Esta atención, naturalmente, sabe también –cada vez con más espontaneidad, con más certeza– cuáles son los signos por los que actúa Jesucristo: es la Palabra, la liturgia, que [nos] dice bastante, al cabo de cada día, a nosotros; es la obediencia; la liturgia, tomando la Palabra de Dios con toda la confianza, tomándola en serio; con la actitud de que no vamos, de golpe, a entenderlo todo, pero que no nos pase como a los apóstoles que lo oían y no lo entendían tantas veces; nosotros hemos recibido ya el Espíritu Santo; por lo menos unas equivocaciones tan gordas como las que tenían los apóstoles, que les habla de la levadura de los fariseos y se ponen a decir que no tienen pan... sandeces por el estilo, esas no debemos tenerlas nosotros ya que hemos recibido al Espíritu Santo, y ellos todavía no lo habían recibido. Pero incluso las faltas de entendimiento, démonos cuenta de que, generalmente hablando, en nuestro caso –el de nuestros feligreses o personas seglares puede no ser culpable–, algo de culpabilidad tiene que haber ya.
Me pregunta uno, al salir de clase:
–“Y un cura que dice “yo tengo derecho natural a casarme, es así que el Papa no me permite casarme, luego yo tengo derecho natural –que es anterior– a desobedecer al Papa; por tanto, como tampoco el gobierno español me deja casarme (porque no había matrimonio civil todavía en aquel momento) pues entonces me junto y ya está...”
–Le digo que hay dos cosas: una, que haya sido muy infiel a la gracia de Dios; para que Dios permita esa falta de inteligencia, hace falta haber rechazado mucho la gracia o, [dos], que esté como una “cabra”...
Cuando vemos que nos hemos equivocado de una manera ya tan gruesa o parecida, démonos cuenta de que estamos como unas cabras o que estamos en una actitud de infidelidad a la gracia de Dios.
Démonos cuenta de muchas incertidumbres que tenemos; si humildemente reconocemos: “aquí o estoy yo especialmente atontado o es que ciertamente no atiendo lo suficiente a la palabra de Dios”, esta humildad me está disponiendo a recibir lo que me falta sencillamente. Pero lo trágico es que nos vamos embotando en una no inteligencia de la Palabra de Dios; que nos vamos embotando no cabe duda, no hay más que oír a la gente hablar, y “la gente” estoy pensando, sobre todo en curas, y si queréis en obispos –y no pasa nada porque queráis–, pues están haciendo interpretaciones del evangelio que son verdaderamente de una falta de inteligencia tremenda. Es imposible que Cristo no les quiera iluminar.
Es evidente que una persona que está acostumbrada –vosotros en esta época no lo habéis conocido, pero yo sí– cuando, por ejemplo, se rezaba el breviario sin fallar ni un solo día... En una tanda de ejercicios un sacerdote se convierte –hay gente que se convierte–, se convierte porque vivía en pecado y el hombre, después de acusar una vida de sacrilegios a todas horas, entre otras muchas cosas dice que ha dejado de rezar el breviario tres veces en cinco años... ¡actualmente eso es para canonizarlo...! Todavía en aquella época era una tercera parte más largo que ahora... Pero, ¿cómo se rezaría? ¿Qué actitud ante la Palabra de Dios puede tener una persona que la reza todos los días y ningún día le da por convertirse? Quiere decir que lo está rezando con un embotamiento impresionante, que no se entera de nada de lo que le dice nuestro Señor. Esto es perfectamente posible.
Y sin llegar a eso de vivir en pecado mortal, puede vivir en gracia de Dios, pero en gracia de Dios [de tal manera] que uno piensa: éste está en gracia de Dios porque aquí hay un misterio y Dios sabrá, pero el que objetivamente está viviendo con tal situación de pecado de omisión... la frase de san Juan: “el que teniendo bienes de este mundo y ve a su hermano padecer necesidad y le cierra las entrañas, ¿cómo diremos que la caridad de Dios habita en él?” .... Y si la caridad de Dios no habita en él es que está en pecado mortal. Este es nuestro lenguaje. Desde luego, así hay un montón de gente y comulgan todos los días y los curas les dan la comunión; aquí hay un embotamiento por parte del que administra y por parte del administrado que ¡yo no sé¡ ¡Dios sabrá¡ Menos mal que no soy yo quien tiene que juzgarla, porque la situación, objetivamente hablando, no hay manera de entenderla. Pues ver cómo entendemos el evangelio. Ver si tenemos esta atención a la liturgia y a la Palabra de Dios.
Llamada, obediencia y oración
Después, la obediencia. Daros cuenta de que posturas, sumamente evangélicas en un aspecto, están en plena desobediencia. Uno dice ¿cómo se puede dar esto? El que atiende a la obediencia, atiende a Cristo en el superior y el que atiende a Cristo en la Palabra es que está haciendo oración. La oración, el examen, sea como sea, la atención a cómo actúa Cristo en mí, cómo respondo yo, los signos de los tiempos, interpretar los signos de los tiempos, darnos cuenta de qué significa cada cosa. Cuando se trata de cosas un poco complicadas yo no digo que tenga que saberlas al principio, pero digo que por lo menos se va creciendo. El irse haciendo cargo, por ejemplo, de qué significa en la gente de los pueblos tal o cual actitud... qué significa que no vayan a misa, qué significa un montón de cosas que objetivamente hablando son muy graves...
[Esto no hay que] solucionarlo con las normas, sino ver qué quiere decir esto en estas personas... Porque se ve cuál es el tiempo en el que estamos y se sabe interpretar; las tendencias políticas, artísticas... uno no puede saberlo todo, pero estoy hablando de una actitud de discernimiento... Y Dios ya me hablará por donde quiera; a cada santo por muchos lugares; lo que creo es que muchas veces no entendemos y entonces no nos dejamos mover. ¿Hay culpa? A última hora la culpa tendrá que juzgarla él. Pero que tengamos la humildad de reconocer que es muy probable que haya ciertos embotamientos por nuestra parte, cierta falta de atención que trae este no entender, estar todavía sin entendimiento, como dice Cristo a los apóstoles.
Meditación, estudio, lectura para entender
¿Qué distribución hacemos de nuestro tiempo, por ejemplo? Las dosis de actividad pastoral misma, las dosis de descanso, en qué descansamos, las dosis de estudio... ¿Cómo va a entender lo mismo el individuo que pone un interés serio por entender la palabra de Dios –meditarla, estudiar exégesis, preguntar, autores que le vayan aclarando, leer cómo lo han entendido los santos– que el individuo que decide que todo eso no tiene tiempo para hacerlo. Lo que os decía antes era una cosa que a mí me llenaba de extrañeza: ¿cómo podía un cura haber rezado durante cuarenta años los salmos todos los días sin saber qué querían decir?; esto es realmente intrigante, para mí por lo menos; puede ser una falta de curiosidad humana absoluta, pero, vamos, es que, muchas veces, sí que tenían curiosidad humana; no era eso, eran otras cosas: es que veías que no había estudiado una exégesis nunca, sencillamente; mientras que, vas cogiendo la vida de los santos y ves cómo, de una forma y otra, se interesaban; en la vida de san Juan de Ávila y las cartas que escribe a los curas está bastante claro... [Hay] pues que investigar a ver qué me dice Dios.
¿Tengo esta actitud de recibir la palabra de Dios con los medios normales que Dios me ilumina de tantas maneras? Porque todo esto no es que se me ocurra a mí, es que está requete recomendado en todos los documentos últimos de los papas: que estudiemos, que recemos, que meditemos, que nos examinemos... Naturalmente, cuando uno reza el breviario con atención le van viniendo luces, se va dando cuenta, va planteándose problemas, que el que no reza con atención no se plantea nunca. Es muy peligroso decir: “yo tengo buena voluntad”; ¿a qué llamamos buena voluntad? La bondad es algo positivo, no meramente negativo...
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