Colleen McCullough - Las Mujeres De César

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Las mujeres de César es el retrato de la ascensión de Cayo Julio César hasta los lugares más prominentes de su mundo, y comienza con su regreso a Roma en el año 68 a.C. En este libro Collen McCullough descubre al hombre que se enconde tras la leyenda. Y nos ofrece con gran maestría todos los datos y pormenores para que el lector decida por sí mismo. Tras El primer hombre de Roma, La corona de hierba y Favoritos de la fortuna, continúa el gran ciclo novelesco sobre la antigua Roma.

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– No conseguirá la legión extra que quiere, eso seguro.

– ¿Por qué será que a mí me parece que sí?

Bíbulo sonrió con acritud.

– ¿Por la suerte de César? -preguntó.

– Sí, no me gusta esa actitud. Le hace parecer bendito. Pompeyo sí que habló en favor de los proyectos de ley de Vatinio para concederle a César un magnífico mando proconsular, pero sólo para pedir que incrementasen la dotación.

– Me ha llamado la atención el hecho de que, debido a la muerte de nuestro estimado consular Quinto Metelo Celer, la provincia de la Galia Transalpina no haya recibido ningún nuevo gobernador -le dijo el Gran Hombre a los senadores-. Cayo Pontino continúa teniéndola en nombre de este cuerpo, y al parecer con la satisfacción del mismo, aunque no con la aprobación de Cayo César, ni la mía, ni la de ningún otro experto comandante de tropas. A vosotros os pareció bien concederle un agradecimiento a Pontino por encima de nuestras protestas, pero yo os digo ahora que Pontino no es lo suficientemente competente para gobernar la Galia Transalpina. Cayo César es un hombre de enorme energía y eficiencia, como os ha demostrado su gobierno de Hispania Ulterior. Lo que sería una tarea demasiado grande para la mayoría de los hombres no es lo suficientemente grande para él, como tampoco lo sería para mí. Yo propongo a esta Cámara que a Cayo César se le conceda el gobierno de la parte más lejana a nosotros de la provincia de la Galia así como el de la más cercana, y que se le conceda también la legión que pide. Hay en ello muchas ventajas. Un solo gobernador para esas dos provincias será capaz de mover sus tropas por donde necesite en todo el territorio, sin verse obligado a hacer distinción entre las fuerzas de una u otra provincia. La Galia Transalpina lleva tres años en estado de revuelta, y que haya una sola legión para controlar esas turbulentas tribus es ridículo. Combinando las dos provincias bajo ese único gobernador, Roma se ahorrará el gasto de más legiones.

Catón estaba agitando la mano; César, en la silla presidencial, sonrió ampliamente y le concedió la palabra.

– Marco Porcio Catón, tú tienes la palabra.

– ¿Es que estás tan confiado, César? -rugió Catón-. ¿Tan confiado que crees que puedes invitarme a hablar con impunidad? ¡Bien, puede que sea así, pero por lo menos mi protesta contra esta idea de forjar un imperio quedará permanentemente registrada en nuestras actas! ¡Con qué lealtad habla y qué espléndido se muestra el nuevo yerno en favor del suegro! ¿A esto es a lo que ha quedado reducida Roma, a la compraventa de hijas? ¿Es así como vamos a alineamos políticamente, comprando o vendiendo una hija? ¡El suegro en esta infame alianza ya ha usado a su valido, el que tiene el forúnculo, para asegurarse un proconsulado que yo y el resto de verdaderos patriotas de Roma nos esforzamos denodadamente porque se le negase! ¡Ahora el yerno quiere contribuir dándole otra provincia a tata! ¡Un hombre, una provincia! Eso es lo que dice la mos maiorum. Padres conscriptos, ¿no veis el peligro? ¿No comprendéis que si accedéis a la petición de Pompeyo estáis poniendo al tirano en esta fortaleza con vuestras propias manos? ¡No lo hagáis! ¡No lo hagáis!

Pompeyo había escuchado con cara de aburrido; César con aquella fastidiosa expresión de ligera guasa.

– A mí me da lo mismo -dijo Pompeyo-. Yo hago la sugerencia por el mejor motivo. Si el Senado de Roma ha de conservar su derecho a distribuir las provincias entre los gobernadores, pues entonces será mejor que así lo haga. Podéis ignorarme, padres conscriptos. ¡Haced libremente lo que os plazca! Pero si lo hacéis, Publio Vatinio llevará el asunto ante la plebe, y ésta le concederá a Cayo César la Galia Transalpina. Lo único que digo es que más vale que hagáis vosotros el trabajo en lugar de permitir que lo haga la plebe. Si le concedéis vosotros a Cayo César la Galia Transalpina, entonces seréis vosotros quienes controlaréis la concesión. Podréis renovar la comisión cada día de año nuevo, o no, como gustéis. Pero si el asunto va a la plebe, el mando de Cayo César en la Galia Transalpina será de cinco años. ¿Es eso lo que queréis? Cada vez que el pueblo o la plebe aprueba una ley en lo que antes solía ser competencia del Senado, están quitando un bocado de poder senatorial. ¡A mí no me importa! Sois vosotros los que decidís.

Aquélla era la clase de discurso que Pompeyo pronunciaba mejor, llano y sin adornos, y eran los mejores precisamente por eso. La Cámara pensó en lo que Pompeyo había dicho y reconoció que en ello había su parte de verdad, así que votó a favor de que se le concediese al cónsul senior la provincia de la Galia Transalpina durante un año, desde el próximo día de año nuevo hasta el siguiente, y que se renovaría o no a gusto del Senado.

– ¡Tontos! -chilló Catón cuando la votación ya había terminado-. ¡Sois unos tontos redomados! ¡Hace unos momentos tenía tres legiones, ahora le habéis dado cuatro! ¡Cuatro legiones, tres de las cuales son veteranas! ¿Y qué va a hacer con ellas este canalla de César? ¿Utilizarlas para pacificar sus provincias, en plural? ¡No! ¡Las utilizará para marchar sobre Italia, para marchar sobre Roma, para nombrarse a sí mismo rey de Roma!

No fue un discurso inesperado, ni especialmente hiriente tratándose de Catón; en realidad ninguno de los presentes, ni siquiera entre las filas de los boni, creyó a Catón. Pero César se encolerizó, indicación de las tremendas tensiones bajo las que había vivido durante meses, que ahora se liberaban porque ya tenía lo que necesitaba.

Se puso en pie, con el rostro de piedra, los orificios nasales dilatados y los ojos destellantes.

– ¡Puedes gritar todo lo que quieras, Catón! -dijo con voz de trueno-. ¡Puedes gritar hasta que el cielo se desplome y Roma desaparezca debajo de las aguas! ¡Sí, todos vosotros podéis chillar, balar, vociferar, gemir, gimotear, criticar, murmurar, quejaros! ¡Pero no me importa! ¡Tengo lo que quería y lo he conseguido a pesar de vuestra resistencia! ¡Ahora sentaos y callad, hombrecillos patéticos! ¡Tengo lo que quería, y si me obligáis, lo utilizaré para aplastar vuestras cabezas!

Se sentaron y se callaron, llenos de rabia.

Bien fuera porque aquella protesta contra lo que César consideraba injusticia fuera la causa, o bien lo fuera la acumulación de numerosos insultos, algunos referidos al matrimonio, el hecho fue que desde aquel día la popularidad del cónsul senior y de sus aliados empezó a declinar. La opinión pública que, muy enfadada porque el hecho de que Bíbulo se dedicase ahora a la contemplación del cielo le había dado a César las dos Galias, cambió ahora de rumbo hasta quedar revoloteando en actitud claramente de aprobación ante Catón y Bíbulo, que se apresuraron a aprovechar la ventaja.

También lograron comprar al joven Curión, a quien Clodio había liberado de su promesa y estaba deseando hacerle la vida difícil a César. A la menor oportunidad se subía a la tribuna o a la plataforma del templo de Cástor y se ponía a satirizar sin piedad a César y a su sospechoso pasado… y además de un modo irresistiblemente entretenido. Bíbulo también entró en la refriega haciendo exponer en el tablón de anuncios del Foro inferior ingeniosas anécdotas, epigramas, notas y edictos -añadiendo así insulto sobre injuria, pues el tablón de anuncios había sido idea de César-.

Pero las leyes se promulgaron a pesar de todo; la segunda ley de tierras, las diversas leyes que juntas formaban las leges Vatiniae, por las cuales se le concedían a César las provincias, y muchas más medidas sin relevancia, aunque útiles, que César llevaba años impaciente por poner en práctica. Al rey Ptolomeo XI Theos Filopator Filadelfo, llamado Auletes, se le confirmó en el trono egipcio y se le nombró amigo y aliado del pueblo romano. Cuatro mil talentos permanecían en el banco de Balbo, en Gades, pues a Pompeyo y a Craso ya se les había pagado, y Balbo, junto con Tito Labieno, se apresuró a trasladarse al norte de la Galia Cisalpina para comenzar el trabajo. Balbo iba a ocuparse de adquirir armamento y equipo -comprándoselo, siempre que fuera posible, a Lucio Pisón y a Marco Craso-, mientras que Labieno empezó a reclutar la tercera legión para la Galia Cisalpina.

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