Algunos indicadores revelan cómo muchos de los cambios son manejados políticamente o por razones de seguridad; otros confirman formas depredadoras y de eliminación de poblaciones para la apropiación de territorios y recursos naturales, como en África; otros se deben a exportaciones de capital de los nativos a los países centrales —como en el Medio Oriente—. En todo caso se confirma que el neoliberalismo ha hecho pagar el costo de la crisis a los países de la periferia, a las fuerzas autónomas, empresariales y estatales que habían iniciado procesos de formación de capital público y social y, sobre todo, a los trabajadores, pueblos y etnias de la periferia mundial, aunque en un proceso que no se limita a la periferia y que está empobreciendo e incluso aumentando la tasa de explotación relativa y absoluta de los trabajadores del centro.
Todos los datos prueban que, sobre todo en la periferia del mundo, la política de globalización neoliberal ha llevado a una redistribución más inequitativa del producto y de los sistemas de producción de bienes y servicios. En México, la participación de los asalariados en el producto interno bruto (PIB) cayó del 35.7% en 1970 al 29.1% en 1996; en Argentina del 40.9% en 1970 al 29.6% en 1987; en Chile del 42.7% en 1970 al 29.1% en 1993; en Perú del 35.6% en 1970 al 20.8% en 1996; en Venezuela del 40.4% en 1970 al 21.3% en 1995; en Filipinas del 37.1% en 1970 al 26.1% en 1993; en Turquía del 29% en 1970 al 18.8% en 1988; en Nigeria del 25.2% en 1973 al 10.7% en 1993, y así sucesivamente. La política neoliberal tuvo efectos adversos para los trabajadores y para los pobres incluso en algunos países centrales, como en Inglaterra e Italia. Pero las pérdidas en estos países fueron inferiores a las de la periferia, y desde niveles más altos. Varios países del G7 se mantuvieron e incluso aumentaron la participación de los asalariados en el PIB entre 1980 y 1996, aunque en años más recientes aparecen signos cada vez más amenazadores, como el desempleo estructural, el crecimiento del trabajo informal o las crisis generales, como la que en 1998 amenazó a Japón. De todos modos, en Estados Unidos y los países industrializados, los que eran pobres en 1979 eran significativamente más pobres en 1989 (Noam Chomsky). Considerando un periodo más amplio, desde fines de los sesenta declinaron los salarios en Estados Unidos. En la Unión Europea pasaron de ser el 76% del PIB a ser el 69%. De mediados de la década de los ochenta a fines de la misma, el hambre en Estados Unidos aumentó 50%, hasta alcanzar a 30 millones de habitantes (Congreso de los Estados Unidos). Según Shaik y Alamet Tonak, de 1980 a 1989, durante la era Reagan-Bush, los ingresos reales y las condiciones del trabajo en Estados Unidos se deterioraron profundamente y “la tasa de plus-valor aumentó más del doble”. En México, la tasa de explotación aumentó 124%, “algo muy pocas veces visto en la historia del capitalismo”, según José Valenzuela.
El pago de la deuda externa y de las transferencias de la periferia al centro no se hace a costa de los países donde el empleo crece con la tecnología. En esos países, lejos de aumentar la “plusvalía relativa”, predomina y aumenta el trabajo sin garantías de tiempo, de intensidad, de higiene, de seguridad, y sin “salarios indirectos” de escuela, salud o alimentación. La explotación absoluta es macroeconómica y global, y el neoliberalismo contribuye a aumentarla y a extenderla con sus nuevas políticas de distribución y apropiación.
La inmensa mayoría de los trabajadores del mundo vive entre el terror del asalariado sin garantías y la exclusión del desempleado extremadamente pobre. Este último, como ha observado con razón Erik Olin Wright, vive la exclusión como una amenaza a su extinción.
La política neoliberal constituye también una redistribución regresiva de los sistemas de producción, de educación, de salud y seguridad social. Entre los muchos indicadores que lo prueban se encuentra la carga creciente que sobre los ingresos y gastos gubernamentales significó el pago de la deuda. Ésta llegó a constituir hasta el 77.52% del presupuesto de gastos gubernamentales en Brasil (1990) y alcanzó al 59.56% del presupuesto de egresos del gobierno en México (1988.) La política neoliberal no sólo aumentó la extracción de excedentes de la periferia al centro y del sector asalariado al no asalariado: aumentó la redistribución inequitativa de los sistemas de producción, empleo calificado y especializado, tecnología, formación de capital, mercados; abatió los iconos y atractores locales y nacionales y dio una publicidad atosigante a las mercancías y sistemas de vida de los productos importados, o producidos por las empresas asociadas e integradas a las trasnacionales.
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