Francisco Hinojosa - Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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Sujetos cuyos conocimientos enciclopédicos los conducen a la cúspide y en seguida al abismo de sus biografías, hombres obsesionados con la idea de su muerte, profesores empeñados en enseñar de modos sumamente complicados materias sencillísimas, presidentes que quieren vender al mejor postor el país que gobiernan, personajes literarios que se salen de su papel y cometen locuras a diestra y siniestra. La imaginación de Francisco Hinojosa factura tramas tan impredecibles que en cada página sus cuentos dan giros inusitados, se complican de formas insospechadas y mutan siempre hacia la versión más enloquecida de sí mismos. Los personajes tienen vidas absurdas generalmente modestas, incluso pueden estar abrumados por la comodidad y el hastío, hasta que un buen día el destino se tuerce y sus días se convierten en una escalada hacia lo inesperado. El lector tiene entre sus manos la reunión más abarcadora de la narrativa breve del autor, un mapa que señala sus fondos ocultos, los deseos más descabellados y las historias más sorprendentes que lo constituyen. Este volumen representa un acontecimiento para los lectores de Francisco Hinojosa y un auténtico honor para nuestra casa editorial: se trata de la celebración de una obra literaria que, durante varias décadas, se ha ganado la admiración y el cariño de todos.

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Dos días después, el policía Méndez se descalabró y, aunque no quedó del todo imbécil, su hermanastra lo internó en una granja para deficientes. Trató de escapar en varias ocasiones. La sexta, en las afueras del psiquiátrico, fue embestido por un camión de pasajeros, “resultando muerto”.

La esposa del presidente se fue a vivir a South Carolina y se puso a leer como loca. Tres años después escribió una novela llamada Just Stupid People, bienvenida por el NYTRB y El Clarín. Se le vio firmando li bros en algunos Barnes & Noble. Murió por sí sola, a los setenta y dos.

Pía Montenegro, luego de su fugaz paso por la cárcel de mujeres, se agenció una supermoderna hotdoguera. Como microempresaria no le fue mal ni bien: justo lo necesario para realizar su más caro anhelo: al cabo de los años (dieciocho) viajó en un crucero moderno. Todos los días de la travesía vomitó. La gente en general hablaba de sus arrugas: sin llegar a la crítica. Aunque un poco tarde, el doctor Jiménez la amó un jueves lluvioso.

Al capitán Sayavedra no le fue menos peor: un mal adjudicado a bacterias desconocidas por la ciencia lo obligó a vivir el resto de sus días con un extraño movimiento de boca: como si quisiera decir todo el tiempo “hongo-hongo-hongo”.

El supuesto cadáver terminó muriendo de la manera más estúpida. Y su presunto asesino, Darío Yáñez, abandonó poco después su injusta reclusión: regresó a la vida empresarial de la que había sido indebidamente apartado. Si bien su fortuna no le alcanzó para competir con sus rivales millonarios, se hizo de prestigio en los altos círculos sociales de Hollywood. Un prelado lo consideró canonizable.

Estaban un día los asuntos como para andar de oídos sordos, o inventarse pies en polvorosa porque sí, o de plano echar las cosas en saco agujereado, cuando mataron a otro personaje de la misma calaña.

Y el Diablo, para su contento, regresó y regresó.

EL TIEMPO APREMIA

Para Juan Villoro

Les costó casi un año conseguir la cita con el presidente.

–Los escucho –dijo el jefe del Ejecutivo sin preámbulos a sus jóvenes interlocutores: Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado.

–Sabemos que usted es la máxima autoridad del país…

–Continúen, por favor, que el tiempo apremia.

–Si el tiempo apremia, vayamos al grano –dijo Dimitri.

–Queremos comprar el país –concluyó José Asunción.

–¿Sorry?

–Mire, señor, venimos con usted, que es la máxima autoridad de la nación, para hacerle una oferta por el país. Así de sencillo.

–Una oferta justa, por supuesto.

–Hemos hecho nuestras averiguaciones acerca del precio por metro cuadrado, tanto de las zonas residenciales como de las dedicadas a la agricultura, el ganado, el comercio, la industria…

–El valor de los inmuebles, ya sean casas, escuelas, edificios de oficinas y de apartamentos, malls, estadios, hospitales, hoteles, restaurantes…, todo…

–Los monumentos, las estatuas, las fuentes, el obelisco, el jardín botánico…

–La infraestructura de carreteras, puentes, túneles, vías férreas…

–La casa de moneda, las reservas naturales…

–En fin, estamos bastante adelantados en cuanto a tener un avalúo total basado en datos confiables.

–No estoy seguro de comprender –dijo el presidente con una sonrisa amigable–, ¿ustedes vienen conmigo para que les venda el país?

–Nada más exacto.

–¿Y por qué piensan que el país está en venta?

–Sabemos de buena fuente que ningún país del planeta está a la venta.

–¿?

–Estamos convencidos de que en este mundo todo tiene un precio…

–Aunque no esté a la venta, ¿comprende?

–Señores –se puso serio el presidente–: por si no están enterados, tenemos una Constitución.

–También queremos comprar la Constitución.

–Y su bandera, a la que por cierto no le caería mal un diseño más moderno.

–Con colores más vistosos.

–Y también el himno y los héroes y el Congreso…

–Bien, señores, ha sido un placer platicar con ustedes… El tiempo apremia…

–Sabemos que el tiempo apremia. Le dejamos aquí nuestra propuesta económica, así como los estudios de mercado que hicimos, cotizaciones, levantamientos, planos y planes…

–Una lista de nuestros socios, los nombres de los bancos que nos apoyan, cartas de referencia, currículum, historial crediticio…

–Falta un solo detalle –dijo Dimitri cuando el presidente le daba la mano en la puerta–: por supuesto que si nos vende el país lo compramos con todo y su deuda externa, que como usted bien sabe no es un problema menor…

–Y lo compramos también con las muestras masivas de desacuerdo con la política económica que usted aplica al pueblo desde hace cinco años. Recuerde que según la FOA, la UNESCO, la ONU y la FIFA su país está en el primer lugar de pobreza del continente.

–Con la operación tendrá también nuestro silencio acerca de los planes secretos de venta de materia prima que tiene con varios bancos de sangre en el extranjero. ¿Me explico?

–Y un prearreglo que ya tenemos firmado con dos de los principales grupos subversivos.

–Y otro con el líder de los cafetaleros.

–Y con los dos partidos de oposición más importantes.

–El principal cártel del norte, usted sabe, ya se acercó a nosotros.

–Y la banda de los Sacaojos…

–Como ve, señor presidente, hay algo que usted y nosotros compartimos: sabemos que el tiempo apremia.

La reunión que tuvo el presidente con tres de los ministros consentidos de su gabinete –además del abogado de la nación, el embajador del Vaticano y el empresario Zurita– fue larga y polémica.

–He revisado los números –dijo el secretario de Hacienda– y la verdad no hay duda de que se trata de una propuesta seria…

–Yo también he visto las cifras –continuó el canciller– y, aunque no las he analizado a detalle, sé que detrás de esta locura hay fundamentos económicos de peso. Sin embargo, señor presidente, el problema va más allá de esta cantidad impresionante de ceros… No hay antecedentes de una venta de esta magnitud en el mundo.

–Sí la hay –intervino el ministro de Justicia–. Creo que México vendió una parte de su territorio a Estados Unidos.

–Usted lo acaba de decir –se levantó el presidente, nervioso–: una parte, ¡no todo el país! Y eso fue hace como cuatro siglos, ¿o me equivoco?

–Creo que la única solución sería hacer una consulta –se metió el secretario del Tesoro–. La única salida que pueda ser tomada después como democrática es que el pueblo decida si quiere pasar a otras manos.

–Habla usted como si el país fuera una mercancía.

–Hasta cierto punto –habló al fin Cocó Zurita, dueño de los ferrocarriles, el petróleo, dos embotelladoras y una imprenta, entre muchas otras empresas– todo es una mercancía. El dinero es capaz de convertir en artículos de consumo, ¿qué quiere?, la belleza, la bondad, la justicia, la democracia. Hasta el paraíso puede comprarse y, por supuesto, venderse. ¿O no es así, padre?

–Dicho como lo dices, hijo –respondió el representante del Papa–, suena todo muy mercantil, muy terrenal. La iglesia nunca ha tenido una opinión consensuada acerca de la venta de cosas o naciones. Supongo que mi jefe papal no tendrá ningún inconveniente en que se realice la operación.

–Bien, bien –dijo el presidente sin dejar de caminar de un lado al otro por la sala de juntas–. Pongamos que podemos vender el país… Pongamos que es lo mejor para nosotros, para el pueblo, para los honestos compradores, para la fe, para la bolsa de valores…

–Recuerde que las oportunidades se escapan, señor presidente.

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