Convencido de que estaba solo, jamás se me hubiera ocurrido pensar que alguien pudiera estar observando. Qué interés podría haber en un señor de piel morada y ropa fluorescente consumiéndose acurrucado contra la pared exterior de la iglesia. Sin embargo, cuando un par de minutos después conseguí abrir los ojos, descubrí la presencia de una mujer que había cruzado la calle para interesarse por mi estado.
—¿Te encuentras bien, tigre? —me preguntó. Yo levanté la mirada sobresaltado por tenerla tan cerca sin haber sido consciente de ello. Encontré a una mujer algo más joven que yo embutida en unas mallas deportivas negras con ribetes rosas. Tenía el pelo muy oscuro recortado en media melena, y unos ojos rasgados extrañamente misteriosos. Se había retirado uno de los auriculares con los que escuchaba música mientras trotaba, y por él se escapaba un murmullo agudo que no logré identificar.
—Sí, descuida —le contesté—. Es que justo acabo de terminar mi entrenamiento y estaba descansando.
—Claro, eso pensaba.
La mujer me dedicó una sonrisa que jamás olvidaré, recuperó su auricular y asintió antes de continuar la carrera. Se alejó de mí en cuestión de segundos en dirección al muelle, pero su mirada de gata, su esbelta figura negra y aquella sonrisa furtiva acompañaron mis pasos, lentos, patéticos y vergonzosos, durante todo el camino de vuelta a casa. Un camino en el que no pude dejar de maldecirme por no haberle preguntado su nombre. Intenté calcular qué posibilidades tenía de volver a verla.
Pocas.
CAPÍTULO 16
¿Os habéis fijado en qué bonito amanece este mes de octubre? Parece que fue ayer cuando arrancamos el curso y ya cumplimos su tercera semana. ¿Acaso vamos demasiado deprisa? Momento de inaugurar el mes de las brujas con un poco de rock and roll. Aquí Ray Bandira, vuestro DJ residente en el IES Rafael Arozarena, os trae este himno de Queen, una canción con la que es imposible no venirse arriba. Que nadie nos pare, «Don’t stop me now!».
CAPÍTULO 17
BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Viernes 5 de octubre. Mañana.
Siempre había pensado que escribir una novela radicada en la realidad me iba a resultar más sencillo que mis frustrados intentos en el terror, la fantasía o la ciencia ficción. Mi creatividad a veces se estanca más que una de esas pistolas de las ferias que de algún modo siempre acaban fallando. Sin embargo, la redacción de este blog me está costando más de lo esperado. Encontrar algo que merezca la pena contar, en la rutina del día a día, ha acabado resultando más difícil que idearlo como narrador. Sin duda a este blog le falta chispa, y no sé dónde la puedo encontrar.
Esta mañana he buscado al profesor Santana en el recreo. Le he encontrado en su despacho, tecleando al ordenador a un ritmo frenético. Le pregunté si acaso él sí que había dado con la veta que animara su blog mientras que yo estaba haciendo algo mal o no había acertado con la perspectiva desde la que enfocar mi propio blog. No podía ser tan aburrido.
—Son capítulos de transición —me dijo—. No debes angustiarte.
Levanté mucho las cejas y me acomodé en la butaca frente a él.
—¿También te ha pasado?
—Claro. Los capítulos de transición son lo peor del mundo, pero escúchame: una narración no puede empezar en alto y mantenerse arriba todo el tiempo, agotarías al lector.
Yo asentía mientras le escuchaba, tratando de tomar nota mental de todo lo que decía por pura vergüenza de no sacar mis cuadernos y empezar a tomar apuntes.
—Visto así, tienes razón.
El profesor me sonrió y se quitó las gafas para limpiarlas. Tenía la mirada cansada de quien duerme poco y lee mucho, y por una parte me alegré de verle de regreso a la escritura.
—Un hilo argumental es como una cinta métrica. Imagínatelo así, repleto de marcas y de números, parecido al mapa de estaciones de un subterráneo —volvió a colocarse las gafas redondas, tan de Lennon, y dibujó en una hoja en sucio una especie de cremallera numerada—. Quizá los capítulos interesantes sean el tres o el cinco, seguramente tengas previsto un golpe de efecto en el ocho o el diez y por supuesto el quince será la traca que reviente el final de tu novela.
El profesor rodeó los números que iba nombrando y después giró el papel hacia mí.
—¿Y los demás?
—Los demás son capítulos de transición, y son, como mínimo, igual de necesarios, ya que si deseas llegar del capítulo tres al cinco, necesitas un buen cuarto capítulo que haga creíble ese camino, que relaje o que mantenga la tensión, que alivie al lector al tiempo que lo prepara para lo siguiente por venir.
—¿Entonces no pasa nada si algunos capítulos me quedan sosos o lentos?
—Te diría que es necesario —me contestó, arrugando el papel y tirándolo a una papelera vestida con una bolsa de plástico azul—. Lo que no quita para que les dediques la misma atención y el mismo esmero que a los capítulos de mayor intensidad emocional. Créeme: si los capítulos o escenas de transición no están a la altura, la novela perderá interés y se derrumbará por sí sola.
Guardé silencio unos segundos para meditar su explicación y al momento, casi sin querer, alcé la voz y abrí mucho las manos.
—Pero estoy escribiendo un diario de mi día a día, no intensidad emocional ninguna, todo parece un capítulo de transición enorme.
El profesor se echó a reír.
—La idea de este blog es tuya —me contestó—. Deberías tomártelo con más calma.
—¿Tú también estás escribiéndolo? —le pregunté, aunque sólo fuera por cambiar el sujeto de la conversación. No puedo negar que resultaba estimulante que un escritor consagrado se dejara aconsejar por un chaval atolondrado y sin idea como yo. Tenía que contárselo a mi madre.
—Empecé el mismo día que hablamos de ello —me respondió con su característico tono calmado y reflexivo. Movió el ratón de su ordenador para desactivar la pantalla en reposo y me mostró las líneas apretadas del editor de textos—. Pero, igual que tú, todavía no he conseguido encontrar la línea argumental que me ayude a sacar una novela de este diario.
—¡Lo mismo me pasa a mí! —exclamé, y acto seguido me ruboricé ante la posibilidad de que alguien hubiera podido oírme desde el pasillo. Me acerqué un poco más al profesor y le pregunté en voz baja—. ¿Capítulos de transición?
Bruno Santana me siguió el juego y se inclinó también hacia mí.
—De momento, todos.
Sonreí mucho más tranquilo y comencé a levantarme. Antes de abandonar el despacho me giré hacia el escritor y levanté la mano. Él asintió con un gesto.
—¿Y cómo puedo hacer interesante un capítulo de transición que sólo sirve para ir del tres al cinco?
Bruno Santana me miró con media sonrisa y esa mirada de niño travieso que brillaba desde detrás de sus gafas redondas.
—Querías ser escritor, ¿no?
Me marché con esa pregunta rebotando por los rincones de mi cerebro y ahora mismo estoy sentado en casa frente a mi viejo ordenador, que ya precisa una renovación, maltratando con mis frases este blog, con menos esperanzas que nunca de que de él surja una novela.
¿De qué puedo escribir si no encuentro nada que contar?
Me niego a volver sobre castillos oscuros, vampiros medievales ni rituales ocultistas erótico festivos. Necesito madurar como escritor y sé que el camino es encontrar en la realidad la historia que merezca la pena ser narrada. Escribir sobre la vida, sí, eso es.
Pero, ¿qué es la vida?
CAPÍTULO 18
BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Viernes 5 de octubre. Tarde.
Estaba tirado en el sofá del salón con la tele en silencio y un bloc de notas en mi regazo. En la pantalla, los jugadores de dos equipos que no eran de mis favoritos corrían de un lado a otro intentando meter canasta y ese vaivén me estaba dando sueño en lugar de ayudarme a pensar. De manera que cambié el canal a uno de videos musicales y activé apenas dos rayitas de sonido. Había garabateado dos páginas enteras de un bloc con ideas que invariablemente habían terminado tachadas. Así que lo dejé caer a un lado y me centré en relajarme escuchando la música, aunque hubiera necesitado a mi amigo Bandira para enterarme de quiénes eran la mitad de los grupos que se iban sucediendo en la pantalla.
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