Apretando ojos sin párpados y esperando que llamen a la puerta.”
El ajedrez es un símbolo del acto sexual.
Esto es el ambiente refinado, decadente. Paralelamente en la taberna, el diálogo es el mismo: aborto, dentadura nueva, comida...
Ahora el amante de la dama no habla, no habla nunca.
“Pienso que estamos en el callejón de las ratas
Donde los muertos perdieron sus huesos.”
En la tierra baldía no hay nada interior, nada real interior.
Y sin embargo, existe algo más, el blando saludo de Ofelia, y la queja de Filomela, que sigue clamando a “oídos sucios”, que no escuchan.
III.- El sermón del fuego
Irrealidad. “Ciudad irreal”: muerte: “el río despoblado, sin hojas, sin ninfas,…”
Viento oscuro. “Pero a mi espalda, en una helada ráfaga de viento oigo,
El traquetear de los huesos y descarnados risoteos.”
Falta de amor: el mercader invita a la dama:
“Me invitó en demótico francés
A almorzar en el Hotel Cannon Street
Seguido de un fin de semana en el Metropole.”
La mecanógrafa y su amante:
“La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada.
Él se esfuerza en excitarla con caricias
Que si no son deseadas, no son rechazadas...
.................................
«Bien, ya está, me alegro de que haya terminado»
Cuando una mujer hermosa se rebaja a cometer un desatino y
Vuelve a pasearse por su cuarto, sola,
Acaricia su cabello con un mecánico gesto,
Y pone un disco en el gramófono”.
(parodia de Goldsmith, en que el único remedio es...morir).
Las hijas del Támesis: “¿de qué podía quejarme?”
Y antes, alusión a Tereo y a los versos de Day (que desconozco). Alusión a Cartago, la deshonesta, de las “Confesiones”.
Trivialidad: la ciudad irreal está poblada de bocinas, gabarras, gasómetros... El mercader.
Horror: ratas...
Muerte: “traquetear de huesos descarnados risoteos”, “Blancos cuerpos desnudos”, “huesos arrojados a una baja guardilla seca”.
Oasis de vida: música de mandolina (oposición al gramófono) - vendedores de pescados - Iglesia de muros que conservan inexplicable esplendor.
IV.- Muerte en el agua
Maravilla de la idea de trivialidad. El epitafio de Flebas, que copio entero. El hombre de la tierra baldía, no tiene nada importante que olvidar ‒apresuramiento inconsciente hacia la propia destrucción‒ no hay petición de ayuda, porque ignora que puede salvarse, que existe un salvador (no encuentra al ahorcado). No es que se niegue a ser salvado, que se subleve contra Dios, como Pincher Martín. Es simplemente que ni se le ocurre. El análisis de Aguirre es muy bueno. Sin embargo, la verdad es que, si en la época actual hay rebeldía en ciertas zonas ‒hasta cierto punto superiores, diría que naturalmente superiores, y por eso diabólicamente, un paso más allá en el camino de la perversión‒ en la masa media sigue existiendo exactamente lo mismo, inconsciencia. Pero la inconsciencia también es diabólica. De Flebas solo queda el recuerdo físico: fue hermoso y alto. Lo mismo que de los actos eróticos anteriores. Vaciedad total. Y al recorrer su vida en el momento de la muerte, sólo pueden olvidar sensaciones físicas, es lo único que tiene “Flebas, el Fenicio, muerto hace una quincena. Olvidó el grito de las gaviotas y la honda agitación del mar. Y las pérdidas y ganancias. Una corriente submarina descarnó sus huesos entre susurros. Flotando y hundiéndose al entrar en el remolino. Gentil o judío, ¡oh tú! que das vueltas a la rueda y miras a barlovento. Piensa en Flebas, que fue en otro tiempo hermoso y alto como tú”.
V.- Lo que el trueno dijo
La esterilidad. Roca sin agua; imposible beber, ni pensar, ni detenerse. Ni silencio, ni soledad. La capilla vacía, huesos secos - muerte (ahora está muerto - muriendo - huesos secos - revueltas sepulturas - pozos vacíos; “que hemos dado”).
“Amigo mío, sangre conmoviendo mi corazón
El terrible atrevimiento de un instante de dejadez
Que un siglo de prudencia no podrá nunca borrar
Por esto, y sólo por esto hemos existido
Lo cual no es como para encontrarlo en nuestras necrologías
O en recuerdos tapizados por la caritativa araña
O bajo los sellos rotos por el flaco notario
En nuestros salones vacíos”.
Han vivido en la prisión, encerrados en sí mismos, estos habitantes de la tierra baldía. Contrastan quizás con la soberbia antigua de Coroliano, al cabo relativamente fértil. Y no obedecen a la mano experta que guía el navío. Son irresponsables.
El desconocimiento de Dios. Que para Eliot es todavía dios.
El encapuchado: alusión a Emaús.
Tragedia. La esterilidad, la locura se ha extendido a amplias zonas. Todo es tierra baldía.
El transtorno. Torres invertidas - murciélagos que se deslizan cabeza abajo. El Puente de Londres que se hunde.
Resumen y notas
Una absoluta esterilidad. Los hombres de la tierra baldía son en realidad “muertos”. Desconocen todo lo que es vida real. Desconocen, por lo mismo, incluso la realidad de la muerte.
Todo se reduce a un estado de dejación, como el de la mecanógrafa. Hay ruido y cierta belleza ‒era hermoso y alto‒ hay negocios, hay prisa. Y se creen vivos por eso. Corren ‒literalmente‒ hacia la muerte, sin conciencia de ello. Son suficientes como el amante de la mecanógrafa. El ambiente puede ser tan refinado como el de la elegante dama, o soez como el de la taberna, en todo caso la sustancia es la misma: vaciedad, actos físicos: paseo en coche, baño - dentadura postiza - comida - aborto. Irresponsabilidad, no hay de qué quejarse. No se obedece a la mano experta. Se desconoce a Dios. Se teme la vida, y la muerte: todo lo serio.
Sin embargo, Dios actúa. Recuerdo del prendimiento de Cristo. Viajero desconocido que camina delante. Y la voz del trueno ‒recuerdo budista‒ que den limosna, se dominen, sean compasivos.
Y al final, parece que los habitantes comienzan a darse cuenta de la esterilidad de la tierra, del hundimiento de todo, que vuelven a la locura ‒es decir la verdad‒ y que estas intuiciones pueden servir para sostener las ruinas. Y todo acaba con el deseo de la paz.
Quizás sea cierta la interpretación de Aguirre. Quizás la diferencia de nuestra edad consista, en que los hombres van saliendo de su inconsciencia, para tomar partido. Quizás, según la idea de Maritain, hay un avance, un paso firme, rápido, de la acción del demonio y de Dios, y va habiendo más hombres que se ocupan del bien y del mal, de algo serio. Y, a la vez, en su conjunto, el ateísmo militante es una decisión en pro del diablo, una decisión lúcida ‒aunque no conoce a Satanás- contra Cristo, y a eso responde una profundización y extensión, o mejor, una profundización más extendida del cristianismo, con su decisión en pro de Cristo sacrificado por nosotros ‒y resucitado y operante‒ y del valor trascendente de las cosas y los hechos. Quizás para más gente cada vez, los actos tienen importancia, la vida y la muerte son algo, tienen significado. Pero no menos real es la irrealidad de las cosas, de la vida de la multitud. Y en todo caso, sigue la voz del trueno, pero la reconocida, por el mismo Eliot, como la voz de Cristo, la voz de Cristo deseando la paz. De hecho ha resonado ‒así literalmente‒ en la ONU. Y en medio de la irrealidad, hay ciertos oasis como el de los versos 259-265, en que se escucha música verdadera, voces de hombres que viven, que trabajan y en que los muros de los templos brillan con inexplicable esplendor.
Y naturalmente sobre esta tierra baldía de Eliot, sobre este mundo de muertos, de locos, de inconscientes, planea la misericordia de Dios. Del Padre, que ha enviado al Hijo, porque “amó tanto al mundo que no pasó, hasta entregar su Unigénito”. Y Cristo sigue caminando, ofreciéndose a los inconscientes, a los que caminan inconscientes, pero voluntarios, a la muerte, ofreciéndose al descubrimiento:
Читать дальше