José Rivera Ramírez - En mi principio está mi fin

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Este volumen recoge textos seleccionados de los Cuadernos de Estudio del venerable José Rivera sobre la obra poética de Eliot.José Rivera comenta sus lecturas de los poemas de Eliot, al que le une una especial afinidad espiritual. El autor reconoce en Eliot una visión profunda de los problemas de las personas: «Siendo una cabeza realmente privilegiada ‒incluso en el orden religioso‒ puede enseñarme mucho acerca de la visión divina sobre el hombre y las cosas». Nos vamos a encontrar, por lo tanto, con una «crítica profunda» de los textos, no un análisis estético o lingüístico, sino con un análisis de valores y de humanidad.

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Pero habrá que distinguir: hay aceptación de cosas y sucesos y aceptación de personas. La simple aceptación de lo que es puede llevarnos a dos posturas: al simple recibir, y es la postura de Sir Claudio, que acaba llevando a la esterilidad y, más aún, incluso a la aceptación de la falsedad (en la realidad ‒que no era tal‒ y en la postura, la actividad); y la aceptación para trabajar sobre ella. Sólo la aceptación humilde, pero aceptación de algo que viene de Dios, por tanto, junto con una fuerza activante, es la aceptación cristiana. La aceptación de una realidad temporal supone, en primer lugar, el estímulo al conocimiento. Sir Claudio, con su postura de pura aceptación ‒por decirlo así‒ se ha engañado respecto de sus capacidades, respecto de las capacidades de Colby, e incluso respecto de su propia paternidad, que es sencillamente falsa, inexistente. Es Lady Isabel ‒que no cree en los hechos‒ la que descubre la realidad de los hechos. Dentro de todo el conjunto, Lady Isabel es la única que, al menos, cree en cierta espiritualidad, obra ‒sin sentido común‒ por cierta inspiración... y averigua la verdad. Lo mismo ocurre con las personas. Ciertamente no es ordinario ser aceptado simplemente ‒a Lucasta nunca le había sucedido‒; pero aceptar una realidad es aceptarla como es en su totalidad, como Dios la conoce ‒y la crea‒ con todas sus posibilidades. Aceptar a una persona es aceptarla ‒accipere - recibirla‒ con todos sus defectos, pero también con todas sus posibilidades, sus perfectibilidades. Y esto es lo que se olvida. Al hombre que no admite sus posibilidades, al que reniega de ellas, Dios no le acepta, le arroja al infierno: “idos malditos al fuego eterno...”. Si aceptamos el pecado ‒el acto, la persona que peca‒ es porque es expiable. De lo contrario, no recibimos sino la caricatura, lo que ha de desaparecer, o lo condenable, lo que, de hecho, se ha de condenar. Colby se salva porque se acepta con sus limitaciones, pero con toda su realidad, con su voz interior, con su vocación.

El tema de las relaciones hijo-padre

Esencial en la obra, mucho más que la relación de esposos. Un aspecto negativo ‒puramente negativo‒ las frases de Lady Isabel a Colby:

“Entonces, si no tuvo jamás institutriz,

Y si tampoco conoció a sus padres,

No puede comprender lo que es aborrecer.” (Act. II).

Una postura definitiva marca su filiación ilegítima para Raghan y Lucasta:

“... Voy a decirte ahora

Qué diferencia existe entre nosotros

Y Colby. Tú y yo solo buscamos seguridad, ¡respetabilidad!

Él no tiene en verdad, que preocuparse por ser hoy respetable,

Porque ha nacido y se ha criado siéndolo.

Yo no lo era, Colby

¿No sabes que yo soy un hijo expósito?

Eso no lo sabías!. Nunca he tenido padres

Me adoptaron; no soy de ningún sitio.

Por eso quiero ser autoridad en la City...” (Act. II).

El hijo, ante el padre, toma fácilmente la postura de resentido, porque no le comprende. Luego tiene el dolor del arrepentimiento baldío.

“Cuando yo era aún joven

Creía despreciarlo, y, sin embargo, le tenía temor.

Estaba equivocado en ambas cosas...

Mi padre se dio cuenta al fin, de que le odiaba;

Fue un dolor para él. Sabía, estoy seguro,

Que, desde hacía tiempo

Yo alimentaba en mí un secreto reproche.

Mas después de su muerte, ya demasiado tarde,

Advertí que era él quien tenía razón.

Lo he purgado después toda la vida,

Dando reparaciones a un padre muerto ya

Y que había tenido razón siempre.” (Act. I -Sir Claudio a Colby).

Pero, en todo caso, la relación hijo-padre es algo esencial, que marca positivamente a la persona:

Colby.- “Me impresionó lo que dijiste antes

De que a tu padre nunca le habías comprendido

Hasta que fuera demasiado tarde.

Y has hablado después de expiaciones.

Pero esa misma falta de comprensión, aun eso,

Es una relación entre un padre y un hijo.

Tiene que suceder, y ¡tantas veces!

La reconciliación tras de su muerte

Viene a perfeccionar la relación.

Siempre fuiste su hijo, y él es aún tu padre.

¡Ojalá yo tuviera algo que purgar luego!

Alguna cosa falta entre tú y yo

Que tú has tenido y tienes

Y habrás de tener siempre con tu padre.

Comienzo a comprender qué es lo que siempre

He visto en ti: una especie

De protector, un cierto proveedor generoso;

Más padrino que padre;

Ese padre que siempre eché de menos

En mis años de niño;

Los años que se fueron para siempre,

Eso años, años vacíos.” (Act. II)

“No pueden comprender

Que cuando se ha vivido, desde niño, sin padre,

Hay un vacío inmenso

Que no puede llenarse nunca, nunca.” (Colby Act. III)

Pero el ser padre no es el hecho de haber dado físicamente la vida:

Colby.- “Siento sencillamente indiferencia

Y en tanto hablaban, yo solo pensaba

«¿Y qué más da de quién pueda ser hijo?»

... Comprendan por qué dije

Que nada me importaba

Cuál de los dos pudiera

Ser el que de verdad me dio la vida

Lady Isabel.- Pero una madre, Colby ¿no es algo diferente?

Debe existir un lazo siempre entre madre e hijo,

Por mucho tiempo que haga

Que se hayan perdido el uno al otro.

Colby.- ¡Oh, no, Lady Isabel! La situación

Es la misma, o acaso más cruel.

Aun suponiendo ahora que yo sea su hijo

Eso es un hecho sólo, simplemente.

Y es mejor no saber, que conocer un hecho

Y advertir que eso nada significa.

En el instante aquel en que nací

Pudo usted ser mi madre,

Pero no quiso serlo. No la culpo por eso.

¡Y que Dios la perdone!

Pero se han de aceptar las consecuencias

En el instante aquel en que nací

El que fuese mi madre ‒si de verdad lo es‒

Era sí, un hecho vivo

Ahora es ya un hecho muerto.

... Nunca, hasta ahora, he deseado un padre

Jamás se me ocurrió pensar en ello.

Ahora me obligaron a pensar,

¡Y me hubiera gustado tanto haber tenido padres!” (Act. II).

Es decir, la paternidad supone una relación íntima, afectiva, con sus inevitables defectos y remordimientos posteriores, pero aceptada, querida. Supone el haber deseado al hijo, y el desearle como hijo en cada momento. Lo otro es un hecho muerto. Aquí late, otra vez, la idea de que la realidad tiene sentido, en tanto es reflejo de la voluntad deliberada del hombre. Queda ‒claro está‒ que siempre es efecto del plan del Padre.

La figura de Colby

Temperamento intelectual - afectivo. Cree que se puede vivir de una vocación ‒el arte‒. Se puede vivir incluso de ilusiones, pero no de mezclas. No quiere vivir solo, pero, en último extremo, la compañía que necesitaba no es tangible. Clarísimamente expresado en su idea del padre. Va a seguir su herencia, va a comprenderle sufriendo, lo mismo que él, la mediocridad. Por unirse al que cree su padre, está dispuesto a someterse a unas condiciones, que le ponen en situación de contradicción consigo mismo, cuando descubre a su padre verdadero, entonces coincide la herencia ‒el amor filial‒ la vocación; la humildad es adaptarse a la verdadera realidad. Es decir, su entendimiento y su amor se concuerdan totalmente, y entonces es capaz de la decisión plena y pacífica. Él sabe que el ser padre, no es algo puramente de la tierra, las relaciones continúan después. Él sabe que si creyera en Dios, todo quedaría para él en orden. Pues Dios reúne las condiciones que él busca. En el amor busca, ante todo, comprensión y colaboración, pero no necesariamente de unión física, se encuentra dichoso con la comprensión de su padre ya muerto, a quien no ha conocido nunca, pero a quien va a comprender trabajando en la misma obra. Por otro lado el padre, le ha dado la herencia y el modelo.

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