheb deseaba que el pueblo acusase a Ai de todos los sufrimientos debidos a la guerra, para que después lo saludara a él como vencedor que trae de nuevo la paz y la prosperidad.

Ai estaba deslumbrado por el resplandor de sus coronas y gozaba de ellas plenamente. Cumplió la promesa hecha a Horemheb el día de la muerte del faraón Akhenaton. Por esto los sacerdotes llevaron el cortejo a la princesa Baketamon al templo de la diosa Sekhmet y la vistieron de rojo y la adornaron con las joyas de la diosa y la hicieron subir al altar. Horemheb celebró su triunfo sobre los hititas y fue aclamado por el pueblo y delante del templo distribuyó cadenas de oro a sus soldados y los licenció. Y después penetró en el templo y los sacerdotes cerraron las puertas de cobre detrás de él. Sekhmet se le apareció bajo los rasgos de Baketamon y tomó lo que le pertenecía, porque era soldado y había esperado mucho tiempo.

Aquella noche Tebas festejó a Sekhmet y el cielo se enrojeció y los soldados de Horemheb vaciaron las tabernas y tugurios y derribaron las puertas de las casas de placer. Muchos fueron heridos y los soldados ebrios provocaron muchos incendios, pero al alba los hombres se trasladaron al templo de Sekhmet para asistir a la salida de Horemheb. Lanzaron gritos en todas las lenguas y blasfemaron de sorpresa al ver aparecer a su jefe, porque Sekhmet había sido fiel a su aspecto de leona, y el rostro, los brazos y los hombros de Horemheb estaban llenos de arañazos como si una leona lo hubiese desgarrado. Los soldados estuvieron encantados y lo quisieron más todavía. Pero la princesa Baketamon, sin mostrarse a la muchedumbre, fue devuelta a palacio por los sacerdotes.

Tal fue la noche de novios de mi amigo Horemheb y no sé qué placer obtuvo de ella, porque poco después reunió sus tropas cerca de la primera catarata para preparar la campaña contra el país de Kush. Y durante esta campaña los sacerdotes de Sekhmet no carecieron de víctimas, sino que prosperaron y se engordaron, tanto abundaba el vino y la carne en el templo.

Ai gozaba de su poderío y decía:

– Nadie es superior a mí en todo el país de Kemi, y poco importa que muera o viva, porque el faraón no muere jamás, sino que vive eternamente, y subiré a la barca dorada de mi padre Amón. Y me alegro de ello, porque no quisiera que Osiris pesase mi corazón en su balanza, y sus asesores, los justos babuinos, podrían presentar graves acusaciones contra mí y lanzar mi alma a las fauces del Devorador. Porque tengo ya años, y en la oscuridad mis actos se me aparecen a menudo. Felizmente, no tengo por qué temer la muerte, puesto que soy faraón.

Pero yo le respondí con tono irónico:

– Eres viejo ya y te creía más cuerdo. ¿Crees acaso en serio que el aceite pestilente de los sacerdotes te ha hecho inmortal? En verdad te digo que con corona o sin ella eres siempre el mismo hombre y la muerte no te respetará.

El comenzó a gemir, y con voz plañidera dijo:

– ¿ Es, pues, en vano que he cometido tan malas acciones y he sembrado la muerte a mi alrededor toda mi vida? No, seguramente te equivocas, Sinuhé, y los sacerdotes me salvarán de los abismos de los infiernos y mi cuerpo vivirá eternamente. Mi cuerpo es divino, puesto que soy faraón y nadie puede reprocharme nada, puesto que soy el faraón.

Así fue como su razón comenzó a naufragar y no obtuvo ya goce alguno de su poderío. Temiendo por su salud se privaba del vino y se alimentaba de pan seco y leche cocida. Su cuerpo estaba demasiado agotado para gozar de las mujeres. Poco a poco comenzó a temer un atentado y no osaba tocar los alimentos por temor a ser envenenado. Así sus maldades lo asediaban durante su vejez, y se volvió desconfiado y cruel y todo el mundo huía de él.

Pero el grano de cebada comenzaba a germinar en la princesa Baketamon, y en su cólera y su despecho trató de matar al hijo que llevaba en su seno, pero sin conseguirlo. Al término de su embarazo dio a luz a un niño después de grandes dolores, porque sus caderas eran estrechas, y le quitaron a su hijo para que no lo maltratase. Sobre este chiquillo se contaron muchas historias y hubo quien pretendió incluso que había nacido con cabeza de león, pero yo puedo asegurar que era un chiquillo normal a quien Horemheb hizo dar el nombre de Ramsés.

Horemheb estaba ahora haciendo la guerra en el país de Kush y sus carros causaban grandes estragos entre los negros, que no estaban acostumbrados a estos artefactos. Incendió sus poblados y sus cabañas y mandó mujeres y niños como esclavos de Egipto, pero alistó a los hombres e hizo de ellos excelentes soldados, puesto que no tenían ya mujeres ni hijos. Y así reclutó un nuevo ejército en previsión de otra guerra contra los hititas, porque los negros eran robustos y no temían a la muerte cuando habían bailado al son de sus tambores.

Horemheb mandó también a Egipto los rebaños tomados a los negros y pronto el trigo comenzó a brotar en el país de Kemi y los chiquillos no carecieron ya de leche ni los sacerdotes de carne para sus sacrificios. Pero tribus enteras abandonaron sus poblados del país de Kush para huir a las estepas más allá de las fronteras, en el país de las jirafas y los elefantes, de manera que el país de Kush permaneció desierto durante muchos años. Pero Egipto no sufrió con ello, porque desde los tiempos del faraón Akhenaton este país no había pagado su tributo, a pesar de que en las épocas de los grandes faraones hubiese sido la mejor fuente de riquezas de Egipto y más próspero que Siria.

Después de una campaña de dos años, Horemheb regresó a Tebas con un rico botín y distribuyó regalos y donativos entre la población, y Tebas festejó su triunfo durante diez días y diez noches y todo trabajo cesó en la ciudad, y los soldados ebrios rondaban por las calles balando como cabras y las mujeres de Tebas dieron a luz a muchos hijos de piel oscura. Horemheb tenía a su hijo en brazos y le enseñaba a andar y orgullosamente decía:

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