Colleen McCullough - Las Mujeres De César

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Las mujeres de César es el retrato de la ascensión de Cayo Julio César hasta los lugares más prominentes de su mundo, y comienza con su regreso a Roma en el año 68 a.C. En este libro Collen McCullough descubre al hombre que se enconde tras la leyenda. Y nos ofrece con gran maestría todos los datos y pormenores para que el lector decida por sí mismo. Tras El primer hombre de Roma, La corona de hierba y Favoritos de la fortuna, continúa el gran ciclo novelesco sobre la antigua Roma.

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Servilia se encabritó como un áspid egipcio.

– ¡Sinceridad! -siseó ella-. ¿Sinceridad? ¡Puedes decirle que antes de aceptar a su hija Bruto se abriría las venas! ¿Crees que iba a consentir que mi hijo se casase con la hija del hombre que ejecutó a su padre? -Le transmitiré tu respuesta, pero con algo más de tacto, pues es mi yerno.

Extendió el brazo hacia Servilia, con una expresión en la mirada que le decía a ella que César estaba de humor para coqueteos.

Servilia se puso en pie.

– Hay mucha humedad para esta época del año -dijo.

– Sí. Algo menos de ropa serviría para aliviarlo.

– Por lo menos con Bruto ausente tenemos la casa para nosotros solos -dijo mientras yacía con él en la cama que no había compartido con Silano.

– Tienes la más bonita de las flores -comenzó a decir César lentamente.

– ¿Ah, sí? Nunca me la he visto -dijo ella-. Además, una necesitaría un modelo para establecer comparación. Pero me siento halagada. Tú debes haber olido la mayoría de las flores de Roma en tus tiempos.

– He reunido muchos ramilletes -confesó César con solemnidad, muy atareado con los dedos-. Pero la tuya es la mejor, por no decir la más olorosa. Es tan oscura que podría decirse que parece de color púrpura de Tiro, y tiene la misma capacidad para cambiar de color según la luz. Y el vello de tu espalda es muy suave. No me gustas como persona, pero adoro esa flor tuya.

Ella separó más las piernas y le empujó la cabeza hacia abajo.

– ¡Pues venérala, César, venérala! -exclamó-. ¡Ecastor, eres maravilloso!

Ptolomeo XI Theos Filopator Filadelfo, conocido por el apodo de Auletes el Flautista, había ascendido al trono de Egipto durante la dictadura de Sila, no mucho después de que los airados ciudadanos de Alejandría destrozaron literalmente al anterior rey de diecinueve días arrancándole los miembros uno a uno; aquélla fue la venganza de los ciudadanos por el asesinato que él cometiera en la persona de su esposa, la amada reina, que había sido su esposa durante diecinueve días.

Con la muerte de este rey, Ptolomeo Alejandro II, había acabado la estirpe legítima de los Ptolomeos. Complicado por el hecho de que Sila había tenido como rehén a Ptolomeo Alejandro II durante algunos años, se lo había llevado a Roma y le había obligado a hacer testamento, en el que le dejaba Egipto a Roma en el caso de que muriera sin descendencia. Un testamento irónico, pues Sila sabía bien que Ptolomeo Alejandro II era tan afeminado que nunca engendraría hijos. Roma heredaría Egipto, el país más rico del mundo.

Pero la tiranía de la distancia había derrotado a Sila. Cuando Ptolomeo Alejandro II pasó a mejor vida en el ágora de Alejandría, la camarilla de palacio sabía cuánto tiempo tardaría la noticia de su muerte en llegar a Roma y a Sila. La camarilla de palacio también sabía que había dos posibles herederos al trono que vivían mucho más cerca de Alejandría que Roma. Se trataba de los dos hijos ilegítimos del antiguo rey, Ptolomeo Latiro. Habían sido educados primero en Siria, y luego los enviaron a la isla de Cos, donde habían caído en manos del rey Mitrídates, del Ponto. Este se los llevó misteriosamente al Ponto y con el tiempo los casó con dos de sus muchas hijas: a Auletes con Cleopatra Tryphaena, y a Ptolomeo, más joven, con Mithridatidis Nisa. Ptolomeo Alejandro II había escapado del Ponto y había huido hacia Sila; pero los dos Ptolomeos ilegítimos habían preferido el Ponto a Roma, y siguieron en la corte de Mitrídates. Luego, cuando el rey Tigranes conquistó Siria, Mitrídates envió a los dos jóvenes con sus mujeres hacia el Sur, a Siria, con su tío Tigranes. Él también informó a la camarilla del palacio de Alejandría del paradero de los dos únicos Ptolomeos que quedaban.

Inmediatamente después de la muerte de Ptolomeo Alejandro II se le mandó apresuradamente la noticia al rey Tigranes de Antioquía, el cual con mucho gusto accedió a lo que se le pedía y envió a ambos Ptolomeos a Alejandría con sus esposas. Allí se nombró a Auletes, el mayor, rey de Egipto, y al menor-desde entonces conocido como Ptolomeo el Chipriota- se le envió como regente a la isla de Chipre, una posesión egipcia. Como las reinas de los dos Ptolomeos eran hijas suyas, el anciano rey Mitrídates, del Ponto, pudo felicitarse a sí mismo de que con el tiempo Egipto sería gobernado por sus descendientes.

El nombre de Auletes significaba flautista o gaitero, pero el Ptolomeo llamado Auletes no había recibido ese mote por sus innegables dones para la música; es que, casualmente, tenía una voz muy aguda y aflautada. Afortunadamente, sin embargo, no era tan afeminado como su hermano menor, el Chipriota, que nunca logró engendrar ningún hijo: Auletes y Cleopatra Tryphaena esperaban poder dar herederos a Egipto. Pero una educación no egipcia y nada ortodoxa no había inculcado en Auletes un verdadero respeto por los sacerdotes egipcios nativos que administraban la religión de aquel extraño país, una franja de no más de dos o tres millas de anchura que seguía todo el curso del río Nilo desde el delta hasta las islas de la primera catarata y más allá, hasta la frontera de Nubia. Porque eso no era suficiente para ser rey de Egipto; el gobernador de Egipto tenía que ser también faraón y eso no podía serlo si no daban su consentimiento los sacerdotes egipcios nativos. Sin lograr comprenderlo, Auletes no había hecho ningún intento por conciliarlos. Si eran tan importantes en el esquema de cosas, ¿por qué vivían allá abajo, en Menfis, donde se junta el delta con el río, en vez de vivir en Alejandría, la capital? Porque nunca llegó a comprender que para los egipcios nativos Alejandría era un lugar extranjero que no tenía lazos de sangre ni de historia con Egipto.

¡Fue en extremo exasperante enterarse de que toda la riqueza del faraón estaba depositada en Menfis bajo la custodia de los sacerdotes egipcios nativos! Oh, como rey Auletes tenía el control de los ingresos públicos, que eran enormes. Pero sólo como faraón podía pasar los dedos entre los extensos arcones de joyas, construir pilones con ladrillos de oro, deslizarse por verdaderas montañas de plata.

La reina Cleopatra Tryphaena, la hija de Mitrídates, era mucho más inteligente que su marido, que sufría la desventaja intelectual que traía consigo tanta mezcla de hermana con hermano y tío con sobrina. Cleopatra Tryphaena sabía que no podían engendrar ningún retoño hasta que Auletes fuera coronado por lo menos rey de Egipto, así que decidió ponerse a la tarea de camelarse a los sacerdotes. El resultado fue que cuatro años después de haber llegado ellos a Alejandría, Ptolomeo Auletes fue coronado de manera oficial. Desgraciadamente sólo como rey, no como faraón. Por ello las ceremonias se habían celebrado en Alejandría en lugar de celebrarse en Menfis. Al poco tiempo tuvo lugar el nacimiento del primer hijo, una niña llamada Berenice.

Luego, el mismo año en que se produjo la muerte de la anciana Alejandra, reina de los judíos, nació otra hija; se le dio el nombre de Cleopatra. El año de su nacimiento fue un año aciago, porque en el mismo se produjo el principio del fin de Mitrídates y Tigranes, exhaustos después de las campañas de Lúculo, y se produjo un renovado interés por parte de Roma en la anexión de Egipto como provincia del floreciente imperio. El ex cónsul Marco Craso merodeaba en las sombras. Cuando la pequeña Cleopatra sólo tenía cuatro años y Craso fue elegido censor, éste intentó asegurar la anexión de Egipto en el Senado. Ptolomeo Auletes se puso a temblar de miedo, y pagó enormes sumas de dinero a los senadores romanos para hacer que fracasara el intento de Craso. Los sobornos dieron su fruto. La amenaza de Roma disminuyó.

Pero con la llegada de Pompeyo el Grande al Este para poner fin a las carreras de Mitrídates y Tigranes, Auletes vio que sus aliados del Norte se desvanecían. Egipto estaba peor que solo; su nuevo vecino por cada lado era ahora Roma, que gobernaba Cirenaica y Siria. Aunque este cambio en el equilibrio del poder le resolvió un problema a Auletes. Llevaba algún tiempo con deseos de repudiar a Cleopatra Tryphaena, ya que su hermanastra por parte del antiguo rey, Ptolomeo Latiro, tenía ahora edad para casarse. La muerte del rey Mitrídates le dio la oportunidad de rechazarla. No es que a Cleopatra Tryphaena le faltase sangre de los Ptolomeos. Tenía buenas dosis por parte de padre y de madre, pero no la suficiente. Cuando llegase la hora de que Isis le dotase de hijos varones, Auletes sabía que tanto los egipcios como los alejandrinos aprobarían mucho más a esos hijos si eran de casi pura sangre de los Ptolomeos. Y quizás por fin le nombrasen faraón, y entonces podría poner las manos sobre tantos tesoros que estaría en condiciones de mantener a raya a Roma, sobornándola, para siempre.

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