1 ...8 9 10 12 13 14 ...20 En la Figura 3 puede verse que el crecimiento logístico parece exponencial en un primer momento, mientras la población crece libremente en proporción a su tamaño actual y libre de restricciones medioambientales. Sin embargo, a medida que la población aumenta, la escasez de recursos acerca cada vez más la tasa de mortalidad a la de natalidad. A la larga, la tasa de crecimiento neta de la población llega a cero: el número de nuevos nacimientos no hace sino compensar al de muertes, sin superarlo, lo que significa que las cifras se estabilizan en la capacidad de carga. El científico escocés Anderson McKendrick (uno de los primeros biólogos matemáticos, con quien nos familiarizaremos mejor en el capítulo 7 en el contexto de su trabajo sobre los modelos de propagación de las enfermedades infecciosas) fue el primero en demostrar que las poblaciones bacterianas experimentaban un crecimiento logístico. 20Desde entonces se ha demostrado que el modelo logístico constituye una excelente representación de lo que ocurre cuando se introduce una población en un nuevo entorno, y que es capaz de describir el crecimiento de poblaciones animales tan diversas como ovejas, 21focas 22o grullas. 23
Figura 3. Al principio, la curva de crecimiento logístico muestra un incremento casi exponencial, pero luego el crecimiento se ralentiza en la medida en que los recursos se convierten en un factor restrictivo y la población de acerca a la capacidad de carga, K.
Las capacidades de carga de muchas especies animales se mantienen aproximadamente constantes, dado que dependen de los recursos disponibles en sus entornos o hábitats concretos. En cambio, en el caso de los humanos, existen toda una serie de factores —entre ellos la Revolución Industrial, la mecanización de la agricultura o la Revolución Verde— que han hecho que nuestra especie haya podido aumentar de manera constante su capacidad de carga. Aunque las estimaciones actuales de la población máxima sostenible en la Tierra varían, numerosos cálculos sugieren que la cifra se sitúa entre los 9000 y los 10000 millones de personas. El eminente sociobiólogo E. O. Wilson cree que existe un límite intrínseco e insuperable en el tamaño de la población humana que la biosfera terrestre es capaz de sustentar. 24Las principales restricciones que establecen dicho límite son la disponibilidad de agua dulce, combustibles fósiles y otros recursos no renovables, las condiciones medioambientales (especialmente el cambio climático) y el espacio habitable. Uno de los factores más comúnmente considerados es, asimismo, la disponibilidad de alimento. Wilson calcula que, aun en el caso de que todo el mundo se hiciera vegetariano e ingiriera alimentos producidos directamente en lugar de emplearlos para alimentar al ganado (dado que comer animales es una forma ineficiente de convertir la energía de las plantas en energía alimentaria), los 1400 millones de hectáreas de tierra cultivable que existen actualmente en el planeta solo producirían suficiente alimento para sustentar a 10000 millones de personas.
Si la población humana (hoy de cerca de 7500 millones de personas) sigue creciendo a su tasa actual de un 1,1 % anual, llegaremos a 10000 millones en el plazo de 30 años. Malthus expresó sus temores relativos a la superpoblación en 1798, cuando advirtió: «El poder de la población es tan superior al poder de la Tierra para proporcionar subsistencia al hombre, que la muerte prematura debe visitar de una forma u otra a la raza humana». En lo que atañe a nuestra propia historia, hoy nos hallamos ya bien entrado el último día que queda para salvar el lago.
No obstante, hay razones para el optimismo. Aunque la población humana sigue aumentando en número, la eficacia del control de la natalidad y la reducción de la mortalidad infantil (que se traduce en menores tasas de reproducción) hacen que estemos creciendo a un ritmo más lento que en las generaciones precedentes. Nuestra tasa de crecimiento alcanzó un máximo de aproximadamente un 2 % anual a finales de la década de 1960, pero se prevé que para 2023 habrá caído de nuevo por debajo del 1 % anual. 25Para situar esto en su contexto, digamos que, si las tasas de crecimiento se hubieran mantenido en las cifras de la década de 1960, habrían hecho falta solo 35 años para que se duplicara el tamaño de la población, mientras que, de hecho, no alcanzamos la cota de los 7300 millones —el doble de 3650 millones, la población mundial de 1969— hasta 2016, es decir, casi 50 años después. A una tasa de solo un 1 % anual, podemos esperar que el tiempo de duplicación se incremente a 69,7 años, casi el doble del período de duplicación asociado a las tasas de 1969. Un pequeño descenso de la tasa de incremento representa una diferencia enorme cuando hablamos de crecimiento exponencial. Parece que, al desacelerar el crecimiento de nuestra población a medida que nos acercamos a la capacidad de carga del planeta, estamos empezando a ganar algo más de tiempo de manera natural. Sin embargo, existen razones por las que el comportamiento exponencial puede hacernos sentir, como individuos, que nos queda menos tiempo del que pensamos.
Cuando envejeces el tiempo vuela
¿Recuerdas cuando, de pequeño, las vacaciones de verano parecían durar una eternidad? A mis hijos, que tienen cuatro y seis años, la espera entre dos Navidades consecutivas les parece un período de tiempo inconcebible. En cambio para mí, a medida que me voy haciendo mayor, el tiempo parece transcurrir a un ritmo alarmante, en el que los días se transforman en semanas y estas en meses, para desaparecer todo finalmente en el sumidero sin fondo del pasado. Cuando hablo con mis padres, ya septuagenarios —cosa que hago una vez a la semana—, siempre me da la impresión de que apenas tienen tiempo de atender mi llamada por lo ocupados que están con las otras actividades que conforman su apretada agenda. Sin embargo, cuando les pregunto qué han hecho esa semana, a menudo me parece que sus incesantes tribulaciones apenas podrían suponer para mí el trabajo de una jornada. Pero ¿qué sé yo de limitaciones de tiempo?: solo tengo dos hijos, un empleo a tiempo completo y un libro que escribir...
Debo recordar, no obstante, que no tengo que ser demasiado cáustico con mis padres, ya que parece que el tiempo percibido realmente transcurre más deprisa conforme envejecemos, alimentando nuestra creciente sensación de ir sobrecargados por falta de tiempo. 26En un experimento realizado en 1996, se pidió a un grupo de jóvenes (de 19 a 24 años) y a otro de personas mayores (de 60 a 80) que contaran mentalmente tres minutos. Como media, el grupo más joven rozó la perfección contando tres minutos y tres segundos de tiempo real, mientras que el grupo de más edad no detuvo la cuenta hasta alcanzar la asombrosa media de tres minutos y 40 segundos. 27En otros experimentos similares, se pidió a los participantes que estimaran la duración de un período de tiempo fijo durante el cual habían estado realizando una tarea. 28Los participantes mayores dieron constantemente estimaciones más bajas que los más jóvenes sobre la duración del tiempo transcurrido. Por ejemplo, cuando habían transcurrido dos minutos de tiempo real, los participantes del grupo de más edad contaban mentalmente una media de menos de 50 segundos, lo que les llevaba invariablemente a preguntarse adónde habían ido a parar el minuto y diez segundos restantes.
Esta aceleración de nuestra percepción del paso del tiempo tiene poco que ver con el hecho de haber dejado atrás los despreocupados días de juventud y tener que llenar nuestra agenda con las responsabilidades propias de los adultos. De hecho, existen diversas ideas contrapuestas que tratan de explicar por qué, a medida que envejecemos, nuestra percepción del tiempo se acelera. Una teoría lo relaciona con el hecho de que nuestro metabolismo se ralentiza al envejecer en la misma medida en que lo hacen el ritmo cardíaco y la respiración. 29Como un cronómetro que se programara para funcionar con mayor rapidez, las versiones juveniles de estos «relojes biológicos» corren más deprisa. En un período de tiempo fijo, esos metrónomos biológicos experimentan un número mayor de pulsos (respiraciones o latidos cardíacos, por ejemplo), provocando la sensación de que ha transcurrido un período de tiempo más largo.
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