Otra teoría que rivaliza con la anterior sugiere que nuestra percepción del paso del tiempo depende de la cantidad de nueva información perceptual que recibimos de nuestro entorno. 30Cuantos más estímulos novedosos hay, más tarda nuestro cerebro en procesar la información; y el correspondiente período de tiempo parece —al menos retrospectivamente— haber durado más. Este argumento podría explicar el hecho de que experimentemos «a cámara lenta» los acontecimientos que se desarrollan en los momentos inmediatamente anteriores a un accidente. En estos escenarios, la situación resulta tan poco familiar para la víctima del accidente que la cantidad de información perceptual novedosa resulta consecuentemente enorme. Así, es posible que, lejos de que el tiempo se ralentice realmente durante el suceso, nuestro recuerdo de los acontecimientos se desacelera al rememorarlos en retrospectiva, dado que el cerebro registra recuerdos mucho más detallados basándose en la avalancha de datos que recibe. Diversos experimentos realizados con sujetos que experimentaban la sensación —nada familiar— de estar en caída libre han demostrado que, en efecto, es eso lo que ocurre. 31
Esta teoría encaja muy bien con la aceleración del tiempo percibido. Al envejecer, tendemos a familiarizarnos más con nuestro entorno y con las experiencias de la vida en general. Los desplazamientos cotidianos, que inicialmente pudieron parecernos viajes largos y desafiantes, llenos de nuevas visiones y posibilidades de equivocarnos, ahora transcurren en un abrir y cerrar de ojos mientras recorremos sus familiares trayectos en piloto automático.
No ocurre así con los niños. Sus mundos suelen ser lugares sorprendentes llenos de experiencias desconocidas. Los jóvenes están reconfigurando constantemente sus modelos del mundo que los rodea, lo que requiere un esfuerzo mental y parece hacer que sus relojes de arena discurran más lentamente que los de los adultos, atados a la rutina. Cuanto más familiarizados estemos con las actividades rutinarias de la vida cotidiana, más rápido percibiremos que pasa el tiempo; y, en general, al envejecer esa familiaridad aumenta. Esta teoría sugiere, pues, que, para hacer que nuestro tiempo dure más, deberíamos llenar nuestra vida de experiencias nuevas y variadas, evitando las rutinas cotidianas que socavan nuestra percepción temporal.
No obstante, ninguna de las ideas anteriores logra explicar el ritmo casi perfectamente regular al que parece acelerarse nuestra percepción del tiempo. El hecho de que la duración de un período de tiempo determinado parezca reducirse de manera constante a medida que envejecemos sugiere la presencia de una «escala exponencial» de tiempo. Habitualmente empleamos escalas exponenciales, en lugar de las escalas lineales tradicionales, al medir cantidades que varían en un amplio rango de valores distintos. Los ejemplos más conocidos son las escalas que se emplean para medir ondas de energía como el sonido (que se mide en decibelios) o la actividad sísmica. En la escala exponencial de Richter (que mide los terremotos), el paso de la magnitud 10 a la 11, por ejemplo, corresponde a un incremento de 10 veces del movimiento del suelo, en lugar de un mero aumento del 10 % como correspondería a una escala lineal. De ese modo, en un extremo la escala de Richter logró captar el temblor de bajo nivel que se sintió en la Ciudad de México en junio de 2018, cuando los aficionados mexicanos al fútbol celebraron el gol contra Alemania en la Copa del Mundo. Y en el otro extremo, la escala registró el terremoto producido en 1960 en Valdivia, Chile; el seísmo, de magnitud 9,6, liberó la energía equivalente a más de un cuarto de millón de bombas atómicas como la de Hiroshima.
Si la duración de un período de tiempo se juzga en proporción al tiempo que llevamos vivos, entonces tiene sentido pensar en un modelo exponencial del tiempo percibido. A los 34 años de edad, un año representa algo menos del 3% de mi vida; a esa edad mis cumpleaños parecen sucederse demasiado deprisa. Pero para un niño de diez años, esperar el 10 % de su vida para volver a recibir regalos requiere casi la paciencia de un santo. Para mi hijo de cuatro años, la idea de tener que esperar una cuarta parte de su vida hasta volver a ser el cumpleañero resulta casi intolerable. Según este modelo exponencial, el aumento de edad proporcional que experimenta un niño de cuatro años hasta su siguiente cumpleaños equivaldría al que experimenta un adulto de 40 años hasta que cumple los 50. Cuando se examina desde esta perspectiva relativa, tiene sentido que el tiempo parezca acelerarse a medida que envejecemos.
No es raro que dividamos nuestra vida en décadas —la despreocupada veintena, la seriedad de la treintena, etc.—, y ello parece sugerir que cada período debe tener el mismo peso. Sin embargo, si el tiempo realmente parece acelerarse exponencialmente, podría darnos la sensación de que diferentes capítulos de nuestra vida que abarcan períodos de tiempo distintos en realidad tienen la misma duración. Según el modelo exponencial, las edades de 5 a 10, de 10 a 20, de 20 a 40 e incluso de 40 a 80 podrían parecernos igualmente largas (o cortas). No es para que corramos a garabatear frenéticamente listas de cosas que hemos de hacer antes de morir, pero según este modelo el período de 40 años que transcurre entre los 40 y los 80 de edad, que abarca gran parte de la madurez y la vejez, podría pasarnos tan deprisa como los cinco años transcurridos entre nuestro quinto y décimo cumpleaños.
Si es así, para las jubiladas Fox y Chalmers, encarceladas por ser las iniciadoras del esquema piramidal Give and Take, debería suponer un cierto alivio el hecho de que la rutina de la vida en prisión, o simplemente el paso exponencialmente creciente del tiempo percibido, posiblemente haga que en la práctica su condena parezca transcurrir muy deprisa.
En total, nueve mujeres fueron condenadas por su participación en el esquema. Aunque algunas de ellas se vieron obligadas a devolver parte del dinero que ganaron mientras funcionó el plan, en realidad se recuperó muy poco de los millones de libras que se invirtieron en total. Nada de ese dinero llegó a los defraudados inversores del esquema: las incautas víctimas que lo perdieron todo porque subestimaron el poder del crecimiento exponencial.
Desde la explosión de un reactor nuclear hasta la de la población humana, y desde la propagación de un virus hasta la de una campaña de marketing viral, el crecimiento y el decaimiento exponenciales pueden desempeñar un papel invisible, pero a menudo crucial, en la vida de la gente corriente, como tú o como yo. La explotación del comportamiento exponencial ha generado disciplinas científicas que pueden condenar a delincuentes y otras capaces, literalmente, de destruir mundos. No pensar en términos exponenciales implica que nuestras decisiones, como las reacciones nucleares en cadena no controladas, pueden tener consecuencias inesperadas y exponencialmente de gran alcance. Entre otras innovaciones, el ritmo exponencial de los avances tecnológicos se ha acelerado en la era de la medicina personalizada, en la que cualquiera puede hacer secuenciar su ADN por una suma relativamente modesta. Esta revolución genómica tiene el potencial de proporcionar una visión inédita de nuestros propios rasgos de salud; pero solo, como veremos en el próximo capítulo, si las matemáticas que subyacen a la medicina moderna logran seguirle el ritmo.
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Sensibilidad, especificidad
y segunda opinión
POR QUÉ LAS MATEMÁTICAS REALZAN LA MEDICINA
Cuando vi el mensaje de correo electrónico sin leer en mi bandeja de entrada, experimenté de inmediato un subidón de adrenalina. Empezó en el estómago y luego se desplazó a lo largo de los brazos, provocándome un hormigueo en los dedos de las manos. Sentí latir el pulso tras las orejas mientras inconscientemente contenía el aliento. Abrí el mensaje y, saltándome el texto preliminar, cliqué directamente en el enlace que rezaba «Ver sus informes». Se abrió una nueva ventana en el navegador, inicié sesión y cliqué en la sección titulada «Riesgos de salud genéticos». Pasando rápidamente los ojos por la lista, me sentí aliviado al leer: «Enfermedad de Parkinson: Variantes no detectadas», «BRCA1/BRCA2: Variantes no detectadas», «Degeneración macular asociada a la edad: Variantes no detectadas»... Mi ansiedad fue disminuyendo a medida que me iba desplazando por la pantalla e iba leyendo más y más enfermedades a las que no estaba genéticamente predispuesto. Cuando llegué al final de la lista de todo lo que estaba correcto, mis ojos volvieron a una línea distante que había pasado por alto: «Enfermedad de Alzheimer de inicio tardío: Riesgo aumentado».
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