Katherine Pancol - El vals lento de las tortugas

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La novela continúa con la vida de las y los protagonistas de Los ojos amarillos de los cocodrilos: Joséphine y Zoé se han instalado en un buen barrio de París gracias al éxito de la novela que finalmente ha reivindicado su verdadera autora.
Horténse se ha ido a estudiar moda a Londres y ve frecuentemente a Gary, el hijo de Shirley, quien también ha decidido vivir una temporada en Inglaterra. Philippe y su hijo también se han trasladado a Londres aunque van frecuentemente a París a visitar a Iris, ingresada en una clínica psiquiátrica por hallarse en una profunda depresión.
La madre de Joséphine y de Iris, Henriette, trama una venganza contra su ex marido y su amante, Josiane, quienes por fin han encontrado la felicidad y están extasiados con los poderes casi sobrenaturales de su hijo de meses.

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Dio unos pasos. Levantó con la punta de la fusta la colcha de la cama para verificar si el suelo estaba limpio. La dejó caer, satisfecho.

– Por supuesto, habrá hecho la casa como cada mañana, pero no comerá. Tendrá derecho a dos vasos de agua. Los he dejado sobre la mesa. Deberá beberlos imaginándose la fuente que fluye y la purifica. Después, cuando haya terminado la limpieza, irá a su silla, leerá y me esperará. ¿Está claro?

Ella gimió: «Sí, amo», sintiendo el hambre que la atenazaba desde la víspera, despertarse como un animal en su vientre.

– Para verificar que ha permanecido tranquilamente estudiando su libro de oraciones, voy a darle una que aprenderá de memoria, y deberá recitarme SIN COMETER FALTAS, ya que el menor balbuceo será castigado de forma que retenga la lección. ¿Entendido?

Bajó los ojos y suspiró: «Sí, amo».

La azotó con un golpe de fusta.

– ¡No lo he oído!

– Sí, amo -gritó, las lágrimas cayendo sobre su pecho.

Tomó su libro de oraciones, lo hojeó, encontró una que pareció satisfacerle, y comenzó a leerla en voz alta.

– Es un extracto de la Imitación de Cristo. Se titula De la resistencia que hay que ofrecer a las tentaciones. Usted no ha sabido nunca resistirse a las tentaciones. Este texto se lo va a enseñar.

Se aclaró la voz y comenzó:

– «No podemos estar sin aflicción ni tentaciones mientras vivimos en este mundo. Eso es lo que hace decir a Job que la vida del hombre sobre la tierra es una tentación continua. Es por eso que cada uno debería tomar precauciones contra las tentaciones a las que está sujeto, y velar en oración por temor al demonio, que no duerme nunca y que ronda a nuestro lado buscando a quién devorar, no encuentre la ocasión de sorprendernos. No hay hombre tan perfecto y tan santo que no haya tenido a veces tentaciones y no podemos sentirnos completamente exentos de ellas. Sin embargo, aunque esas tentaciones sean enojosas y rudas, son a menudo de una gran utilidad, porque sirven para humillarnos, purificarnos, instruirnos. Todos los santos han pasado por grandes tentaciones y duras pruebas y han encontrado en ellas sus enseñanzas…».

Leyó mucho rato, con voz monocorde, y después dejó el libro sobre la colcha de la cama y declaró:

– Quiero oírselo recitar de memoria, con toda la humildad y el cuidado por mí exigidos, esta noche, cuando venga a visitarla.

– Sí, amo.

– ¡Bese la mano del amo!

Ella besó su mano.

Él se dio la vuelta y la dejó, muerta de hambre, de dolor, inerte bajo las sábanas blancas. Lloró mucho tiempo, con los ojos muy abiertos, sin moverse, sin protestar, los brazos a lo largo del cuerpo, las manos abiertas bajo la manta. Ya no tenía más fuerzas.

* * *

– ¡Jo! La puerta está bloqueada. ¡No consigo abrirla!

– Philippe… ¿Eres tú?

Había dejado los faros del coche encendidos, pero ella no estaba segura de reconocerle en la negra noche.

– ¿Estás encerrada?

– ¡Oh, Philippe! ¡Tengo tanto miedo! Creí que…

– ¡Jo! Intenta abrirme…

– Dime que eres tú…

– ¿Por qué? ¿Estás esperando a alguien más? ¿Molesto? Lanzó una risita. Ella respiró, aliviada. Era él. Se echó sobre la puerta e intentó abrirla. Pero la puerta resistía.

– ¡Philippe! ¡Ha llovido tanto que la madera se ha hinchado! Cuando llegué hacía tanto frío que he encendido la calefacción al máximo, y eso ha debido de hacer que la madera se atrancase…

– ¡Que no! No es por eso…

– Sí, te lo aseguro. Además ¡no deja de llover!

– Es porque hice cambiar todas las puertas y las ventanas. Pasaba aire por todas partes, ¡estaba harto de que el calor acabara en el jardín! Están nuevas y todavía encoladas… Al principio hay que forzarlas.

– ¡Pero si yo conseguí entrar!

– ¡Ha debido de volverse a pegar cuando encendiste la calefacción al máximo! Inténtalo otra vez…

Joséphine hizo un nuevo intento. Verificó que las cerraduras estaban abiertas e intentó abrir la puerta.

– ¡No lo consigo!

– Claro que las primeras veces, es difícil… Espera, voy a ver… Debía de haber retrocedido porque su voz se oía más lejana.

– ¡Philippe! ¡Tengo miedo! ¡He recibido mensajes de Luca, viene hacia aquí, me va a matar!

– Que no… Estoy aquí ¡no puede pasarte nada!

Oía sus pasos sobre la grava, caminaba a lo largo de la casa, buscando alguna forma de entrar.

– He mandado instalar ventanas y puertas antirrobo por todas partes, ¡no hay ni una sola abertura! Esta casa es una auténtica caja fuerte…

– ¡Philippe! Viene hacia aquí-repetía Joséphine, enloquecida-. Es él quien apuñala a las mujeres, ¡ahora lo sé! ¡Es él!

– ¿Luca? ¿Tu antiguo novio? -preguntó Philippe con tono divertido.

– Sí, te lo explicaré, es complicado. Es como las muñecas rusas, hay muchas historias unas dentro de otras, pero estoy segura de que es él…

– ¡Que no! ¡Te estás alarmando por nada! ¿Por qué iba a venir aquí? Aléjate de la puerta, voy a intentar abrirla de un empujón.

– Sí… Está loco.

– ¿Te has apartado, Jo?

Joséphine dio dos pasos atrás y escuchó el ruido de un cuerpo golpeando la puerta. La puerta tembló, pero no cedió.

– ¡Mierda!-gritó Philippe-. ¡No lo consigo! Voy a dar la vuelta por detrás…

– ¡Philippe!-gritó Joséphine-. ¡Ten cuidado! ¡Te digo que viene hacia aquí!

– ¡Jo, deja de tener miedo! ¡Te estás montando una película!

Escuchaba sus pasos en la grava. Se alejaba. Esperó mordiéndose el índice. Luca iba a llegar, iban a pelearse y ella no podría hacer nada. Sacó su móvil y pensó en llamar a los bomberos. Estaba tan nerviosa que no conseguía recordar el número. Y entonces el móvil se apagó. Sin batería.

Los pasos volvieron. Se puso en la ventana y vio a Philippe a la luz de los faros. Le hizo una señal. El se acercó.

– No hay nada que hacer. ¡Todo está cerrado a cal y canto! Cálmate Jo -dijo poniendo su mano sobre el cristal.

Ella colocó la mano sobre la suya, tras el vidrio.

– ¡Me da miedo! No te lo conté todo la última vez en Londres. No tenía tiempo, pero está loco, es violento…

Tenía que hablar alto para que él la oyese.

– ¡No nos va a hacer nada! ¡Deja de tener miedo!

Volvió hacia la puerta, dio unos golpes de hombro contra la madera que no cedió. Volvió a la ventana.

– Ya ves, ni siquiera habría podido entrar.

– Sí. ¡Pasando por el tejado!

– ¿En plena noche? ¡Se habría caído! Habría tenido que esperar a que se hiciese de día, y tú habrías tenido tiempo de llamar a la policía.

– ¡No me queda batería!

Ella escuchó cómo se dejaba caer contra la puerta.

– Voy a tener que pasar la noche fuera…

– ¡Oh, no! -gimió Joséphine.

Se sentó, ella también, contra la pesada hoja de la puerta. Rascó con la punta de un dedo como si quisiera hacer un agujero. Rascó, rascó.

– ¿Philippe? ¿Estás ahí?

– ¡Me voy a oxidar si paso la noche fuera!

– Las habitaciones están inundadas y casi no hay techo. Duermo en el salón sobre el sofá grande, con Du Guesclin…

– ¿Es una armadura?

– Es mi guardián.

– ¡Hola Du Guesclin!

– Es un perro.

– Ah…

Debió de cambiar de posición, porque oyó cómo se removía detrás de la puerta. Lo imaginó, las piernas plegadas bajo el mentón, los brazos alrededor de las rodillas, el cuello levantado. La lluvia había cesado. Ya no escuchaba el viento que silbaba entre los árboles un cántico imperioso y agudo con dos notas amenazantes.

– ¿Ves? No viene -dijo Philippe al cabo de un momento.

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