–A eso voy: ¡esta es una oportunidad!, ¿o no lo ven así? Todos sabemos, por ejemplo, que dentro de los esquemas económicos actuales la deuda externa no la acabarían de pagar ni los bisnietos de nuestros bisnietos.
–Sin contar –añadió el secretario de Hacienda– que desde las últimas cuatro décadas la deuda tiene una tendencia a incrementarse. Y el Banco Mundial no anda muy amistoso desde hace tiempo con nosotros… Por no hablar de nuestras reservas, si se les puede llamar reservas a los lingotes de oro que tenemos y a unos cuantos dólares, yenes, marcos, francos, reais y lempiras que guardamos en el Banco del País.
–Es cierto que se trata de una oportunidad –volvió a meterse el secretario del Tesoro– pero, ¡por el amor de Dios!, consulte, haga un plebiscito, señor presidente, un referéndum, una auscultación, un algo que lo legitime.
–¿Quiere algo más que la opinión de mi gabinete, del sector empresarial, representado aquí por Cocó, de la iglesia, cuyo aval me acaba de dar monseñor, de los documentos que los compradores han presentado acerca de la guerrilla, el comercio, los líderes del país, el sector popular? ¿Quiere algo más contundente? ¿Un plebiscito, un referéndum? ¡Bah!, esas son cosas del pasado. O del futuro. El pueblo, como pueblo, no debe opinar sobre asuntos que no le conciernen. Hay que saber dirigir la voluntad de un pueblo. Hay que saber cómo darle lo que merece. Quizás ya sea hora de que nuevas manos y nuevas cabezas y nuevos liderazgos conduzcan a la nación por caminos más modernos… Por ejemplo: yo mismo he estado tentado muchas veces a proponer que se rediseñe nuestra bandera…, y la verdad: no me he atrevido siquiera a mandar una iniciativa al Honorable Congreso por temor a pasar por liberal o posmoderno. El porvenir del pueblo está en nuestras manos. Más ahora que nunca, cuando podemos transferir la soberanía sin que la soberanía se entere del movimiento, ¿comprenden?
–Me da gusto que en estos precisos momentos, cuando es necesario tomar las decisiones más acertadas, esté usted tan lúcido, señor presidente.
–Tan capaz…
–Tan seguro…
–Tan irrefutable…
–Tan presidente, señor presidente…
–Es que el tiempo apremia.
Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado estaban seguros de que tendrían que volver a pasar por todas las instancias de rigor antes de conseguir una nueva cita con el Ejecutivo. Revisaron –con todo su equipo de consultores, el buró de abogados, los banqueros y los socios capitalistas– la propuesta de compra, y concluyeron, luego de dos largas jornadas de intenso trabajo, que estaban en lo razonable, lo justo y lo correcto. No se les había escapado ningún detalle.
Ante su sorpresa, al tercer día recibieron una llamada al centro de negocios que habían instalado para sus propósitos: era el secretario particular del presidente: los esperaba en la Casa Floral –sede de la residencia del conductor de la nación– el miércoles a las 7:15 de la mañana: para hablar de negocios: para pactar: para compra-vender lo que fuere pertinente dado el caso de que la decisión pudiera tomarse y para cerrar la operación si Fortuna lo avalaba.
La propuesta de agenda del secretario incluía los siguientes puntos:
•Registro de participantes de ambos equipos.
•Imposición de gafete.
•Palabras de bienvenida a cargo del presidente-presunto-vendedor y de los copresidentes-presuntos-compradores.
•Corte del listón por parte de Su Graciosa Majestad Yolanda III, reina del carnaval.
•Mesas de discusión y negociación en temas sustantivos: gobierno, educación, trabajo, salud, hacienda y deportes.
•Receso amenizado por el cantautor José Raphael José.
•Conferencia magistral de Cocó Zurita.
•Buffet frío, mimosas y pastelitos.
•Siesta.
•Firma de acuerdos.
•Firma de cheques.
•Traspaso de banda.
•Himno.
•Vino de honor.
El martes, al menos para Dimitri, el tiempo dejó de apremiar. Llevó a sus hijos al parque, se subió con ellos a la montaña rusa, comió una hamburguesa con papas fritas, los invitó al cine, se empacó él solo una bolsa familiar de palomitas y les contó, más tarde, un cuento antes de que se durmieran. El cuento de un lobo que quería ser el rey de los unicornios.
Por la noche, con la grata compañía de Thelma Esther, su amante, en el hotel Green & Rose Inn, cenó caviar con galletitas, vodka helado y pastel de zanahoria. Le comentó de paso acerca de la transacción que se traía entre manos.
–¿De qué país me estás hablando?
–Ya lo verás, ya lo verás. Está divino.
José Asunción, por el contrario, renunció por un día al mundo material y se puso a soñar con los ojos abiertos: se veía a sí mismo pastoreando todas las ovejas del país, haciendo mítines en los que aclamaban sus sabias palabras, apadrinando a un niño huérfano, inau gurando hospitales, escuelas, bancos y teleféricos, cantando en la televisión, socorriendo a un damnificado, etcétera. Soñó despierto con tal intensidad que a las dos horas cayó profundamente dormido.
Su sueño más preciado –ser propietario de una nación– estaba por cumplirse.
Para ambos, Dimitri y José Asunción, la compra del país era una cuestión de vida o muerte. Tanto habían invertido en ese ideal, que si no se hacía ambos hubieran optado por la punta de una pistola antes que soportar sobre las espaldas el fracaso de sus dones negociadores.
La esposa de Dimitri, doña Azucena García de Dosamantes, también tenía sus planes con la futura empresa familiar. Los humanitarios, los de rescate histórico y cultural, los de sociedad y los turísticos. En cambio Thelma Esther, la amante, dijo que se conformaba con ser concesionaria de una estética unisex.
La señora de José Asunción, por el contrario, nunca se enteró de los negocios que se tenía entre manos su marido. De haber estado cuerda, seguramente lo habría prevenido acerca de los peligros que significa comprar países. Los del hospital psiquiátrico no le permitían tener contacto con el mundo exterior.
El miércoles, a las 7:15 de la mañana, Dimitri y José Asunción llegaron a la Casa Floral acompañados de casi treinta consultores, abogados, socios, secretarios y edecanes para cerrar la operación.
El presidente, con otros treinta allegados de sus más altas confianzas, les dio la bienvenida. Y ambos equipos se pusieron a trabajar según la agenda y a renegociar el precio, las condiciones de la transacción, los términos de la entrega, el futuro mediato e inmediato del país y sus respectivos honorarios, comisiones y prebendas.
La reunión de alto nivel duró casi diecisiete horas, en las que hubo discusiones, arreglos, modificaciones, brindis, canapés, diplomacia, bromas, manoseo de conceptos, conclusiones y despedidas. Las piezas que amenizaron el encuentro, interpretadas por el cantautor José Raphael José, no tuvieron el impacto en los asistentes que el equipo presidencial había calculado.
Y es que el tiempo apremiaba.
Después de la firma del documento –cinco mil seiscientos ochenta fojas– que transfería los bienes materiales, financieros, culturales, olímpicos, mineros, ferroviarios, astrológicos, pétreos, filatélicos, porcinos, panteónicos, espirituales y volcánicos de la nación a los señores Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado, los medios masivos de comunicación tuvieron acceso a los nuevos dueños del país, que dieron una conferencia conjunta de prensa.
–¿Está contemplado, en su administración, vender a extranjeros nuestras minas de zulamamita y de esteronomio? –preguntó el reportero de La nueva era.
–¡La riqueza de nuestras minas –dijo a gritos Dimitri para que lo escucharan todos– es la riqueza de nuestras minas! No puedo añadir nada más al respecto.
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