Luís Sepúlveda - Historia De Una Gaviota Y El Gato Que La Enseñó A Volar

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Luis Sepúlveda, a quien el público de lengua española ya conoce bien, tiene dos hijos muy jóvenes, a quienes llama «mis enanos» y a quienes prometió un día escribir una historia acerca de lo mal que gestionamos los humanos nuestro propio entorno, lesionando la naturaleza, que nos brinda tantos bienes, y de paso autolesionándonos sin piedad. Así nació Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, que cuenta las aventuras de Zorbas, un gato «grande, negro y gordo», cuyo inquebrantable sentido del honor le conduce un día a comprometerse a criar un polluelo de gaviota. Su madre, una hermosa gaviota, atrapada por una ola de petróleo vertido en el mar por un buque varado, le deja en prenda a Zorbas, justo antes de morir, el huevo que acaba de poner. Zorbas, que es gato de palabra, cumplirá sus dos promesas: no sólo criará al polluelo, sino que le enseñará a volar. Los amigos de Zorbas, Secretario, Sabelotodo, Barlovento y Colonello, le ayudarán en una tarea que, como se verá, no es tan fácil como parece, y menos para una banda de gatos más acostumbrados a hacer frente a la dura vida en un puerto como el de Hamburgo que a hacer de padres de una cría de gaviota… Pensada en principio como un cuento para «enanos», Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar se dirige en realidad a todos aquellos que, chicos o mayores, no sólo disfrutan con las historias bien contadas que estimulan la imaginación y el ingenio, sino que, a la vez, aprenden a ver el mundo bajo una óptica distinta, conociéndolo mejor y, por lo tanto, amándolo y cuidándolo con más inteligencia.

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– Quédate junto a Afortunada. Nosotros nos retiramos a debatir tu petición -ordenó Colonello.

Largas horas duró la reunión a puerta cerrada de los gatos. Largas horas durante las cuales Zorbas permaneció echado junto a la gaviota, que no ocultaba la tristeza que le producía el no saber volar.

Era ya de noche cuando acabaron. Zorbas se acercó a ellos para conocer la decisión.

– Los gatos del puerto te autorizamos a romper el tabú por una sola vez. Maullarás con un solo humano, pero antes decidiremos entre todos con cuál de ellos -declaró solemne Colonello.

9 La elección del humano

No fue fácil decidir con qué humano maullaría Zorbas. Los gatos hicieron una lista de todos los que conocían, y fueron descartándolos uno tras otro.

– René, el chef de cocina, es sin duda un humano justo y bondadoso. Siempre nos reserva una porción de sus especialidades, las que Secretario y yo devoramos con placer. Pero el buen René sólo entiende de especias y peroles, y no nos sería de gran ayuda en este caso -afirmó Colonello.

– Harry también es buena persona. Comprensivo y amable con todo el mundo, incluso con Matías, al que disculpa tropelías terribles, ¡terribles!, como bañarse en pachulí, ese perfume que huele terrible, ¡terrible! Además Harry sabe mucho de mar y navegación, pero de vuelo creo que no tiene la menor idea -comentó Sabelotodo.

– Carlo, el jefe de mozos del restaurante, asegura que le pertenezco y yo dejo que lo crea porque es un buen tipo. Lamentablemente, él entiende de fútbol, baloncesto, voleibol, carreras de caballos, boxeo y muchos deportes más, pero jamás le he oído hablar de vuelo -informó Secretario.

– ¡Por los rizos de la anémona! Mi capitán es un humano dulcísimo, tanto que en su última pelea en un bar de Amberes se enfrentó a doce tipos que lo ofendieron y sólo dejó fuera de combate a la mitad. Además, siente vértigo hasta cuando se sube a una silla. ¡Por los tentáculos del pulpo! No creo que nos sirva -decidió Barlovento.

– El niño de mi casa me entendería. Pero está de vacaciones, ¿y qué puede saber un niño de volar? -maulló Zorbas.

– ¡Porca miseria! se nos acabó la lista -rezongó Colonello.

– No. Hay un humano que no está en la lista -indicó Zorbas-. El que vive donde Bubulina.

Bubulina era una bonita gata blanquinegra que pasaba largas horas entre las macetas de flores de una terraza. Todos los gatos del puerto pasaban lentamente frente a ella, luciendo la elasticidad de sus cuerpos, el brillo de sus pieles prolijamente aseadas, la longitud de sus bigotes, el garbo de sus rabos tiesos, con intención de impresionarla, pero Bubulina se mostraba indiferente y no aceptaba más que el cariño de un humano que se instalaba en la terraza frente a una máquina de escribir.

Era un humano extraño, que a veces reía después de leer lo que acababa de escribir, y otras veces arrugaba los folios sin leerlos. Su terraza estaba siempre envuelta por una música suave y melancólica que adormecía a Bubulina, y provocaba hondos suspiros a los gatos que pasaban por allí.

– ¿El humano de Bubulina? ¿Por qué él? -consultó Colonello.

– No lo sé. Ese humano me inspira confianza -reconoció Zorbas-. Le he oído leer lo que escribe. Son hermosas palabras que alegran o entristecen, pero siempre producen placer y suscitan deseos de seguir escuchando.

– ¡Un poeta! Lo que ese humano hace se llama poesía. Tomo diecisiete, letra "P" de la enciclopedia -aseguró Sabelotodo.

– ¿Y qué té lleva a pensar que ese humano sabe volar? -quiso saber Secretario.

– Tal vez no sepa volar con alas de pájaro, pero al escucharlo siempre he pensado que vuela con sus palabras -respondió Zorbas.

– Los que estén de acuerdo con que Zorbas maúlle con el humano de Bubulina que levanten la pata derecha -ordenó Colonello. Y así fue como le autorizaron a maullar con el poeta.

10 Una gata, un gato y un poeta

Zorbas emprendió el camino por los tejados hasta llegar a la terraza del humano elegido. Al ver a Bubulina recostada entre las macetas suspiró antes de maullar.

– Bubulina, no te alarmes. Estoy aquí arriba.

– ¿Qué quieres? ¿Quién eres? -preguntó alarmada la gata.

– No te vayas, por favor. Me llamo Zorbas y vivo cerca de aquí. Necesito que me ayudes. ¿Puedo bajar?

La gata le hizo un gesto con la cabeza. Zorbas saltó hasta la terraza y se sentó sobre las patas traseras. Bubulina se acercó a olerlo.

– Hueles a libro, a humedad, a ropa vieja, a pájaro, a polvo, pero tu pelo está limpio -aprobó la gata.

– Son los olores del bazar de Harry. No te extrañes si también huelo a chimpancé -le advirtió Zorbas. Una suave música llegaba hasta la terraza. -Qué bonita música -comentó Zorbas.

– Vivaldi. Las cuatro estaciones. ¿Qué quieres de mí? -quiso saber Bubulina.

– Que me invites a pasar y me presentes a tu humano -contestó Zorbas.

– Imposible. Está trabajando y nadie, ni siquiera yo, puede importunarlo -respondió la gata.

– Por favor, es algo muy urgente. Te lo pido en nombre de todos los gatos del puerto -imploró Zorbas.

– ¿Para qué quieres verlo? -preguntó Bubulina con desconfianza.

– Debo maullar con él -respondió Zorbas con decisión.

– ¡Eso es tabú! -maulló Bubulina con la piel erizada-. ¡Lárgate de aquí!

– No. Y si no quieres invitarme a pasar, ¡pues que venga él! ¿Te gusta el rock, gatita? En el interior, el humano tecleaba en su máquina de escribir. Se sentía dichoso porque estaba a punto de terminar un poema y los versos le salían con una fluidez asombrosa. De pronto, desde la terraza le llegaron los maullidos de un gato que no era su Bubulina. Eran unos maullidos destemplados y que sin embargo parecían tener cierto ritmo. Entre molesto e intrigado salió a la terraza y tuvo que restregarse los ojos para creer lo que veía.

Bubulina se tapaba las orejas con las dos patas delanteras sobre la cabeza y, frente a ella, un gato grande, negro y gordo, sentado sobre la base del espinazo y la espalda apoyada en una maceta, sostenía el rabo con una pata delantera como si fuera un contrabajo y con la otra simulaba rasgar sus cuerdas, mientras soltaba enervantes maullidos.

Repuesto de la sorpresa no pudo reprimir la risa y, cuando se dobló apretándose el vientre de tanto reír, Zorbas aprovechó para colarse en el interior de la casa.

Cuando el humano, todavía muerto de risa, se dio la vuelta, se encontró al gato grande, negro y gordo sentado en un sillón.

– ¡Vaya concierto! Eres un seductor muy original, pero me temo que a Bubulina no le gusta tu música. ¡Menudo concierto! -dijo el humano.

– Sé que canto muy mal. Nadie es perfecto -respondió Zorbas en el lenguaje de los humanos.

El humano abrió la boca, se dio un golpe en la cara y apoyó la espalda contra una pared.

– Ha… ha… hablas -exclamó el humano.

– Tú también lo haces y yo no me extraño. Por favor, cálmate -le aconsejó Zorbas.

– U… un ga… gato… que habla -dijo el humano dejándose caer en el sofá.

– No hablo, maúllo, pero en tu idioma. Sé maullar en muchos idiomas -indicó Zorbas.

El humano se llevó las manos a la cabeza y se cubrió los ojos mientras repetía "es el cansancio, es el cansancio". Al retirar las manos el gato grande, negro y gordo seguía en el sillón.

– Son alucinaciones. ¿Verdad que eres una alucinación? -preguntó el humano.

– No, soy un gato de verdad que maúlla contigo -le aseguró Zorbas-. Entre muchos humanos, los gatos del puerto te hemos elegido a ti para confiarte un gran problema, y para que nos ayudes. No estás loco. Yo soy real.

– ¿Y dices que maúllas en muchos idiomas? -preguntó incrédulo el humano.

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