Era ella. No podía ser otra. Como si la mano de un ser superior y travieso la hubiera puesto en mi camino. Sus ojos oscuros, profundos, rasgados, se clavaron en los míos y le atisbé una sonrisa. Era la mujer misteriosa que había conocido días atrás entrenando. Era ella, la Dama de Le Chat Noir.
A su hipnótica versión de «Blue Velvet» siguió un medio tiempo de tonos chill de «Georgia On My Mind» de Ray Charles que la dama sin nombre cantó con un derroche de voz y tempo sin igual. Pero para ese entonces mi mente estaba atrapada en su esquiva sonrisa rosa, en su mirada caída que me buscaba entre el humo del local, en su silueta atrapada en la ajustadísima cárcel de un vestido negro palabra de honor y falda rota, su melena rubia oculta en un recogido sobre la coronilla. No podía creer que la tuviera allí mismo, frente a mí, cantándome. Tan lejos pero tan cerca.
En un descanso una la camarera escuálida se acercó a ella para entregarle un vaso largo de algún tipo de licor naranja, y tras su trago comenzaron a sonar las notas del «In my life» de Lennon y McCartney, a cargo de una desgarrada Gibson azul. La interpretación que hicieron de esa canción resultó deliciosa y mágica.
La misteriosa mujer desarrolló dos canciones más y yo perdí la noción del tiempo escuchándola, incapaz de separar mis ojos de los suyos, que parecían querer derretirme desde la distancia. Llegado un momento la luz se apagó de nuevo y una ovación furiosa reventó Le Chat Noir. La diva del local bajó del escenario y se acercó entre las mesas hasta la barra. Alzó la mano y el barman tatuado comenzó a prepararle otro destornillador. Cuando lo tuvo en la mano se sentó a mi lado y me miró con descaro los labios.
—Mi nombre es Diana —me dijo—. Ahora te toca a ti cantarme algo.
CAPÍTULO 23
BLOG PERSONAL DE BRUNO SANTANA. Domingo 7 de octubre. Cerca del alba.
Me alejé del ordenador propinando un empujón a la mesa que terminó lanzando mi silla hacia atrás. Estuve a punto de derramar el vino y caer redondo sobre el sofá. No podía creer lo que me estaba sucediendo, mis dedos temblaban encima del teclado, las palabras brotaban solas como borbotones de sangre, de luz, de vida.
El brillo a través de la ventana me hizo guiñar los ojos. Llevaba tantas horas escribiendo a oscuras, acostumbrado sólo a la luz disminuida de la pantalla del ordenador, que la primera claridad del nuevo día me afectó lo mismo que a un Drácula del medievo.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.