Y aquí, además de la gratitud y la complacencia, pensad que nuestra santificación, la nuestra ya precisamente, se hace en la tierra en una intimidad con Jesucristo que ciertamente es mayor que la de los demás. Tenemos las experiencias más altas del amor de Jesucristo, porque donde se hace más presente, según el magisterio, Cristo sacerdote, con su actividad redentora, es en la actividad litúrgica y somos nosotros los que la tenemos que realizar, casi en su totalidad, y también los que hacemos que los demás la puedan hacer (nosotros somos los que consagramos, los que absolvemos), y en fin todos los sacramentos que administramos, menos el del orden –si es que no nos delega algún obispo...–. Esta intimidad es una cosa psicológica, personal, estamos llamados a tener esta intimidad interior; si no la tenemos, sencillamente no damos fruto. Darnos cuenta, pues, de nuestra responsabilidad, de esta necesidad de santidad.
Santidad y discernimiento
He estado releyendo la vida del beato Ezequiel Moreno, obispo de Pasto, agustino, en Colombia, lo canonizarán, pues resulta muy ejemplar. No voy a meterme con él, pero hay una cosa que se ve en la vida de los santos y son ciertas equivocaciones, cierto influjo –digamos– mundano, que no hay que achacar a culpa, sino que Dios no les iluminaría bastante; quiero decir que [Ezequiel Moreno] tiene una actitud tremendamente integrista en sentido político, porque esa fue la formación que le dieron y no veía más. [Quiero indicar con esto] la capacidad de discernimiento que hemos que tener –los apegos nos dice san Juan de la Cruz que oscurecen, oscurecen para discernir–; nosotros en cada caso no podemos hacer más que según lo que vemos. Entonces tenemos la impresión –y lo malo es que es verdad– de que obramos con buena voluntad, pero eso no quiere decir que obremos bien; eso quiere decir que no haremos daño positivo, el Espíritu Santo no permitirá que hagamos algo positivamente mal, pero el Espíritu Santo sí que permite que el santo no vea más allá. No le ilumina, sencillamente. Estamos en un misterio. Y entra el temor de que, como todavía no hemos llegado a la santidad –estamos todavía bastante bien de salud...–, tengamos que llegar a ella recibiendo mucho perdón de Dios de las oscuridades que tenemos ahora. Pero mientras tanto podemos hacer multitud de disparates; y son tanto más peligrosos cuanto que no caemos en la cuenta de que los hacemos. Hay tanto más riesgo de que caigamos en ese peligro cuanto el ambiente está con un confusionismo impresionante. No voy a poner ejemplos porque no hace falta. ¡La falta de discernimiento que hay¡ Personas que no parecen de especial mala voluntad ¿cómo pueden no ver en la Iglesia el signo de Jesucristo?
Un polaco, a quien acaban de dar el premio nobel, no tiene mala voluntad contra la religión, pero no cree en nada ya y además lo que dice es que la Iglesia se va deteriorando y que se acabará dentro de poco y que por eso tiene tanta fuerza el comunismo; pero es que además –dice– que los comunistas piensan que el comunismo es una nueva fe y les gusta hacer paralelos con los primeros tiempos del cristianismo; y ahí está lo malo, que los segundos tiempos del cristianismo en que vivimos no se parecen a los primeros; se parecen más los comunistas; él va explicando por qué muchos intelectuales se pueden hacer comunistas y una de las cosas que dice es esta: que la religión ya no tiene fuerza, no tiene atractivo; es una cosa que es necesaria para el ser humano, pero no tiene fuerza. ¡Eso lo dice un polaco, uno de los sitios donde la Iglesia parece que funciona! pero funciona de tal forma que ya no atrae al que no tiene mucha fe; sólo atrae al Papa que tiene mucha, por supuesto. Pero esto es tremendo, porque la Iglesia somos nosotros y somos nosotros de una manera muy fontal, de una manera muy especialmente expresiva.
El beato Ezequiel convierte a mucha gente, pero el proceso de descristianización sigue en Colombia. Y vas viendo cómo hay una serie de aspectos que uno dice “pero es que esto no estaba bien”. El tiene mucho amor a los pobres, pero tiene una actitud con los ricos –y le repatean bastante– que, en fin, no se atreve a... porque el ambiente era aquel. Podemos ir con un deseo sincero de santificación pero no suficientemente intenso respecto a la gracia de Dios. Y entonces, sin darnos cuenta, con esta peligrosidad de que si hacemos examen de conciencia no lo vemos siquiera, porque teníamos que ver antes unos presupuestos que son los que nos oscurecen, no vemos nada malo. Estamos cediendo a una serie de aspectos que son literalmente del reino de Satanás, porque son del reino de este mundo, son mundanos, pero es la mundanidad que está dentro de la Iglesia. Y podemos caer por dos capítulos: por un capítulo de reacción en contra o por otro capítulo de dejarnos influir.
En este momento en España es todavía facilísimo encontrar en política a individuos que dicen: “Bah si es que los de alianza popular9 son igual...”, y les da igual que la gente sea del psoe, y otros individuos al revés: como les parece muy mal el psoe, entonces ponen que el reino de Dios consiste en que estos no gobiernen de ninguna manera; esto prácticamente significa [admitir] una serie de cosas políticas que son totalmente antievangélicas, porque tampoco se dedican a discernir. Esto mismo le puede pasar a la derecha polaca; por eso muchos intelectuales, que no eran circunstancialmente anticatólicos, tienen un respeto a la religión, pero una cosa es tener respeto, otra cosa es tener parte, otra cosa es ser católico y otra ser santo. Daos cuenta que nosotros podemos caer en ello también: podemos vivir de tal forma que no tenemos ni suficiente discernimiento ni suficiente fortaleza para ofrecer el evangelio de forma que no escandalicemos ni demos ocasión a que [se] caiga en el mal; esto se está viendo todos los días. Necesitamos muchísima luz del Espíritu Santo.
Santidad eximia y santidad heroica
Por eso, son necesarias [dos etapas] en la santidad del sacerdote: decía Pío XII que hay una santidad eximia, que no es todavía la santidad heroica a la que hay que llegar, la última perfección; ahora bien, una santidad eximia no es simplemente ser muy bueno, no es ni siquiera ser un hombre espiritual, [sino] ser un hombre muy espiritual; esta es la doctrina del magisterio. Pío XII habla de cualquier sacerdote. El sacerdote, cuando lleve veinte años10, tiene que tener esta santidad ya; cuando lo ordenan automáticamente tiene que salir ya, con lo cual debe salir dispuesto. Estado de fervor. Un estímulo para este fervor y para esta santidad eximia es precisamente que tenemos que estar continuamente pidiéndole al Espíritu Santo que no nos permita recibir el influjo del mundo, que nos haga vivir continuamente el reino de Dios.
La oración de intercesión por los pastores
Es más, somos los encargados de pedir perdón por el pueblo: el pueblo –pienso que por eso muchas cosas en la Iglesia no han avanzado más– no se merece que Dios nos ilumine a nosotros; en un momento determinado yo me santifico igual predicando una cosa que otra, pero la gente necesita una, no necesita la otra, el que Dios me ilumine, muchas veces no va a ser el fruto de mi buena voluntad, de mi apertura, va a ser el fruto de la petición de los demás. Durante el concilio –teniendo asegurada la asistencia del Espíritu Santo– tanto Juan XXIII como Pablo VI, estaban recordándonos continuamente que pidiéramos luces al Espíritu Santo ¿Por qué? Porque una cosa es no equivocarse y otra cosa es decir las cosas más prudentes, una cosa es no cometer una imprudencia y otra hablar de la manera más prudentemente posible. Podemos no predicar una cosa mala, pero podemos omitir miles de cosas necesarias para que haya el minimun de evangelización y omitir las predicaciones que eran necesarias para que la gente se convirtiera. Esto nos lleva a estar continuamente abiertos al Espíritu Santo. Lo mismo que tenemos que tener siempre conciencia de que somos personas humanas –ya la tenemos– y obramos como personas más o menos, tenemos que tener la conciencia continua de que estamos movidos por el Espíritu Santo y obraremos más o menos espiritualmente. Por eso, siempre que vemos que una actitud o una orientación nos lleva a estar más abiertos al Espíritu Santo, esta orientación es acertada, [pero] siempre que veamos que nos lleva a sustituirle es que no está acertada.
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