Las guerras totales de la primera mitad del siglo XX transformaron la guerra en guerra industrial y el fascismo en una organización de masas de la contrarrevolución. Tenemos detrás de nosotros un siglo que nos permite afirmar que la guerra y el fascismo son las fuerzas políticas y económicas necesarias para la conversión de la acumulación de capital, algo que no era obvio en la época de Marx. Sin la guerra civil y el fascismo, sin la “destrucción creativa”, no hay reconversión de dispositivos económicos, jurídicos, estatales y gubernamentales. Desde 2008, hemos entrado en una nueva secuencia de este tipo.
Por lo tanto, la diferencia entre mi análisis del neoliberalismo y los de Michel Foucault, Luc Boltanski y Eve Chiapello o de Pierre Dardot y Christian Laval es radical: estos autores borran los orígenes fascistas del neoliberalismo, la “revolución mundial” de los años sesenta –que está lejos de limitarse al 68 francés–, pero también la contrarrevolución neoliberal, el marco ideológico de la revancha del capital. Esta diferencia radica en la naturaleza del capitalismo que estas teorías “pacifican” al borrar la victoria político-militar como condición de su expansión. El “triunfo” sobre las clases subalternas es parte de la naturaleza y la definición del capital, como lo son la moneda, el valor, la producción, etc.
LA FINANCIARIZACIÓN DE LOS POBRES
La confrontación entre enemigos políticos durante el siglo XX terminó con la victoria del capital que convirtió a los vencidos en “gobernados”. Una vez que las alternativas revolucionarias fueron derrotadas y destruidas, una vez que se completó la tabula rasa subjetiva, pudieron establecerse nuevos dispositivos capaces de instaurar nuevos estándares para conducir y someter a los hombres. En la era de la dominación de las finanzas, el gobierno de las conductas no inaugura un período de paz: la relación gobernante-gobernado, que parece sustituir a la guerra, es en realidad su continuación por otros medios.
Unos días antes de la segunda vuelta de la última elección presidencial, una periodista brasileña, Eliane Brum, escribió:
Cuando comenzábamos a discutir un proyecto original para el país, cuando los indígenas, los negros y las mujeres comienzan a ocupar nuevos espacios de poder, el proceso resulta interrumpido. Cuando comenzamos a disfrutar de la paz, se reanuda la guerra. Porque, de hecho, la guerra contra los más vulnerables jamás se detuvo. Tal vez por momentos se suavizó, pero nunca se detuvo. Esta vez, la perversión es que, hasta el momento, el proyecto autoritario se instaló bajo los hábitos de la democracia. 5
Brum destaca una realidad que todos parecen denegar: la guerra nunca se detuvo. Su intensidad solo se modula según las coyunturas de la confrontación política. Desde el interior de estas relaciones “pacificadas”, las contradicciones del régimen de acumulación financiera y las luchas que llevan adelante los gobernados determinan las condiciones de nuevas polarizaciones que, a partir de la secuencia política que se abrió en 2008 con el colapso del sistema financiero, llevarán a la ruptura de la gubernamentalidad establecida con Reagan y Thatcher.
En Brasil, podemos seguir este proceso paso a paso: desde el final de la dictadura hasta la implementación de los mecanismos de gobernanza financiera durante los mandatos de Lula da Silva y Dilma Rousseff y, a partir de la crisis de este último, a modalidades inéditas de estrategias confrontativas, cristalizadas por la elección de Bolsonaro. Lo que Brasil revela fácilmente es la incompatibilidad radical del reformismo con el neoliberalismo , ya que el neoliberalismo fue concebido y construido deliberadamente contra la experiencia “keynesiana”. Vamos a analizar estas diferentes secuencias políticas desde un punto de vista específico, el de las “políticas sociales” elegidas por el capital financiero para imponer su dominio y que resultaron ser exactamente las mismas que en los países del Norte. 6
El Partido de los Trabajadores (PT) tenía el proyecto de “redistribuir” la riqueza basándose en el “gasto social”; sin embargo, terminó financiándolo y, en parte, privatizándolo. La transformación de los pobres y de una fracción de los trabajadores asalariados en “hombres endeudados”, que se consolida y se extiende a partir del primer mandato de Lula, tendrá consecuencias catastróficas después de la crisis de 2008. La lucha entre enemigos está nuevamente a la orden del día, pero, después de cuarenta años de neoliberalismo, en un marco completamente inédito: la ruptura de la gubernamentalidad se debe al uso de las instituciones democráticas por parte de la extrema derecha y a la gran debilidad de los movimientos anticapitalistas, incapaces de reorganizar y definir una nueva estrategia y nuevas modalidades de organización revolucionarias.
Uno de los pilares del “desarrollismo social” del PT –con el aumento del salario mínimo y de los salarios en general y con la creación de la Bolsa Familia (programa de ayuda a las familias más pobres)– fue el fomento del consumo, que estalló gracias al acceso al crédito de los pobres y los estratos más bajos de los trabajadores asalariados (el otro pilar de este desarrollismo fue la exportación de materias primas). Durante el último ciclo económico, el crédito parece haberse vuelto casi tan importante como los salarios para estimular el crecimiento de la demanda. Los salarios se duplicaron, pero el crédito al consumo se cuadruplicó –hasta representar casi el 45% del crecimiento de los ingresos familiares y un tercio del crecimiento del PBI–.
El acceso al crédito, que tenía como fin reducir la pobreza, funcionó también como caballo de Troya a través del cual la financiarización se introdujo en la vida cotidiana de millones de brasileños, especialmente los más pobres (“la inclusión por medio de las finanzas”). La relación acreedor-deudor como técnica que permite conducir y controlar las conductas es transversal a los grupos sociales, ya que funciona tanto con los pobres como con los desempleados, los asalariados, los jubilados. Técnica de una eficacia formidable, y que desplaza la lucha de clases a un nuevo terreno, donde las organizaciones de trabajadores asalariados tienen dificultades para posicionarse. 7
La captura de nuevos grupos sociales (trabajadores, pobres y trabajadores pobres) en el circuito de la deuda fue facilitada por la introducción del “crédito consignado” por parte del PT: los bancos deducían los intereses de la deuda directamente de los salarios, las jubilaciones y las transferencias de ingresos, asegurando a los bancos contra cualquier tipo de “riesgo”. Para los bancos, esto indujo una disminución de los costos que hizo posible reducir el precio de los préstamos y, por lo tanto, ampliar el circuito del crédito.
El PT ha logrado imponer uno de los objetivos estratégicos del neoliberalismo: en la acumulación liderada por las finanzas, la “demanda efectiva keynesiana” y la redistribución de la riqueza por parte del Estado deben ser reemplazadas progresivamente por la privatización del gasto público y los servicios sociales (salud, educación, seguro de desempleo, jubilación, etc.). El financiamiento de estos gastos está garantizado por una creación de dinero que recurre a bancos privados e instituciones financieras, que multiplican las técnicas para facilitar el acceso al crédito. Así, el gobierno de izquierda favoreció otro objetivo de la agenda neoliberal aún más importante: la privatización de la creación de dinero, de la cual se deriva todo el resto de las privatizaciones. Esta estrategia de mercantilización de los servicios sociales constituye tanto una máquina para capturar las riquezas que se escapaban todavía de la valorización del capital financiero, un dispositivo formidable de producción de una subjetividad para el mercado y un proyecto de redefinición de las funciones del Estado.
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