Marina Iuvara
VIDA DE AZAFATA
Una vida de vuelos
El mundo es mi casa
Traducción de Andrea Pérez García
Trabajo con derechos de autor - todos los derechos reservados - cualquier divulgación o reproducción, incluso parcial, está prohibida a menos que esté expresamente autorizado
Copyright © 2019 - Marina Iuvara
Esta obra es la revisión de la primera edición de «Vida de azafata».
Han transcurrido varios años desde la primera publicación de este libro, así que he decidido actualizarlo y completarlo.
Bienvenidos a bordo: this is the next flight.
Marina Iuvara
Ángeles del aire
Mujeres independientes, uniformadas, que dan la vuelta al mundo.
Iconos glam de la libertad.
Mujeres, en su mayoría, que ejercen una profesión con características únicas, y por ello es fuente de alegrías y satisfacciones irrepetibles, aunque también está repleta de complejas consecuencias y de reflexiones muy importantes sobre la propia vida.
En el imaginario colectivo, las auxiliares de vuelo se identifican tradicionalmente por lo que se ve en el exterior: sus uniformes elegantes, las escalas en cualquier parte del mundo, el contacto y conocimiento de innumerables personas, o las compras en todas partes. Es muy probable que te las encuentres en el aeropuerto junto a todo el equipaje: aún a día de hoy, en ocasiones, se les mira con admiración y un poquito de envidia. «Me habría gustado tanto realizar esta profesión», piensan en secreto muchas personas, o bien lo contrario: «En la vida podría hacer este trabajo».
En realidad, las azafatas —los auxiliares de vuelo en general, naturalmente— desempeñan con eficacia y profesionalidad un papel exigente y son, de hecho, un componente fundamental en la línea de seguridad del vuelo, capaces de gestionar con pericia y paciencia emergencias de todo tipo; siempre deben estar preparadas para resolver los imprevistos más impensables y complicados sobrellevando, además, la distancia de sus seres queridos y de casa, o incluso la compleja gestión de su tiempo o los efectos de la diferencia horaria.
En este libro he intentado relatar los aspectos menos conocidos y difícilmente imaginables.
Por estas razones, lo dedico a todas nosotras.
Introducción
La figura de la azafata aparece por primera vez en los años 30 en una aerolínea estadounidense.
Al principio, muchos dudaban de la utilidad de este papel: mujeres frágiles y atractivas cuyo peso no debía superar los 52 kilos, su altura los 163 centímetros, de menos de 25 años, vestidas con el mismo uniforme, rigurosamente graduadas en enfermería, que invitaban amablemente a los pasajeros a ocupar su asiento en el avión.
Con el paso de los años, su figura y su papel han sufrido numerosos cambios.
En 1940, tras el ataque a Pearl Harbour, fueron reclutadas en aviones militares para servir a su patria.
En 1950 se redactó el primer manual de la azafata perfecta: fuerte como un soldado, cariñosa como una madre, disponible como una geisha, informada como una guía turística.
En los años 60 y 70, las azafatas fueron motivo de orgullo por representar a las compañías aéreas y se les comparó con modelos.
Eran vistas como mujeres dotadas de belleza, deseables y envidiables, que tenían la posibilidad, no al alcance de cualquiera, de viajar y de conocer el mundo.
En 1960, en el periódico New York Times, una estadística estadounidense describió a las azafatas como «mujeres perfectas» porque, tras caminar 300 millas entre los sillones de aquí para allá, parecían muy experimentadas y demostraban su resistencia al cansancio.
Con la llegada de la revolución feminista y de las posteriores conquistas en materia de derechos de la mujer, en 1971 se anuló la norma que les prohibía casarse; en 1974 su sueldo se equiparó al de los hombres; en 1975 se eliminó la prohibición de maternidad, y en 1979 se suprimieron los límites de peso.
A día de hoy, la principal responsabilidad de una azafata es garantizar la seguridad de los pasajeros a bordo de los aviones, así como de asistirlos durante el vuelo.
Prefacio
Perfectamente formadas en el ámbito de la seguridad aérea, facultadas y con titulación en primeros auxilios, competentes en lenguas extranjeras, hábiles nadadoras, de aspecto pulcro, sonrientes, bien educadas, las azafatas sienten la necesidad de tener, además de buena predisposición para las relaciones interpersonales, un excelente equilibrio emocional y un fuerte sentido práctico.
El estilo de vida es frenético, el trabajo es extenuante y estresante, también debido a la diferencia horaria, el entorno en que trabajan está presurizado y el suelo sobre el que se mueven en su jornada laboral no siempre está en posición horizontal, y aun así, proceden con un gran control de sí mismas, y siempre deben estar preparadas para desenvolverse en situaciones imprevisibles.
Las azafatas están en contacto con personas de todas las etnias, culturas, educación, procedencia y personalidades.
Se encuentran con niños espléndidos como los rayos del sol o, a veces, a otros más turbulentos que las propias turbulencias, personas de avanzada edad a las que deben tratar con tacto y sensibilidad, personalidades que requieren discreción y confidencialidad, hombres de negocios, grupos de turistas alegres y despreocupados, románticas parejas en su luna de miel, enfermos a los que cuidar, migrantes de países lejanos, profesantes y seguidores de diversas creencias. Todos deben ser tratados con diligencia y profesionalidad.
Asimismo, deberán encargarse de las urgentes tareas que hay que finalizar antes de cada despegue y aterrizaje, cumplir las medidas de seguridad y las funciones y requisitos al respecto, atenerse a las jerarquías exactas que deben respetar, esforzarse antes las múltiples peticiones que deben conceder; están sometidas a los largos y continuos períodos lejos de casa, y a unas relaciones sociales privadas que se vuelven difíciles debido a las peculiares ausencias marcadas por esta actividad profesional.
No son pocas los facetas onerosas de esta profesión única: como mínimo son inimaginables y desconocidas para muchas personas que las observan desde el exterior.
Y aun así, todas las azafatas, a pesar de todo, sienten principios de melancolía y nostalgia cuando no vuelan.
Fantásticas postales inundan sus pensamientos ante cada rotación e incluso el vuelo más difícil es una experiencia enriquecedora.
El sushi japonés, la arena de las Maldivas, los rascacielos de Nueva York, la movida argentina, la alegría brasileña, los cielos de Londres y los perfumes parisinos asoman en el horizonte, cobran vida y regalan emociones inigualables, a pesar de hallarse en restringidos espacios de existencia, a pesar de estar plagados de cansancio por la diferencia horaria, a pesar de ser más y más apresurados por el poco tiempo disponible.
Los atardeceres vistos desde lo alto, sobre las nubes, son imponentes.
Y a bordo de los aviones sucede y puede suceder de todo: muchos pasajeros destacan por su clase y estilo excepcional, otros resultan ser menos elegantes, otros despiertan ternura.
También se da el caso de personas que pierden el control, se ponen nerviosas y se estresan: muchas necesitan apoyo mediante reflexiones psicológicas porque sufren patologías aerofóbicas o claustrofóbicas. De manera excepcional, por ejemplo, sufrimos los episodios de aquellos que, por emborracharse, amenazan con ponerse violentos. El espectro de posibilidades es muy amplio.
En realidad, el más pequeño o aparentemente insignificante episodio o incidente en el avión puede transformarse en algo que requiere la máxima atención.
Los que necesitan cuidados deben ser asistidos de manera inmediata y, con frecuencia, las emergencias médicas se resuelven brillantemente.
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