Francisco Hinojosa - Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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Sujetos cuyos conocimientos enciclopédicos los conducen a la cúspide y en seguida al abismo de sus biografías, hombres obsesionados con la idea de su muerte, profesores empeñados en enseñar de modos sumamente complicados materias sencillísimas, presidentes que quieren vender al mejor postor el país que gobiernan, personajes literarios que se salen de su papel y cometen locuras a diestra y siniestra. La imaginación de Francisco Hinojosa factura tramas tan impredecibles que en cada página sus cuentos dan giros inusitados, se complican de formas insospechadas y mutan siempre hacia la versión más enloquecida de sí mismos. Los personajes tienen vidas absurdas generalmente modestas, incluso pueden estar abrumados por la comodidad y el hastío, hasta que un buen día el destino se tuerce y sus días se convierten en una escalada hacia lo inesperado. El lector tiene entre sus manos la reunión más abarcadora de la narrativa breve del autor, un mapa que señala sus fondos ocultos, los deseos más descabellados y las historias más sorprendentes que lo constituyen. Este volumen representa un acontecimiento para los lectores de Francisco Hinojosa y un auténtico honor para nuestra casa editorial: se trata de la celebración de una obra literaria que, durante varias décadas, se ha ganado la admiración y el cariño de todos.

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Dios estaba emocionado, ojiabierto, aurisatisfecho, absorto en la Contemplación del júbilo que invadía la tierra. Cuánto le hubiera gustado en esos momentos ser humano para poder compartir con sus criaturas la ilusión, ese evadirse de las responsabilidades, sin compromisos ni preocupaciones. Poder asistir a un bailable, tirar un certero dardo a los globos, ponerse un disfraz de supermán, jugar al cubilete, cantar una ranchera.

Pero en cuanto tomó Conciencia de sus Divagaciones y recordó su divina Condición, la Tristeza lo invadió: siendo Creador no podía ser criatura. Sin embargo, una Duda disipó pronto sus Anhelos, tremenda Duda si se considera que la padece el Omniseguro: “¿Es acaso este el Papel que Yo debo representar como Rey de la Creación? ¿El de un Promotor de la fiesta, el juego y la irresponsabilidad?”. Lo primero que se le ocurrió fue crear de una vez por todas la realidad: enseñar al mundo a decir las cosas tal como acaecen, a callar aquello de lo que no se puede hablar, a saber que una paloma no hace verano.

Entonces una nueva Duda se asió de Dios: “Si a realidades nos vamos –se dijo–, ¿soy yo una realidad para el hombre? ¿Mi Ser tiene para él algún sentido?”. La Duda lo condujo a la Depresión, y más tarde a la Angustia. No quiso pensar más por ese día. Prefirió meterse en la Cama y olvidar por una noche sus Problemas.

Soñó que se divertía a bordo de un tiovivo, que tenía Aspecto humano –parecido al de shirley temple, una de sus criaturas consentidas– y que lamía un rosado algodón de azúcar.

Una vez despierto, mareado ligeramente aún por su Paseo en carrusel, tardó algunos minutos en darse Cuenta de que todo había sido un Sueño. Al tiempo que se desperezaba y rescataba un par de Legañas, iba entrando de lleno en la realidad: sí, eso era, en una realidad de la que Él estaba excluido. Recordó su Tristeza de la noche anterior y su Imagen de Dios acongojado. Dijo entonces “No”, con la Certidumbre de que le pondría un alto a tan desdichada situación.

Fue así como rompió con su Decaimiento: “Que nazca en la tierra la fe”. Y la fe se extendió de trancazo por el mundo. El alma humana fue engendrada por la semilla piadosa. Muchos oraron, otros se dieron golpecillos en el pecho mientras se echaban la culpa, unos hicieron sangrar sus rodillas y otros meditaron y se entregaron por completo a la contrición, el arrepentimiento, la piedad y la adoración. Se edificaron altares, capillas, templos, iglesias, basílicas, catedrales; también asilos, orfanatos, conventos y seminarios. La gente circulaba por las calles elegantemente ataviada con lustrosos hábitos. A la menor oportunidad, los transeúntes intercambiaban simétricas señales de la cruz con sus prójimos. Todos los domingos, a mediodía, los hombres salían de sus casas y con pequeños espejitos saludaban a su Creador. Después le echaban porras y brindaban por Él.

Dios se sintió más feliz que nunca. Esperaba los domingos con verdadera Impaciencia para verse reproducido millones de veces en la reverberación del saludo humano. Entre semana se dedicaba a bendecir hostias, algunas veces en las iglesias y otras, adelantándose, en las propias panificadoras.

Por fin Él era el Centro del mundo, el Omnicentro, el Omnitodo. ¿Por qué no darse entonces algunos Gustos? ¿Por qué no complacerse a Sí mismo? ¿Por qué no crear, si crear era su Verbo, lo que más le hubiera gustado ser y tener si hubiera sido criatura y no Creador?

¿Por qué no un Devaneo gozoso?

Tomó un gran Sorbo de vino para consagrar y se entregó a la Imaginación. A pensar cosas. En algo que lo complaciera a Él y de paso a sus criaturas. Y entonces creó: en la pantalla a barbra streisand; en deportes al equipo de futbol botafogo –aunque en su primer partido perdiera dos-cero–; en filosofía a pascal; en música al trío los panchos; en pintura a un extraño autor del siglo XVII (del que no se conserva ahora ninguna obra); en ingeniería civil a un tal morris. Y luego los pistaches, las bufandas de tela escocesa, las pirañas, dos novelas de faulkner, cubitos de hielo, un músculo, el pelo, la nobleza y las encuadernaciones en piel.

Agotado, aunque satisfecho, por haber llevado a cabo algunos de sus divinos Gustos, Dios se sintió al Borde del llanto de tantísima Felicidad que sin saberlo se había ido acumulando en Él a través de los siglos. Sus criaturas seguían rezando al tiempo que gozaban y departían las nuevas creaciones. A su manera eran felices. Y Dios notó cómo los llenaba esa felicidad. Pero también notó que algo les faltaba, un no sé qué que los apartara un poco de los rezos.

Se sintió egoísta. Tenía que dar a los hombres un regalo que los emocionara más que los cubitos de hielo o la sonrisa de la streisand. Tenía que compensar la obediencia que le habían tenido. Pensó tres días con sus noches. Hasta que por fin le dio al clavo: el sexo. Y en cuanto se le ocurrió chispó los Dedos y, pese a que eran las tres de la madrugada en bruselas, dijo: “Haya sexo”. Y el sexo cundió por toda la Tierra con gran alegría por parte de sus actores. La gente salió a la calle para conseguirse una pareja. E hizo sexo. Veíanse por todos lados amantes, automonosexualistas, presbiófilos, ginecomastas, exhibicionistas, zooerastas, fetichistas, mixoescopófilos, dispareunistas, necrófilos y cortadores de trenzas.

Dios espiaba todos los días a los hombres. Primero acudió a casa de su consentida shirley, pero lo decepcionó. Luego recorrió con la Vista casas, hoteles, departamentos, playas, automóviles estacionados, piscinas, árboles, cualquier recinto que albegara a sus felices siervos. Un día encontró una pareja de la que Se le escapó decir: “Son divinos”.

En uno de sus Éxtasis voyeurísticos, Se dijo entre Dientes: “Haya divino Semen”. Y el divino Semen escurrió, con la única inconveniencia de que no tenía ningún destinatario, alguien a quien engendrar. Fue así como Dios decidió crearse para Sí una Diosa, una Compañera eterna.

El trabajo, como era de suponerse, fue más difícil que el de crear humanos. Primero definió las características de su futura Esposa: los modelos que le venían a la Mente no eran otros que los mortales. Una combinación de barbra y shirley. Luego extrajo una intangible, divina, omniperfecta costilla y se creó una Esposa. Y el resultado, a su Parecer, no estuvo mal. Muy bien, divino.

Antes de entregarse por completo a sus Obligaciones para con Ella dio su última Orden: “Hágase un mundo en una época determinada de su evolución”. Y a pesar de la vaguedad de la Orden se hizo un mundo así, con una historia, con los restos de esa historia, con el sufrimiento de esos restos, con ideales y con voluntad propia.

SEMBRADO

Para Jis y Trino

Estaba don Soylo Lima podando unos rosales cuando sintió que un relámpago delgadito le recorría la dorsal. Supo de inmediato que se trataba de ella: pensó en dejarle sus postreras palabras a su nieto –que en esos momentos estaba concentrado en matar al gato–, pero un repentino impulso eléctrico le inhibió las cuerdas vocales. Don Soylo se desvaneció sobre el rosal rojo, uno de sus consentidos. Varios caminitos de sangre en el pecho lampiño le dejaron las espinas de sus amadas flores. Su nieto interrumpió el sacrificio del felino al oír el costalazo.

Estaba la Tuza haciendo para el Tuzo unos gregüescos de lana y cuero cuando entró el Tucito a decirles que el abuelo, por hacerle al payaso, se dio contra las rosas. Que sangraba con profusión.

–Ve a ver, Mirreyecito –le dijo ella a él, que solo veía cómo su esposa le bordaba amorosamente la íntima prenda.

–Voy a ver, Mividita, no te preocupes.

Y sí: fue a ver y vio: el suegro estaba tendido, tal y como su Tucito lo había explayado. De las heridas manaba bermellón: el pulso era de sí inexistente: don Soylo había fallecido en definitiva.

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