Luís Sepúlveda - Historia De Una Gaviota Y El Gato Que La Enseñó A Volar

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Luis Sepúlveda, a quien el público de lengua española ya conoce bien, tiene dos hijos muy jóvenes, a quienes llama «mis enanos» y a quienes prometió un día escribir una historia acerca de lo mal que gestionamos los humanos nuestro propio entorno, lesionando la naturaleza, que nos brinda tantos bienes, y de paso autolesionándonos sin piedad. Así nació Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, que cuenta las aventuras de Zorbas, un gato «grande, negro y gordo», cuyo inquebrantable sentido del honor le conduce un día a comprometerse a criar un polluelo de gaviota. Su madre, una hermosa gaviota, atrapada por una ola de petróleo vertido en el mar por un buque varado, le deja en prenda a Zorbas, justo antes de morir, el huevo que acaba de poner. Zorbas, que es gato de palabra, cumplirá sus dos promesas: no sólo criará al polluelo, sino que le enseñará a volar. Los amigos de Zorbas, Secretario, Sabelotodo, Barlovento y Colonello, le ayudarán en una tarea que, como se verá, no es tan fácil como parece, y menos para una banda de gatos más acostumbrados a hacer frente a la dura vida en un puerto como el de Hamburgo que a hacer de padres de una cría de gaviota… Pensada en principio como un cuento para «enanos», Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar se dirige en realidad a todos aquellos que, chicos o mayores, no sólo disfrutan con las historias bien contadas que estimulan la imaginación y el ingenio, sino que, a la vez, aprenden a ver el mundo bajo una óptica distinta, conociéndolo mejor y, por lo tanto, amándolo y cuidándolo con más inteligencia.

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– Probando extensión de los puntos c y d -obedeció Afortunada extendiendo las dos alas.

– ¡Perfecto! -indicó Sabelotodo-. Repitamos todo una vez más.

– ¡Por los bigotes del rodaballo! ¡Déjala volar de una vez! -exclamó Barlovento.

– ¡Le recuerdo que soy responsable técnico del vuelo! -contestó Sabelotodo-. Todo debe estar convenientemente asegurado, pues de lo contrario las consecuencias pueden ser terribles para Afortunada. ¡Terribles!

– Tiene razón. El sabe lo que hace -opinó Secretario.

– Es exactamente lo que yo iba a maullar -refunfuñó Colonello-. ¿Dejará usted alguna vez de quitarme los maullidos de la boca?

Afortunada estaba allí, a punto de intentar su primer vuelo, porque la última semana habían ocurrido dos hechos que hicieron comprender a los gatos que la gaviota deseaba volar, aunque ocultara muy bien su deseo.

El primero ocurrió cierta tarde en que Afortunada acompañó a los gatos a tomar el sol en el tejado del bazar de Harry. Tras disfrutar una hora de los rayos del sol, vieron a tres gaviotas volando arriba, muy arriba.

Se las veía hermosas, majestuosas, recortadas contra el azul del cielo. A ratos parecían paralizarse, flotar simplemente en el aire con las alas extendidas, pero bastaba un leve movimiento para que se desplazaran con una gracia y una elegancia que despertaban envidia, y daban ganas de estar con ellas allá arriba. De pronto los gatos dejaron de mirar al cielo y posaron sus ojos en Afortunada. La joven gaviota observaba el vuelo de sus congéneres y, sin darse cuenta, extendía las alas.

– Miren eso. Quiere volar -comentó Colonello.

– Sí, es hora de que vuele -aprobó Zorbas-. Ya es una gaviota grande y fuerte.

– Afortunada, ¡vuela! ¡Inténtalo! -le animó Secretario.

Al oir los maullidos de sus amigos, Afortunada plegó las alas y se acercó a ellos. Se tumbó junto a Zorbas y empezó a hacer sonar el pico simulando que ronroneaba.

El segundo hecho ocurrió al día siguiente, cuando los gatos escuchaban una historia de Barlovento.

…y como les maullaba, las olas eran tan altas que no podíamos ver la costa y, ¡por la grasa del cachalote! para colmo de males, teníamos la brújula descompuesta. Cinco días y sus noches llevábamos en medio del temporal, sin saber si navegábamos hacia el litoral o si nos internábamos mar adentro. Entonces, cuando nos sentíamos perdidos, el timonel vio la bandada de gaviotas. ¡Qué alegría, compañeros! Pusimos proa siguiendo el vuelo de las gaviotas y conseguimos llegar a tierra firme. ¡Por los colmillos de la barracuda! Esas gaviotas nos salvaron la vida. Si no las hubiéramos visto, yo no estaría aquí maullándoles el cuento.

Afortunada, que siempre seguía con mucha atención las historias del gato de mar, lo escuchaba con los ojos muy abiertos.

– ¿Las gaviotas vuelan en días de tormenta? -preguntó.

– ¡Por las descargas de la anguila! Las gaviotas son las aves más fuertes del universo -aseguró Barlovento-. No hay pájaro que sepa volar mejor que una gaviota.

Los maullidos del gato de mar calaban muy profundamente en el corazón de Afortunada. Golpeaba el suelo con las patas y su pico se movía nervioso.

– ¿Quieres volar, señorita? -inquirió Zorbas.

Afortunada los miró uno a uno antes de responder.

– ¡Sí! ¡Por favor, enséñenme a volar! Los gatos maullaron su alegría y enseguida se pusieron patas a la obra. Habían esperado largamente aquel momento. Con toda la paciencia que caracteriza a los gatos habían esperado a que la joven gaviota les comunicara sus deseos de volar, porque una ancestral sabiduría les hacía comprender que volar es una decisión muy personal. Y el más feliz de todos era Sabelotodo, que ya había encontrado los fundamentos del vuelo en el tomo doce, letra "L" de la enciclopedia, y por eso se encargaría de dirigir las operaciones.

– ¡Lista para el despegue! -indicó Sabelotodo.

– ¡Lista para el despegue! -anunció Afortunada.

– Empiece el carreteo por la pista empujando para atrás el suelo con los puntos de apoyo a y b -ordenó Sabelotodo.

Afortunada empezó a avanzar, pero lentamente, como si patinara sobre ruedas mal engrasadas.

– ¡Más velocidad! -exigió Sabelotodo. La joven gaviota avanzó un poco más rápido.

– ¡Ahora extienda los puntos c y d! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada extendió las alas mientras avanzaba.

– ¡Ahora levante el punto e! -ordenó Sabelotodo.

Afortunada elevó las plumas de la rabadilla.

– ¡Y ahora, mueva de arriba abajo los puntos c y d para empujar el aire hacia abajo y simultáneamente encoja los puntos a y b! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada batió las alas, encogió las patas, se elevó un par de palmos, pero de inmediato cayó como un fardo.

De un salto los gatos bajaron de la estantería y corrieron hacia ella. La encontraron con los ojos llenos de lágrimas.

– ¡Soy una inútil! ¡Soy una inútil! -repetía desconsolada.

– Nunca se vuela al primer intento, pero lo conseguirás. Te lo prometo -maulló Zorbas lamiéndole la cabeza.

Sabelotodo trataba de encontrar el fallo revisando una y otra vez la máquina de volar de Leonardo.

8 Los gatos deciden romper el tabú

Diecisiete veces intentó Afortunada levantar el vuelo, y diecisiete veces terminó en el suelo luego de haber conseguido elevarse unos pocos centímetros.

Sabelotodo, más flaco que de costumbre, se había arrancado los pelos del bigote después de los doce primeros fracasos, y con maullidos temblorosos intentaba disculparse:

– No lo entiendo. He revisado la teoría del vuelo concienzudamente, he comparado las instrucciones de Leonardo con todo lo que sale en la parte dedicada a la aerodinámica, tomo uno, letra "A" de la enciclopedia, y sin embargo no lo conseguimos. ¡Es terrible! ¡Terrible!

Los gatos aceptaban sus explicaciones, y toda su atención se centraba en Afortunada, que tras cada intento fallido se tornaba más triste y melancólica.

Después del último fracaso, Colonello decidió suspender los experimentos, pues su experiencia le decía que la gaviota empezaba a perder la confianza en sí misma, y eso era muy peligroso si de verdad quería volar.

– Tal vez no pueda hacerlo -opinó Secretario-. A lo mejor ha vivido demasiado tiempo con nosotros y ha perdido la capacidad de volar.

– Siguiendo las instrucciones técnicas y respetando las leyes de la aerodinámica es posible volar. No olviden que todo está en la enciclopedia -apuntó Sabelotodo.

– ¡Por la cola de la raya! -exclamó Barlovento-. ¡Es una gaviota y las gaviotas vuelan!

– Tiene que volar. Se lo prometí a la madre y a ella. Tiene que volar -repitió Zorbas.

– Y cumplir esa promesa nos incumbe a todos -recordó Colonello.

– Reconozcamos que somos incapaces de enseñarle a volar y que tenemos que buscar ayuda allende el mundo de los gatos -sugirió Zorbas.

– Maúlla claro, caro amico . ¿Adónde quieres llegar? -preguntó serio Colonello.

– Pido autorización para romper el tabú por primera y última vez en mi vida -solicitó Zorbas mirando a los ojos a sus compañeros.

– ¡Romper el tabú! -maullaron los gatos sacando las garras y erizando los lomos.

"Maullar el idioma de los humanos es tabú." Así rezaba la ley de los gatos, y no porque ellos no tuvieran interés en comunicarse con los humanos. El gran riesgo estaba en la respuesta que darían los humanos. ¿Qué harían con un gato hablador? Con toda seguridad lo encerrarían en una jaula para someterlo a toda clase de pruebas estúpidas, porque los humanos son generalmente incapaces de aceptar que un ser diferente a ellos los entienda y trate de darse a entender. Los gatos conocían, por ejemplo, la triste suerte de los delfines, que se habían comportado de manera inteligente con los humanos y éstos los habían condenado a hacer de payasos en espectáculos acuáticos. Y sabían también de las humillaciones a que los humanos someten a cualquier animal que se muestre inteligente y receptivo con ellos. Por ejemplo, los leones, los grandes felinos obligados a vivir entre rejas y a que un cretino les meta la cabeza en las fauces; o los papagayos, encerrados en jaulas repitiendo necedades. De tal manera que maullar en el lenguaje de los humanos era un riesgo muy grande para los gatos.

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