Colleen McCullough - Las Mujeres De César

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Las mujeres de César es el retrato de la ascensión de Cayo Julio César hasta los lugares más prominentes de su mundo, y comienza con su regreso a Roma en el año 68 a.C. En este libro Collen McCullough descubre al hombre que se enconde tras la leyenda. Y nos ofrece con gran maestría todos los datos y pormenores para que el lector decida por sí mismo. Tras El primer hombre de Roma, La corona de hierba y Favoritos de la fortuna, continúa el gran ciclo novelesco sobre la antigua Roma.

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– ¡Estúpido! -exclamó César frunciendo el entrecejo-. Le dije que sólo le diera a Cicerón una idea falsa de su propia importancia. El salvador de la patria está a favor de los boni últimamente. Le produce un placer exquisito rechazar cualquier ofrecimiento que nosotros le hagamos. No quiso ser uno de los hombres del comité, no quiso ser legado en la Galia el año que viene, ni siquiera aceptó mi ofrecimiento de enviarlo a realizar un viaje a expensas del Estado. ¿Y ahora qué hace Magnus? ¡Le ofrece dinero!

– El rechazó el dinero, desde luego.

– A pesar de sus crecientes deudas. ¡Nunca he visto otro hombre tan obsesionado por poseer villas!

– Significa eso que tú le soltarás a Clodio el año que viene?

Los ojos de César se posaron con mucha frialdad en su madre.

– Desde luego que le soltaré a Clodio.

– ¿Qué diablos le dijo Cicerón a Pompeyo para que estés tan enfadado?

– El mismo tipo de cosas que dijo durante el juicio de Híbrido. Pero, desgraciadamente, Magnus mostró las suficientes dudas sobre mí como para permitir que Cicerón crea que tiene oportunidad de alejarlo de mí.

– Eso lo dudo, César. No es lógico. Julia reina.

– Sí, supongo que tienes razón. Magnus se beneficia de todos los factores que hay en juego, no le convendría que Cicerón conozca todo lo que él piensa.

– Si yo estuviese en tu lugar me preocuparía más por Catón. Bíbulo es el más organizado de los dos, pero Catón es quien tiene la influencia -dijo Aurelia-. Es una lástima que Clodio no pudiera eliminar a Catón además de a Cicerón.

– ¡Eso, con toda seguridad, me guardaría muy bien las espaldas durante mi ausencia, mater! Pero, por desgracia, no veo cómo puede hacerse.

– Piénsalo. Si pudieras eliminar a Catón te sacarías todos los dientes que tienes clavados en el cuello. El es la fuente principal de tus males.

Las elecciones curules se celebraron en el mes de quintilis, un poco más tarde de lo habitual, y los candidatos favoritos fueron definitivamente Aulo Gabinio y Lucio Calpurnio Pisón. Hicieron una extenuante campaña electoral, pero fueron lo bastante astutos como para no darle a Catón la ocasión de que los acusase a gritos de haber sido sobornados. La caprichosa opinión pública se volvió de nuevo en contra de los boni; el resultado de las elecciones prometía ser bueno para los tres hombres que formaban el triunvirato.

En ese punto, a escasos días de las elecciones curules, Lucio Vetio salió sigilosamente de debajo de su piedra. Se acercó al joven Curión, cuyos discursos en el Foro iban principalmente dirigidos a Pompeyo por entonces, y le dijo que se había enterado de que había una conspiración para asesinar a éste. Luego continuó preguntándole al joven Curión si estaba dispuesto a unirse a la conspiración. Curión escuchó atentamente y fingió tener interés. Después de lo cual se lo contó a su padre, pues él no tenía índole de conspirador ni de asesino. El viejo Curión y su hijo estaban siempre picados, pero sus diferencias no iban más allá del vino, los desmanes sexuales y las deudas; cuando amenazaba el peligro, las filas de los Escribonio Curión se apretaban.

El viejo Curión informó inmediatamente a Pompeyo, y éste convocó a sesión al Senado. Al cabo de unos momentos Vatio fue llamado a declarar. Al principio el desgraciado caballero lo negó todo, pero luego se vino abajo y dio algunos nombres: el hijo del futuro candidato consular Léntulo Spinther, Lucio Emilio Paulo y Marco Junio Bruto, ahora conocido como Cepión Bruto. Aquellos nombres sonaron tan poco convincentes que nadie podía creerlo; el joven Spinther no era ni miembro del club de Clodio ni célebre por sus indiscreciones; el hijo de Lépido tenía un viejo historial de rebelión, pero no había hecho nada desde su vuelta del exilio, y la idea de Bruto como asesino resultaba ridícula en sí misma. Tras lo cual Vetio anunció que un escriba de Bíbulo le había llevado una daga de parte del cónsul junior, que estaba recluido en su casa. Después a Cicerón se le oyó decir que era una vergüenza que Vetio no tuviera otro sitio de donde sacar una daga, pero en la Cámara todos comprendieron la importancia de aquel gesto: era el modo que tenía Bíbulo de decir que el proyectado crimen contaba con su apoyo.

– Tonterías -gritó Pompeyo muy seguro-. El propio Marco Bíbulo se tomó la molestia de advertirme en el mes de mayo de que se estaba tramando una conspiración para asesinarme. Bíbulo no puede estar implicado.

Llamaron al joven Curión. Este les recordó a todos que Paulo se encontraba en Macedonia, y apostrofó todo el asunto como una sarta de mentiras. El Senado se inclinaba a estar de acuerdo, pero le pareció prudente detener a Vetio para someterlo a posteriores interrogatorios. Había allí demasiadas resonancias de Catilina; nadie quería cargar con el oprobio de ejecutar a ningún romano, ni siquiera a Vetio, sin antes someterlo a juicio, así que no se permitió que aquella conspiración aumentase y se saliese del control del Senado. Obediente a los deseos del Senado, César, como cónsul senior, ordenó a sus lictores que llevasen a Lucio Vetio a las Lautumiae y lo encadenasen a las paredes de la celda, pues ése era el único modo de impedir que escapase de aquella insegura prisión.

Aunque en la superficie el asunto parecía completamente incongruente, César experimentó cierto desasosiego; aquélla era una ocasión, le decía su instinto de conservación, en la que deberían hacerse todos los esfuerzos posibles por tener al pueblo informado de las novedades. Así que después de despedir a los padres conscriptos, reunió al pueblo y le informó de lo que había ocurrido. Y al día siguiente hizo llevar a Vetio a la tribuna para someterlo a un interrogatorio público.

Esta vez la lista de conspiradores que dio Vetio fue completamente diferente. No, Bruto no había estado involucrado. Sí, se le había olvidado que Paulo estaba en Macedonia, a lo mejor estaba equivocado en cuanto al hijo de Spinther, puede que se tratase del hijo de Marcelino… al fin y al cabo Spinther y Marcelino eran ambos Cornelios Léntulos, y también futuros candidatos consulares. Procedió a sacar a relucir nuevos nombres: Lúculo, Cayo Fanio, Lucio Ahenobarbo y Cicerón. Todos boni o personas que coqueteaban con los boni. Asqueado, César devolvió a Vetio a las Lautumiae.

No obstante, a Vatinio le pareció que había que tratar a Vetio con más dureza, así que lo llevó otra vez a la tribuna y lo sometió a una inquisición despiadada. Esta vez Vetio insistió en que tenía los nombres correctos, aunque añadió dos más: nada menos que aquel pilar, completamente respetable, del sistema, el yerno de Cicerón, Pisón Frugi, y el senador Juvencio, conocido básicamente por su vaguedad. La reunión se disolvió después de que Vatinio propuso presentar un proyecto de ley en la Asamblea Plebeya a fin de llevar a cabo una investigación formal de lo que estaba rápidamente dándose en llamar el caso Vetio.

Por entonces nada de aquello tenía sentido, aparte de que se infería la idea de que los boni estaban lo bastante hartos de Pompeyo como para conspirar para asesinarlo. No obstante, ni siquiera el más perceptivo análisis de la vida pública podía desenredar la confusión de los hilos que Vetio había… ¿tejido? No, atado en forma de complicados nudos.

El propio Pompeyo creía ahora en la existencia de una conspiración, pero no se convencía de que los boni fueran los responsables. ¿No le había advertido Bíbulo? Pero si los boni no eran los culpables, ¿quién lo era? Así que acabó como Cicerón, convencido de que una vez que Vatinio pusiera en marcha su investigación sobre el caso Vetio, la verdad saldría a la luz.

Había otra cosa que corroía a César, cuyo pulgar izquierdo le daba pinchazos. Si no sabía otra cosa, por lo menos sí era consciente de que Vetio lo odiaba. Así que, ¿adónde conduciría exactamente el caso Vetio? ¿Estaría dirigido a él de alguna manera tortuosa? ¿O a clavar una caña entre Pompeyo y él? Por ello César decidió no esperar el mes o más que había de transcurrir antes de que empezase la investigación oficial. Volvería a hacer subir a la tribuna a Vetio para otro interrogatorio público. El instinto le decía que era vital hacerlo cuanto antes. Puede que así el nombre de Cayo Julio César no saliera en aquel asunto.

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