41Para o caso de Cuba, Marquese, 2008; para o caso dos Estados Unidos, Safier, 2008; e para o Rio da Prata, Pimenta & Leme, 2008.
42Pois, confiorme esclarece Klaus Gallo, 2004, não se tratou de empreendimento formal da marinha de guerra britânica.
43Para desdobramentos, anteriores, da Revolução Francesa no Peru, o excelente estudo de Rosas Lauro, 2006.
44Gazeta do Rio de Janeiro n.63, de 08/08/1810. As citações de periódicos do Rio de Janeiro entre 1808 e 1822, bem como de correspondência diplomática, foram extraídas de Pimenta, 2004.
45Gaceta del Gobierno de Lima nº 31, de 22/02/1811 (citada por Neves, 2014, p. 68).
46Bom material a respeito em Neves, 2014.
47Obra clássica a respeito é Flores Galindo, 1986. Mais recentemente, Landavazo, 2001.
48Ofício n. 27 de Pedro de S. Holstein a Rodrigo de Sousa Coutinho, Cádiz, 01/06/1811, Arquivo Histórico do Itamaraty, Legação em Cádiz.
49Ofício n. 6 de Holstein a Coutinho, Cádiz, 27/02/1812, Arquivo Histórico do Itamaraty, Legação em Cádiz.
50Gaceta del Gobierno de Lima, nº109, de 11/10/1811 (citada por Neves, 2014, p. 77).
51Ofício n. 23 de José Luís de Souza ao marquês de Aguiar, Madri, 12/03/1815. Arquivo Histórico do Itamaraty, Legação em Madri.
52Ofício n. 39 de Souza a Aguiar, Madri, 24/05/1815. Arquivo Histórico do Itamaraty, Legação em Madri.
53Interpretação pioneira de Oliveira Lima (1996 [1908]); uma atualização do tema em Araújo, 1992.
54Gaceta del Gobierno de Lima nº41, de 22/05/1816 (citada por Neves, 2014, p. 87).
55Gaceta del Gobierno de Lima, nº39, de 14/05/1816 (citada por Neves, 2014, p. 90).
56O estudo mais aprofundado a respeito é o de Bastos, 2013.
57Dados tabulados a partir do Registro de estrangeiros (18081-1822). Rio de Janeiro, Arquivo Nacional, 1960 (nessa tabulação, contei com a colaboração de Andréa Placitte, a quem agradeço).
58Documento n. 15, carta de José Abascal ao governador de Maynas, Lima, 06/10/1808 (citado por Bastos, 2013, p. 342).
59AGI, Lima, 1580. Carta del Consejo de Madrid al Fiscal del Perú. Madrid, 13/12/1816 (citado por Bastos, 2013, pp. 380-381).
60Para o caso do Brasil, Costa (2005); para o caso do Peru, O’Phelan, 2012a, pp. 195-228.
61El Triunfo de la Nación nº 33, de 05/06/1821 (citado por Neves, 2014, pp. 109-110).
62Ofício de Wenzel de Marschall ao príncipe Metternich, 27/06/1821 (citado por Mello, 1914, p. 193).
63Ofício de Marschall a Metternich, 12/07/1821 (citado por Mello, 1914, pp. 194-195).
64Ofício de Marschall a Metternich, 01/10/1821 (Mello, 1914, p. 217).
65Correio Brasiliense n. 161, de 10/1821.
66Correio Brasiliense n. 162, de 11/1821.
67Malagueta n. 02, de 12/1821.
68Gaceta del Gobierno nº 30, de 10/06/1822 (citada por Neves, 2014, pp.117-118).
69Diário do Governo n. 28, de 05/02/1823.
70Diário do Governo, 17/03/1823. Pouco depois, no número 69, de 27 de março de 1823, o Diário do Governo publicaria uma pequena —mas perfazendo um artigo de extensão considerável para um jornal— biografia de Cochrane, oferecida por um «Indagador».
71Diário do Governo, n. 92, de 25/03/1823.
72Diário do Governo n. 50, de 04/03/1825.
Con la mira puesta en el Perú: exiliados peninsulares en Río de Janeiro y sus expectativas políticas, 1821-1825
Scarlett O’Phelan Godoy
Pontificia Universidad Católica del Perú
1. San Martín, su ministro Monteagudo y la campaña antipeninsular de 1821-1822
Don José de San Martín, el militar argentino que lideró al ejército libertador en Chile y participó en las batallas de Chacabuco (1817) y Maipú (1818), fue despedido en Valparaíso por Bernardo O’Higgins, Director Supremo de Chile, el 20 de agosto de 1820, cuando enrumbó hacia el Perú a cargo de la Expedición Libertadora (O’Phelan Godoy, 2010, p. 17). Desembarcó en el puerto de Huacho el 9 de noviembre de 1820, e hizo finalmente su ingreso a la capital el 14 de julio de 1821, cuando «el apoyo a la independencia era general en todo el Perú» (Lynch, 1986, p. 270). En contraposición, un año después, la animación inicial por parte de la élite limeña parecía haberse esfumado o, en todo caso, había decaído notablemente. En efecto, el viajero inglés Gilbert Mathison, quien llegó a Lima en 1822, describió una atmósfera política en la que «no se sentía el espíritu de nacionalidad y el entusiasmo patriótico». ¿Qué había sucedido en el año que siguió a la declaración de la independencia, jurada el 28 de julio de 1821 en la plaza mayor de Lima?
Tengo la impresión —como ya he señalado anteriormente— de que si fuera necesario trazar una línea divisoria entre la inicial apertura y el posterior repliegue de la élite limeña frente a la causa de la independencia, habría que plantearla en términos de un antes y un después de la álgida campaña antipeninsular que encabezó el ministro de San Martín (O’Phelan Godoy, 2001, p. 381), el abogado tucumano graduado en la universidad de Chuquisaca, Bernardo Monteagudo (Halperin Donghi, 1985, p. 154). No cabe duda de que Monteagudo se convirtió en Lima en el brazo derecho de San Martín y, al pasar el Protector del Perú largos periodos recluido en el palacio de La Magdalena, aquejado por problemas de salud, era el ministro tucumano el que tomaba las riendas del gobierno y tenía carta blanca para materializar sus medidas draconianas (Ortemberg, 2014, p. 249).
Admitamos que la alternativa de un proyecto monárquico para el Perú bien pudo haber resultado en un comienzo atractiva para la élite limeña, sobre todo si se trataba de la nobleza; pero la inesperada implacabilidad demostrada por Monteagudo contra los peninsulares generó anticuerpos en vez de propiciar un acercamiento (O’Phelan Godoy, 2001, p. 381). No en vano el ministro tucumano era descrito como un «hombre muy hábil y celosísimo patriota, pero que además de ser impopular por sus maneras, era enemigo acérrimo de toda la raza española» (Hall, 1971, p. 262). Se entiende entonces que, con ocasión de colocar la primera piedra de un monumento nacional en conmemoración de la independencia del Perú, Monteagudo enfatizara en su discurso, pronunciado en 1822, «que en el curso de unos meses esperaba desterrar del Perú a todos los tiranos y pillos españoles» (Mathison, 1971, p. 317). Y es que un factor que inquietaba profundamente al ministro de San Martín era la exagerada concentración de peninsulares que residían en el Perú y controlaban sus recursos económicos, a diferencia de su presencia menos significativa y con menor incidencia en otros espacios coloniales73. Así, en sus Memorias, Monteagudo señalaba que había empleado todos los medios que estaban a su alcance «para inflamar el odio contra los españoles; seguí medidas de severidad y siempre estuve pronto a apoyar las que tenían por objetivo disminuir su número y debilitar su influjo público y privado» (Romero & Romero, 1985, p. 168). De allí la gama de adjetivaciones que se acuñaron contra el ministro, a quien se calificaba como despótico, irreligioso, insolente, lascivo y abominable extranjero (Ortemberg, 2014, p. 282).
La férrea actitud de Monteagudo sobresaltó a criollos y extranjeros. Más aún teniendo en cuenta que San Martín había prometido que la independencia no traería, necesariamente, desastres para los peninsulares (Lynch, 2009, p. 165). Como describe Mathison, quien circunstancialmente se encontraba en Lima el 2 de mayo de 1822, las garantías que en un principio se habían otorgado a los residentes peninsulares quedaron suspendidas, siendo los españoles «arrastrados fuera de sus camas ante una advertencia inmediata, sin que se les permitiera llevar consigo ni siquiera una muda de ropa blanca. No menos de seiscientos individuos de todos los rangos, según se dice, fueron arrancados violentamente del seno de sus afligidas familias» (Mathison, 1971, p. 307). El viajero escocés Basil Hall complementa esta información destacando que los deportados «marcharon a pie hasta el Callao, rodeados por guardias y seguidos por sus esposas e hijos, de quienes no se les permitió despedirse antes de ser empujados a bordo de un barco que inmediatamente se hizo vela para Chile» (Hall, 1971, p. 262).
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