Blake Pierce - Antes De Que Peque

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De Blake Pierce, el autor de éxitos de ventas como ONCE GONE (un #1 con más de 900 críticas de cinco estrellas), llega el libro #7 en la trepidante serie de misterio con Mackenzie White como protagonista. En ANTES DE QUE PEQUE (Un Misterio con Mackenzie White – Libro 7), están apareciendo cadáveres de sacerdotes, con sus cuerpos crucificados en las entradas de iglesias por toda la ciudad de Washington D. C. ¿Podría tratarse de alguna clase de acto de venganza? ¿Podría tratarse de un miembro de su congregación? ¿O de un asesino en serie, que está persiguiendo sacerdotes por un motivo mucho más diabólico?El FBI recurre a la agente especial Mackenzie White, ya que el caso guarda muchas similitudes con los matices religiosos de su primer caso, el Asesino del Espantapájaros. Sumergida en el mundo del sacerdocio, Mackenzie se esfuerza por aprender más sobre los rituales y las antiguas escrituras, para tratar de adentrarse en la mente del asesino. Sin embargo, Mackenzie ya estaba obsesionada con la caza del asesino de su propio padre, decidida a encontrarle en esta ocasión. Y este último asesino es más siniestro que la mayoría, empujando a Mackenzie, con su juego letal del gato y el ratón, hasta los límites de su propia cordura. Un thriller psicológico de suspense trepidante, ANTES DE QUE PEQUE es el libro #7 de una nueva e impactante serie – con una nueva protagonista – que le verá pasando páginas hasta altas horas de la noche. También escrito por Blake Pierce, ONCE GONE (Un Misterio con Riley Paige – Libro #1), un #1 éxito de ventas con más de 900 críticas de cinco estrellas – ¡y una descarga gratuita!

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“Yo puedo contactar al equipo forense,” ofreció Yardley.

“Trabaja codo con codo con ellos, por lo que a mí respecta,” dijo McGrath. “Haré una llamada y daré el visto bueno. Quiero que estés allí en el instante que descubran algo nuevo sobre esos cadáveres.”

“Puede que sea como buscar una aguja en un granero,” dijo Harrison, “pero puedo empezar a investigar las ferreterías locales para conseguir los registros y los recibos de cualquiera que haya comprado las puntas que ese tipo ha estado utilizando los últimos meses. Por lo que tengo entendido, no son particularmente comunes.”

McGrath asintió. Sin duda, era una idea, pero la expresión en su rostro dejaba traslucir todo el tiempo que iba a llevar realizar esa tarea.

“¿Qué hay de ti, White?” preguntó.

“Iré a ver a las familias y los compañeros de trabajo,” dijo. “En una iglesia del tamaño de Living World, tiene que haber alguien con alguna idea sobre por qué le ha pasado esto a Woodall.”

McGrath aplaudió con sus manos y se echó hacia delante. “Suena bien,” dijo. “Así que poneos en marcha. Y ponedme al día cada hora cuando den las en punto. ¿Entendido?”

Yardley y Harrison asintieron. Harrison cerró su portátil al tiempo que se levantaba de la mesa. Cuando salieron por la puerta, Mackenzie se quedó rezagada. Cuando Yardley había cerrado la puerta después de salir, dejando a Mackenzie y a McGrath a solas en la sala, se volvió hacia él.

“Ah diablos, ¿de qué se trata?” preguntó McGrath.

“Siento curiosidad,” dijo. “El agente Ellington hubiera sido un valioso activo en este caso. ¿Adónde le han enviado?”

McGrath se revolvió incómodamente en su asiento y miró brevemente a través de la ventana de la oficina, a la oscuridad de la hora temprana de la mañana afuera.

“Bueno, antes de que le signara a esta otra tarea, obviamente no tenía ni idea de que este caso se fuera a poner tan feo. Por lo que se refiere a dónde está trabajando en este momento, con el debido respeto, no es asunto tuyo.”

“Con el mismo respeto,” replicó Mackenzie, haciendo lo que podía por no sonar demasiado a la defensiva, “se ha retirado del caso a un compañero con el que trabajo bien, lo que me deja a solas para solucionar este asunto.”

“No estás sola,” dijo McGrath. “Harrison y Yardley son más que eficientes. Ahora… haz el favor, agente White. Ponte a trabajar.”

Mackenzie quería seguir presionando, pero no veía razón para hacerlo. Lo último que necesitaba era que McGrath se enfadara con ella. Ya estaban bajo mucha presión y era demasiado pronto en el día como para enfrentarse a un jefe disgustado.

Le hizo un breve gesto de cortesía y salió por la puerta. De todas maneras, de camino hacia los ascensores, sacó su teléfono. Era demasiado pronto para llamar a Ellington así que optó por enviarle un mensaje de texto.

Solo te escribo para saber de ti, tecleó. Llama o envíame un mensaje cuando puedas.

Envió el mensaje mientras entraba al ascensor. Descendió hasta el aparcamiento donde le esperaba su coche. Afuera, la mañana todavía estaba oscura—con ese tipo de oscuridad pesada que parecía capaz de esconder todos los secretos que quisiera.

CAPÍTULO OCHO

Tras hacerse con un café, Mackenzie regresó a Living World. Sabía que era una iglesia grande, así que concretar alguna persona que pudiera tener información entre el personal y la congregación podría llevarle años. Se imaginó que, si la noticia se había hecho pública y habían comenzado las rondas de llamadas de teléfono, cabían muchas posibilidades de que los más cercanos a Woodall estuvieran en la iglesia—quizá ocupados con la preparación de servicios en su memoria o simplemente pasando por la iglesia para estar más cerca de Dios durante su luto.

Una vez más, su intuición le dio la razón. Cuando llegó a la escena, ya habían retirado a Woodall del portón de entrada. Y a pesar de que todavía seguían allí unos cuantos miembros de la policía local y del Bureau, también había un grupo de gente diseminado por todos lados, separado por la cinta amarilla de la policía para las escenas de crímenes que limitaba los bordes del sendero de hormigón que llevaba hasta el portón principal.

Unos cuantos lloraban a viva voz. Varios de ellos estaban abrazados a otros espectadores. Tomó nota de un hombre que estaba de pie a solas, con la cabeza dando la espalda a la escena. Mantenía la cabeza gacha y su boca se movía ligeramente mientras rezaba. Respetuosamente, Mackenzie le dio algo de tiempo para terminar con sus plegarias antes de acercarse a él. A medida que se aproximaba a él, divisó lo que parecía una expresión de ira en su rostro.

“Disculpe, señor,” dijo Mackenzie. “¿Dispone de un minuto?” Terminó la pregunta mostrándole su placa y presentándose.

“Sí,” dijo el hombre. Parpadeó y se frotó los ojos, como si tratara de librarse de los últimos vestigios del sueño o de una pesadilla. Entonces le ofreció su mano y dijo, “Soy Dave

Wylerman, el líder del departamento musical aquí en Living World.”

“¿Hay un departamento musical?”

“Sí. Tenemos una agrupación rotatoria de unos catorce músicos que forman parte de tres bandas religiosas.”

“Así que, ¿ha trabajado de cerca con el pastor Woodall en el pasado?”

“Oh, por supuesto que sí. Me reúno con él al menos dos veces por semana. Además de eso, se había convertido en un buen amigo de la familia, mi mujer, mis hijos y yo, durante la pasada década más o menos.”

“¿Se le ocurre el nombre de alguien que pudiera ser capaz de hacer esto? ¿Alguien que pudiera guardar algún tipo de rencor o de querella contra el pastor Woodall?”

“Bueno, es una iglesia grande. No creo que haya ni una sola persona que trabaje aquí que conozca a todo el mundo que la frecuenta. Pero por mi parte, no, no se me ocurre nadie así de repente que estuviera lo bastante enfadado con él como para hacer esto…”

Hasta este momento, la oscuridad de la mañana temprana había ocultado las lágrimas de Dave Wylerman, pero, cuando le miró directamente a los ojos, se hicieron obvias. Parecía estresado, como si estuviera sufriendo para imaginar algo que decir.

“¿Dispone de un minuto para hablar en privado?” preguntó Mackenzie.

“Sí.”

Le hizo un gesto con la mano para que le siguiera. Se alejó de la entrada de hormigón de la iglesia y se dirigió de vuelta a su coche. Entonces le abrió la puerta del pasajero, imaginándose que le haría bien sentarse y sentirse más relajado. Mackenzie se metió al asiento del conductor y para cuando cerró la puerta, podía asegurar que Wylerman estaba luchando para mantener la compostura.

“¿Ya han informado al resto de la congregación?” preguntó Mackenzie.

“No, solamente a los ancianos, a mí, y algunos de los miembros más cercanos al pastor Woodall. Claro que se están realizando muchas llamadas. Todo el mundo lo sabrá en una hora más o menos, supongo.”

Muy bien, pensó Mackenzie. Recibirán la noticia personalmente a través de alguien que conocen en vez de escuchar las noticias por primera vez en la televisión.

“Entonces, corríjame si me equivoco,” dijo ella, “pero me dio la impresión de que se estaba peleando por dentro con alguna cosa junto a la iglesia. ¿Hay algo que me pueda decir que no quisiera compartir delante de todo el mundo?”

“En fin, como ya sabe, se trata de una iglesia grande. Cualquier domingo, si cuenta los servicios programados, la atienden entre cinco y siete mil personas. Y con un grupo tan amplio, necesitamos varios ancianos para gestionar el negocio y las cuestiones relativas a la iglesia. Aquí, en Living World, tenemos a seis—bueno, teníamos a seis. Uno de ellos había empezado a crear algunos problemas entre los demás antes de marcharse. No creo que tenga lo que hace falta para hacer algo así, pero… no lo sé. Algunas de las cosas que había estado insinuando… pilló a todo el mundo bastante desprevenido. A los demás ancianos… empleados…”

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