– ¿Te pasa algo? -preguntó Jo, sorprendida de verla tan sombría y nerviosa.
– Estoy con la mierda al cuello, Jo, con la mierda realmente al cuello.
Jo no dijo nada y pensó que no era la única. Yo también estaré metida en un buen marrón dentro de quince días. A partir del 15 de enero, exactamente.
– ¡Y sólo tú puedes sacarme!
– ¿Yo? -articuló Joséphine, atónita.
– Sí, tú. Ahora escúchame y no me interrumpas. Ya es bastante difícil de explicar, así que si me interrumpes…
Joséphine asintió. Iris bebió un sorbo de café y, clavando sus grandes ojos azul violeta en su hermana, comenzó:
– ¿Te acuerdas de aquella trola que solté una noche en la que simulé que escribía un libro?
Joséphine, muda, asintió. Los ojos de Iris le producían siempre el mismo efecto: la dejaban hipnotizada. Le hubiese gustado pedirle que apartara ligeramente la cabeza, que no la mirase de esa forma, pero Iris hundía su mirada profunda y de una intensidad casi negra en la de su hermana. Sus largas pestañas añadían un toque grisáceo o dorado según la luz que captaran al cerrarse o al abrirse.
– Pues bien, ¡voy a escribir!
Joséphine, extrañada, dijo:
– Bueno, esa es más bien una buena noticia.
– No me cortes, Jo, no me cortes. Créeme, necesito todas mis fuerzas para decirte lo que tengo que decirte porque no es fácil.
Inspiró profundamente, escupió el aire con irritación como si le hubiese quemado los pulmones y continuó:
– Voy a escribir una novela histórica sobre el siglo XII tal y como presumí aquella noche… Llamé ayer al editor. Está encantado. Le he soltado, para que se le haga la boca agua, algunas anécdotas que afortunadamente tú me habías soplado: la historia de Rollon, de Guillermo el Conquistador, de su madre la lavandera, las «banalidades», y patatín y patatán, hice una especie de ensaladilla con todo eso y ¡parecía completamente subyugado! ¿Para cuándo puedes tenerlo?, me preguntó. Le dije que no lo sabía, que no tenía ni idea. Entonces me prometió un buen anticipo si le ofrecía una veintena de páginas lo antes posible. Para ver cómo escribo y si doy la talla. Porque, me dijo, para ese tipo de temas, hace falta ciencia y esfuerzo.
Joséphine escuchaba y opinaba en silencio.
– El único problema es que yo no tengo ni ciencia ni esfuerzo. Y ahí es donde intervienes tú.
– ¿Yo? -dijo Jo tocándose el pecho con el dedo.
– Sí, tú.
– No veo muy bien cómo, sin querer ofenderte…
– Tú intervienes para que las dos firmemos un contrato secreto. ¿Te acuerdas cuando, siendo pequeñas, hacíamos el juramento de sangre?
Joséphine dijo sí con la cabeza. Y después, hacías lo que querías conmigo. Me aterrorizaba la idea de romper el juramento y morir de golpe.
– Un contrato del que no hablaremos con nadie, ¿comprendes? Con nadie. Un contrato que sirva a los intereses de ambas. Tú necesitas dinero. No digas que no. Necesitas dinero. Yo necesito respetabilidad y una nueva imagen, no te explico el porqué, sería demasiado complicado y, además, no estoy segura de que lo entendieses. No comprenderías la urgencia que tengo.
– Puedo intentarlo si me lo explicas -propuso tímidamente Joséphine.
– ¡No! Y, además, no tengo ganas de explicártelo. Así que lo que vamos a hacer es muy simple: tú escribes el libro y recibes el dinero, yo lo firmo y me voy a venderlo en la tele, en la radio, en los periódicos… Tú produces la materia prima, yo me encargo del servicio posventa. Porque hoy en día, un libro, no basta con escribirlo, ¡hay que venderlo! Mostrarse, hablar de una, tener el pelo limpio y brillante, estar bien maquillada, tener una imagen, cuál todavía no lo sé, dejarse fotografiar en el mercado, en el cuarto de baño, de la mano con el marido o con el amante, bajo la torre Eiffel, ¡yo qué sé! Muchas cosas que no tienen nada que ver con el libro, pero que le aseguran el éxito. Yo soy muy buena en eso, ¡y tú no sirves! Yo no sirvo para escribir, ¡y a ti se te da de maravilla! Nosotras dos, poniendo lo mejor de cada una, ¡seremos perfectas! Te lo repito, para mí, no es una cuestión de dinero, todo el dinero será para ti.
– ¡Pero eso es un fraude! -protestó Joséphine.
Iris la miró resoplando de desesperación. Sus grandes ojos barrieron a Jo de un golpe de pestañas exasperado, levantó las cejas y se hundió de nuevo en la mirada de su hermana como un ave rapaz.
– Estaba segura. ¿Y qué parte es un fraude si todo el dinero es para ti? Yo no me quedo ni un céntimo. Te lo doy todo. ¿Lo entiendes, Jo? ¡Todo! No te estoy estafando, no te robo, te doy exactamente lo que más necesitas en este momento: dinero. Y, a cambio, sólo te pido una pequeña mentira… ni siquiera una mentira, un secreto.
Joséphine hizo una mueca de desconfianza.
– No te pido que hagas eso el resto de tu vida. Te pido sólo que lo hagas una vez y después nos olvidamos. Después cada una volverá a su sitio y continuará su vida tranquilamente. Salvo que…
Joséphine la interrogó con la mirada.
– Salvo que en ese tiempo tú habrás ganado dinero y yo habré resuelto mi problema.
– ¿Y cuál es tu problema?
– No tengo ganas de hablarte de ello. Debes confiar en mí.
– Como cuando éramos pequeñas…
– Exactamente.
Joséphine miró el paisaje que desfilaba y no respondió.
– Jo, te lo suplico, ¡hazlo por mí! ¿Qué tienes que perder?
– No estoy pensando en esos términos…
– ¡Oh, venga! ¡No me digas que tú eres clara como el agua de la fuente y que no me escondes nada! He sabido que trabajas para el despacho de Philippe a escondidas, sin decírmelo. ¿Crees que eso está bien? ¡Haciendo cosas a escondidas con mi marido!
Joséphine se ruborizó y balbuceó:
– Philippe me pidió que no dijera nada y como necesitaba ese dinero…
– Pues bien, en mi caso, es lo mismo: te pido que no digas nada y te doy el dinero que necesitas.
– No estaba orgullosa de ocultarte algo.
– ¡Sí, pero lo has hecho! Lo has hecho, Joséphine. ¿Así que quieres hacerlo por Philippe y no por mí? ¡Tu propia hermana!
Joséphine empezaba a ceder. Iris lo intuyó. Adoptó una voz más suave, casi suplicante, y llenó sus ojos, que seguían fijos en su hermana, de una muda ternura.
– Escúchame, Jo. Además, me haces un favor. Un inmenso favor. A mí, tu hermana. Siempre he estado a tu lado, siempre me he ocupado de tí, nunca te he dejado en la necesidad o la miseria. Cric y Croe… ¿recuerdas? Desde que éramos muy pequeñas. Soy tu única familia. Ya no tienes a nadie. Ni madre, pues ya no la ves y ella está REALMENTE enfadada contigo, ni padre, ni marido… Sólo me tienes a mí.
Joséphine se estremeció y se rodeó con los brazos. Sola y abandonada. Había creído, en la euforia del primer cheque, que le iban a llover proposiciones, y se veía obligada a constatar que no había nada de eso. El hombre que le había felicitado por su excelente trabajo no le había vuelto a llamar. El 15 de enero tendría que pagar. El 15 de febrero también y el 15 de marzo, el 15 de abril y el 15 de mayo, el 15 de junio y el 15 de julio… Las cifras le mareaban. La masa negra de la desgracia inminente se fundió sobre ella y sintió una opresión en el pecho. Se le cortó el aliento.
– Además -continuó Iris que constataba que la mirada de Jo se inundaba de inquietud-, no te hablo de una pequeña suma de dinero. Te hablo por lo menos, tirando por lo bajo, de cincuenta mil euros.
Joséphine soltó una exclamación de sorpresa.
– ¡Cincuenta mil euros!
– Veinticinco mil euros en cuanto haya entregado los veinte folios y un plan de la historia…
– ¡Cincuenta mil euros! -repitió Joséphine, que no creía lo que estaba oyendo-. ¡Pero ese editor tuyo está loco!
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