– Te doy hasta la esquina de la calle para cambiar de humor, porque en la esquina nuestros caminos se separan. Mi tiempo es valioso.
Él se detuvo con tanta brusquedad que ella chocó contra él.
– Quiero hacer música, es la única cosa de la que estoy seguro. No fumo, no bebo, no me drogo, no siso en las tiendas para conseguir un determinado look, no me dedico a escuchar cómo me crece el pelo esperando a Dios, no tengo gustos caros, pero quiero hacer música…
– Pues entonces, dile todo eso…
Gary se encogió de hombros y la miró desde su gran altura. Sus ojos se detuvieron por encima de ella y dibujaron un techo de cólera.
– ¿Saco el pararrayos o me fulminas ahora mismo? -preguntó ella.
– ¡Como si fuese tan sencillo! -dijo él levantando los ojos al cielo.
– Y tu madre, ¿qué dice?
– Que haga lo que quiera, que todavía tengo tiempo…
– ¡Y tiene mucha razón!
Él se había sentado sobre un murete y se había levantado el cuello del chaquetón. Estaba enternecedor, refugiado dentro de las grandes solapas, con unos rizos de pelo negro cayendo sobre sus ojos perdidos. Ella fue a sentarse a su lado.
– Escucha, Gary, te puedes permitir el lujo de poder hacer lo que quieras. No tienes problemas de dinero. Si tú no intentas hacer lo que te apasiona en la vida, ¿quién podría hacerlo?
– Ella no lo entenderá.
– ¿Desde cuándo dejas que otro decida tu vida?
– Tú no la conoces. No cede fácilmente. Presionará a mamá, que se sentirá culpable por no ocuparse de mí «seriamente» -dibujó unas comillas en el aire- e intervendrá.
– Pídele que confíe en ti durante un año…
– ¡Pero un año no bastará! Necesitaré mucho más tiempo para hacer música de verdad… ¡No voy a hacer un curso de cocina!
– Inscríbete en una escuela de música. Una buena escuela de música. Una que imponga.
– No querrá oír hablar de eso…
– ¡Pasa de ella!
– Es más fácil decirlo que hacerlo.
– Es extraño, hasta hoy, ¡no te había imaginado como un perdedor!
– ¡Ja, ja, ja! ¡Muy graciosa!
Inclinó la cabeza como para decir venga, pisotea al hombre caído en el suelo, aplástame con tu desprecio, eres muy buena jugando a eso.
– Renuncias incluso antes de haberlo intentado. Ya que dices que es tu pasión, demuéstrale que es algo serio y ella confiará en ti. Si no será como si tiraras la toalla incluso antes de haber subido al ring.
Sus miradas se cruzaron y se interrogaron en silencio.
– ¿Así es como lo haces tú? -preguntó sin dejar de mirarla a los ojos, como si su respuesta pudiese cambiarle la vida. -Sí.
– ¿Y funciona?
Ella tenía la carne de gallina de tan fijamente como la miraba.
– Para todo. Pero hay que trabajar. Yo quería mi selectividad con matrícula, la saqué, quería venir a Londres, he venido a Londres, quería estudiar en esa escuela, me admitieron y voy a convertirme en una gran diseñadora, quizás incluso en una gran modista. Nadie ha conseguido desviarme de mi camino ni un centímetro, porque yo he decidido que nadie lo haría. Me fijé un objetivo, es muy sencillo, ¿sabes? Cuando decides hacer algo de verdad, lo consigues siempre. Basta con estar convencido de ello y convencer a los demás. ¡Incluso a una reina!
– ¿Y existe alguna otra cosa que te hayas jurado tener? -preguntó sintiendo que aquel momento era precioso, que ella había bajado la guardia.
– Sí-respondió ella, sin temblar, sabiendo exactamente a qué se refería él, pero rechazando responderle.
No dejaban de mirarse fijamente.
– ¿Como qué?
– Not your business!
– Sí. Dímelo…
Ella sacudió la cabeza.
– ¡Te lo diré cuando haya conseguido mi objetivo!
– Porque lo conseguirás, por supuesto.
– Por supuesto…
Él esbozó una sonrisita enigmática, como si reconociera que ella podría tener razón, pero que el asunto no estaba todavía resuelto. Ni mucho menos. Quedaban todavía algunas formalidades pendientes. Siguió después un minuto de gran solemnidad que les llevó a un terreno en el que todavía no habían entrado nunca: el del abandono. Se analizaban el interior del alma, el terciopelo del corazón y podían decirse, aunque sin pronunciar palabra, lo que pensaban exactamente. Se lo dijeron con los ojos. Como si aquello no existiera o no debiera existir todavía. Bailaron dos pasos de tango con ese terciopelo del corazón, se besaron dulcemente en la boca del alma, y después volvieron al ruido de los coches en la calle y a los peatones que perdían su donut al correr.
– Bueno, recapitulemos -dijo Hortense, aturdida por esas confidencias mudas-. Primero vas a encontrar una buena escuela de música. Harás lo necesario para que te acepten. Vas a trabajar, a trabajar…
Él la seguía con la mirada y escuchaba su futuro.
– Después, te enfrentas a tu abuela y consigues lo que quieres… Tendrás argumentos, habrás movido el culo lo suficiente como para demostrarle que se trata de una pasión. No de un pasatiempo. Eso la impresionará, te escuchará. Eres demasiado indolente, Gary.
– ¡Forma parte de mi encanto! -bromeó él, abriendo sus largos brazos, haciéndolos planear por encima de ella para proseguir su tango mudo.
Ella se apartó y volvió a su expresión seria.
– A los diecinueve años sí. Pero dentro de diez años serás un viejo seductor inútil y desengañado. Así que ponte manos a la obra y demuestra a los demás que no se equivocan si confían en ti…
– Hay veces en que no tengo ganas de nada. Sólo de ser una ardilla que salta por Hyde Park…
Se había levantado una brisa de viento frío y la nariz de él enrojecía. Hundió sus manos en los bolsillos como si quisiese que estallaran, golpeó el suelo con la punta de sus zapatos, mantuvo por un momento lo que parecía ser un monólogo interior. Ella lo observaba, divertida. Se conocían desde hacía tanto tiempo…; no había nadie de quien se sintiera tan próxima. Se acercó, le pasó una mano bajo el brazo y apoyó la cabeza en su hombro.
– ¡No te rindes nunca! -gruñó él.
Ella levantó la cabeza hacia él y sonrió.
– ¡Nunca! ¿Y sabes por qué?
– …
– Porque no tengo miedo. Tú, en cambio, estás acojonado. Te dices que en la música son muchos los llamados y pocos los elegidos, y tienes miedo de no ser elegido…
– No te falta razón…
– Tu miedo te impide pasar a la acción. Y te impedirá que tu sueño se transforme en realidad.
Él la escuchaba, emocionado, casi aterrado por la exactitud de lo que decía.
– ¿Quieres que vayamos al cine esta tarde? -preguntó, para recuperar la atmósfera distendida.
– No. Tengo que trabajar. Tengo que entregar un trabajo mañana.
– ¿Vas a trabajar hasta tarde?
– Sí. Pero el fin de semana, si quieres, estaré más libre.
– ¿Cuánto te debo por la consulta?
– Me pagarás la entrada del cine.
– De acuerdo.
Hortense miró su reloj y lanzó un chillido.
– ¡Jo! ¡Voy a llegar tarde!
– Eres como tu madre, ¡nunca dices joder!
– ¡Gracias por el cumplido!
– Pero si es un buen cumplido. ¡Quiero mucho a tu madre!
Ella no respondió. Cada vez que le hablaban de su madre, se cerraba en banda. Él la acompañó hasta la entrada de la escuela.
– ¿Sabes otra cosa que dijo mi abuela?
– ¿Te dijo qué puesto ocupabas en la línea de sucesión?
– No way. Quiero ser músico, ¡ya te lo he dicho!
Hortense esbozó una pequeña sonrisa que parecía decir «buena respuesta» y aceleró el paso.
– Me habló de mis conquistas sentimentales, así es como ella llama a las guarras que me tiro, y me dijo con su aire de real delicadeza… «Mi querido Gary, cuando uno da su cuerpo, da también su alma».
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