Leonardo Padura - El Hombre Que Amaba A Los Perros

Здесь есть возможность читать онлайн «Leonardo Padura - El Hombre Que Amaba A Los Perros» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Hombre Que Amaba A Los Perros: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Hombre Que Amaba A Los Perros»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En 2004, a la muerte de su mujer, Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete veterinario de La Habana, vuelve los ojos hacia un episodio de su vida, ocurrido en 1977, cuando conoció a un enigmático hombre que paseaba por la playa en compañía de dos hermosos galgos rusos. Tras varios encuentros, «el hombre que amaba a los perros» comenzó a hacerlo depositario de unas singulares confidencias que van centrándose en la figura del asesino de Trotski, Ramón Mercader, de quien sabe detalles muy íntimos. Gracias a esas confidencias, Iván puede reconstruir las trayectorias vitales de Liev Davídovich Bronstein, también llamado Trotski, y de Ramón Mercader, también conocido como Jacques Mornard, y cómo se convierten en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores del siglo XX. Desde el destierro impuesto por Stalin a Trotski en 1929 y el penoso periplo del exiliado, y desde la infancia de Mercader en la Barcelona burguesa, sus amores y peripecias durante la Guerra Civil, o más adelante en Moscú y París, las vidas de ambos se entrelazan hasta confluir en México. Ambas historias completan su sentido cuando sobre ellas proyecta Iván sus avatares vitales e intelectuales en la Cuba contemporánea y su destructiva relación con el hombre que amaba a los perros.

El Hombre Que Amaba A Los Perros — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Hombre Que Amaba A Los Perros», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La llegada del verano quebraría el ensalmo de paz insular con el arribo ruidoso y vulgar de comerciantes y funcionarios de Estambul con medios económicos para retirarse a Prínkipo, pero insuficientes para viajar hasta París y Londres. Confinado en la casa, Liev Davídovich había conseguido dar el empujón final a la obra en que revisaba su vida, a pesar de que no había podido escapar a la decepción mientras iba recibiendo noticias de la orgía de capitulaciones a las que eran arrastrados los grupos de la Oposición por sus más importantes líderes. Desde el recién fundado Bulktin Oppozitssi, que empezaron a editar en

París, y a través de mensajes filtrados hacia el interior de la Unión Soviética por las más rocambolescas vías, se dedicó a advertir a sus cantaradas que Stalin intentaría que renunciasen a sus posiciones, con promesas políticas que nunca cumpliría (Lenin solía decir que su especialidad era incumplir compromisos) y anuncios de rectificación que no ejecutaría, pues implicaban la aceptación de manipulaciones que el montañés jamás reconocería. A los que capitulen, Stalin solo los admitirá en Moscú cuando se presenten de rodillas, dispuestos a reconocer que Stalin, y nunca ellos, siempre había tenido la razón, escribió.

Aquel flujo de capitulaciones llegó a convencer a Liev Davídovich de que, al menos dentro de la Unión Soviética, su guerra parecía perdida. El súbito viraje concretado por Stalin, quien luego de apropiarse del programa económico de la Oposición obligaba a sus antiguos rivales a declararse partidarios de la estrategia ahora presentada como estalinista, sellaba una derrota política que escribía su capítulo más lamentable con las claudicaciones de unos hombres que, atados de pies y manos, habían empezado a preguntarse para qué seguir sufriendo deportaciones y sometiendo a sus familiares a las presiones más crueles por defender unos ideales que, al fin y al cabo, ya se habían impuesto. La prueba más dolorosa de la caída en picada de la Oposición había sido el anuncio de que hombres tan brillantes como Rádek, Smilgá y Preobrazhensky habían mostrado su voluntad de reconciliarse con la línea de Stalin, proclamando que no había nada censurable en ello, una vez logrados los grandes objetivos por los que habían luchado. Especialmente rastrera le había resultado la actitud de Rádek, quien había declarado que se consideraba enemigo de Trotski desde que éste publicara artículos en la prensa imperialista. Lo más triste era saber que, con la capitulación, aquellos revolucionarios caían en la categoría de los semiperdonados, presidida por Zinóviev: esos hombres que vivirían con miedo a decir una sola palabra en voz alta, a tener una opinión, y se verían obligados a reptar, volteando la cabeza para vigilar su sombra.

Las más vividas noticias sobre el estado de la Oposición llegarían a Büyük Ada por un conducto inesperado. Había ocurrido a principios de agosto y su portador fue aquel fantasma del pasado llamado Yakov Blumkin.

Blumkin le había enviado un mensaje desde Estambul, rogándole un encuentro. Según la nota, el joven venía de regreso de la India, donde había cumplido una misión de contrainteligencia, y deseaba verlo para reiterarle sus respetos y adhesión. Natalia Sedova, al enterarse de las pretensiones de Blumkin, le había pedido a su esposo que no lo recibiera: un encuentro con el ex terrorista, devenido alto oficial de la GPU, solo podía traer una desgracia. Liova también había expresado sus dudas sobre la utilidad de la reunión, aunque se había ofrecido a servir de mediador, para mantener a Blumkin lejos de la isla. Entonces Liev Davídovich había instruido a su hijo, pues pensó que, al menos, deberían oír qué deseaba aquel hombre al cual lo había ligado en el pasado la más dramática de las potestades: la de dejarlo vivir o enviarlo a la muerte.

Doce años atrás, cuando el recién estrenado comisario de la Guerra Liev Trotski lo había hecho traer a su despacho, Blumkin era un muchacho imberbe, con aires de personaje dostoievskiano, que enfrentaba cargos que el tribunal militar sancionaría con la pena de muerte. El joven había sido uno de los dos militantes del partido social-revolucionario que habían atentado contra el embajador alemán en Moscú, con la intención de boicotear la polémica paz con Alemania que los bolcheviques habían firmado en Brest-Litovsk, a principios de 1918. La víspera del juicio, después de leer unos poemas escritos por el joven, Liev Davídovich había pedido reunirse con él. Aquella noche hablaron durante horas sobre poesía rusa y francesa (coincidieron en su admiración por Baudelaire) y sobre la irracionalidad de los métodos terroristas (si con una bomba se resuelve todo, ¿para qué sirven los partidos, para qué la lucha de clases?), al cabo de las cuales Blumkin había escrito una carta en donde se arrepentía de su acción y prometía, si era perdonado, servir a la revolución en el frente que se le designara. La influencia del poderoso comisario resultó decisiva para que se le perdonara la vida, mientras por vía oficial se informaba al gobierno alemán que el terrorista había sido ejecutado. Ese día, alumbrada por Liev Trotski, había comenzado la segunda vida de Yakov Blumkin.

Durante la guerra civil, Blumkin había destacado como agente de contrainteligencia, lo cual le valió condecoraciones, ascensos e, incluso, la militancia en el partido bolchevique. Considerado un traidor por sus antiguos camaradas, dos veces escapó, de modo milagroso, a atentados contra su vida. Los meses finales de la guerra, mientras se recuperaba de las heridas del segundo atentado, formó parte del cuerpo de asesores de Liev Davídovich, quien, al ver sus aptitudes, lo premió con una recomendación especial para la academia militar. Sin embargo, su capacidad para las misiones de espionaje lo decantaría por el mundo de la inteligencia, y desde hacía varios años fulguraba como una de las estrellas de los servicios secretos, para los que todavía trabajaba a pesar de que todos sabían, incluido el jefe máximo de la GPU, que, por su devoción hacia Trotski, sus simpatías políticas estaban con la Oposición.

Cuando Liova le contó los pormenores de su encuentro con Blumkin (el antiguo terrorista había ido a la India, y ahora a Turquía, para vender unos antiquísimos manuscritos hasídicos a fin de obtener fondos para el gobierno), Liev Davídovich se convenció de que el agente secreto seguía sintiendo por él el afecto de siempre. Y, a pesar de todas las prevenciones de Natalia Sedova, aceptó recibirlo.

Cuando Liev Davídovich vio de nuevo el rostro inconfundiblemente judío y aquellos ojos enormes y refulgentes de inteligencia del pequeño Yakov, como antes solía llamarle, sintió una profunda alegría, cargada con oleadas de nostalgia. Se fundieron en un abrazo y Blumkin besó varias veces el rostro y los labios de su anfitrión, para llorar después, como la noche en que había escrito una carta salvadora en el despacho del poderoso comisario de la Guerra.

Las tres visitas que durante la segunda semana de agosto hizo Blumkin a Büyük Ada fueron como un soplo vivificador para el desaliento que iba dominando a Liev Davídovich. Entre evocaciones del pasado y noticias del presente, rieron, lloraron y discutieron (incluso a propósito de Maiakovski y del estado lamentable de la poesía soviética), y Blumkin, además de ponerle al día sobre la desesperada situación de los opositores dentro del país, insistió en servirle de correo en su inminente regreso a Moscú, pues pensaba que su trabajo en la inteligencia tenía como misión neutralizar a los enemigos externos de la URSS, pero no era incompatible con sus ideas políticas oposicionistas.

De boca del agente, Liev Davídovich escuchó también los argumentos de Rádek para escenificar una capitulación que, según el joven, solo podía ser una maniobra dilatoria. Blumkin, mostrando una capacidad invencible para las fidelidades, defendió la postura de su amigo Rádek, pues él también pensaba que si se podía luchar dentro del Partido era mejor que hacerlo fuera. Liev Davídovich le confesó que ya no confiaba en la capacidad de un partido al frente del cual estuviese un hombre como Stalin y donde militase Rádek. Pero Blumkin se asombró de su pesimismo y le recordó que precisamente él, Liev Trots-ki, no podía flaquear.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Hombre Que Amaba A Los Perros»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Hombre Que Amaba A Los Perros» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Hombre Que Amaba A Los Perros»

Обсуждение, отзывы о книге «El Hombre Que Amaba A Los Perros» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x