1 ...6 7 8 10 11 12 ...22 Ya os he contado... en los tiempos en que el seminario se iba deshaciendo... claro la culpa la tenía D. Demetrio que estaba allí... venían, me consultaban... al cabo de un mes volvían a aparecer... y ya me preguntan un día:
–“¿Pero qué pasa que tenemos buena voluntad y sin embargo...?”
–“Pues yo no sé a qué llamarás buena voluntad... si llamas buena voluntad a no poner bombas en los sagrarios, no seducir a las abadesas y no matar a los obispos... pues bueno, tenéis buena voluntad, pero si la buena voluntad es una cosa positiva, que es buscar a Dios, no la veo por ninguna parte; por lo menos, los consejos que yo os doy no hacéis maldito el caso, volvéis a los tres meses a preguntar lo mismo, claro que estáis un poco más embotados que la vez anterior, no pasa más que eso...”
Y al final ya, se marchaban porque tenían estas actitudes; pero que eran bastantes... por eso se quedó vacío el seminario.
La sensación de actuar nosotros mismos
Otro pecado, otro desconcierto, respecto a la llamada es la sensación que tenemos muchas veces de actuar nosotros. [Porque] una cosa es atender y otra la sensación. Evidentemente, la acción del Espíritu Santo nos va dando cada vez más consciencia de que es Él el que actúa; por lo cual se va ayudando esta actitud de discernimiento también, pues cuando estamos con una persona y ella es más diestra que nosotros en lo que sea, no nos es tan difícil un poquito de humildad y preguntarle. Es una oposición a esta llamada de Jesucristo, a esta actividad de iniciativa de Cristo en nosotros, el ver las cosas como si las tuviera que hacer yo por mi cuenta.
Tenemos, por un lado, la falta de confianza. Entraría también aquí esa especie de angustia: ... “no sé qué hacer...” Pues que te lo diga... te lo puede decir por cualquiera de estos modos que he recordado ahora mismo. Por otra parte, [está] la sensación de autosuficiencia, de actividad propia y de iniciativa propia –tanto en cuanto a lo que tengo que hacer como en cuanto a lo que he hecho ya–, de atribuirme las cosas que hago o que me guste simplemente que me atribuyan lo que hago. El que a uno le guste que reconozcan lo que hace, puede ser bueno o puede no serlo; hay santos que se han puesto tan contentos, porque está en el evangelio: “que brille vuestra luz ante los hombres”... Que la gente reconozca que hago una cosa buena es lo que Jesucristo quiere; ahora, que la gente me atribuya la cosa buena no, porque entonces no ven la luz de Dios, lo que ven es que yo hago tal o cual cosa, y esto es mentira sencillamente y, en la medida que voy teniendo más amor a Cristo, como Cristo es la verdad, me van molestando las mentiras. Tampoco es que me tenga que coger un infarto cada vez que me digan algo, pero me está molestando ver que la gente se empeña que yo tengo tales cualidades u otras porque hago eso.
Por una parte, saber que tenemos que hacer tal o cual cosa –estudiar, estar preparado, tener virtudes– y, por otra parte, darnos cuenta de que no podemos apoyarnos en ello sino usarlo; además, el usarlo es una gracia de Dios, aun en el sentido de un don natural. El que una persona tenga una capacidad intelectual, aun en el nivel natural es un don de Dios; el que la pueda usar espiritualmente es el mismo don pero elevado. El teólogo más experto hará mal en no darse cuenta que sabe teología, porque estaría negando lo que Dios le está dando, hará mal en no profundizar, en no usar ese don; pero haría muy mal si se apoyara en ello, porque es una cosa que le tenía que dar Dios. Por eso, [hay que] estar dispuesto a poner en cuestión –esto es el examen– las cosas que hacemos; por aquí es por donde tenemos que ir.
Si nos apoyamos en las cualidades naturales o sobrenaturales que tenemos se ve enseguida por una razón muy simple: porque es una especie de apego; una señal de los apegos siempre es que nos molestan cuando nos los contradicen. El que yo esté empleando cualquier cualidad que Dios me ha dado y la esté empleando porque Cristo me mueve a emplearla y reconozco incluso que aquello es una cualidad que Dios me da, esto se llama agradecimiento y reconocimiento de la verdad; puedo disfrutar incluso haciéndolo. Pero si, cuando me contradicen aquello o me lo niegan, me está molestando, quiere decir que, de alguna manera lo estaba considerando como mío porque, si no, no me molestaría, me dolería que no reconocieran a Jesucristo, que es completamente distinto. Por ejemplo, generalmente no he visto que a los curas nos dé ninguna vanidad decir misa. Nos puede doler que la gente no vaya a misa, pero no se nos ocurre que es un desprecio a nosotros; pues igual que pasa con la celebración de la misa pasa con cualquier otra cosa. Todo es un don de Dios. Cuando estamos registrándolo como algo nuestro, no estamos reconociendo que es una llamada de Cristo a la santidad, sino que estamos pensando que nuestra colaboración pasa por una autonomía que ya no es don de Dios –una llamada de Dios– sino que es un empeño mío.
La única llamada - Responsabilidad
Y la conciencia de que esta es la única llamada: “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. O sea, que si las demás cosas, que las hay, claro, las necesitamos en el plan de Dios, forman parte de la llamada en resumidas cuentas; cosas de tipo natural: la salud, el estudio, que nos salga un viaje... o lo que sea. En esto de la última llamada, ¿qué cosas pueden suceder que busque yo que no sean precisamente el reino de Dios? Estas es evidente que no vienen del impulso de Jesucristo.
Hay otros dos aspectos de la llamada de Jesucristo, tal como aparece en el evangelio de san Mateo sobre todo. Uno es la responsabilidad: tenemos que responder por nosotros y por los demás. Pero esta responsabilidad [significa] que hay que responder y que nos coloca ante un dilema definitivo y absoluto. Recuerdo siempre –y esto también nos pasa a nosotros– la tendencia que sentimos muy frecuentemente a la mediocridad. De manera que, tanto en la tarea pastoral como respecto de nosotros mismos, lo que entendemos es que no hay que exagerar “por arriba”, que somos hombres, y que “por abajo” al infierno no vamos a ir, no vamos a condenarnos... Hace unos cuantos años había más gente que decía: “pues que se vaya al infierno” ... y se quedaban tan frescos; ahora no, ahora somos más compasivos; yo creo que somos más compasivos porque nos desahogamos más, porque, de hecho, cuando tenemos odio matamos a la gente y ya estamos desahogados... de manera que las conversaciones pueden ser mucho más suaves; hace unos cuantos años, como la gente no se atrevía a matarse, con esa facilidad, las matanzas eran verbales; ahora es al revés: generalmente hablando siempre hay que respetar a las personas porque uno ya se ha desahogado suficientemente cargándoselas cuando llega la ocasión, ¡quién no se ha cargado un niño ya a estas fechas!... si no por lo menos en la carretera, aunque sea sin querer... se va desahogando.
Actualmente tendemos a pensar que no se condena nadie, que Dios es muy bueno. El evangelio, que es la buena noticia, no habla así ni de lejos. Repasar un poco los primeros capítulos de san Mateo, que se hace bien fácil; daos cuenta de la cantidad [de veces] que habla Jesucristo del infierno ¡es algo tremendo! Se presenta como algo que tienes que elegir; por ejemplo: que tengáis cuidado porque si uno entra por la puerta ancha, por la puerta ancha se va a la perdición; y la perdición está claro lo que él entiende: la gehenna; y que tengáis cuidado, porque sois la sal de la tierra y si la sal se torna insípida, no sirve para nada más que para arrojarla y arrojarla es, igual que al invitado, arrojarlo a las tinieblas exteriores y allí será el llanto y el rechinar de dientes; y al que se queda con un solo talento y no negocia con él, se lo quitan y ¡ala! a arrojarle; y arrojarle es, sencillamente, arrojarle del cielo, es condenarse. Jesucristo está hablando con un tono enormemente tajante, más claro no puede ser... La fuerza de decisión que tienen las cosas –que lo dice dos veces hablando en distintos contextos–: que si tu mano o tu ojo te son ocasión de escándalo que te lo cortes y ya está: ¡más definitivo no puede ser!
Читать дальше