El resultado de adoptar la presuposición atemporal para el ser de Dios, junto con una concepción de la omnisciencia divina que tiene como elementos constitutivos del preconocimiento la visión y la atemporalidad, es una concepción determinista del futuro. Esto es claro en las siguientes declaraciones: “El Señor es el autor y el amo del tiempo; él lo ve todo y [por lo tanto] lo controla todo”.69 “El Señor conoce el tiempo, y [por lo tanto] el regreso de Cristo tendrá lugar en el instante previsto en los concilios del cielo”.70 En este sentido, de su visión de la omnisciencia divina atemporal se desprende la idea de un futuro fijo y absolutamente determinado.
De esta manera, cae en un determinismo teológico, en el que el completo conocimiento del mundo por parte de Dios en una sola mirada atemporal se convierte en una condición a priori a la que todos los eventos deben corresponder estrictamente. En esta posición, lo que Dios preconoce necesariamente debe estar predeterminado por él. Es decir, la Segunda Venida tiene que suceder porque Dios en su omnisciencia ya lo previó. Como se dijo, se está aquí ante un futuro fijo, cerrado e invariable, determinado por la omnisciencia de un Dios atemporal.
La posición determinista que se desprende de su concepto de omnisciencia es bien clara en la ya citada afirmación de Wallenkampf: al sostener que Dios demoró la Segunda Venida por causa del hombre, “negamos de un golpe, tanto su presciencia, como su omnisciencia. Y, al reflexionar de este modo, rebajamos a nuestro omnisciente Dios a nuestro propio nivel”.71 Según su análisis, si Dios lo previó (en el sentido de preconocer), tiene que suceder de esa manera y, por lo tanto, únicamente Dios es el factor determinante de la fecha de la Segunda Venida.
La presuposición atemporal para el ser de Dios en Wallemkampf conduce a un concepto de soberanía absoluta, en el que Dios determina unilateralmente los eventos de este mundo, . Esta visión de la soberanía absoluta en Wallenkampf se hace evidente en afirmaciones como la siguiente: “Dios no ha abdicado el trono del Universo, ni ha entregado a los mortales la administración de su obra en este mundo. Él tuvo, tiene y tendrá el pleno control de este mundo y de la misión que debe realizarse en él […]. Ni por un instante se debiera pensar que Dios no tiene el control completo del Universo. ¡Dios tiene el control!”72
En el capítulo de La demora aparente dedicado a abordar el concepto de providencia divina, Wallenkampf hace un breve repaso de la manera en que Dios dirigió providencialmente al pueblo de Israel. Sistemáticamente, Wallenkampf escoge mencionar los hechos en los que Dios pareciera ser el único actor activo en el plan de salvación,73 como los setenta años de cautiverio en Babilonia o la profecía de las setenta semanas para el nacimiento, el ministerio y la muerte de Jesús. Al comentar el relato bíblico de Jacob y Esaú, el autor realiza una breve comparación con el tema de la parusía, destacando el pensamiento de que Dios, y no el ser humano, debe manejar los tiempos: “Esto evidencia que Dios tiene horarios que rigen tanto los sucesos diarios como los eventos históricos”.74
Por otro lado, el capítulo 7 (“Omnisciencia y providencia divinas”) de este libro muestra que Dios opera de otra manera en su control providencial del mundo. Dios actúa en el tiempo y lleva a cabo sus planes de salvación en la historia humana. Por lo tanto, la providencia debe alcanzar los objetivos del plan de Dios dentro de la historia humana, con la contingencia y el riesgo que aquella implica.
Esta idea es totalmente opuesta a Wallenkampf, para quien el hombre es solo un espectador en lo que respecta al plan de salvación y, específicamente, la Segunda Venida. Steger, refiriéndose a Wallenkampf, dice: “Por otro lado, algunos subrayan la soberanía de Dios como el elemento excluyente para determinar el momento de la Segunda Venida. Razonan que la Segunda Venida es un acto de Dios y no de los hombres. Él es el único que interviene en la fijación del momento adecuado para realizarla”.75
Así, al enfatizar tanto la soberanía absoluta en el control providencial que Dios tiene sobre el mundo, Wallenkampf termina desmereciendo el papel del hombre en la prosecución de los planes divinos, de la misma manera en que lo hacen aquellos que entienden la providencia divina como una serie de decretos que predestinan, en los que Dios es quien predetermina y ejecuta hasta el más mínimo detalle todo el futuro. Este mismo fenómeno se da en otros representantes de esta postura. Por ejemplo, la posición de Gallagher lleva a una inacción en la evangelización,76 ya que no hay nada que el hombre pueda hacer para adelantar o demorar la Segunda Venida.
Al partir del presupuesto de la atemporalidad para explicar el ser de Dios, Wallenkampf se distancia del Dios bíblico. Enraizado en el teísmo clásico, termina presentando la idea de un Dios que determina cada evento de esta Tierra, y cae en el determinismo teológico propio de este movimiento. Su visión de la omnisciencia en términos de visión y atemporalidad que se desprenden de su adopción de la atemporalidad divina lleva a la concepción de un futuro cerrado, fijo, puesto que Dios ya lo previó en su omnisciencia. En consonancia, su visión de la providencia divina también lleva a presentar el papel del hombre como un mero espectador en el plan de salvación y, específicamente, en los eventos relacionados con la Segunda Venida.
Wade lanza esta pregunta atinada a la posición de Wallenkampf: “El autor ofrece una solución que en cierto modo nos tranquiliza, pero debemos preguntarnos si esta es verdaderamente una solución bíblica”.77 Wade afirma que no, dado que la posición de Wallenkampf está sustentada en la filosofía griega más que en la Biblia.
Después de haber analizado la posición que enfatiza la soberanía divina, nos enfocaremos en la postura que enfatiza mantener la tensión entre la actividad humana y la soberanía divina con respecto a la demora de la Segunda Venida.
33Ver la reseña que se hizo de su libro: Loron Wade, “Recensión de La demora aparente , Arnold Wallenkampf”. Diálogo Universitario 9, N°1 (1997), p. 28. Además: Steger, “La ‘demora’ de la Segunda Venida” , p. 10; Enrique Espinosa, “La demora aparente, ¿cuánto aún faltará?”, Espigas 2 (1998), p. 4.
34Arnold Wallenkampf, La demora aparente , p. 140.
35 Ibíd. , p. 110.
36En este mismo sentido, Gallagher no considera que los esfuerzos del hombre puedan ayudar a acelerar la parusía ya que hacer depender este evento de los esfuerzos humanos sería de alguna manera “limitar la omnipotencia de Dios”. Él afirma: “No podemos decir que Cristo no ha venido porque no hemos trabajado lo suficiente, para que no nos centremos en nuestras obras y caigamos en un estado de actividad frenética a fin de expiar nuestra culpa para que Jesús pueda venir pronto” (Gallagher, ibíd. , p. 6).
37Gallagher también plantea esta cuestión. Se observa que deja lugar para el elemento humano, pero solo como una respuesta a la iniciativa de Dios, ya que su énfasis está en que la “Segunda Venida es la obra de Dios y no la obra del hombre”. Afirma que la pobre respuesta ante el llamado de Dios no puede prevenir la Segunda Venida más que la relación del antiguo Israel con Dios pudo prevenir la Primera Venida. Este énfasis en la soberanía divina se desprende de sus presupuestos, que serán analizados en la siguiente sección (Gallagher, ibíd. , p. 7).
38Wallenkampf, ibíd. , p. 136. Sakae Kubo utiliza esta misma expresión. Para Kubo, el sentido de demora no se genera en que Dios haya establecido una fecha y luego se haya arrepentido. Ni ha pospuesto el regreso de Cristo en algún momento. El sentimiento de demora surge de una reacción puramente humana a las expectativas humanas. Afirma enfáticamente que Dios vendrá solamente cuando lo establezca él, y que afirmar que “de alguna manera, por nuestros propios esfuerzos humanos, podemos hacer bajar a Cristo” es algo “blasfemo” (Kubo, God Meets Man [Nashville, Tennessee: Southern Publishing Association, 1978] p. 101).
Читать дальше